Nos encontramos ante otra carta verdadera y personal de Pablo, llena de atenciones y de delicadeza, que envió desde la prisión a la comunidad que siempre se había preocupado más por él. Más de una vez Pablo había contado con su ayuda material, manifestando así la confianza que tenía en ellos. Para evitar cualquier suspicacia de interés personal, casi siempre prefería ganarse la vida trabajando y dedicándose totalmente a su misión.
Esta carta contiene dos joyas, dos aperturas definitivas sobre el misterio cristiano que es el del mismo Dios. La primera, que parecerá tal vez muy simple, es la creación de la palabra “humildad” que no existía en griego y que se encuentra en 2,3. Esta palabra puede tener diversas interpretaciones y podría significar la modestia mencionada en Pro 15,33 y 18,12. Pero Pablo descubre el modelo de la humildad en el gesto asombroso del Hijo de Dios que se ha despojado de su naturaleza divina. A continuación nos ofrece el himno que se lee en 2,5-12 y que vislumbra en forma genial el misterio de las Personas divinas. Posteriormente el prólogo de Jn 1,1-18 desarrollará otros aspectos de la persona del Verbo de Dios, pero no ahondará más en el misterio de Dios Amor.
Arriba hemos afirmado “que estamos ante una carta verdadera” de Pablo. Pero como no está todo bien hilado, muchos piensan que se han reunido dos cartas distintas: en la primera daba noticias suyas, al mismo tiempo que agradecía la ayuda recibida; la otra en cambio era una fuerte advertencia del mismo estilo que la carta a los Gálatas. Véase al respecto la página: Las Cartas de Pablo, p. 357.
En la segunda sección Pablo destaca con fuerza la total novedad de la fe cristiana comparada con el judaísmo. Más de un lector moderno se extrañará de semejante vigor, que contrasta con el tono conciliador de ciertos autores modernos, ansiosos por no criticar a ningún adversario de la fe cristiana: tendrán que tener presente que Pablo se dirige a cristianos. Pablo retoma las mismas advertencias que el Antiguo Testamento dirigía a los judíos fieles: “Ustedes no pueden ser los amigos de todos y de Dios y tampoco pueden acoger todas las prácticas”.
Cuando se reunieron las cartas de Pablo, se agruparon en primer lugar, ordenadas por su extensión, las cuatro más importantes: a los Romanos, a los Corintios y a los Gálatas. Después siguieron las llamadas “cartas de la cautividad”, entre las que se encuentra la carta a los Filipenses, entre las cartas a los Efesios y Colosenses, como si las tres hubiesen sido enviadas desde la misma prisión. Es mucho más probable, sin embargo, que la carta a los Filipenses no fuera escrita cuando Pablo estaba preso en Cesarea, en los años 58-60, sino antes, tal vez en el año 56, estando encarcelado en Éfeso.