Filomón de Colosas tenía un esclavo de nombre Onésimo; hermoso nombre para un esclavo, pues Onísimo quiere decir “útil”! Onésimo se escapa y se va a Roma, donde espera desaparecer en medio de la muchedumbre de la gran cuidad. Por casualidad y felizmente para él, se encuentra con Pablo, a quien había conocido en casa de su amo.
En ese momento Pablo está preso en Roma, pero goza de algunos privilegios, como poder salir acompañado de un policía. Onéismo se convierte y es bautizado. Después de lo cual Pablo lo hace repatriar a casa de su antiguo amo con una carta de recomendación que es la que leemos aquí.
Es interesante comparar esta carta de Pablo con otra escrita algunos antes por Cicerón a favor de un esclavo que estaba en idéntica situación. El gran humanista pagano pide el perdón para el culpable; Pablo, en cambio, pide que el esclavo sea considerado como un hermano e incluso sugiere que sea liberado (v. 21).
Ya hemos hablado de los consejos que daba Pablo a los esclavos en Col 3, 22. Durante los primeros años de la Iglesia, el descubrimiento de una vida nueva en Cristo parecía de una importancia tan superior que todo lo demás, ser esclavo o libre, no tenía importancia (véase 1Cor 7, 17).
En aquella época nadie pensaba en la posibilidad de un cambio en las estructuras sociales. ¡Había esclavos, y los habría siempre! En realidad la esclavitud iba a durar en occidente hasta la invención de nuevos métodos para utilizar la fuerza animal. Además, los cristianos eran una minoría sin influencia. Pero antes de que se pensara en cambiar las leyes, los cristianos, guiados por su fe, se negaban a tratar a los esclavos como “objeto” o como seres inferiores, y cada vez con más frecuencia los amos, en la Iglesia, renunciaban espontáneamente a sus derechos y liberaban a sus esclavos.
Muchas personas piensan que la comunidad cristiana no tiene nada que decir en lo que se refiere a sus responsabilidades en la sociedad, pero aquí vemos, por el contrario, cómo Pablo compromete a toda la comunidad en el problema de Filemón.