Algunos hablan de los primeros cristianos como si hubieran sido modelos de todas las virtudes. La primera carta a los Corintios nos hará ver que los creyentes de los primeros tiempos tenían sus debilidades como nosotros y que la fe no había eliminado el peso de las realidades humanas.
Corinto tenía su propia fisonomía entre las ciudades del Mediterráneo. Situada en una franja de tierra que separa dos golfos, se había aprovechado de su situación privilegiada. Los dos puntos del este y del oeste se habían unido por una especie de camino enlosado por el cual se tiraba de los navíos por medio de enormes carros arrastrados por bueyes. Así los marinos se ahorraban de dar la vuelta a Grecia por el sur. Pero había que pagar, lo que significaba una importante entrada para la ciudad; el transporte exigía además abundante mano de obra, lo que para la época significaba muchos esclavos.
La ciudad poseía desde tiempo muy antiguo un santuario consagrado a Afrodita, la «diosa del amor» según los griegos, en cuyo derredor se desarrollaba —y para eso siempre había plata— una prostitución que de sagrada no tenía más que el nombre. En tiempos de Pablo las prostitutas se contaban por millares.
Muy cerca de Corinto se celebraban cada dos años competencias deportivas, parecidas a los juegos olímpicos actuales, que también atraían gran cantidad de gente.
Se advertirán en estas dos cartas de Pablo alusiones muy claras a estos diferentes aspectos de Corinto: el dinero, la esclavitud, la prostitución y los juegos del estadio.
En Corinto judíos y paganos convertidos por Pablo formaban una Iglesia dinámica, aunque poco ordenada. Después del entusiasmo de los primeros años, muchos se habían dejado llevar por los vicios y por las costumbres paganas, y los responsables de la comunidad se sentían impotentes para hacer frente tanto a esas dificultades y también a las divisiones internas o dudas respecto a la fe. Hicieron pues un llamado a Pablo. Retenido en Efeso por su trabajo apostólico, les envió esta carta como respuesta.
Llama la atención tanto la autoridad con que el apóstol se dirige a la Iglesia en nombre de Cristo, como su manera de enseñar, pues antes de responder directamente a una cuestión, comienza siempre por reafirmar las bases de la fe. Las dudas de los Corintios, sumidos en un mundo pagano, se referían a temas que son aún hoy de actualidad o que se discuten entre nosotros:
— el celibato y el matrimonio;
— los problemas de coexistencia con los no creyentes;
— el orden de las reuniones de la Iglesia, tanto para la celebración de la Eucaristía como para el ejercicio de los «dones espirituales»;
— la resurrección de los muertos.