La Biblia Latinoamericana
作者:神与人
Evangelio según Juan (Jn)
Introducción Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3
Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7
Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11
Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15
Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19
Capítulo 20 Capítulo 21    
Evangelio según Juan (Jn) Introducción
Introducción
Los tres primeros Evangelios reproducen documentos redactados en Palestina a la vista de los mismos Apóstoles. El Evangelio de Juan va dirigido a la siguiente generación y su autor es un “profeta” de la Iglesia; es uno de los que interpretaban las palabras de Jesús para las nuevas comunidades.
Si bien el autor ha sido, según toda probabilidad, testigo directo de la mayoría de los hechos que nos transmite, prefirió ceñirse a algunos episodios que podría desarrollar conforme a su carisma profético, para bien de la Iglesia.
De ahí proviene esa alternancia entre hechos y discursos. Los hechos son narrados en un estilo breve y preciso, mientras que los “discursos de Jesús” resultan a veces repetitivos y es fácil deducir que aun cuando fueran construidos en base a palabras auténticas de Jesús, son obra de “Juan el profeta”, como se le ha llamado.
Los discursos atribuidos a Jesús la tarde de la Última Cena ocupan un lugar destacado. Con ellos estamos tan lejos de la proclamación de Jesús a las muchedumbres como de las advertencias dirigidas al pueblo judío para persuadirlo a que se convirtiera. En estas páginas parece que la Iglesia entera y todo el porvenir del cristianismo se identifican con esos discípulos que él eligió y a los que prepara para la efusión del Espíritu.
Las grandes líneas del Evangelio de Juan
Juan nos dice en el último capítulo cuál fue su objetivo: “Esto fue escrito para que ustedes crean que Jesús es el Hijo de Dios” (Jn 20,31).
¿Hijo de Dios? Si bien los apóstoles lo proclamaron como tal, ¿cómo entendían estas palabras? ¿En qué sentido era de naturaleza divina? Juan afirma la existencia del Hijo en Dios desde el Principio, y esta luz sobre el origen de Jesús ilumina toda su obra. Hijo eterno de Dios hecho hombre, no vino sólo para enseñar, sino para transformar la creación.
El Evangelio de Juan es polémico. Había llegado el momento de clarificar la fe cristiana ante el judaísmo, y Juan se dirige a cristianos o a catecúmenos que tienen que elegir entre pertenecer a la sinagoga de su ciudad o entrar en la Iglesia que se ha constituido frente a ella.
El Evangelio de Juan lo acompañó a lo largo de toda su vida; lo retocó más de una vez y lo dejó con un cierto desorden aparente, donde sin embargo no faltan estructuras y puntos de referencia (por ejemplo las palabras repetidas siete veces). El último párrafo del libro da a entender que fue publicado después de la muerte de su autor, que según afirma san Ireneo, vivió hasta el reinado de Trajano (98-117).
Con cierta probabilidad la estructura de este evangelio se ordena en torno a la oposición de las fiestas judías que jalonan la vida de la sinagoga, entre las cuales se encuentra la Pascua, y la “hora” de Jesús que abre los tiempos nuevos. Esa es la hora de la pasión y de la resurrección de Jesús, y será mencionada al comienzo de nuestras tres secciones, en 2,4; 7,6; 13,1.
Es de notar la importancia que el autor atribuye a los ritos y símbolos litúrgicos: el agua de Siloé, el cordero de la Pascua, las purificaciones... Demostrará que tales ritos judíos son sólo la figura y el anuncio de otros ritos decisivos en la iniciación cristiana: el bautismo, la Eucaristía y el lavado de los pies. Las leyes del pueblo judío y las liturgias del Templo pertenecen al pasado, pero todo ha sido transfigurado en la vida y la nueva liturgia de los cristianos.
El discípulo que Jesús amaba
Desde siempre se ha pensado que la mención, repetida catorce veces (2x7) en la última parte del Evangelio, de la expresión “el discípulo que Jesús amaba”, indicaba a su autor. El último versículo (21,24) lo dice expresamente. Sería difícil negar que ese discípulo, del que no se dice su nombre, haya sido junto con Andrés uno de los dos primeros discípulos mencionados en Jn 1,35. Y también parece haber sido uno de los “dos discípulos” que tampoco se nombran en 21,2.
Entra en escena en el momento de la Última Cena, colocado en el lugar de honor que correspondía por derecho al huésped; ¿no sería el dueño de casa que acogió a Jesús y a los suyos (Lc 22,12)? Y desde ese momento acompaña a Pedro. Puede permitirse estar al pie de la cruz mientras el grupo galileo sólo piensa en escapar de las represalias. Jesús le confía a María, y momentos después lo comprende todo.
Hablamos del “Evangelio de Juan” como lo ha hecho toda la tradición desde los primeros años, y para la gran mayoría el autor sería Juan, hermano de Santiago, uno de los Doce de Jesús, aunque esta atribución suscita serios problemas.
En primer lugar, el Evangelio dice muy pocas cosas sobre la actividad de Jesús en Galilea, en la que tomaron parte los hijos de Zebedeo, y que ocupa la mayor parte de los sinópticos; casi todo transcurre en Jerusalén, donde el autor observa la crecida de los conflictos entre Jesús y las autoridades judías. Da la impresión de estar ahí en casa, y sabe lo que está pasando entre los bastidores del poder, es decir, entre los sacerdotes.
Hay otros interrogantes que arrojan una sombra de duda sobre la atribución del Evangelio a este Juan. El apóstol, un pescador galileo, ¿podía ser el autor de los discursos teológicos y místicos que caracterizan a este Evangelio? Además, quien diera su forma definitiva al Evangelio entre los años 70-90, quizás cerca de Efeso, lugar a donde se retiró según una tradición muy antigua, no era sólo un teólogo sino que también parece haber sido sacerdote (18,15). Y Juan el apóstol, ¿pertenecía a una familia de sacerdotes? Es dudoso.
El autor del evangelio
Sería fácil atribuir el Evangelio a otro Juan, un joven sacerdote de Jerusalén distinto del hijo de Zebedeo, si no estuvieran los textos del comienzo de los Hechos (3,1; 4,13; 8,14) en que se nota una relación muy especial entre Pedro y Juan, como la había habido algunas semanas antes entre Pedro y el discípulo amado según el cuarto Evangelio. Además, el apóstol Juan es enviado por Jesús junto con Pedro a preparar la Última Cena (Lc 22,8).
A pesar de que no faltan indicios que permitirían atribuir este Evangelio al hijo de Zebedeo, son muy numerosos los que se inclinan en favor de otro Juan, sacerdote de Jerusalén. La hipótesis de un “discípulo amado” distinto de Juan, hermano de Santiago, nos llevará a varios descubrimientos, en especial sobre las relaciones entre Juan y María, la Madre del Señor.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 1
La Palabra de Dios se hizo hombre
1 En el principio era el Verbo (la Palabra), y el Verbo estaba ante Dios,
1 y el Verbo era Dios.
2 Él estaba ante Dios en el principio.
3 Por él se hizo todo,
3 y nada llegó a ser sin él.
3 Lo que fue hecho
4 tenía vida en él,
4 y para los hombres la vida era luz.
5 La luz brilla en las tinieblas,
5 y las tinieblas no la impidieron.
6 Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan.
7 Vino para dar testimonio, como testigo de la luz,
7 para que todos creyeran por él.
8 Aunque no fuera él la luz, le tocaba dar testimonio de la luz.
9 El era la luz verdadera,
9 la luz que ilumina a todo hombre,
9 y llegaba al mundo.
10 Ya estaba en el mundo,
10 este mundo que se hizo por él,
10 este mundo que no lo recibió.
11 Vino a su propia casa,
11 y los suyos no lo recibieron;
12 pero a todos los que lo recibieron
12 les dio capacidad para ser hijos de Dios.
12 Al creer en su Nombre
13 han nacido,
13 no de sangre alguna, ni por ley de la carne,
13 ni por voluntad de hombre,
13 sino que han nacido de Dios.
14 Y el Verbo se hizo carne,
14 puso su tienda entre nosotros,
14 y hemos visto su Gloria:
14 la Gloria que recibe del Padre el Hijo único;
14 en él todo era don amoroso y verdad.
15 Juan dio testimonio de él;
15 dijo muy fuerte: «De él yo hablaba al decir:
15 El que ha venido detrás de mí ya está delante de mí,
15 porque era antes que yo.»
16 De su plenitud hemos recibido todos,
16 y cada don amoroso preparaba otro.
17 Por medio de Moisés hemos recibido la Ley,
17 pero la verdad y el don amoroso
17 nos llegó por medio de Jesucristo.
18 Nadie ha visto a Dios jamás,
18 pero Dios-Hijo único,
18 él que está en el seno del Padre
18 nos lo dio a conocer.
PRIMERA PARTE: JESÚS SE DA A CONOCER POR SUS SEÑALES
Juan Bautista presenta a Jesús, el «Cordero de Dios»
19 Este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén para preguntarle: «¿Quién eres tú?»
20 Juan lo declaró y no ocultó la verdad; y declaró: «Yo no soy el Mesías.»
21 Le preguntaron: «¿Quién eres, entonces? ¿Elías?» Contestó: «No lo soy.» Le dijeron: «¿Eres el Profeta?» Contestó: «No.»
22 Entonces le dijeron: «¿Quién eres, entonces? Pues tenemos que llevar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo?»
23 Juan contestó: «Yo soy, como dijo el profeta Isaías, la voz que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor.»
24 Los enviados eran del grupo de los fariseos,
25 y le hicieron otra pregunta: «¿Por qué bautizas entonces, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
26 Les contestó Juan: «Yo bautizo con agua, pero en me dio de ustedes hay uno a quien us te des no conocen,
27 y aunque vie ne detrás de mí, yo no soy digno de soltarle la correa de su sandalia.»
28 Esto sucedió en Betabará, al otro lado del río Jordán, donde Juan bautizaba.
29 Al día siguiente Juan vio a Je sús que venía a su encuentro, y exclamó: «Ahí viene el Cordero de Dios, el que carga con el pecado del mundo.
30 De él yo hablaba al decir: “Detrás de mí viene un hombre que ya está delante de mí, porque era antes que yo”.
31 Yo no lo conocía, pero mi bautismo con agua y mi venida misma eran para él, para que se diera a conocer a Israel.»
32 Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu bajar del cielo como una paloma y quedarse sobre él.
33 Yo no lo conocía, pero Aquel que me envió a bautizar con agua, me dijo también: “Verás al Espíritu bajar sobre aquel que ha de bautizar con el Espíritu Santo, y se quedará en él”.
34 Sí, yo lo he visto, y declaro que éste es el Elegido de Dios.»
Jesús llama a sus primeros discípulos
35 Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo en el mismo lugar con dos de sus discípulos.
36 Mientras Jesús pasaba, se fijó en él y dijo: «Ese es el Cordero de Dios.»
37 Los dos discípulos le oyeron decir esto y siguieron a Jesús.
38 Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: «¿Qué buscan?» Le contestaron: «Rabbí (que significa Maestro), ¿dónde te quedas?»
39 Jesús les dijo: «Vengan y lo verán.» Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde.
40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que si guie ron a Jesús por la palabra de Juan.
41 Encontró primero a su hermano Simón y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías» (que significa el Cristo).
42 Y se lo presentó a Je sús. Jesús miró fijamente a Simón y le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan, pero te llamarás Kefas» (que quiere decir Piedra).
43 Al día siguiente Jesús resolvió partir hacia Galilea. Se encontró con Felipe y le dijo: «Sígueme.»
44 Felipe era de Betsaida, el pueblo de Andrés y de Pedro.
45 Felipe se encontró con Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la Ley y también los profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret.»
46 Natanael le replicó: «¿Puede salir algo bueno de Nazaret?» Felipe le contestó: «Ven y verás.»
47 Cuando Jesús vio venir a Natanael, dijo de él: «Ahí viene un verdadero israelita: éste no sabría engañar.»
48 Natanael le preguntó: «¿Cómo me conoces?» Jesús le respondió: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas bajo la higuera, yo te vi.»
49 Natanael exclamó: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»
50 Jesús le dijo: «Tú crees porque te dije que te vi bajo la higuera; sin embargo verás cosas mayores que éstas.
51 En verdad les digo que ustedes verán los cielos abiertos y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre.»

