A este profeta se suele recordarlo como se recuerda a la Cuaresma. Vivió y profetizó en el exilio, y si bien anunció un futuro prometedor para su pueblo arruinado, lo hizo después de haber denunciado, durante años, las falsas esperanzas a las que se aferraban sus compañeros. Dios mismo le ha impuesto largos ayunos y pruebas, además de la humillación de pertenecer a grupos marginales, en una ciudad segura de sí misma. Mientras que el “segundo Isaías” parece contemplar la tropa de los exiliados desde la altura que le inspiran sus grandes perspectivas, Ezequiel comparte la vida de un suburbio escuálido donde se enfrenta cada día a las miradas escépticas u hostiles de los exiliados
Ezequiel es sacerdote y Dios sale a su encuentro cuando tenia treinta años, la edad legal para comenzar su servicio en el templo. Como Jeremías, Ezequiel será a la vez sacerdote y profeta, lo que nos invita a no oponer demasiado estas dos funciones complementarias. El ministerio del sacerdote no se agota en el templo; el sacerdote enseña, juzga y precisa la aplicación de las leyes. El profeta, por su parte, es un carismático capaz de discernir a través de sueños, visiones y signos diversos, la palabra más actual de Dios. Los profetas que Dios ha llamado de una manera especial suelen tener su personalidad propia. Jeremías, por ejemplo, es un solitario y apenas se percibe en él al sacerdote, fuera de su primera predicación. Ezequiel, por el contrario, sigue muy preocupado acerca de lo puro y lo impuro; ejerce una actividad pastoral, y la restauración del templo constituye para él un elemento esencial del nuevo Israel.
Ezequiel ha estado entre los primeros grupos de deportados, en el 597, y toda su vida conocida la pasó en Babilonia. Algunos comentaristas han pensado que la llamada de Dios la recibió estando aun en Jerusalén y que esta llamada, que se puede leer en 2,9 - 3,9, habría sido fusionada después con la visión del capítulo 1. Se trata, sin embargo, de una hipótesis más que de una conclusión bien fundada. La gran visión del Nuevo Israel (caps. 40-48) es del 572, es decir, 25 años posterior.
La predicación de Ezequiel se ha conservado mejor que las de otros profetas bíblicos ya que se desarrolló en una comunidad viva cuya condición de exiliada en una ciudad prospera, ha protegido las enseñanzas del profeta. El hablaba a “ancianos” de los que la mayoría debían ser conocidos suyos, preocupándose de darles una formación adecuada. Sin lugar a duda, los primeros que regresaron del Exilio habían tomado su enseñanza como regla de vida y no tenían razón alguna para revisarla.
Ezequiel en nuestra historia
Tanto Ezequiel como Jeremías han dejado en la Biblia una de las más altas perspectivas desde la que contemplar la historia del pueblo de Dios. Ser infiel y rebelde parece que forma parte de la vocación de este pueblo. Es asimismo parte de la acción de Dios el destruir lo que se había construido con él, desde el momento en que el pueblo quiere instalarse en este mundo, siguiendo las huellas de los otros pueblos.
Hay períodos de la historia en que todo parece derrumbarse y sólo se ve a la muerte campeando por doquier. Es, sin embargo, en estos momentos en los que Dios alumbra una nueva etapa de su plan siempre imprevisible. Aunque es arriesgado hacer aplicaciones demasiado particularizadas a la época en que vivimos, es ahora presente, especialmente en la Iglesia Católica, la sensación de un derrumbamiento que afectaría a sectores aparentemente esenciales de la misma Iglesia, y que nos haría recordar la época en que desapareció el reino de Judá. Para muchos creyentes, el tiempo del Exilio ha comenzado ya, sea que se refieran a la Babilonia de este mundo, ciego a la verdad, o bien a la Iglesia convertida ella misma en Babilonia. En consecuencia, muchos miran por doquier, a la espera de un profeta o de un rayo de luz.
Jeremías y Ezequiel se complementan. Jeremías pertenecía al grupo de judíos que habían tenido la suerte de escapar a la deportación y sabía que nada se podía esperar de ellos. Por esta razón, desconoce la etapa siguiente, la del regreso y va directamente a lo esencial, es decir, a la alianza nueva. Ésta estará siempre más allá del mañana y más allá de las instituciones. Ezequiel, por el contrario, acompaña a los exiliados que constituirán el retoño del nuevo Israel. El profeta está bien anclado en su tarea pastoral y prepara la etapa siguiente. Con esto corre el riesgo tal vez de creer que los regresados del exilio serán mejores que sus predecesores y que se construirá un pueblo de Dios con leyes o con piedras y cemento. Esdras y Nehemías serán los herederos de Ezequiel y construirán el Judaísmo.
Jeremías se ha convertido en la gran figura del profeta perseguido, Ezequiel en cambio no tiene brillo ni belleza, y a veces desearíamos que fuera un poco menos excesivo y grosero, pero esto no puede disimular la fuerza que lo anima. El Espíritu lo llenó, igual que a Elías, de un amor celoso al Dios no reconocido.
Esto libro se divide fácilmente en seis secciones:
1. La vocación del profeta : 1,1—3,27
2. Actividad profética antes del segundo sitio de Jerusalén : 4,1—24,27
– el sitio y el juicio (4,1—8,2)
– las abominaciones en el templo (8,3—11,25)
– mentiras de los profetas y responsabilidad personal (12,1—14,23)
– los pecados acumulados de la historia de Israel (15,1—24,27).
3. Profecías contra las naciones : 25,1—32,32
4. La salvación de Israel : 33,1—37,28
5. Gog y Magog : 38,1—39,29
6. La visión del nuevo Israel : 40,1—48,30
– el nuevo templo (40,1—43,27)
– el nuevo culto (44,1—46,24)
– el nuevo Israel (47,1—48,35)