1 Labán se levantó muy temprano, besó a sus hijos y a sus hijas, los bendijo y se fue. Así volvió Labán a su lugar.
2 Jacob, por su parte, siguió su camino y le salieron al encuentro Angeles de Dios.
3 Al verlos dijo Jacob: «Este es un campamento de Dios», y por eso llamó a aquel lugar Majanaim.
Jacob lucha con Dios
4 Jacob mandó a avisar de su llegada a su hermano Esaú, en Seír, en los campos de Edom;
5 los mensajeros recibieron las instrucciones siguientes: «Digan a mi señor, a Esaú, de parte de su servidor Jacob: He vivido con Labán y con él he permanecido hasta hoy.
6 He adquirido bueyes, burros, rebaños, mozos y sirvientas. Y ahora quiero avisarte, esperando que me recibirás bien.»
7 Volvieron los mensajeros y dijeron a Jacob: «Hemos estado con tu hermano Esaú, y él mismo viene ahora a tu encuentro con cuatrocientos hombres.»
8 Jacob se llenó de miedo y se desesperó. Dividió en dos campamentos a la gente que estaba con él, y lo mismo hizo con el ganado, las ovejas y los camellos,
9 pues pensaba: «Si Esaú ataca a un campamento, el otro podrá salvarse.»
10 Luego oró así: «Yavé, Dios de mi padre Abraham y Dios de mi padre Isaac, tú me dijiste: Vuelve a tu patria, a la tierra de tus padres que yo seré bueno contigo.
11 Yo no soy digno de todos los favores que me has hecho, ni de la gran bondad que has tenido conmigo. Porque al partir, cuando atravesé el Jordán, no tenía más que mi bastón. Pero ahora, al volver, tengo suficiente como para hacer dos campamentos.
12 Líbrame de las manos de mi hermano, de las manos de Esaú; no sea que que venga y mate a todos, a la madre con sus hijos.
13 Pero eres tú quien me dijo: Te colmaré de bienes y tu descendencia será como la arena del mar, que nadie puede contar.»
14 Y pasó allí aquella noche.
14 Echó mano a lo que traía consigo para enviar un regalo a su hermano Esaú:
15 doscientas cabras y veinte machos cabríos, doscientas ovejas y veinte carneros,
16 treinta camellas paridas con sus crías, cuarenta vacas y diez toros, veinte mulas y diez burros.
17 Luego los dividió en varios grupos y confió cada uno de ellos a un servidor, con esta orden: «Vayan delante de mí, y mantengan cierta distancia entre un grupo y otro.»
18 Al del primer grupo le recomendó: «Cuando te encuentre mi hermano Esaú y te pregunte quién eres, a dónde vas, y de quién es el rebaño que vas guiando,
19 le contestarás: «Todo pertenece a tu siervo Jacob, y todo es un regalo que él envía a mi señor Esaú. El mismo viene detrás de nosotros.»
20 Jacob dio las mismas instrucciones al segundo, al tercero y a todos los demás que guiaban los rebaños. Y les dijo:
21 «Así han de hablar a Esaú cuando lo encuentren.» Y también le dirán: «Tu siervo Jacob ya viene detrás de nosotros.»
21 Pues Jacob pensaba: «Lo aplacaré con los regalos que le envío delante, y cuando después me encuentre frente a él, quizá me reciba sin enojo.»
22 Envió, pues, los regalos por delante, y él se quedó aquella noche en el campamento.
23 Aquella misma noche Jacob se levantó, tomó a sus dos esposas, a sus dos sirvientas y a sus once hijos, y los hizo cruzar el vado de Yaboc.
24 A todos los hizo pasar al otro lado del torrente, y también hizo pasar todo lo que traía con él.
25 Y Jacob se quedó solo.
25 Entonces alguien luchó con él hasta el amanecer.
26 Este, viendo que no lo podía vencer, tocó a Jacob en la ingle, y se dislocó la cadera de Jacob mientras luchaba con él.
27 El otro le dijo: «Déjame ir, pues ya está amaneciendo.» Y él le contestó: «No te dejaré marchar hasta que no me des tu bendición.»
28 El otro, pues, le preguntó: «¿Cómo te llamas?» El respondió: «Jacob.»
29 Y el otro le dijo: «En adelante ya no te llamarás Jacob, sino Israel, o sea Fuerza de Dios, porque has luchado con Dios y con los hombres y has salido vencedor.»
30 Entonces Jacob le hizo la pregunta: «Dame a conocer tu nombre» Él le contestó: «¿Mi nombre? ¿Para qué esta pregunta?» Y allí mismo lo bendijo.
31 Jacob llamó a aquel lugar Panuel, o sea Cara de Dios, pues dijo: «He visto a Dios cara a cara y aún estoy vivo.»
32 El sol empezaba a dar fuerte cuando cruzó Penuel, y él iba cojeando a causa de su cadera.
33 Por esta razón los hijos de Israel no comen, hasta el día de hoy, el nervio del muslo, porque tocó a Jacob en la ingle, sobre el nervio del muslo.
**
Comentarios Génesis, capítulo 32
32,4
Jacob regresa a su tierra consciente de que el reencuentro con su hermano Esaú será muy riesgoso. Y es en ese contexto que se sitúa su lucha con Dios. No hay que tener miedo de examinar cómo fue compuesta esta página, que no es una página de historia en el sentido moderno del término, lo que no quita que sea muy hermosa, verdadera y profunda.
Se dice que Jacob llamó a aquel lugar Penuel (Cara de Dios). En realidad se llamaba así desde tiempos más antiguos; era un vado del Arnón y su travesía implicaba bastante riesgo, razón por la cual los transeúntes se detenían y hacían una ofrenda al Dios de Penuel. Las tradiciones mantenían que Jacob había sido corregido antes de entrar en la tierra prometida, tal vez porque se había enriquecido de manera poco correcta (Os 12,3-7), y la misma palabra “corregir” se asemejaba bastante a la palabra “Israel” (véase 32,29); tal vez de ahí procedía el sobrenombre. Y si Jacob-Israel cojeaba de la cadera, bien podía ser a causa de un castigo.
El autor pues se apoyó en antiguas tradiciones que sólo ahora podemos adivinar, pero también vio con horizontes mucho más amplios. Jacob forzó el destino, pero tras haber luchado y vencido está al borde del desastre. En ese momento, en que tal vez va a perderlo todo, se acuerda de que es el portador de las promesas del Dios de su padre y se dirige a él.
Su oración no es sólo un grito de auxilio sino también una lucha que forzaría a Dios a cumplir su promesa: No te dejaré marchar hasta que me des tu bendición. Dios elige ser el más débil y le da la bendición.
¿Quién ha vencido? “Entrar en la Tierra” es algo imposible para quien se cree fuerte y seguro de los propios caminos. Sea cual sea el golpe o el percance o la crisis que toque atravesar, siempre nos deja heridos y como extranjeros en este mundo: Jacob entra cojeando en la Tierra Prometida.
Es esta una de las grandes figuras de la oración cristiana. Uno de sus aspectos principales es la aceptación de la voluntad divina, y también lo será, en ciertos momentos, esa fe que cree todo y que lucha (Rom 15,30) hasta pedir el milagro. Puede parecer una contradicción, pero es la condición para que se establezca el matrimonio perfecto entre Dios y nosotros.