**
Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 1
1,1

Todo el Evangelio de Juan trata de demostrar que Jesús es tanto el Cristo (o el Mesías) prometido por la Escritura, como el Hijo de Dios que nacido del Padre ha vuelto al Padre.

Ambos términos no son equivalentes. En este prólogo o introducción Juan nos va a decir cómo la venida del Hijo de Dios se arraiga en lo más profundo, lo más personal y lo más sublime que hay en Dios.

El Evangelio no es una teoría, y Juan, después de recoger testimonios acerca de Jesús, muestra que son en realidad testimonios de Dios. Desde el momento en que se aborda el misterio de Dios, la razón ya no puede decir nada más y sólo se pueden aceptar los testimonios: eso es la fe.
1,1

El Verbo. En el misterio de Dios no hay lugar para ningún nombre, y sin embargo nos vemos obligados a usar palabras. Juan, igual que los otros Evangelistas, hablará del Hijo de Dios, pero ese nombre no lo dice todo, y entonces recurre al A.T. Un poema del libro de los Proverbios ponía en escena la Sabiduría de Dios: ella hizo en el mundo toda la obra de Dios y está siempre a su lado, y la creó antes que el universo (Pro 8,22). Esta interesante imagen había sido desarrollada posteriormente por el Libro de la Sabiduría (Sab 7-10).

Juan seguirá esa pista para completar la palabra “Hijo” de Dios, pero reemplaza la palabra Sabiduría por otra griega que significa tanto “palabra” como “discurso” y pensamiento. Esa palabra es logos (del cual se derivan todas las palabras terminadas en “logía”) y debe entenderse aquí como la “expresión” de Dios: Dios que se afirma a sí mismo y dice todo lo que lleva en sí.

Si en nuestro texto usáramos solamente el término “Palabra”, este vocablo nos podría confundir; y si decidiéramos traducir con “Expresión”, que es más exacto, nos sonaría a intelectual; así que hemos conservado la vieja palabra Verbo para traducir el “logos” de Dios, y esto tanto más que en 1,10 el Verbo se encarna en Jesús, que es masculino. Esta palabra aparece tres veces en este versículo, signo de su excepcional importancia; Juan la retomará en 1Jn 1,1 y Ap 19,13.
1,2

Ante Dios. Cuando comprendamos que Dios es amor (1Jn 4,16) comprenderemos también que el Hijo o Verbo de Dios es ante el Padre otra cara del amor. La preposición griega que aquí se utiliza significa tanto “junto a” como “ante” Dios.

El Verbo era Dios. A Juan le resultaba muy difícil decir que el Verbo era distinto de aquél que es el Origen y el Surgimiento de Dios y al que llamamos Padre, como que compartía la misma naturaleza divina, porque Dios es uno solo.

Juan supo decirlo con el texto griego. Cuando dice que el Verbo estaba ante Dios, pone delante de “Dios” la marca de nombres personales, y por lo tanto debemos entender ante el “Padre”; pero cuando escribe “era Dios” la marca personal no está, con lo que quiere decir que el Verbo es de naturaleza divina.
1,3

Dios es; el Verbo era; Jesús dice: “Yo Soy” (Jn 13,19). Notemos la importancia del verbo “ser”. Cuando Juan se refiere al universo y a los hombres emplea otro verbo que traducimos por existir. Para él únicamente la Eternidad Es, los humanos no, pues llegan a la existencia (Jn 8,58).

Sólo Dios Padre merece el nombre de creador, ya que es el Origen; pero creó por medio de su Verbo, quien contiene en sí el modelo de todas las cosas (Col 1,15).
1,5

A partir de esa primera mención de lo que existe, Juan habla de un mundo que resiste a la luz. Rechaza la concepción filosófica o cultural que habla de una Madre Naturaleza que sería buena, acogedora, y que se bastaría a sí misma. No. En el mundo hay un poder de las tinieblas (Col 1,13). Entramos en el misterio de un Dios que creó personas y espíritus libres; en ese mundo hubo rechazos de una extrema gravedad de los que son consecuencias nuestras guerras y nuestros malos instintos.
1,7

Vino como testigo. Las dos estrofas 6-8 y 15 son como paréntesis. En ellas dos veces el Evangelista se refiere a Juan Bautista.
1,9

Todos los hombres han sido amados por Dios y todos han recibido en su conciencia la luz que permite discernir (más o menos) entre el bien y el mal. Ese mundo no le conocía, pero Dios había decidido revelarse a un pueblo, el de la Biblia. Y fue allí donde el conflicto entre las tinieblas y la luz llegó a su climax: Vino y los suyos no lo acogieron. El Evangelio hablará más ampliamente de esto.
1,12

Jesús vino para hacernos hijos de Dios, afirmación que a veces es difícil de entender, ya que todos los hombres eran amados y dispo-nían de la luz (1,9). Sin embargo es maravilloso cuando alguien ha reconocido en la persona de Jesús al Hijo del Eterno. Se inicia entonces una nueva relación con Dios y aun cuando a veces nos parezca que los cristianos no son muy diferentes de los demás, para Dios sin embargo hay una diferencia enorme, sin la cual la creación perdería su sentido.
1,14

El Verbo se hizo carne; Juan no dice: “se hizo hombre”, tal vez porque temía que no se captara hasta qué punto el Hijo eterno tomó sobre sí nuestra condición humana y material; él realmente murió en la cruz.

Habitó entre nosotros. Juan utiliza un verbo que al principio significaba “instalar su tienda”. Sin duda alude a la tienda que era la morada de Dios en el desierto (Ex 33,7-11). El Hijo de Dios hecho hombre será un templo tan humilde y frágil como la tienda del desierto, pero en él se encuentra la plenitud de Dios. Los apóstoles en algunos momentos vieron su gloria (Jn 2,11 y Lc 9,32), especialmente en su pasión y resurrección.

En él todo era don de amor y verdad. La Biblia dice que el amor (o favor o gracia) y la fidelidad (o verdad) son dos cualidades esenciales de Dios (Ex 34,6-7), y se repiten como un refrán en el salmo 89. Juan por lo tanto quiere afirmar que Dios se dio plenamente en Jesús (Col 2,9).
1,17

Juan distingue las dos partes de la historia santa. Moisés había dado la Ley, que contenía muchas promesas. Por Jesús se nos dan las promesas: por su Hijo, Dios ha dado a conocer y ha entregado todo lo que había en él.
1,19

El testimonio de Juan Bautista era todavía muy importante en la época en que se escribía este Evangelio. Numerosos judíos ha-bían acogido su mensaje de conversión y habían difundido los rumores de que Jesús era sólo un discípulo. Por eso en el prólogo, en 1,6-8 y 1,15, el Evangelio ya situó a Juan en su lugar.

Aquí el Evangelio presenta el primer testimonio de Juan. Las autoridades de la capital se preguntan: “¿Quién es ése que se ha puesto a predicar por iniciativa propia?”
1,20

Circulaban diversas opiniones sobre el libertador que Dios había prometido por boca de los profetas. Mientras que entre los judíos, en Judea, se hablaba del Cristo (en hebreo el Mesías), que sería un descendiente de David, la gente de Samaria y del otro lado del Jordán, separados de Jerusalén desde hacía siglos, preferían hablar del Profeta sucesor de Moisés (Dt 18,18). También una corriente que se apoyaba en Ml 3,23 afirmaba que el gran profeta Elías regresaría del cielo para preparar la venida del Mesías.
1,29

Juan Bautista habla del cordero de Dios, un término cargado de sentido para el Evangelista (Jn 19,35). Será uno de los títulos de Jesús: 1,41; 1,49; 1,51.
1,33

Todos los textos que comparan a Jesús con Juan Bautista hablan de un bautismo en el Espíritu.

El Espíritu Santo, que es energía de Dios, está presente en todos los espíritus abiertos a la verdad (Sab 1,7; 12,1); pero el Evangelio y la experiencia de la Iglesia primitiva demuestran que los que se convirtieron y fueron bautizados “recibieron el Espíritu” (2Col 1,22; 5,5).

Los dones espirituales (carismas) que recibieron en el momento del bautismo (He 10,44; 19,10), no eran ciertamente la plenitud del Espíritu Santo y podían acabarse, pero era una señal de que en adelante el Espíritu de Dios actuaría en ellos de una manera particular.

Si alguien ha recibido en algún momento de su vida dones del Espíritu, es para invitarle a que dé mayor espacio a Jesús en su vida; algún día el Espíritu reiniciará su trabajo.
1,35

Este Evangelio es obra de Juan el Evangelista, uno de estos dos discípulos, que no se debe confundir con Juan Bautista.

