El Eclesiastés vivió en el siglo III a.C. Palestina estaba dominada por los dueños de Egipto a los que sólo les interesaba obtener riquezas a costa de sus súbditos. Era el momento en que se imponían por todas partes la lengua griega y el helenismo, es decir, la cultura griega. Jerusalén se salvó por un tiempo de esta invasión cultural, pero luego el peso de la política obligó a los sumos sacerdotes a concertarse con las familias que tenían el manejo de los negocios.
Había una verdadera invasión de comerciantes griegos. Aquellos que querían hacer carrera frecuentaban las escuelas en donde se enseñaba a los autores griegos. Aparentemente no había quien pudiera hacer frente al helenismo, la fe en el Dios de Israel se perdía día tras día.
Es entonces cuando un maestro de la Ley acepta el desafío. Predicador, polemista (este es el sentido de la palabra “eclesiastés”, en hebreo qohelet: el que convoca, que interpela, pone en tela de juicio las certezas de la filosofía griega. Esta pretendía desvelar las incógnitas de la existencia.
Dice el Eclesiastés que el hombre no es el dueño de su destino: todo es don de Dios. En lugar de caer en el activismo y de pensar sólo en el dinero, los jóvenes deberían aprender a vivir y a disfrutar de las alegrías que Dios nos regala a lo largo de nuestra existencia. Todo es incierto y nuestra razón se ve superada a cada instante. Aquel que rehúsa mirar de frente a una muerte cierta, sólo posee una sabiduría aparente.
El Eclesiastés tal vez resumió lo esencial de su pensamiento en esta sentencia: «Toda obra de Dios llega a su tiempo, pero ha puesto la eternidad en el corazón de los hombres; y éstos no encuentran el sentido de la obra divina desde el principio al fin» (Qo 3,11; 8,16). Tendrán, pues, que cargar con su destino, tomándolo a la vez como una misión y un enigma, dando gracias por lo que cada cual ha recibido.
Al Eclesiastés le gusta la repetición de las mismas palabras, pero procurando que cada vez expresen nuevos significados. Así, el enigmático “Esto no tiene sentido, esto no tiene sentido...nada a qué aferrarse” que aparece al inicio del libro (1,2), revela todo su significado al final, cuando el autor ha mostrado las limitaciones del conocimiento humano y la necesidad de aprender a vivir la alegría cotidiana (12,8).
Los discípulos de este desconocido publicaron su obra atribuyéndosela a Salomón, el rey que se ganó la reputación de sabio. Resumieron las enseñanzas de su maestro en este breve escrito que tal vez sirvió para la enseñanza en la escuela del Templo. Parece haber sido redactado hacia los años 240-220 a.C.
Hoy el Eclesiastés es nombrado preferentemente Qohelet, según el nombre hebreo, para distinguirlo del libro de Ben Sirac, llamado tradicionalmente Eclesiástico. Por esta razón lo citaremos con la abreviatura Qo.