Hacia la mitad del siglo VIII antes de Cristo, el Reino de Israel aparece rico y muy próspero. La pequeña propiedad ha ido despareciendo y las riquezas se concentran en unos pocos ricos, mientras por otra parte crece el proletariado; el lujo de unos pocos insulta la miseria de los pobres.
Inesperadamente, el Eterno ruge desde Sión y de Jerusalén hace oír su voz por medio de Amós, pastor natural de Tecoá, pueblecito situado a unos nueve kilómetros al sur de Belén, en el país de Judá. Dios lo saca «de detrás de su rebaño» y lo envía hacia el país vecino, Israel del Norte.
El profeta comienza entonces a recorrer las ciudades del Reino de Israel, denunciando las injusticias sociales y la religión que se contenta sólo de ritos externos. Anuncia el castigo de Dios y el destierro de Israel poco antes de que Oseas proclame el mismo mensaje; al fin predice también tiempos felices.
Amós es el profeta de la justicia social; nos revela a un Dios que defiende el derecho de los pobres.