Imaginémonos a Juan Bautista instalado en una choza no lejos del río. La mayoría de los galileos que iban en peregrinación a Jerusalén elegían la ruta del Jordán y les era fácil hacer un alto; el alojamiento no era tan difícil para ellos ya que en ese lugar hace más calor que frío.
1,38

¿Qué buscan? Queremos saber quién es Jesús, y él a su vez nos interroga sobre lo que llevamos dentro: ¿qué esperamos de él?
1,43

Al día siguiente. Se pueden contar los días. Este primer capítulo del Evangelio está construido en base al esquema de una semana, como el primer capítulo del Génesis, para recordar que Jesús inicia entre nosotros una nueva creación. Durante la semana se ve cómo Juan Bautista primero y luego Juan, Andrés, Simón... descubren a Jesús. El último día será el de las bodas de Caná y ese día Jesús, a su vez, les descubrirá su gloria.
1,47

Jesús reconoció a Natanael cuando estaba bajo la higuera. Tal expresión se refería al maestro de la Ley que enseñaba a su gente, y que en aquel entonces lo hacía a menudo bajo un árbol frondoso, como una higuera.
1,51

Verán los cielos abiertos. Véase Gén 28,12. Jesús es el que une a Dios y la humanidad. A partir de él Dios nos comunica sus riquezas.

En la lista de los Doce es Bartolomé (o Hijo de Tolomé) quien está asociado con Felipe (Mt 10,3; Lc 6,14). Tal vez sea el mismo.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 2
El primer milagro, en la boda de Caná
1 Tres días más tarde se celebraba una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.
2 También fue invitado Jesús a la boda con sus discípulos.
3 Sucedió que se terminó el vino pre parado para la boda, y se quedaron sin vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino.»
4 Jesús le respondió: «Qué quieres de mí, Mujer? Aún no ha llegado mi hora.»
5 Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan lo que él les diga.»
6 Había allí seis recipientes de piedra, de los que usan los judíos para sus purificaciones, de unos cien litros de capacidad cada uno.
7 Jesús dijo: «Llenen de agua esos recipientes.» Y los llenaron hasta el borde.
8 «Saquen ahora, les dijo, y llévenle al mayordomo.» Y ellos se lo llevaron.
9 Después de probar el agua convertida en vino, el mayordomo llamó al novio, pues no sabía de dónde provenía, a pesar de que lo sa bían los sirvientes que habían sacado el agua.
10 Y le dijo: «Todo el mundo sirve al principio el vino mejor, y cuando ya todos han bebido bastante, les dan el de menos calidad; pero tú has dejado el mejor vino para el final.»
11 Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
12 Jesús bajó después a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí solamente algunos días.
Jesús expulsa del Templo a los vendedores
13 Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
14 Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados detrás de sus mesas.
15 Hizo un látigo con cuerdas y los echó a todos fuera del Templo junto con las ovejas y bueyes; derribó las mesas de los cambistas y desparramó el di nero por el suelo.
16 A los que vendían palomas les dijo: «Saquen eso de aquí y no conviertan la Casa de mi Padre en un mercado.»
17 Sus discípulos se acordaron de lo que dice la Escritura: «Me devora el celo por tu Casa.»
18 Los judíos intervinieron: «¿Qué señal milagrosa nos muestras para justificar lo que haces?»
19 Jesús respondió: «Destruyan este templo y yo lo reedificaré en tres días.»
20 Ellos contestaron: «Han demorado ya cuarenta y seis años en la construcción de este templo, y ¿tú piensas reconstruirlo en tres días?»
21 En realidad, Jesús hablaba de ese Templo que es su cuerpo.
22 Solamente cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que lo había dicho y creyeron tanto en la Escritura como en lo que Jesús dijo.
23 Jesús se quedó en Jerusalén durante la fiesta de la Pascua, y muchos creyeron en él al ver las señales milagrosas que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos, pues los conocía a todos
24 y no necesitaba pruebas sobre nadie,
25 porque él conocía lo que había en la persona.

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Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 2
2,1

Véase la nota de 1,43. Jesús manifiesta su gloria a los discípulos.

No hay motivo para quitar a este relato su significado más inmediato: ¡Jesús participando en la fiesta de la aldea, entre cantos y bailes! Parece que viniera a santificar con su presencia tanto nuestras fiestas y convivencias como la unión conyugal.

Sin embargo hay que recordar que uno de los procedimientos de composición de la literatura bíblica más frecuentes consiste en comenzar un relato por una palabra o un detalle que se hallará casi idéntico al final; luego se pone otro que se encontrará como penúltimo, y así se continuará hasta una palabra o frase clave.

Juan comienza con unas bodas, y la obra de Jesús terminará con las nupcias, alianza eterna entre la humanidad y Dios. A la mujer se la presenta como en 19,26. Y la hora de Jesús es la de su sacrificio, mencionada repetidamente en el Evangelio (12,23; 13,1; 17,1).

Hay que leer con atención este relato, donde las respuestas parece que tocan la pregunta de soslayo. Esta primera intervención de Jesús es el signo de las bodas de Dios con la humanidad, que se celebrarán en la sangre de Jesús: véanse las “bodas del Cordero” en Ap 19,7.

¿Qué quieres de mí? El texto original dice exactamente: ”¿Qué hay entre tú y yo?”. Esta expresión la encontraremos también en Gén 23,15; 2Sa 16,10. El sentido más exacto sería: ¿Por qué te pones en mi camino? Jesús no pensaba empezar de esta forma ni en este momento, pero su espíritu reconoció al Espíritu que hablaba por boca de su madre, y concedió esta primera señal milagrosa.

Juan relata solamente siete milagros de Jesús, y los llama unas veces obras y otras señales. Son obras del Hijo de Dios, a través de las cuales manifiesta su poder. Son señales, es decir, cosas visibles hechas a nuestra medida, con las que nos da a entender su verdadera obra, que consiste en dar la vida y renovar al mundo.
2,10

Juan agrega que Jesús se sirvió del agua que los judíos usaban para las purificaciones. En aquella época la religión multiplicaba los ritos de purificación para recordar que todos somos pecadores. Al cambiar Jesús el agua en vino, advierte que la religión verdadera no se confunde con el temor al pecado; el vino mejor es el Espíritu que Jesús trae para transfigurar la vida diaria, sus rutinas y sus quehaceres.

Así Jesús manifestó su gloria a los que empezaban a descubrirlo. María, que había llevado la gracia a Juan Bautista (Lc 1,39), de nuevo intervenía para apresurar los comienzos del Evangelio. Hagan todo lo que él les diga son sus últimas palabras, ya que en el Evangelio no volverá a escucharse su voz.
2,13

Los demás evangelistas sitúan este incidente no en el comienzo sino en los últimos días antes de la Pasión. De hecho el gesto de Jesús sólo se entiende bien situándolo poco antes de la Pasión, y el recuerdo de este conflicto con los sacerdotes estaba todavía muy fresco en el juicio a Jesús (Mt 26,60).

Jesús se dirige al Templo de Jerusalén, que era como el corazón de la nación judía. El pueblo necesitaba a los sacerdotes para ofrecer sus sacrificios, y el Templo era el lugar al que afluían las ofrendas y los dones de la comunidad. Los profetas habían denunciado los abusos y Zacarías había anunciado esta purificación que Jesús realiza a su manera (Za 14,21).

El culto del templo exigía ese negocio de animales para sacrificar, tanto más que la Ley pedía que se gastara una parte de los diezmos en Jerusalén (Dt 12,18). Los vendedores tenían por tanto su lugar (véase en Mt 21,12), pero no respetaban los límites establecidos.
2,17

Me devora el celo por tu casa…: véase el Sal 69. El odio de los jefes de los sacerdotes llevará a Jesús a la muerte.
2,19

Destruyan este santuario. Los demás Evangelistas se atienen a la palabra de Jesús condenando los abusos de los vendedores, fieles en esto a la profecía de Zacarías 14,21. Juan va por otro camino.

Ciertamente había abusos, como los habrá siempre en ese terreno, pero la respuesta de Je sús enseña que no basta con desplazar a los vendedores, sino que es el templo mismo el que debe ser reemplazado, y con él toda religión que se queda en manifestaciones exteriores. ¡Destruyan!, dice, apresúrense a destruir este templo, para que yo pueda construir en tres días el verdadero Templo de la adoración en espíritu y en verdad (Jn 4,23). El nuevo Templo es Jesús, porque Dios se ha hecho presente en él.
2,22

Si bien en los comienzos de la Iglesia la Escritura era el Antiguo Testamento, las palabras de Jesús, consignadas en los Evangelios, no tenían menos valor (2Tim 3,14-15).
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 3
Jesús y Nicodemo: hay que nacer de nuevo
1 Entre los fariseos había un personaje judío llamado Nicodemo. Este fue de noche a ver a Jesús y le dijo:
2 «Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, porque nadie puede hacer señales milagrosas como las que tú haces, a no ser que Dios esté con él.»
3 Jesús le contestó: «En verdad te digo que nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo desde arriba.»
4 Nicodemo le dijo: «¿Cómo renacerá el hombre ya viejo? ¿Quién volverá al seno de su madre para nacer una segunda vez?»
5 Jesús le contestó: «En verdad te digo: El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
6 Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu.
7 No te extrañes de que te haya dicho: “Necesitan nacer de nuevo desde arriba”.
8 El viento sopla donde quiere, y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo le sucede al que ha nacido del Espíritu.»
9 Nicodemo volvió a preguntarle: «¿Cómo puede ser eso?»
10 Respondió Jesús: «Tú eres maestro en Is rael, y ¿no sabes estas cosas?
11 En verdad te digo que nosotros hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
12 Si ustedes no creen cuando les hablo de cosas de la tierra, ¿cómo van a creer si les hablo de cosas del Cielo?
13 Sin embargo, nadie ha subido al Cielo sino sólo el que ha bajado del Cielo, el Hijo del Hombre.
14 Recuerden la serpiente que Moisés hizo levantar en el desierto: así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre,
15 y entonces todo el que crea en él tendrá por él vida eterna.
16 ¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Unico, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.
17 Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él.
18 Para quien cree en él no hay juicio. En cambio, el que no cree ya se ha condenado, por el hecho de no creer en el Nombre del Hijo único de Dios.
19 Esto requiere un juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
20 Pues el que obra el mal odia la luz y no va a la luz, no sea que sus obras malas sean descubiertas y condenadas.
21 Pero el que hace la verdad va a la luz, para que se vea que sus obras han sido hechas en Dios.»
El último testimonio de Juan Bautista
22 Después de esto, Jesús se fue con sus discípulos al territorio de Judea. Allí estuvo con ellos y bau tizaba.
23 Juan también estaba bautizando en Ainón, cerca de Sa lín, porque allí había mucha agua; la gente venía y se hacía bautizar.
24 (Esto ocurría antes de que Juan hubiera sido encarcelado).
25 Un día los discípulos de Juan tuvieron una discusión con un judío sobre la purificación espiritual.
26 Fueron donde Juan y le dijeron: «Maestro, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, y en cuyo favor tú hablaste, está ahora bautizando y todos se van a él.»
27 Juan respondió: «Nadie puede atribuirse más de lo que el Cielo le quiere dar.
28 Ustedes mismos son testigos de que yo dije: Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido enviado delante de él.
29 Es el novio quien tiene a la novia; el amigo del novio está a su lado y hace lo que él le dice y se alegra con sólo oír la voz del novio. Por eso me alegro sin reservas.
30 Es necesario que él crezca y que yo disminuya.
31 El que viene de arriba está por encima de todos. El que viene de la tierra pertenece a la tierra y sus pa la bras son terrenales. El que viene del Cielo,
32 por más que dé testimonio de lo que allí ha visto y oído, nadie acepta su testimonio.
33 Pero aceptar su testimonio es como reconocer que Dios es veraz.
34 Aquel que Dios ha enviado hab la las palabras de Dios, y da el Es píritu sin medida,
35 porque el Pa dre ama al Hijo y ha puesto to das las cosas en sus manos.
36 El que cree en el Hijo vive de vida eter na; en cambio, el que no cree en el Hijo tendrá que enfrentar un juicio de Dios; nunca conocerá la vida.»

