Al final de la primera carta a los Corintios, Pablo expresaba el deseo de volver a visitarlos muy pronto; pero como no lo pudo hacer, lo tomaron muy a mal.
Por otra parte, algunos predicadores “judaizantes”, es decir, judíos mal convertidos a Cristo, trataban de destruir entre los corintios la autoridad de Pablo, quien conociendo muy bien a unos y a otros, les envió un mensajero, que fue ofendido gravemente, e incluso algunos miembros de la comunidad se rebelaron abiertamente contra el apóstol.
Pablo respondió con una carta «escrita en medio de lágrimas» (2,4), en la que exigía la sumisión de la comunidad. Tito, el más capaz de los ayudantes de Pablo, fue el encargado de llevar esa carta, y su misión tuvo éxito. A su regreso, Pablo ya un poco más tranquilo, les envió esta «segunda» (que de hecho es la tercera o cuarta) carta a los corintios.
¿Qué dice esta carta? Lo que Pablo siente en sus dificultades con los corintios y su sufrimiento ante su falta de comprensión. Esto es a la vez poco y mucho, pues Pablo era incapaz de hablar de sí mismo sin hablar de Cristo. Ese hombre inquieto, que aspiraba a ser comprendido y amado, estaba tan compenetrado del amor de Cristo que no podía expresar ni siquiera una sospecha o un reproche sin llegar a los discursos más profundos de la fe. Al tratar de justificarse escribió las más bellas páginas sobre la evangelización y sobre lo que significa ser apóstol de Cristo.
Se constatará que el texto actual de esta carta contiene fragmentos de otras, o recados que había enviado Pablo a la Iglesia de Corinto. En particular, 6,14-18, que probablemente fue escrito antes de nuestra Primera Carta a los Corintios; el capítulo 9 (véase comentario a 9,1); los capítulos 10-13, que debieron contener buena parte de la «carta escrita en medio de lágrimas».