Este libro se llama los “Números” porque comienza y acaba con un censo de los israelitas. Desconcertará a muchos lectores porque al parecer hace caso omiso de la veracidad histórica. Es conveniente pues tener claro desde un comienzo que este libro sobrepone dos historias.
Los Números se ubican a continuación del Éxodo y el Levítico. Suponen que en el Sinaí, inmediatamenåte después de la gran revelación a Moisés y de la historia del ternero de oro, Dios entregó todas las leyes a que se refiere el Levítico. Los hechos que nos cuentan habrían sucedido en el transcurso del año siguiente, durante la travesía del desierto de Parán o cuando llegaron al oasis de Cadés. Así es como los Números retoman antiguas tradiciones que se encontrarán muy especialmente en los capítulos 11-14 y 20-25 y que a veces repiten bajo una forma diferente algunos acontecimientos del Éxodo.
Pero, si bien es cierto que los capítulos que acabamos de indicar conservan elementos muy antiguos, lo esencial del libro fue redactado en los medios sacerdotales de Jerusalén en la misma época que el libro del Levítico, es decir, al regreso del exilio, unos setecientos años después de Moisés. El objetivo principal de esos sacerdotes era darle una legitimidad a toda la estructura religiosa y social de Israel como pueblo consagrado al culto del Dios único.
Todas las iniciativas que se atribuyen a Moisés van dirigidas en realidad a la comunidad judía de los tiempos posteriores al exilio, y los autores van a pintar el cuadro en que aquél se mueve a escala del pueblo que tienen bajo sus ojos: unos cientos de familias del Exodo se han transformado en un pueblo de seiscientos mil hombres adultos, sin contar sus mujeres, hijos y ganado. La pequeña arca de madera que se transportaba a lomo de burro es en ese momento el centro de un santuario portátil casi tan impresionante como el templo de Jerusalén, y los sacerdotes con sus ceremonias ocupan continuamente el centro de la escena. El relato fue escrito en una época en que Israel no era más que una modesta provincia del imperio persa: razón demás para estimular su imaginación y transformar a los compañeros de Moisés en un ejército formidable, agresivo y conquistador al servicio del Dios único.