El antiguo testamento contiene las figuras del nuevo
1 La religión de la Ley contiene una sombra de los bienes por venir, pero no la verdadera figura de las cosas. Por eso no puede llevar a la perfección mediante los sacrificios a los que vuelven a ofrecerlos año tras año.
2 De otro modo quedarían puros de una vez gracias a su culto; ya no se senti rían culpables de ningún pecado y dejarían de ofrecer sus sacrificios.
3 Pero no, cada año estos sacrificios recuerdan sus pecados;
4 es que la sangre de los toros y de los chivos no tiene valor para quitar los pecados.
5 Por eso, al entrar Cristo en el mundo dice:
5 Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, sino que me formaste un cuerpo.
6 No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado;
7 entonces dije: «Aquí estoy yo, oh Dios, como en un capítulo del libro está escrito de mí, para hacer tu voluntad».
8 Comienza por decir: No quisiste sacrificios ni ofrendas, ni te agradaron holocaustos o sacrificios por el pecado. Y sin embargo esto es lo que pedía la Ley.
9 Entonces sigue: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad. Con esto anula el primer orden de las cosas para establecer el segundo.
10 Esta voluntad de Dios, de que habla, es que seamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Cristo Jesús hecha una sola vez.
11 Los sacerdotes están de servicio diariamente para cumplir su oficio, ofreciendo repetidas veces los mismos sacrificios, que nunca tienen el poder de quitar los pecados.
12 Cristo, por el contrario, ofreció por los pecados un único y definitivo sacrificio y se sentó a la derecha de Dios,
13 esperando solamente que Dios ponga a sus enemigos debajo de sus pies.
14 Su única ofrenda lleva a la perfección definitiva a los que santifica.
15 Nos lo declara el Espíritu Santo. Después de decir:
16 Esta es la alianza que pactaré con ellos en los tiempos que han de venir, el Señor añade: Pondré mis leyes en su corazón y las grabaré en su mente.
17 No volveré a acordarme de sus errores ni de sus pecados.
18 Pues bien, si los pecados han sido perdonados, ya no hay sacrificios por el pecado.
Sigamos firmes en la fe
19 Así, pues, hermanos, no podemos dudar de que entraremos en el Santuario en virtud de la sangre de Jesús;
20 él nos abrió ese camino nuevo y vivo a través de la cortina, es decir, su carne.
21 Teniendo un sacerdote excepcional a cargo de la casa de Dios,
22 acerquémonos con corazón sincero, con fe plena, limpios interiormente de todo lo que mancha la conciencia y con el cuerpo lavado con agua pura.
23 Sigamos profesando nuestra esperanza sin que nada nos pueda conmover, ya que es digno de confianza aquel que se comprometió.
24 Tratemos de incitarnos el uno al otro en la forma de amar y hacer el bien.
25 No abandonen las asambleas, como algunos acostumbran hacer, sino más bien anímense unos a otros, tanto más cuanto ven que se acerca el día.
26 Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el pleno conocimiento de la verdad, no puede haber ya sacrificio por el pecado;
27 solamente queda la perspectiva tremenda del juicio y del fuego que devorará a los rebeldes.
28 El que desprecia la Ley de Moisés es condenado a muerte sin compasión por el testimonio de dos o tres personas.
29 ¿No será mucho peor para quien pisotee al Hijo de Dios y profane la sangre de la alianza con la cual fue santificado, habiendo insultado al Espíritu, don de Dios?
30 Conocemos al que dijo: A mí me corresponde la venganza, daré a cada cual su merecido. Y también: El Señor juzgará a su pueblo.
31 Es espantoso caer en las manos del Dios vivo.
32 Recuerden aquellos primeros tiempos, poco después de haber sido iluminados, en que tuvieron que soportar un duro y doloroso combate.
33 A veces fueron expuestos públicamente a humillaciones y pruebas, otras veces tuvieron que participar del sufrimiento de otros que fueron tratados de esta manera.
