Después de Esdras y Nehemías, la provincia judía, sector extremo del imperio persa, se quedó durante tres siglos y medio al margen de la historia. Los de mayor iniciativa se dedicaron al comercio y salieron de su país para establecerse en todos los centros urbanos, alrededor del mar Mediterráneo.
Sin embargo, una revolución silenciosa ya estaba afectando los países del Oriente Medio. La cultura griega llamada helenismo, penetraba los ambientes del comercio, los poderosos y los sacerdotes. Propulsada por sus realizaciones artísticas y su eficiencia en el terreno económico, pregonaba la confianza en las posibilidades del hombre, la supremacia de la razón, la superación de los indidualismos nacionales, presentando con esto un serio desafío a la cultura y la fe de los judíos.
El año 333 a.C, Alejandro Magno, dueño de Grecia, empezó a recorrer los países del Medio Oriente, derrotando a todos los ejércitos enemigos. Cuando murió a la edad de treinta años, dueño del imperio persa, sus generales se repartieron sus conquistas. La provincia judía, en un comienzo, perteneció a los Tolomeos establecidos en Egipto, que se conformaron con sacar de ella el máximo de impuestos, apoyándose en las familias ju días mas pudientes, ya conquistadas por el helenismo.
En el año 197 los Antíocos de Siria vencieron a los egipcios y les arrebataron Palestina. Más tarde pretendieron unificar a la fuerza los pueblos que dominaban, imponiéndoles el helenismo con su educación, sus prácticas y sus dioses. Una crisis profunda se produjo entonces en Israel: mientras unos preferían conseguirse los favores del poder, la persecución causó un levantamiento de creyentes encabezados por la familia de los Macabeos.
El primer libro de los Macabeos, reconocido como uno de los más perfectos de la historia antigua, nos relata los sucesos de la guerra y las hazañas de los cinco hermanos Macabeos, del año 170 al año 130 a. C.
Guerra Santa, guerra de liberación
El libro de los Macabeos nos muestra a un pueblo que considera su fe más preciosa que la existencia. Cuando la mayoría se convence de que nada se puede hacer contra un poder tan fuerte y que los riesgos son demasiado grandes, el Espíritu de Dios hace surgir nuevos héroes y, gracias a ellos, el pueblo recobra el sentido de su dignidad, luchando por unos derechos sin los cuales no hay hombres ni creyentes.
El pueblo judío se encontró solo frente a sus opresores, y sus aliados romanos le ayudaron muy poco. Contaron con sus propias fuerzas y Dios los ayudó.
Las guerras de los Macabeos fueron un modelo de la guerra santa en que no faltaron el heroísmo y la constancia, ni menos aún la ayuda de Dios. Pero también demostraron que la guerra santa no lo resolvía todo. Arrastrados por los problemas militares y por los juegos políticos, los descendientes de los Macabeos se materializaron muy pronto, llegando a ser unos gobernantes sin fe ni moralidad.