Los libros de Samuel son las dos partes de una misma obra, y vale para el segundo lo que se dijo en la Introducción al primero.
En esta segunda parte se nos cuentan los hechos de David, rey. Historia tan sincera como no se escribió ninguna otra en la antigüedad. Historia escrita por un hombre de Dios que supo descubrir la verdadera grandeza de David. Lo inimitable del rey David se nota en una serie de cosas pequeñas que a sus contemporáneos les parecieron insignificantes o incluso tonterías (ver al respecto las divergencias entre David y Joab, el hombre cumplidor y «eficaz»). Pero no pasaron inadvertidas al que contó su vida y, después de él, Israel comprendió que si bien habían tenido algunos reyes excelentes, sólo David les había presentado alguna figura anticipada del Rey verdadero, Cristo.
Para facilitar la comprensión de los acontecimientos que vienen a continuación, recordemos que, ya antes de David, la tribu de Judá instalada en el sur de Palestina se oponía frecuentemente a las tribus de Israel ubicadas más al norte. Saúl había tenido más partidarios en el norte, mientras que David era el hombre de Belén, en la tribu de Judá.