Apocalipsis (Ap) Capítulo 4
MIRADA HACIA ATRÁS: CRISTO E ISRAEL
El trono en el cielo
1 Después de esto miré y vi una puerta abierta en el cielo y la voz que antes había oído semejante a una trompeta me decía: «Sube aquí y te mostraré lo que va a suceder en seguida.»
2 En ese mismo momento me tomó el Espíritu: vi un trono colocado en el cielo y alguien sentado en el trono.
3 El que estaba sentado parecía de jaspe y cornalina, y un arco iris de color esmeralda rodeaba el trono.
4 Veinticuatro sillones rodean el trono, y en ellos están sentados veinticuatro ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro en la cabeza.
5 Del trono salen relámpagos, voces y truenos. Ante el trono arden siete antorchas, que son los siete espíritus de Dios.
6 Un estanque transparente como cristal se extiende delante del trono.
6 Cuatro Seres Vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás, ocupan el espacio entre el trono y lo que hay a su alrededor.
7 El primer Ser Viviente se parece a un león, el segundo a un toro, el tercero tiene un rostro como de hombre y el cuarto es como un águila en vuelo.
8 Cada uno de los cuatro Seres Vivientes tiene seis alas llenas de ojos alrededor y por dentro, y no cesan de repetir día y noche:
8 Santo, santo, santo,
8 es el Señor Dios, el Todopoderoso,
8 el que era, es y ha de venir.
9 Cada vez que los Seres Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono y que vive por los siglos de los siglos,
10 los veinticuatro ancianos se arrodillan ante el que está sentado en el trono, adoran al que vive por los siglos de los siglos y arrojan sus coronas delante del trono diciendo:
11 Vuelvan a ti, Señor y Dios nuestro,
11 la gloria, el honor y el poder, pues tú lo mereces.
11 Tú creaste todas las cosas,
11 y por tu voluntad existen y fueron creadas.

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Comentarios Apocalipsis, capítulo 4
4,1

Después de estos mensajes a las Iglesias de Asia vienen visiones mediante las cuales se nos revela el sentido de la historia.

— En los capítulos 4-11 Juan hace el balance de la historia de Israel hasta la predicación del Evangelio.

— En los capítulos 12-21 nos prepara para comprender la historia que vivimos y las luchas de la Iglesia.

Antes de desarrollar su visión de la historia, Juan nos muestra el centro inmutable de donde provienen todas las cosas y los acontecimientos, y a dónde vuelven. Pues de nada nos servirán las advertencias si no estamos decididos a enfrentar los acontecimientos, y para esto debemos saber primero a dónde vamos y por qué luchamos. Nos lo dirá la presente visión.

Una puerta abierta en el cielo (1). Estas palabras tenían entonces un sentido preciso, el de una visión concedida al profeta (comparar con «los cielos se rasgaron para El» en el bautismo de Jesús: Mc 1,10). Según las ideas de aquel tiempo, por encima de la bóveda azulada están las «aguas superiores», que son el piso de otro cielo, el verdadero, donde reside Dios. Esas son aludidas con el mar transparente como el cristal (6).

Vi un trono... y alguien sentado en el trono (2). Ese alguien invisible del que irradian luz y vida es el ser divino contemplado en su fuente primera, que es el Padre. No tiene rostro que se pueda describir, pero todos los elementos de la naturaleza están reunidos para expresar algo del ser divino: fuerza imponente del temporal, poder fascinante del fuego, pureza y frescura del agua.

Los Ancianos son los santos del Antiguo Testamento que representan al pueblo fiel (ver Is 24,23). Los cuatro animales, o más bien seres, designan a espíritus celestes, en la tradición de la visión de Ezéquiel (Ez 1). Son figuras poéticas para expresar lo más noble, robusto, sabio y rápido. Fijan sus ojos, siempre despiertos, en el seno del Ser divino y derraman las energías de Dios por todo el universo. En siglos posteriores, el arte cristiano acostumbró a representar con ellos a los cuatro evangelistas: Mateo, el hombre; Marcos, el león; Lucas, el toro, y Juan el águila.

Estamos, pues, en el Templo celestial, y Juan lo ve como una transfiguración del único templo que conoce, el de Jerusalen. Los ancianos son 24, como lo eran las clases de los sacerdotes; los animales han reemplazado a las serpientes aladas que eran los Serafines de Isaías (Is 6), y los Kerubines de Ezequiel; el mar ocupa el lugar de la gran pileta del Templo, llamada también «mar» (1 R 7,23). Y todo a lo largo del libro la liturgia celestial seguirá con arpas, con trompetas y con incienso.

No cesan de repetir: Santo, santo, santo (8). Este es el primero de los himnos que leemos en el Apocalipsis. Al centro, del que partió la historia del mundo, solamente vuelve la acción de gracias al Padre. ¿Qué haremos en el cielo? Todo será admiración, alabanza y descubrimiento asombrado de la infinidad de Dios.