34 Sufrieron con los que iban a la cárcel, les quitaron sus bienes y lo aceptaron gozosos, sabiendo que les esperaba una riqueza mejor y más duradera.
35 Por eso no pierdan ahora su resolución, que tendrá una recompensa grande.
36 Es necesario que sean constantes en hacer la voluntad de Dios, para que consigan su promesa.
37 Acuérdense: dentro de poco, muy poquito tiempo, el que ha de venir llegará; no tardará.
38 Mi justo, si cree, vivirá; pero si desconfía, ya no lo miraré con amor.
39 Nosotros no somos de los que se retiran y se pierden, sino que somos hombres de fe que salvan sus almas.
**
Comentarios Carta a los Hebreos, capítulo 10
10,1
Toda la insistencia en estos párrafos (10,1-18) estará puesta en el paso de una religión en que todo tiene que ser siempre recomenzado, a un nuevo estado en el que se está en lo definitivo. Este es un aspecto de la fe cristiana que no es fácil de aceptar. ¿Somos los creyentes en Cristo los únicos que viven en lo definitivo, mientras tantas otras religiones pretenden estar en la verdad? ¿Estamos en lo definitivo cuando todos los días volvemos a cometer las mismas faltas? ¿Estamos en lo definitivo cuando el testimonio cristiano en el mundo está tan lejos de convencer? Nadie podría responder a todas esas dudas; sólo acabaremos con ellas cuando personalmente entremos en lo profundo de la experiencia cristiana.
De otro modo quedarían puros de una vez (2). Si se multiplicaban los sacrificios por el perdón, esto demuestra que ninguno los liberaba del pecado. Pero nosotros, ¿no recibimos también muchas veces el sacramento del perdón? ¿Cómo, pues, afirmamos que el sacrificio de Cristo nos ha liberado?
Hay que decir que todos los sacramentos que recibimos —y también el perdón recibido en la Iglesia— no son más que la aplicación en el momento presente de lo que ya se hizo de una vez para siempre. Para el bautizado no hay ningún rito, compromiso, nuevo bautismo (bautismo con agua, bautismo «del Espíritu»...) que pueda darle lo que todavía no tuviera: todo lo tiene en Jesús. Juan no vacila en decir que el que está en Cristo no peca (1 Jn 3,6); no comete el pecado que conduce a la muerte (1 Jn 5,17). Solamente los pecados que producen una ruptura total con Cristo y con nuestros compromisos, —lo que sería echar al tacho nuestro ideal—, son los que nos hacen volver a nuestra antigua situación de muerte. No vayamos pues a pensar que un cristiano pasa continuamente del pecado mortal a la gracia.
10,19
Los párrafos de los vers. 19-39 sacan la conclusión de cuanto se acaba de decir: si hemos entrado en lo definitivo, cuidado con el verdadero pecado que sería perder la esperanza. El verdadero pecado es perder el gusto de aquello que ya hemos probado; el único remedio es avanzar. Acordémonos de las palabras de San Gregorio: Uno desea los contentos de este mundo mientras no los tiene, y cuando los tiene, se cansa de ellos; no se desean las alegrías espirituales hasta que uno no las tenga, pero cuanto más las tiene, más las desea.
No abandonen las asambleas (25). Nuestra esperanza es muy débil y por eso hallamos motivos para faltar a la celebración dominical o a las asambleas de la comunidad a la que pertenecemos. Si eso se generaliza, la comunidad cristiana se desintegra. No somos ángeles, y ¿cómo, pues, vamos a vivir de Cristo si no tenemos comunidad? Sin ella, por más que participemos en actividades comunitarias de todo tipo, nos faltará lo esencial para ser, entre los que no han entrado, testigos de lo que no conocen.
Dentro de poco, muy poquito tiempo (37). La cita es de Habacuc 2,3; el juicio de Dios está cerca. Tal vez el autor de la carta quiso aludir a la crisis que pronto iba a destruir a la nación judía.