**
Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 3
3,1

Nicodemo: una familia poderosa, mencionada por el historiador Flavio Josefo. Juan debió conocerlo personalmente.

Nicodemo fue a Jesús como a un maestro en religión. Pero lo que le faltaba no eran tanto enseñanzas nuevas cuanto una renovación interior. Por más de que se vaya acumulando experiencia y sabiduría (y tal vez a causa de ellas), podemos ser personas envejecidas, al igual que Nicodemo.
3,3

Hay que nacer de nuevo y nacer de arriba; el término que se lee aquí en el Evangelio puede significar tanto lo uno como lo otro.
3,5

Nacer del Espíritu. El profeta Ezequiel había anunciado una resurrección del pueblo de Israel al paso del Espíritu (Ez 37), pero Jesús anuncia lo que será la experiencia característica de la conversión y del bautismo cristiano. Por eso añade aquí nacido del agua, que no estaba en 3,3.
3,8

El viento sopla donde quiere. En la Biblia la misma palabra significa “espíritu” y “viento”: es el soplo de Dios. Jesús se refiere tanto a la libertad del Espíritu que invade a la persona que quiere, como al Espíritu que enseña lo que escapa a la razón.

Pero hay algo muy nuevo: la vida cristiana no consistirá en la observancia de una ley, aunque la ley sea necesaria. Cuando el creyente haya sido introducido en la comunión con Dios, su vida entera será inspirada por el Espíritu y será atraída por la perfección divina.

El Espíritu está obrando en lo más íntimo e inspira una nueva manera de pensar, de sentir, de amar a las personas y la existencia. El creyente se siente a gusto con Dios y sin temor. Comprueba que su vida no la orienta tanto él mismo como otro que vive en él, y no se equivoca al hablar de otra vida, la del Espíritu.

No pensemos que con el solo hecho de recibir el agua del bautismo se empieza a vivir según el Espíritu, sino que normalmente quien se bautiza es porque ya tiene alguna idea de lo que es la vida por el Espíritu. Sin embargo incluso los adultos, que se han preparado de la mejor manera para el bautismo, deben tener paciencia; en la mayoría de los casos ese renacer del Espíritu es sólo el comienzo de los nueve meses durante los cuales hay que llevar consigo el nuevo “yo” en una espera perseverante. Al final la nueva vida en el Espíritu comenzará a mostrar su rostro.

Nicodemo era un hombre religioso, pero ¿por qué vino de noche? Posiblemente porque no quería arriesgar su reputación o no podía mezclarse con la gente común que rodeaba a Jesús.
3,11

¿Por qué aparece este nosotros? Muy probablemente porque es el comienzo de uno de esos discursos en que Juan expresa, a la usanza de sus lectores, lo que las palabras de Jesús iban a significar para la Iglesia. En estos discursos el Evangelista se siente solidario con los otros testigos de Jesús, y por esta razón pone en boca de Jesús “nosotros”.

Jesús, el maestro galileo, es el Verbo eterno, el único que ve al Padre (1,18). El Hijo del Hombre descendió del cielo (3,13), tal como se volverá a ver en el capítulo 6.

Jesús acaba de dar la revelación de un nuevo nacimiento. Este “renacer del Espíritu” exige que se haya reconocido el misterio del Hijo de Dios que vino a los hombres para sufrir, resucitar y luego ser fuente de salvación (3,11-17).
3,14

El Hijo ha bajado del cielo, pero tiene que ser levantado. Son palabras enigmáticas que nos invitan a mirar de frente lo que, en el plan de Dios, es más difícil de aceptar; en Juan la expresión ser levantado se refiere tanto a la cruz como a la resurrección.

Jesús recuerda la serpiente que Moisés hizo levantar en el desierto. Este episodio de la Biblia (Núm 21) era figura de la suerte que correría Jesús, pero los judíos ciertamente no habían descubierto aún el sentido de ese mensaje.

Los oyentes de Jesús esperaban una venida de Dios para condenar al mundo y castigar a los malos. Dios en cambio enviaba a su propio Hijo a la cruz para salvar al mundo.
3,16

El término mundo tiene varios significados; aquí se trata del mundo que encuentra el creyente en su vida cotidiana, un mundo que puede ser agresor o corruptor, lo que no impide que el creyente se sienta habitualmente “en su mundo”. El mundo es la cultura que recibió al “llegar al mundo”, son aquellos que lo rodean y que no comparten su fe.

Ese mundo está hecho de criaturas de Dios, pero son los hombres quienes han puesto orden en él, porque hay mil maneras de percibir lo que nos rodea, de preferir o ignorar las cosas y las personas, de valorizarlas, de desearlas y de utilizarlas. Ahora bien, es un hecho que los hombres, empujados por el espíritu del mal, han introducido siempre el mal en lo que hacen. Por eso el cristiano se mantiene en guardia; no puede amar al mundo entregándose a él, sino que ama al mundo tal como Dios lo ama, es decir, esforzándose por corregirlo y salvarlo.

Véanse también Jn 15,19 y 1Jn 2,15.
3,18

El Espíritu de Dios está siempre activo en el mundo, pero hasta la venida del Enviado de Dios todo era confusión. Cuando venga la luz, será el juicio; también se podría traducir juicio por discernimiento. El que en el mundo vivía ya según Dios, irá a Jesús. El solo hecho de aceptar esa luz, de cuestionarse y de cuestionar al mundo, de comenzar la obra de purificación que se continuará en una vida de Iglesia, es ya un discernimiento en acción. El que cree ha entrado en el mundo definitivo en el que se vive la experiencia de la reconciliación y de la unión con Dios; no tendrá por tanto que pasar por un juicio (3,36) en la luz de Dios al momento de la muerte. Los que no creen en el Hijo en cambio se quedan en un mundo de medias verdades; un día cualquiera su universo será puesto en tela de juicio.
3,21

El que hace la verdad, igual que se hace el bien o el mal. Actuar en la verdad. Lo que se pide no es hacer más y más obras (6,28) sino realizarnos a nosotros mismos en la luz, la coherencia y la belleza interior de la persona.
3,22

Numerosos discípulos de Juan Bautista no reconocieron a Jesús. Les impresionaba el ejemplo de su maestro, hombre rudo y muy franco en sus palabras, comedido en la comida y la bebida. Estaban demasiado apegados a su modelo como para acoger algo diverso y se quedaron esperando el castigo del mundo y de los malos. Aunque se haya recibido mucho de sus padres y modelos, algún día habrá que independizarse para seguir plenamente a Jesús.

