No te hagas el sordo, Roca mía.—
1 A ti te llamo, Señor, Roca mía, no te hagas el sordo; no sea que, si guardas silencio, me ocurra como a los que bajan a la tumba.
2 Escucha la voz de mi plegaria cuando a ti grito y elevo mis manos hacia tu Templo santo.
3 Junto con los malvados no me arrastres ni con los que cometen iniquidad, que hablan de paz a sus hermanos, pero llevan dentro la maldad.
4 Págales tú de acuerdo a sus obras y según la malicia de sus crímenes, dáles lo mismo que han hecho sus manos; págales como se lo merecen.
5 Ya que no miran las obras del Señor ni entienden lo que hacen sus manos, él los destruirá y no los rehará.
6 Bendito sea el Señor, que ha escuchado la voz de mi oración.
7 El Señor es mi fuerza y mi escudo, mi corazón confiaba en él, y me socorrió; por eso mi corazón se alegra y le canto agradecido.
8 El Señor es la fuerza de su pueblo, un refugio seguro para su ungido.
9 ¡Salva a tu pueblo y bendice a los tuyos; pastoréalos y llévalos por siempre!