El Cantar siempre sorprenderá a los que sólo han visto la Biblia como un libro de religión. El poema nos lleva mucho más allá: lo mejor de esta vida no es la religión sino el encuentro de Él y de ella. A Él ni siquiera se le atribuye un nombre: el autor deja que la búsqueda se desenvuelva en un sueño, para revelar mejor así su misterio. De ahí el título que el libro se da a sí mismo: «El Canto sublime.»
El Cantar es la intuición y la búsqueda del Único más allá de todas las apariencias; él, por su parte, está totalmente fascinado por la amada que, a sus ojos, es única e irreemplazable. Esta conversión de Yavé, el Dios guerrero, en «el Amado», no es totalmente nueva en la Biblia. Grandes profetas se habían apoyado en su experiencia conyugal para hablar de la alianza de Dios con su pueblo (Os 1-2; Ez 24). Más aún, usaban las palabras del amor humano para expresar su experiencia de una relación privilegiada con Dios, que algún día se concedería a todo Israel (Is 54; 61-62; Jer 2-3).
El lenguaje del Cantar no es más extraño que el de Oseas 2,4-22, pero aquí no es el mismo interlocutor quien tiene la palabra. Oseas desempeñaba el papel de Dios, indignado por las prostituciones de Israel; en el Cantar, es Israel, convertido en la Amada, quien vive y desarrolla todo el sueño. El diálogo no es más que apariencia: solamente ella se expresa para decirnos lo que siente, lo que desea, analizando sus contradicciones. En esto se nota que los tiempos han cambiado: en la época en que se escribe el Cantar, existe una minoría que ama, espera y aspira a lo imposible, y el poeta del Cantar se hace su intérprete. La Amada de Dios es Israel con su tierra, y el autor-poeta espera la venida del Único como rey-Mesías de la comunidad elegida.
El sentido o la ausencia de sentido
Muchos biblistas, al ver los puntos de contacto entre el Cantar y los versos de amor de Oriente Medio, piensan que es del mismo tenor y que solamente en una época posterior se quiso ver en él la imagen del amor de Dios por su pueblo.
Bien es cierto que el vocabulario del Cantar y las imágenes que utiliza poseen una his toria antiquísima. Pero, si se descompone el Cantar en pequeños fragmentos, y luego se compara cada uno de ellos con tal o cual fragmento de poesía egipcia, que rara vez pasaba del erotismo, los fragmentos no encajan entre sí y el poema queda vacío de sentido.
Tampoco se puede sostener que el Cantar fue al comienzo un "canto del novio y de la novia" (Jer 7,34; 16,9). Pues no tiene nada de literatura popular, y muchas estrofas serían extrañas si se tratara de novios corrientes; en cambio se explican como alusiones al pasado de Israel, al Templo y a su tierra. Tampoco se podría ver más que trivialidad e incoherencias en lugares en que precisamente sospechamos que el autor nos esperaba.
Esas teorías nunca convencerán al que ha compartido la experiencia del autor. Entonces los símbolos pierden su agresividad sensual; expresiones esparcidas a lo largo del poema se ordenan una tras otra en el marco de una interpretación que desvela el anhelo, las inquietudes y la espera de la comunidad para la cual fue escrito. Se le puede relacionar sin dificultad con la situación social y política de cierta época, y el poema entero afirma que la esperanza no se verá burlada: ¡El Amado vendrá para las nupcias!
Muchos se han preguntado cómo esta glorificación del amor libre pudo ser colocada tan rápidamente entre los libros sagrados. La respuesta es simple: porque los contemporáneos comprendían inmediatamente el propósito del autor y los que estaban familiarizados con la Biblia se reconocían en él. Este amor libre, más fuerte que la muerte, era lo que se esperaba de Dios, más allá de las obligaciones de la Ley. Y les resultaba fácil interpretar varios detalles del poema que, a los ojos del observador extraño, no serían más que banalidad o incoherencia, pero que entregaban las claves del poema: ver en particular 1,9; 2,17; 6,12; 7,6.
El Cantar se presenta como obra de Salomón. Esto no es más que un préstamo de nombre. El autor era un letrado con una fuerte experiencia espiritual; escribió con toda probabilidad en el siglo III, bajo la dominación egipcia: ver 1,9.
El Cantar en tierra cristiana
En la cristiandad fueron los monjes los que se adueñaron del Cantar. Pasaban sin problemas por encima de las expresiones del amor sensual e iban directamente a lo que había sido, en la partida, una experiencia espiritual.
De hecho iban a entregar al pueblo cristiano el bien del cual se habían adueñado. En la Europa del siglo XII aparecieron las primeras señales de un reconocimiento del amor, tan ignorado durante los siglos bárbaros. Es entonces cuando el Cantar, leído y comentado por algunos grandes espirituales ejerció una influencia determinante para la toma de conciencia del misterio del amor.