1 Del maestro de coro. De Yedutún. Salmo. De David.
El hombre es poca cosa ante su Dios.—Aunque él nos entregó todo al darnos a su Hijo, no poseemos nada y seguimos esperando todo de su misericordia. «Haz que vea qué frágil soy.»
2 Había dicho: «Andaré derecho, para que no peque por mi lengua, le pondré a mi lengua una mordaza mientras el malvado se yergue ante mí».
3 Callaba resignado, sin decir palabra, pero me atormentaba al ver su buena suerte;
4 me ardía por dentro el corazón, y el escándalo atizaba el fuego, hasta que al fin se me soltó la lengua.
5 «Señor, haz que conozca mi fin y cuál es el largo de mis días, para que sepa lo frágil que soy.
6 A mis días no les diste más de una cuarta y mi existencia es nada para ti. El hijo de Adán se pavonea, pero no es más que soplo.
7 Pasa el hombre mortal como una sombra, no es más que un soplo, pero se afana y almacena sin saber quién lo tendrá.
8 Si es así, ¿qué me queda, Señor? Pondré en ti mi esperanza.
9 No consideres todos mis pecados, no me avergüences ante el insensato».
10 Me callo, no hablaré más, pues tú así lo dispusiste.
11 Aleja de mí tus castigos, que me han destrozado los golpes de tu mano.
12 Corriges al hombre cobrándole sus culpas, roes como polilla lo que más deseó. En verdad, el hombre es sólo un soplo.
13 Señor, escucha mi plegaria, presta oído a mis clamores, no permanezcas sordo a mis lágrimas, pues en tu casa soy un forastero y, como mis padres, peregrino.
14 Dame un descanso, que pueda respirar antes de que me vaya y ya no esté.