Es difícil hablar de Jeremías sin oponerle a Isaías. Quizás sea un error centrar todo en la diferencia de reacciones de ambos ante la llamada de Dios, o sea, el entusiasmo de Isaías (Is 6, 8) frente al temor de Jeremías (Jer 1, 6). Puede que se trate solamente de una diferencia de temperamentos. Su respectiva vocación y misión deberían ser complementarias, tanto en lo que se refiere a sus vidas y a sus escritos como en la influencia que posteriormente ejercieron ambos en el seno del pueblo creyente.
Isaías es la profecía, mientras que Jeremías es el profeta. Ambas caras del profetismo son complementarias e igualmente necesarias para reorientar la historia. Isaías representa el mensaje al que se habrá de recurrir siempre para reafirmar la fe. Jeremías es el ejemplo siempre presente del sufrimiento de un ser humano en cuya vida ha irrumpido Dios.
No cabe, pues, una visión sentimental de un joven Jeremías, pacífico y sin defensa que sufre en silencio la maldad de sus perseguidores. Hay en el profeta atisbos de violencia (11, 20-23). A pesar de que ha pasado a la historia por el hecho mismo de sus sufrimientos, no siempre ha sido víctima de las calamidades que anunció.
En su primer anuncio dice que Dios le ha dado autoridad para arrancar y derribar, edificar y plantar, precisando que la misión que se le había encomendado abarcaba no solamente a su pequeño país, sino a “las naciones”. Podría extrañarnos la magnitud de una tal tarea asignada a un hombre sin títulos; sin embargo, es aquí donde aparece el dedo de Dios. Con la ruina del reino de Judá, seguida del Exilio, hasta llegar a los tiempos del Evangelio, Dios irá revelando su manera de salvar al mundo, su fuerza que se manifiesta en la debilidad, y la victoria del Amor. Todo esto supone siempre un sufrimiento aceptado.
No sin razón los judíos creyeron, en tiempos posteriores, que Jeremías, después de muerto, estaba delante de Dios intercediendo por ellos (2Mac 2, 1; 14,14). Pero dicha intercesión no era lo más importante y será el “segundo Isaías” el que lo adivinara: encontraremos un poco de Jeremías en los poemas del Siervo de Yavé (49,1; 50,4; 52,13).
La predicación de Jeremías
Las primeras profecías de Jeremías tienen sus raíces en el descubrimiento del Deuterónomio (2Re 23; Jer 11). El Deuterónomio enfatiza la alianza concluida entre Dios e Israel, una alianza que ha hecho de Israel un pueblo aparte, dotado de una sabiduría propia. Yavé es un Dios personal que quiere ser servido y amado.
Jeremías entra en escena en el momento en que Israel se refugia en la protección infalible que le aseguran su Dios y su templo. Jeremías es perseguido porque niega que Dios se identifique con un templo de piedra (Jer 7 y 26), lo mismo que ocurrirá con Jesús y sus apóstoles (Mc 14, 58; He 6,13). Jeremías no quiere otro Dios que aquel que se descubre en la verdad. Su predicación (y la del Deuterónomio) no es ya la misma que la de Josué y los Jueces, es decir, “ustedes poseerán la tierra si obedecen y la perderán si desobedecen”, o: “todo va mal porque no cumplen la Ley”... Jeremías pide que el hombre se convierta a la sabiduría (Jer 9,22; 10) y habla de un retorno a la fidelidad que significa, ante todo, un cambio de corazón (Jer 17, 5).
El anuncio de la Nueva Alianza, que es la cumbre del mensaje de Jeremías (Jer 31,31), es la consecuencia natural de los capítulos que sólo hablan de muerte y de ruina. Era necesario que desaparecieran todos los vestigios de una vida donde Dios está ausente, para que el pueblo, o mejor, los corazones, se abran a una otra dimensión de la existencia humana. Después de la ruina del reino de Israel, el pueblo de Dios entrará en una nueva era.
Las promesas de felicidad, que forman parte de la profecía de Jeremías (Jer 29; 31), no se pueden comprender sin esta transformación interior. Jeremías no se deja llevar por la imaginación de Ezequiel para reconstruir una Palestina ideal con un templo purificado. La lógica consecuencia de las promesas hechas a Jeremías no son los esfuerzos de Esdras para publicar la Ley y organizar el Judaísmo, sino simplemente el Evangelio.
Datos históricos
En el año 626 Jeremías, proveniente de una familia de sacerdotes de Anatot, a las puertas de Jerusalén, recibe su llamada. Unos años después, el descubrimiento de la Ley ocasiona una renovación religiosa (2Re 22,1). Durante los casi cuarenta años que va a durar el ministerio de Jeremías (la fecha de la muerte del profeta habrá que situarla hacia el 586), los cambios se suceden a un ritmo impresionante, tanto la reforma religiosa de Josías como el renacimiento nacional que la acompaña (622-609). Después, sobrevienen tres guerras: contra Egipto en el 609, contra Babilonia en el 597 y 587, seguidas de tres deportaciones (597, 587 y 582).
EL LIBRO DE JEREMÍAS
El año 604, Jeremías dicta a Baruc, que es a la vez “secretario” del rey y secretario de Jeremías, una parte de su predicación. Con mucha probabilidad estas profecías se encuentran en los capítulos 1-20. Otro documento debe haber sido el que narraba los sufrimientos de Jeremías: cap. 26-44. Otro habrá reunido sus profecías contra las naciones (caps. 46-51). Se les juntaron otras colecciones referentes a los reyes (21-23), o a los profetas (23,9-40), o a la nueva alianza (30-33).
Libro de Jeremías: 1,1—20,18 (la conclusión está en: 25,1-38)
Profecías contra los reyes y los profetas: 21,1—24,10
El libro de la nueva alianza: 26,1—33,26
Continua rebelión de Israel: 34,1—36,18
Los sufrimientos de Jeremías: 36,1—45,5
Oráculos contra las naciones: 46,1—51,64
Conclusión: fin del reino de Judá (52,1–34)