El novio y la novia, véase Mt 22.
3,36

Véase en 3,18.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 4
Jesús y la samaritana
1 El Señor se enteró de que los fariseos tenían noticias de él; se decía que Jesús bautizaba y atraía más discípulos que Juan,
2 aunque de hecho no bautizaba Jesús, sino sus discípulos.
3 Jesús decidió, entonces, abandonar Judea y volvió a Galilea.
4 Para eso tenía que pasar por el país de Samaría,
5 y fue así como llegó a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca de la tierra que Jacob dio a su hijo José.
6 Allí se encuentra el pozo de Jacob.
6 Jesús, cansado por la caminata, se sentó al borde del pozo. Era cerca del mediodía.
7 Fue entonces cuando una mujer samaritana llegó para sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.»
8 Los discípulos se habían ido al pueblo para comprar algo de comer.
9 La samaritana le dijo: «¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Se sabe que los judíos no tratan con los samaritanos).
10 Jesús le dijo: «Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría.»
11 Ella le dijo: «Señor, no tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo. ¿Dónde vas a conseguir esa agua viva?
12 Nuestro antepasado Jacob nos dio este pozo, del cual bebió él, sus hijos y sus animales; ¿eres acaso más grande que él?»
13 Jesús le dijo: «El que beba de esta agua volverá a tener sed,
14 pero el que beba del agua que yo le daré nunca volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en un chorro que salta has ta la vida eterna.»
15 La mujer le dijo: «Señor, dame de esa agua, y así ya no sufriré la sed ni tendré que volver aquí a sacar agua.»
16 Jesús le dijo: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá.»
17 La mujer contestó: «No tengo marido.» Jesús le dijo: «Has dicho bien que no tienes marido,
18 pues has tenido cinco maridos, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
19 La mujer contestó: «Señor, veo que eres profeta.
20 Nuestros padres siempre vinieron a este cerro para adorar a Dios y ustedes, los judíos, ¿no dicen que Jerusalén es el lugar en que se debe adorar a Dios?»
21 Jesús le dijo: «Créeme, mujer: Llega la hora en que ustedes adorarán al Padre, pero ya no será “en este cerro” o “en Jerusalén”.
22 Us te des, los samaritanos, adoran lo que no conocen, mientras que no so tros, los judíos, adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
23 Pero llega la hora, y ya estamos en ella, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad.
24 Entonces serán verdaderos adoradores del Padre, tal como él mismo los quiere. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad.»
25 La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías (que es el Cristo), está por venir; cuando venga nos enseñará todo.»
26 Jesús le dijo: «Ese soy yo, el que habla contigo.»
27 En aquel momento llegaron los discípulos y se admiraron al verlo hablar con una mujer. Pero ninguno le preguntó qué quería ni de qué hablaba con ella.
28 La mujer dejó allí el cántaro y corrió al pueblo a decir a la gente:
29 «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cris to?»
30 Salieron, pues, del pueblo y fueron a verlo.
31 Mientras tanto los discípulos le insistían: «Maestro, come.»
32 Pero él les contestó: «El alimento que debo comer, ustedes no lo conocen.»
33 Y se preguntaban si alguien le habría traído de comer.
34 Jesús les dijo: «Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado y llevar a cabo su obra.
35 Ustedes dicen: “dentro de cuatro meses será tiempo de cosechar”. ¿No es verdad? Pues bien, yo les digo: Levanten la vista y miren los campos: ya están amarillentos para la siega.
36 El segador ya recibe su paga y junta el grano para la vida eterna, y con esto el sembrador también participa en la alegría del segador.
37 Aquí vale el dicho: Uno es el que siembra y otro el que cosecha.
38 Yo los he enviado a ustedes a cosechar donde otros han trabajado y sufrido. Otros se han fatigado y ustedes se han aprovechado de su trabajo.»
39 Muchos samaritanos de aquel pueblo creyeron en él por las palabras de la mujer, que declaraba: «El me ha dicho todo lo que he hecho.»
40 Cuando llegaron los samaritanos donde él, le pidieron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días.
41 Muchos más creyeron al oír su palabra,
42 y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has contado. Nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.»
43 Pasados los dos días, Jesús partió de allí para Galilea.
44 El había afirmado que un profeta no es reconocido en su propia tierra;
45 sin embargo los galileos lo recibieron muy bien al llegar, porque habían visto todo lo que Jesús había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues ellos también habían ido a la fiesta.
Jesús sana al hijo de un funcionario
46 Jesús volvió a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real en Cafarnaúm que tenía un hijo enfermo.
47 Al saber que Jesús había vuelto de Judea a Galilea, salió a su encuentro para pedirle que fuera a sanar a su hijo, que se estaba mu riendo.
48 Jesús le dio esta respuesta: «Si ustedes no ven señales y prodigios, no creen.»
49 El funcionario le dijo: «Señor, ten la bondad de venir antes de que muera mi hijo.»
50 Jesús le contestó: «Puedes volver, tu hijo está vivo.»
50 El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino.
51 Al llegar a la bajada de los cerros, se topó con sus sirvientes que venían a decirle que su hijo estaba sano.
52 Les preguntó a qué hora se había mejorado el niño, y le contestaron: «Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre.»
53 El padre comprobó que a esa misma hora Jesús le había dicho: «Tu hijo está vivo.» Y creyó él y toda su familia.
54 Esta es la segunda señal milagrosa que hizo Jesús. Acababa de volver de Judea a Galilea.

**
Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 4
4,1

Estamos ante un nuevo testimonio sobre Jesús. El hecho es muy sencillo. Jesús se encontró con una mujer samaritana y le pidió de beber. No sabremos nunca lo que se dijo, ni cómo pudo Jesús impresionar a la gente de esa aldea cuando se detuvo allí (Véase Lc 9,51). Juan construye ese diálogo tal como lo hizo para las bodas de Caná y para la pregunta de Nicodemo. Conservó algunas palabras, que te-nían un sentido para la mujer, pero que para Jesús iban mucho más lejos. Una vez más nos llegan las palabras de Jesús a través del carisma profético de Juan.

La mujer es samaritana y están muy cerca del monte Garizim. Hacía un siglo y medio que los judíos de Juan Hircano, hijo de Simón (2Ma 16,23) habían conquistado la Samaria, destruido el templo de Garizim (4,20) y arrasado la ciudad de Siquem: los samaritanos, pues, no podían estarles muy agradecidos.
4,10

Jesús pidió de beber y ella le ofrece agua de pozo, siendo que debía dar el agua viva (el sentido habitual es: el agua de río) que es el Espíritu de Dios.
4,17

La mujer había tenido cinco maridos, y para Jesús eso representaba la historia del pueblo samaritano, siempre dominado por algún imperio (como los cuatro reinos de la visión de Dn 2); el único esposo verdadero se les daba ahora en la persona del Mesías.
4,19

Jesús se encontró con la hostilidad de dos pueblos y la división religiosa. No renegó de las promesas de Dios a David, según las cuales la unidad del pueblo de Dios se realizaría en torno a sus descendientes en Jerusalén. Muy pronto Jesús haría una promesa muy semejante a Pedro. Anuncia la supresión de los límites que mantienen las diversas religiones para que reine la adoración en espíritu y en verdad.
4,24

Adorar en espíritu. Dios no se regocija de nuestros rezos, sino de la sencillez y la transparencia del que reza.

Adorar en verdad, porque el Espíritu será dado sólo a quien busca la verdad y vive según la verdad en un mundo de mentiras. El buen corazón no basta, sino que hay que purificar la inteligencia: hay que podar muchas certezas y sistemas de pensamiento, incluso en el terreno de la religión y de sus prácticas, para abrirse al misterio de Dios.
4,28

Jesús dio a la mujer una pequeña señal profética y ella no pidió más para creer sino que salió inmediatamente para comunicar esta novedad. Juan no dice que dio de comer a Jesús, pero es probable, y Jesús plantea la cuestión esencial del alimento verdadero (Dt 8,3).
4,35

Después de una larga historia, para el pueblo de Dios ha llegado el momento en que puede y debe convertirse al Evangelio

El segador ya recibe su paga: Jesús hace una afirmación que tiene un sentido muy amplio. Tal vez en el versículo 36 haya que entender la alegría compartida del Padre que ha sembrado y del Hijo que cosechará. En cambio en el 37 Jesús y sus discípulos no han trabajado inútilmente.

Otros habían trabajado. Jesús alude a quienes vinieron antes de él: los profetas y en especial Juan Bautista.
4,39

Aquí Juan nos devuelve a la realidad; nos hallamos en una aldea de Samaria, con personas como nosotros, a las que Jesús debió hablar en un lenguaje que pudieran entender. Creyeron a su manera, como ocurre con una gran mayoría de personas que nunca han tenido formación doctrinal. Y vivieron en la vida ordinaria, tal vez sin saberlo, los pequeños sucesos que los preparaban para encontrarse un día con el salvador del mundo.
4,46

Con mucha probabilidad se trata del mismo milagro narrado en Mt 8,5, en que la fe del padre fue presentada como ejemplo.
4,48

Jesús se refiere, no al padre, sino a la actitud habitual de la gente que acude a él.

Es un hecho que muchos de los que se acercaban a Jesús venían en busca de milagros; su “fe” muy grande, que Jesús admiraba a veces, (Mt 15,28) no era la garantía de que entrarían algún día en el misterio del Hijo crucificado (3,14). Entre tantos que le pedían su curación, ¿cuántos serían discípulos que cargan con su cruz? Jesús se asombra de esta contradicción, que continúa siendo un interrogante también en el pueblo cristiano. Dará respuesta en Jn 6,45.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 5
El paralítico de la piscina de Betesda
1 Después de esto se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
2 Hay en Jerusalén, cerca de la Puerta de las Ovejas, una piscina llamada en he breo Betesda. Tiene ésta cinco pórticos,
3 y bajo los pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, tullidos (y paralíticos. Todos esperaban que el agua se agitara,
4 porque un ángel del Señor bajaba de vez en cuando y removía el agua; y el primero que se metía después de agitarse el agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese.)
5 Había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo.
6 Jesús lo vio tendido, y cuando se enteró del mucho tiempo que estaba allí, le dijo: «¿Quieres sanar?»
7 El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua, y mientras yo trato de ir, ya se ha metido otro.»
8 Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y anda.»
9 Al instante el hombre quedó sano, tomó su camilla y empezó a caminar.
9 Pero aquel día era sábado.
10 Por eso los judíos dijeron al que acababa de ser curado: «Hoy es día sábado, y la Ley no permite que lleves tu camilla a cuestas.»
11 El les contestó: «El que me sanó me dijo: Toma tu camilla y anda.»
12 Le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te ha dicho: Toma tu camilla y anda?»
13 Pero el enfermo no sabía quién era el que lo había sanado, pues Jesús había desaparecido entre la multitud reunida en aquel lugar.
14 Más tarde Jesús se encontró con él en el Templo y le dijo: «Aho ra estás sano, pero no vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor.»
15 El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
16 Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales curaciones en día sábado.
17 Pero Jesús les respondió: «Mi Padre sigue trabajando, y yo también trabajo.»
18 Y los judíos tenían más ganas todavía de matarle, porque además de quebrantar la ley del sábado, se hacía a sí mismo igual a Dios, al llamarlo su propio Padre.
La obra del Hijo: resucitar a los muertos
19 Jesús les dirigió la palabra: «En verdad les digo: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino sólo lo que ve hacer al Padre. Todo lo que haga éste, lo hace también el Hijo.
20 El Padre ama al Hijo y le enseña todo lo que él hace, y le enseñará cosas mucho más grandes que éstas, que a ustedes los dejarán atónitos.
21 Como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, también el Hijo da la vida a los que quiere.
22 Del mismo modo, el Padre no juz ga a nadie, sino que ha entregado al Hijo la responsabilidad de juzgar,
23 para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, tampoco honra al Padre que lo ha enviado.
24 En verdad les digo: El que es cucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna; ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte a la vida.
25 Sepan que viene la hora, y ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán.
26 Así co mo el Padre tiene vida en sí mis mo, también ha dado al Hijo tener vida en sí mismo.
27 Y además le ha da do autoridad para llevar a cabo el juicio, porque es hijo de hombre.
28 No se asombren de esto; llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán mi voz.
29 Los que obraron el bien resucitarán para la vida, pero los que obraron el mal irán a la condenación.
30 Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió.
31 Si yo hago de testigo en mi favor, mi testimonio no tendrá valor. 32 Pero Otro está dando testimonio de mí, y yo sé que es verdadero cuando da testimonio de mí.
33 Ustedes mandaron interrogar a Juan, y él dio testimonio de la verdad.
34 Yo les recuerdo esto para bien de ustedes, para que se salven, porque personalmente yo no me hago recomendar por hombres.
35 Juan era una antorcha que ardía e iluminaba, y ustedes por un tiempo se sintieron a gusto con su luz.
36 Pero yo tengo un testimonio que vale más que el de Juan: son las obras que el Padre me encomendó realizar.
36 Estas obras que yo hago hablan por mí y muestran que el Padre me ha enviado.
37 Y el Padre que me ha enviado también da testimonio de mí. Ustedes nunca han oído su voz ni visto su rostro;
38 y tampoco tienen su palabra, pues no creen al que él ha enviado.
39 Ustedes escudriñan las Escrituras pensando que encontrarán en ellas la vida eterna, y justamente ellas dan testimonio de mí.
40 Sin embargo ustedes no quieren venir a mí para tener vida.
41 Yo no busco la alabanza de los hombres.
42 Sé sin embargo que el amor de Dios no está en ustedes,
43 porque he ve nido en nombre de mi Padre, y us tedes no me reciben. Si algún otro viene en su propio nombre, a ése sí lo acogerán.
44 Mientras hacen caso de las alabanzas que se dan unos a otros y no buscan la glo ria que viene del Unico Dios, ¿cómo podrán creer?
45 No piensen que seré yo quien los acuse ante el Padre. Es Moisés quien los acusa, aquel mismo en quien ustedes confían.
46 Si creyeran a Moisés, me creerían también a mí, porque él escribió de mí.
47 Pero si ustedes no creen lo que escribió Moisés, ¿cómo van a creer lo que les digo yo?»

