Oración del justo.—Hagamos nuestra la oración de ese «justo» que confirma su fidelidad. No deberíamos fijar la atención en nuestros méritos, como hizo el fariseo, sino en la nueva persona con que hemos sido revestidos en el bautismo: Cristo nos ha purificado y nos ha hecho ricos.
1 Júzgame, Señor, y ve que seguí la senda de los perfectos. En el Señor me apoyaba y por eso no me desviaba.
2 Revísame, Señor, y ponme a prueba; pon en el crisol mi conciencia, mi corazón.
3 Tu amor lo tengo ante mis ojos y tomo en cuenta tu fidelidad.
4 Con hombres tramposos no me siento ni me meto con los hipó critas.
5 Aborrezco el partido de los malos y con los malvados no me siento.
6 Lavo mis manos, que están limpias, y en torno a tu altar voy caminando,
7 mientras entono mi acción de gracias y recuerdo tus obras admirables.
8 Señor, cuánto amo la casa en que moras, y el lugar donde reside tu gloria.
9 No me confundas con las almas pecadoras; que no tenga mi vida el fin de los violentos,
10 cuyas manos están manchadas y cuyos bolsillos se llenan con sobornos.
11 Y a mí, como busco ser perfecto, rescátame, Señor, ten piedad de mí.
12 Mis pies pisan en terreno llano, bendeciré al Señor en las asam bleas.