La esperanza del día de Cristo era un poderoso estímulo para la fe de los primeros cristianos, pero podía también llevar a un nerviosismo malsano. La Iglesia de Tesalónica parece que se vio afectada por una enfermedad bastante frecuente en los grupos minoritarios y perseguidos: la espera del fin del mundo que resolvería todos los problemas, una espera que en ese momento no hacía más que perturbar la vida cristiana.
En su carta Pablo trata de apaciguar a la comunidad. Pero, ¿será verdaderamente Pablo quien habla en esta carta? Muchas dudas se han suscitado al respecto: ¿por qué esta segunda carta, aparentemente tan próxima a la primera? La primera parte no parece ser más que un remedo de diversos párrafos de la carta anterior, y la única cosa clara y novedosa es la advertencia sobre la venida del Anticristo y la hora del Juicio. Como a primera vista esta advertencia parece contradecir a la primera carta, en que se aguardaba la venida próxima del Señor, muchos intérpretes afirman que esa carta no es de Pablo, sino que un autor posterior quiso decir en vez de él lo que Pablo no había dicho en su momento.
La realidad es que las dos cartas a los Tesalonicenses formaban parte de las colecciones más antiguas de las cartas de Pablo, con la particularidad de que, al igual que las dos cartas a los Corintios, no fueron nunca publicadas separadamente. En el caso de las cartas a los Corintios, es fácil ver que la segunda incluye diversos fragmentos de otras cartas que Pablo les había enviado en otras ocasiones. Los responsables de esa Iglesia habían combinado todo lo que les parecía más interesante y más adaptado para una lectura pública y lo habían enviado a las demás Iglesias como una sola carta.
En el caso de Tesalónica parece que tomaron de uno o dos mensajes de Pablo el contenido de los capítulos 2 y 3 de esa “segunda carta” y les dieron la forma de una verdadera carta haciéndolos preceder por un primer capítulo imitado de la “primera carta a los Tesalonicenses”.
Es fácil ver que el motivo central de la carta, que es frenar la espera histérica de la venida de Cristo en el capítulo 2, no contradice en nada lo que Pablo decía en 1Tes 4,14 sobre la resurrección: el párrafo que seguía (1Tes 5,1) no sugería la venida inminente de Cristo, sino que por el contrario Pablo quería mantener la esperanza sin desviar la atención de la vida corriente.
De todos modos, la carta ha sido reconocida por la Iglesia desde el segundo siglo como tradición apostólica; es por tanto palabra de Dios y tapa un pequeño agujero en el conjunto de la revelación. Nos invita a no dejarnos impresionar, como se ha dado en el transcurso de toda la historia, por los rumores de revelaciones, de tragedias y del fin de mundo.