**
Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 5
5,1

¿Por qué fue Jesús a la piscina de Betesda? Se sabe ahora que dicha piscina era un lugar pagano, dedicado a Esculapio, el dios de la salud. Corrían rumores de que allí se me jo raban los enfermos, y los judíos piadosos, es candalizados al oír que los dioses paganos tenían tal poder, afirmaban que eso no se debía a Esculapio, sino a un ángel del Señor. En 5,3-4, una frase, que falta en los antiguos ma nus cri tos, recuerda estos comentarios. Allí iban quienes tenían una fe no muy exigente, y también fue Jesús, pero a buscar al pecador que quería salvar.

En este lugar milagroso muchos esperaban y pocos se sanaban. El hombre que está solo —no tengo a nadie—, no se puede salvar por sí mismo, necesita un salvador, Jesús.
5,14

Jesús recuerda al enfermo que su falta de fe lo condujo al santuario pagano, donde es peró inútilmente treinta y ocho años, igual que en tiempos pasados los israelitas habían estado recluidos treinta y ocho años en el oasis de Cadés, antes de que pudieran entrar en la Tierra Pro me tida. Juan anotó esta coincidencia. Com prendió también que la curación en la piscina era la figura de lo que sucede en el bautismo. La advertencia de Jesús vale también para los que se convierten y se bautizan: No vuelvas a pecar.

Este milagro no fue pedido; el paralítico no lo mereció por sus obras ni tampoco por la fe en el poder de Jesús, quien sin embargo hace la obra del Padre sin detenerse ante las críticas más legítimas. Jesús se dará a conocer en el Templo del Dios verdadero, su Padre.
5,17

Jesús sana en día sábado. Este hecho impresionó fuertemente a los cuatro Evangelistas; Juan desarrollará aquí una interpretación del gesto de Jesús.

Mi Padre sigue trabajando. Era un tema de discusión entre los maestros de la Ley: ¿acaso Dios sigue trabajando en el mundo, si después de la creación descansó? Jesús se pronuncia: si bien los hombres descansan en homenaje a Dios, él no descansa y no han cesado sus atenciones para con las personas.

En el discurso que sigue se repite siete veces la palabra sábado y catorce veces la expresión el Padre. Como ocurre en el Apocalipsis, las palabras repetidas siete veces son las palabras claves de la sección.

Aquí se trata de la entrada en una nueva era. Hasta entonces la Ley y el Sábado, incluso con mayúscula, no tenían ni corazón ni figura, mientras que para Jesús, aún sin apariciones ni manifestaciones divinas y ni siquiera plegarias, el Padre está siempre presente y es amado.
5,18

Se hacía igual a Dios. Juan puso aquí delante de “Dios” la marca de los nombres de personas (véase en Jn 1,2). Muy a menudo, cuando leemos “Dios” en el Nuevo Testamento, debemos entender el Padre. Jesús es igual al Padre; a pesar de ser el Hijo, no es un rival y tampoco hay dos dioses, porque él, que lo ha recibido todo, le devuelve todo lo que es. Juan recordará numerosas veces este misterio. Véase la nota en Fil 2,6.
5,19

Aquí comienza un discurso que ocupará el final del capítulo y que acaba en el párrafo 7,19-24, desplazado ahora de su lugar original no se sabe por qué razones.

No se puede separar la revelación del Padre de la fe en el Hijo que vino a nosotros. Jesús afir ma claramente que no vino para reformar la religión sino para acabar la obra de su Padre en el mundo; las palabras que resaltan en su discurso son: el Hijo que imita al Padre, la resurrección, el juicio, los testimonios y en la última parte (7,19-24) Moisés y la circuncisión.
5,19

La imitación del Padre. Aun cuando tengamos que cultivar en nosotros los sentimientos y las aspiraciones de Jesús (Fil 2,5), ningún texto fuera de 1Tes 1,6 habla de una “imitación de Cristo”, porque su vida, aunque perfecta, es sólo una imagen particular y limitada de la perfección divina. Ni las mujeres, ni los padres de familia, ni la gente del siglo XXI podrían ser en todo como Jesús, el judío. Imitar al Padre sólo será posible en la medida en que el Espíritu de Jesús nos permita ver cómo hoy se aplican a nosotros las sentencias de Jesús (Lc 6,36).
5,24

El Evangelio de Juan hablará repetidas veces de la vida eterna que recibimos desde ya. Sus contemporáneos, como la mayoría de los nuestros, veían la eternidad como una duración que se prolonga indefinidamente, y nadie puede pensar diversamente si no se apoya en una reflexión filosófica o en una experiencia espiritual.

Resucitar es mucho más que “volver a la vida”; la palabra sólo tiene sentido para los Evangelistas si se nace a una vida nueva, transformada. Para Juan la vida eterna no es otra que un estar en Dios, y esto es posible de dos maneras: la primera es la resurrección en el último día, que nos hace renacer de Dios; la otra es un renacer propio de la experiencia cristiana y que ya nos da acceso al mundo definitivo (Jn 6,47; 11,25).
5,27

El juicio, recordado tan a menudo en la Bi blia, se va desarrollando a lo largo de toda la his toria, aclarando lo que es confuso para que aparezca el sentido de los acontecimientos. Están en juego a la vez el plan eterno de Dios y nuestras decisiones libres, y ambas deberán compaginarse. Jesús resucitado, cabeza de la humanidad, estará presente en nuestras vidas y en la marcha del mundo; él tiene en sus manos los elementos del encuentro fi nal con Dios. Para todo creyente, conforme Je sús es presente y amado, el juicio está en marcha.

En varios lugares Jesús se presenta como el Hijo del hombre (véase en el Léxico). Pero aquí, por una sola vez, Juan dice hijo de hombre, es decir, según un modismo hebreo, un ser humano. Jesús es totalmente humano y salva a la humanidad desde adentro.
5,30

El testimonio. Al darse a conocer a los discípulos de Jesús, Dios se propone ante todo conseguir y desarrollar con ellos una comunicación mutua, muy difícil de practicar con sus hijos de otra religión. Y la base de esas relaciones son la fe y la confianza mutua.

La ciencia exige razones, la fe pide testimonios, y por eso la evangelización se hace con testimonios, y así también se construye la vida cristiana. Quien sistemáticamente pone en duda todo testimonio no está hecho para la vocación cristiana, y es lo que Jesús trata de hacer entender a sus oyentes. El mismo Hijo, Verdad de Dios, sólo quiso ser recibido en base a testimonios, ya fueran de Juan Bautista, ya sus propios milagros.

¿Cómo distinguir lo verdadero de lo falso? Jesús dice que los que aman la verdad reconocen a los que la dicen. Si queremos reconocer a los mensajeros de Dios, no debemos ser de los que buscan ante todo el aprovechamiento y los elogios (5,45), haciéndose esclavos de falsos valores. El que busca la verdad reconocerá la garantía, la gloria que Dios otorga a los suyos.

A Dios le agrada que reconozcamos a sus tes tigos. Más aún, quie re que todos honren al Hijo y con esto se hagan dignos de su confianza, pasando a ser sus hijos (1,13).
5,39

¡Cuántas veces Jesús apela al Antiguo Testamento, que algunos hoy quisieran estudiar y comentar como una obra literaria, sin referirse a Aquél que anunciaba! Los testimonios de la Escritura y los que el Espíritu sigue multiplicando entre nosotros se esclarecen mutuamente; sin esta confrontación la fe se ahoga y termina muriéndose (Stgo 2,17). El gran provecho del estudio de la Biblia es que, junto con un nuevo nacimiento, nos aporta la experiencia de la vida eterna ya poseída.
5,47

