Dos siglos antes de Cristo, Jesús, hijo de Sirac, escribió este libro que es una síntesis de las tradiciones y de las enseñanzas de los «sabios».
Era un hombre acomodado y de buena educación. Parece haber estado al frente de una casa importante y con servidumbre. Trató con mucha gente, se dedicó a trabajos y negocios que le resultaron bien y, al final, este sabio confiesa que los libros sagrados le enseñaron los secretos del éxito. Al escribir el presente libro, quiso compartir con otros lo que había leído en aquéllos y comprobado con su propia experiencia.
Escribe algunos años antes de la crisis religiosa de que se habla en los libros de los Macabeos. Muchos de sus contemporáneos se dejaban atraer por la cultura griega y su religión judía les parecía anticuada. El autor quiere mostrarles lo que significa la fe para el que vive en el mundo y se enfrenta con los mil problemas de la vida práctica. En ninguna otra nación hay una sabiduría superior a la del pueblo de Dios, porque ahí es donde la Sabiduría ha venido a habitar por orden divina. El presente libro muestra cómo la Ley de Dios lleva a una vida personal y social más humana, más inteligente y más responsable.
El libro del Sirácida o del Eclesiástico
Este libro es conocido con dos nombres. El primero recuerda a su autor, Jesús, hijo de Sirac; el segundo, la acogida que le ha dispensado el pueblo cristiano a lo largo de los siglos: se le consideraba como un compendio de sabiduría práctica, más elaborada y más «religiosa» que el libro de los Proverbios. El Eclesiástico significaba “el Libro de la Iglesia”.
Este libro fue escrito en hebreo y traducido después al griego por el nieto del autor (véase el prólogo del libro). En el tiempo de Jesús existía en ambas lenguas, pero lo usaban sobre todo las sinagogas griegas, por lo que algunos años más tarde no fue reconocido como «Escritura» por los judíos. La Iglesia lo utilizaba, pero sólo en griego; únicamente al final del siglo XIX se encontró una gran parte del hebreo, el cual difiere muy poco de su traducción griega. Ésta ha añadido algunas veces versículos, y su diferente numeración ha provocado confusión. Los ejemplares del texto hebreo no son necesariamente más antiguos ni más fieles al original que el texto griego. En este aspecto hemos actuado sin prejuicios ni reglas absolutas.
Hay dos grandes partes en este libro que pertenece a los «Deuterocanónicos»:
– los capítulos 1-42 comprenden siete series de sentencias. Cada una empieza por un elogio de la sabiduría. Es especialmente notable el poema sobre la sabiduría del capítulo 24.
– los capítulos 43-51 empiezan por alabar a Dios, cuya sabiduría resplandece en el orden del universo, y siguen con la descripción de la sabia actuación de Dios a través de los grandes personajes del Antiguo Testamento.
Prólogo del traductor griego • La Ley, los Profetas y los demás Escritos que los han seguido nos han dado tantas excelentes enseñanzas que, al parecer, se debe felicitar a Israel por su doctrina y su sabiduría. Pero no bastaría con guardar esas verdades para nuestra instrucción personal, pues los que aman la sabiduría tratan de ayudar, por medio de sus palabras y de sus escritos, a los que están menos familiarizados con ella, es decir, con sus enseñanzas. Así fue como mi abuelo Jesús se aplicó durante toda su vida al estudio de la Ley, de los Profetas y de los demás Libros de nuestros antepasados. Después de haber adquirido un gran dominio de ellos, se decidió también a escribir algo sobre estos temas de doctrina y de sabiduría, para que los amantes del saber pudiesen a su vez dedicarse a éste y llevar una vida mucho más conforme a la Ley. Están pues invitados a leerlos con benevolencia y atención; sean indulgentes con aquellos lugares donde, a pesar de todos nuestros esfuerzos para traducir bien, pareciera que no logramos acertar en tal o cual expresión. En realidad, las cosas que se dicen en hebreo pierden a menudo su fuerza cuando se las traduce a otro idioma. Por lo demás, esto no sólo es problema de este libro, pues aun las traducciones de la Ley, de los Profetas y de los otros Escritos difieren a veces considerablemente del texto primitivo. El año treinta y ocho del rey Evergetes, habiéndome trasladado a vivir a Egipto, descubrí un ejemplar de esta instrucción de tan elevada sabiduría. Inmediatamente me sentí obligado a traducir el presente libro lo más cuidadosamente posible, aun al precio de grandes esfuerzos. Desde entonces, y por mucho tiempo, consagré a este trabajo muchos estudios y noches sin dormir; quería traducir todo este libro y publicarlo para uso de los que, viviendo fuera de Palestina, aspiran a ser amantes de la sabiduría y a vivir más conforme a la Ley.