1 Lanza tu pan a la superficie del agua; después de un tiempo volverá a ti.
2 Compártelo con los asociados, ocho más bien que siete, pues no sabes qué desgracia puede azotar al país.
3 Cuando las nubes están llenas, descargan la lluvia sobre la tierra. Así como el árbol cae, ya sea al norte o al sur, así queda tumbado.
4 Observar al viento, no es sembrar; considerar las nubes, no es cosechar.
5 Tú no sabes por dónde llegó el espíritu al niño en el vientre de la mujer embarazada: otro tanto ignoras la obra de Dios tomada en su conjunto.
6 Siembra de mañana tu grano y que en la tarde tu mano todavía esté activa: no sabes cuál de las dos cosas será más útil, si una u otra.
Sabe dar gracias y también aceptar
7 Suave es la luz y es bueno ver el sol.
8 Aun cargado de años, que el hombre sepa tomarles el gusto a todos ellos; pero que tome en cuenta los días del anochecer, pues por muchos que sean, nada es seguro para el porvenir.
9 Muchacho, conoce la felicidad, mientras seas joven, y toma temprano las buenas decisiones. Elige tu camino como mejor te parezca, sin olvidar que Dios te pedirá cuenta de todo.
10 No dejes que la amargura se instale en ti, ni la enfermedad en tu cuerpo: ¡juventud y cabellos negros son traicioneros!
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Comentarios Qohelet, capítulo 11
11,7
¡La luz es dulce! Aquí comienza un maravilloso elogio a la vida. El Eclesiastés no sabe cómo justificar la acción de Dios, pero la descubre en el orden del universo. Debemos respetar este orden, por supuesto, pero el autor nos dice que la misma belleza de la naturaleza invita al hombre a crear y a ir hasta el fin de sus deseos. Uno tiene derecho a asombrarse cuando ve que muchos predicadores se han apoyado en el Eclesiastés para decir: ¡Piensen en la muerte y huyan de la felicidad de este mundo! Aquí, en cambio, es la acción de gracias y la invitación a la libertad.