La página en que terminaba el discurso ha sido desplazada y constituye ahora los vv.7,18-24.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 6
El pan de vida: la multiplicación
1 Después Jesús pasó a la otra orilla del lago de Galilea, cerca de Tiberíades.
2 Le seguía un enorme gentío a causa de las señales milagrosas que le veían hacer en los enfermos.
3 Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.
4 Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
5 Jesús, pues, levantó los ojos y, al ver el numeroso gentío que acudía a él, dijo a Felipe: «¿Dónde iremos a comprar pan para que coma esa gente?»
6 Se lo preguntaba para ponerlo a prueba, pues él sabía bien lo que iba a hacer.
7 Felipe le respondió: «Doscientas monedas de plata no alcanzarían para dar a cada uno un pedazo.»
8 Otro discípulo, Andrés, hermano de Simón Pedro, dijo:
9 «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es esto para tanta gente?»
10 Jesús les dijo: «Hagan que se siente la gente.»
10 Había mucho pasto en aquel lugar, y se sentaron los hombres en número de unos cinco mil.
11 En tonces Jesús tomó los panes, dio las gracias y los repartió entre los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, y todos recibieron cuanto quisieron.
12 Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que han sobrado para que no se pierda nada.»
13 Los recogieron y llenaron doce canastos con los pe da zos que no se habían comido: eran las sobras de los cinco panes de cebada.
14 Al ver la señal que Jesús había hecho, los hombres decían: «Este es sin duda el Profeta que había de venir al mundo.»
15 Jesús se dio cuenta de que iban a tomarlo por la fuerza para proclamarlo rey, y nuevamente huyó al monte él solo.
16 Al llegar la noche, sus discípulos bajaron a la orilla
17 y, subiendo a una barca, cruzaron el lago rum bo a Cafarnaúm. Habían visto caer la noche sin que Jesús se hu biera reunido con ellos,
18 y empezaban a formarse grandes olas debido al fuerte viento que soplaba.
19 Habían remado como unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y se llenaron de espanto.
20 Pero él les dijo: «Soy Yo, no tengan miedo.»
21 Quisieron subirlo a la barca, pero la barca se encontró en seguida en la orilla adonde se dirigían.
22 Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago se dio cuenta que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había subido con sus discípulos en la barca, sino que éstos se habían ido solos.
23 Mientras tanto algunas lanchas de Tiberíades habían atracado muy cerca del lugar donde todos habían comido el pan.
24 Al ver que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, la gente subió a las lanchas y se dirigieron a Cafarnaúm en busca de Jesús.
25 Al encontrarlo al otro lado del lago, le preguntaron: «Rabbí (Maestro), ¿cómo has venido aquí?»
26 Jesús les contestó: «En verdad les digo: Ustedes me buscan, no porque han visto a través de los signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
27 Trabajen, no por el alimento de un día, sino por el alimento que permanece y da vida eterna. Este se lo dará el Hijo del hombre; él ha sido marcado con el sello del Padre.»
El pan de vida: creer en el Hijo de Dios
28 Entonces le preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios?»
29 Jesús respondió: «La obra de Dios es ésta: creer en aquel que Dios ha enviado.»
30 Le dijeron: «¿Qué puedes ha cer? ¿Qué señal milagrosa haces tú, para que la veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra?
31 Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, según dice la Escritura: Se les dio a comer pan del cielo.»
32 Jesús contestó: «En verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo. Es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo.
33 El pan que Dios da es Aquel que baja del cielo y que da vida al mundo.»
34 Ellos dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.»
35 Jesús les dijo: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed.
36 Sin embargo, como ya les dije, ustedes se niegan a creer aun después de haber visto.
37 Todo lo que el Padre me ha dado vendrá a mí, y yo no rechazaré al que venga a mí,
38 porque yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
39 Y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día.
40 Sí, ésta es la decisión de mi Padre: toda persona que al contemplar al Hijo crea en él, tendrá vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»
41 Los judíos murmuraban porque Jesús había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo.»
42 Y de cían: «Conocemos a su padre y a su madre, ¿no es cierto? El no es sino Jesús, el hijo de José. ¿Cómo pue de decir que ha bajado del cielo?»
43 Jesús les contestó: «No murmuren entre ustedes.
44 Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió. Y yo lo resucitaré en el último día.
45 Está escrito en los Profetas: Serán todos enseñados por Dios, y es así como viene a mí toda persona que ha escucha do al Padre y ha recibido su enseñanza.
46 Pues por supuesto que nadie ha visto al Padre: sólo Aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre.
47 En verdad les digo: El que cree tiene vida eterna.
El cuerpo de Cristo, pan de vida
48 Yo soy el pan de vida.
49 Sus antepasados comieron el maná en el desierto, pero murieron:
50 aquí tienen el pan que baja del cielo, para que lo coman y ya no mueran.
51 Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo.»
52 Los judíos discutían entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer carne?»
53 Jesús les dijo: «En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes.
54 El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día.
55 Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
56 El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
57 Como el Padre, que es vida, me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí.
58 Es te es el pan que ha bajado del cielo. Pero no como el de vuestros antepasados, que comieron y después murieron. El que coma este pan vivirá para siempre.
¿Quieren marcharse también ustedes?
59 Así habló Jesús en Cafar-naúm enseñando en la sinagoga.
60 Al escucharlo, cierto número de discípulos de Jesús dijeron: «¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién querrá escucharlo?»
61 Jesús se dio cuenta de que sus discípulos criticaban su discurso y les dijo: «¿Les desconcierta lo que he dicho?
62 ¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del Hombre subir al lugar donde estaba antes?
63 El espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida.
64 Pero hay entre ustedes algunos que no creen.»
64 Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a entregar.
65 Y agregó: «Como he dicho antes, nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.»
66 A partir de entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y dejaron de seguirle.
67 Jesús preguntó a los Doce: «¿Quieren marcharse también ustedes?»
68 Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna.
69 Nosotros creemos y sab emos que tú eres el Santo de Dios.»
70 Jesús les dijo: «¿No los elegí yo a ustedes, a los Doce? Y sin embargo uno de ustedes es un diablo.»
71 Jesús se refería a Judas Iscariote, hijo de Simón, pues era uno de los Doce y lo iba a traicionar.

**
Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 6
6,1

Véase Mc 6,35.
6,19

Jesús sobre el mar: una hermosa imagen. No se necesitaba nada más para que los espíritus racionalistas vieran en esto tan solo imaginación y literatura.

El texto dice: “veinte o treinta estadios” y el estadio equivalía a un poco más que 200 metros.
6,26

Es el punto de partida del discurso en que Juan nos da, igual que en los capítulos anteriores, la interpretación y el desarrollo proféticos de los gestos y palabras de Jesús.

Jesús no habla de ver signos o milagros, sino que les reprocha no haber visto a través de los signos. Y justamente Juan dirá lo que había que descubrir a través de los signos. Es evidente que Jesús no pudo decir en Cafar-naúm todo lo que se lee en este capítulo, pero seguramente comentó cuanto se dice en el Dt 8,3 para luego pasar del pan al alimento que permanece.
6,28

Comienza la primera parte del discurso: Jesús da pan, y es el pan. Recordemos el sentido bíblico de este milagro. Una muchedumbre, siempre subalimentada, reconoce en esta multiplicación del alimento las promesas de Dios para los tiempos definitivos: el pan dado a todos en abundancia, sin olvidar la carne y el vino (Is 25,6).

En el pasado Dios había dado a los israelitas un alimento providencial, el maná, cuando en el desierto les faltaba de todo (Éx 16; Núm 11). Pero si Dios se conformase con ser nuestro bienhechor y sólo acudimos a él en busca de favores, terminaríamos en pedigüeños que apenas agradecen y siempre piden más. Es lo que pasó con los israelitas que, después de recibir el maná se rebelaron contra Dios y murieron en el desierto.

Ahora el don de Dios es diferente. El pan que baja del cielo no es una cosa, sino Alguien.
6,29

Esta parte del discurso estriba en una pregunta de los judíos: ¿Cuáles son las obras que Dios espera de nosotros? Y Jesús responde: La obra es ésta: creer. El Padre no exige “obras”, o sea las prácticas de una ley religiosa, sino la fe. En el capítulo anterior Jesús afirmó que su obra consistía en resucitarnos. Aquí indica la obra nuestra: que creamos en el Enviado del Padre.

No hay que interpretar inmediatamente el pan como figura de la eucaristía, pues eso será el objeto de la tercera parte del discurso, a partir del 6,48. Aquí el pan es “lo que sale de la boca de Dios” y es tanto la Palabra de Dios como el Hijo bajado del cielo, que se hace el alimento espiritual y la fuente de vida del creyente.
6,32

Jesús cambia el sentido de bajado del cielo. No olvidemos que hasta la época de Copérnico el cielo que está por encima de nuestras cabezas coincidía con el Cielo en que reside Dios. El maná cayó del cielo, pero Jesús vino del Cielo. Jesús opone los verdaderos milagros, y también los milagros con que soñamos, a lo que es auténticamente de Dios. Los únicos bienes que cuentan son la eternidad y la resurrección, y los tenemos en él.

La palabra clave del discurso es el pan. Por eso Juan la repite siete veces en cada sección de este capítulo. Y siete veces aparecerá la expresión: que ha bajado del cielo.
6,37

Lo que el Padre me ha dado. Incluso en la Iglesia tan sólo encontrarán los caminos de Cristo discutido y humilde aquellos a quienes el Padre concede esta gracia. Cuando se dé a los sacramentos y a las obras buenas la importancia que les corresponde, habrá que volver a esta afirmación de Jesús: ningún es fuerzo personal puede sustituir la elección del Padre que llama a conocer a su Hijo según la verdad.
6,42

Lucas situa esta objeción en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,22). Una cosa es creer en los profetas del pasado, celebrados después de su muerte, y otra reconocer a los enviados de Dios mientras viven y son discutidos, especialmente cuando el Enviado de Dios es un simple carpintero.

Todavía hoy hay que superar las mismas dudas y decidirse a escuchar a los enviados de Dios. Son pocos los que escuchan las voces que invitan a la pobreza y al rechazo de los ídolos.

Dice que ha bajado del cielo. Ciertamente Jesús no lo dijo tan crudamente, pero lo había insinuado de las mil maneras que los otros Evangelistas recordaron.
6,43

La Biblia en el Éxodo usa el verbo murmurar o protestar; los israelitas desconfiaban de Dios y criticaban a cada momento las decisiones de Moisés (Ex 15,24; 16,2; 17,3).
6,45

Algunos textos de los profetas indicaban el camino por el que se iba a superar la religión judía. Después de la alianza de Dios en el Sinaí, con sus leyes y sus ritos, se abrirían tiempos nuevos en que Dios se comunicaría con cada uno de sus fieles, de la misma manera que había hecho con los grandes profetas (Is 54,13; Jer 31,34; Jl 3,1). Jesús recuerda estas promesas, pero añade una precisión: no se trata de que cada uno reciba revelaciones y luego pueda creer que todo lo ha escuchado de Dios, sino que recibimos del Padre una inclinación a buscarlo todo en Jesús. Y en Jesús, como en el perfecto espejo de Dios, descubrimos la voluntad del Padre. En Jesús el Padre lo ha dicho todo, y las revelaciones más auténticas no pueden sino llevarnos a él.
6,47

Jesús hace un llamado a nuestra capacidad de creer, pues esta presencia de la vida eterna no es sentida habitualmente, aunque es fruto de una experiencia. Quien ha madurado en la fe y en la vida sacramental sabe reconocer en sí mismo, y más aún en los demás, continuas transformaciones que no por discretas son menos ricas y de inmenso valor.
6,48

En esta segunda parte del discurso, Juan ofrece una interpretación profética de las palabras de Jesús, dirigida totalmente al sacramento de la Eucaristía. En la primera parte decía: Yo doy el pan, pero ahora dice: Yo soy el pan.

