Para los cristianos que lo conocían, el apóstol Juan no era «san Juan», sino un hombre. Para un cierto Diotrefes, al que había hecho responsable de no sabemos qué comunidad, Juan era un anciano molesto. Y Diotrefes, para mejor dominar en su Iglesia, cortaba las relaciones.
Juan habla en sus tres cartas, como también en el Evangelio, de la «comunión» que ha de existir entre todos los cristianos. Toda Iglesia y todo grupo debe permanecer abierto a los demás, manteniendo constantes relaciones con ellos. Pablo también recalca este deber: recibir en su propia casa a los cristianos que vienen de otros lugares para estrechar los lazos de la fe común.