Todo lo que la Iglesia enseña sobre la Eucaristía es sólo la consecuencia de la fe en el Hijo de Dios hecho hombre. Adoramos a Dios en espíritu y verdad, pero el hecho de que el Hijo de Dios se haya integrado en la creación haciéndose hombre, permitió que los elementos de la creación fueran portadores de realidades divinas.

La Eucaristía es un rito humano, –a veces celebrado de una manera demasiado humana– lo que no impide que tanto las ofrendas como los celebrantes estén inmersos en ese momento en el misterio de Dios. ¿Qué son el cuerpo y la sangre de Jesús ya resucitado? Para nosotros es un misterio, pero el cuerpo evoca la unión de todos, y la sangre, la vida.

La Eucaristía, Cena del Señor (la Misa, como decimos comúnmente) es la expresión más fuerte de nuestra unión con Dios en Cristo.
6,52

¿Cómo puede éste darnos a comer carne? Según los manuscritos más antiguos Juan escribió “carne”, y no “su carne”, citando las mismas pa la bras de los israelitas que desconfiaban de Dios en el desierto (Núm 11,4 y 18). Pero Juan, que le gusta jugar con las palabras, les da aquí un sentido diferente: ¿Cómo un enviado del cielo daría carne al mundo, si lo que necesitamos es lo espiritual? Jesús contestará en 6.63: aunque esa carne parezca alimento terrenal, se trata de compartir la vida de Cristo resucitado y transformado por el Espíritu, y por eso da vida.

En la cultura hebraica carne y sangre significan la totalidad del hombre en su condición mortal. Jesús quiere que hagamos nuestro todo su ser, y nos comunica su divinidad. Es evidente que la comunión sólo adquiere todo su sentido si se hace bajo las dos especies de pan y de vino; por eso sólo hay eucaristía si el celebrante, por lo menos, comulga bajo las dos especies.

Jesús, el verdadero cordero pascual (Jn 1,36), se ofrece en sacrificio por el pecado del mundo y lleva a su cumplimiento los sacrificios por el pecado del Antiguo Testamento. Cumple, es decir que da la realidad donde sólo se tenía la sombra (Heb 10,5). Entre los diversos sacrificios que se ofrecían en el Templo estaban los llamados de comunión, en que los fieles comían una parte de la víctima. La comían “delante” de Dios (Dt 12,18), uniéndose así a su Dios, a quien quedaba consagrada la mejor parte de la víctima.
6,59

Este capítulo de Juan recuerda que hay un orden. El pan vivo es Cristo mismo; después sigue su palabra, la palabra del que es la Palabra. La comunión tiene sentido y eficacia (si podemos usar esa palabra) si se da en el marco de la Palabra de Dios que los creyentes reciben mediante la lectura y la meditación bíblica, y meditan en las liturgias en las que puedan escucharla, interiorizarla, compartirla y retenerla.
6,60

Estos versículos tocan de nuevo la realidad: la crisis de los discípulos. Como ya se ha dicho, la crisis no se debió a que Jesús hubiera hablado de la Eucaristía, ya que era imposible e inútil hablar de ella en ese contexto.

Lo que estaba en tela de juicio en Cafarnaúm era la persona de Jesús y las pretensiones que se podían intuir a través de sus formas de ser y de hablar. No le bastaba que le escucharan y creyeran, sino que les pedía creer en él. Muchos no es taban dispuestos a dar tal paso y Jesús no se lo reprocha (v. 65).

Jesús afirma por qué ha venido: el Hijo de Dios ha bajado a los hombres para luego subir al lugar donde estaba antes, revestido de su carne transfigurada por el Espíritu. El Hijo de Dios ha subido revestido de nuestra humanidad: el primero de nuestra raza ha llegado hasta Dios. Cuando el Hijo del Hombre entró en la Gloria de su Padre, llevaba en sus hombros esa creación entera que quería renovar y consagrar.

A pesar de que según las apariencias la vida siguiera igual que antes, otro mundo, que es el verdadero, se hizo presente. Ahora el Espíritu está actuando dentro de los gigantescos remolinos que agitan y revuelven la masa humana. Cristo va consagrando este mundo invisiblemente, o sea, va haciendo que la humanidad llegue a su madurez mediante un sinnúmero de crisis y de muertes que preparan la resurrección.

Los oyentes de Jesús no podían comprender (6,61) el misterio del Hijo de Dios que quiso humillarse y desprenderse de su gloria divina. Y también a nosotros nos cuesta creer en la obra divina que prosigue entre nosotros, en esta humanidad tan irresponsable que Dios ama; en esta Iglesia tan indigna a través de la cual Dios realiza sus designios; en esta historia tan desesperante que, sin embargo, prepara el banquete del Reino.
6,63

Carne y sangre designan en la cultura hebrea el mundo de abajo en que se mueven los hombres y que es incapaz de captar el misterio de Dios. La Eucaristía en cambio contiene el cuerpo o la carne de Cristo resucitado. Es realidad transformada por el Espíritu y que actúa en forma espiritual.
6,68

Mientras muchos seguidores de Jesús se alejan, Pedro expresa su fidelidad en nombre de los que se quedan (véase Mt 16,13).
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 7
Jesús sube a Jerusalén
1 Después de esto, Jesús iba de un lugar a otro por Galilea; no quería estar en Judea porque los judíos deseaban matarle.
2 Se acercaba la fiesta de los ju díos llamada de las Tiendas.
3 Sus hermanos le dijeron: «No te quedes aquí, vete a Judea para que tus discípulos de allí vean las obras que realizas.
4 Si uno quiere sobresalir, no actúa a escondidas. Tú, que haces maravillas, date a conocer al mundo.»
5 Sus hermanos hablaban así porque no creían en él.
6 Jesús les contestó: «Todavía no ha llegado mi tiempo, mientras que para ustedes todo tiempo es bueno.
7 El mundo no puede odiarlos a ustedes, pero a mí sí que me odia, porque yo muestro que sus obras son malas.
8 Suban ustedes a la fiesta; yo no voy a esta fiesta, porque mi tiempo aún no ha llegado.»
9 Así habló Jesús y se quedó en Galilea.
10 Solamente después que sus hermanos fueron a la fiesta subió él también, pero sin decirlo y como en secreto.
11 Los judíos lo estaban buscando durante la fiesta y preguntaban: «¿Dónde está ése?»
12 Corrían muchos comentarios sobre él entre la gente. Unos decían: «Es muy buena persona.» Otros replicaban: «En absoluto, ése está engañando al pueblo.»
13 Pero nadie hablaba abiertamente de él por miedo a los judíos.
14 Hacia la mitad de la semana de la fiesta, Jesús subió al Templo y se puso a enseñar.
15 Los judíos, admirados, decían: «¿Cómo puede conocer las Escrituras sin haber tenido maestro?»
16 Jesús les contestó: «Mi doctrina no viene de mí, sino del que me ha enviado.
17 El que haga la voluntad de Dios conocerá si mi doctrina viene de Él o si hablo por mi propia cuenta.
18 El que habla en nombre propio busca su propia gloria. Pero el que busca la gloria del que lo ha enviado, ése es un hombre sin maldad y que dice la verdad.»
19 «Moisés les dio la Ley, ¿no es cierto? Pero si ninguno de ustedes cumple la Ley, ¿por qué quieren matarme?»
20 Le gritaron: «Eres víctima de un mal espíritu. ¿Quién quiere ma tarte?»
21 Jesús les respondió: «Esta no es más que mi primera obra, y todos ustedes están desconcertados.
22 Pero miren: Moisés les ha dado la circuncisión (aunque en realidad no viene de Moisés sino de los patriarcas) y ustedes hacen la circuncisión incluso en día sábado.
23 Un hombre debe recibir la circuncisión, aunque sea sábado, para no quebrantar la ley de Moisés; entonces, ¿por qué se enojan conmigo porque he salvado al hombre entero en día sábado?
24 No juzguen por las apariencias, sino juzguen lo que es justo.»
25 Algunos habitantes de Jerusalén decían: «Pero, ¿no es éste al que quieren matar?
26 Pues ahí lo tienen hablando con toda libertad y no le dicen nada. ¿Será tal vez que nuestros dirigentes han reconocido que él es el Mesías?
27 Pero éste sabemos de dónde viene, mientras que cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde viene.»
28 Entonces Jesús dijo en voz muy alta mientras enseñaba en el Templo: «Ustedes dicen que me conocen. Ustedes saben de dónde vengo. Sepan que yo no he venido por mi propia cuenta: quien me envía es el Verdadero, y ustedes no lo conocen.
29 El es el que me ha enviado, y yo lo conozco porque vengo de él.»
30 Los judíos hubieran querido llevarlo preso, pero nadie le puso las manos encima porque todavía no había llegado su hora.
31 De todos modos, muchos del pueblo creyeron en él y decían: «Cuando venga el Mesías, ¿hará más señales milagrosas que este hombre?»
32 Los fariseos se enteraron de los comentarios que hacía la gente sobre Jesús y, de acuerdo con los fariseos, los jefes de los sacerdotes enviaron guardias del Templo para detenerlo.
33 Entonces Jesús dijo: «Todavía estaré con ustedes un poco más de tiempo, y después me iré al que me ha enviado.
34 Ustedes me buscarán, pero no me en contrarán, porque ustedes no pueden venir donde yo estoy.»
35 Los judíos se preguntaban: «¿Adónde piensa ir éste para que no lo podamos encontrar? ¿Querrá tal vez visitar a los judíos dispersos entre los griegos y enseñar a los mismos griegos?
36 ¿Qué quiere decir con eso de: “Me buscarán y no me encontrarán”, y “Ustedes no pueden venir donde yo estoy”?»
La promesa del agua viva
37 El último día de la fiesta, que era el más solemne, Jesús, puesto en pie, exclamó con voz potente: «El que tenga sed, que venga a mí.
38 Pues el que cree en mí tendrá de beber. Lo dice la Escritura: De su seno brotarán ríos de agua viva.»
39 Decía esto Jesús refiriéndose al Espíritu Santo que recibirían los que creyeran en él. Todavía no se comunicaba el Espíritu, porque Jesús aún no había entrado en su gloria.
Discusión sobre el origen de Cristo
40 Muchos de los que escucharon esto decían: «Realmente este hombre es el Profeta.»
41 Unos afirmaban: «Este es el Mesías.» Pero otros decían: «¿Cómo va a venir el Mesías de Galilea?
42 ¿No dice la Escritura que el Mesías es un descendiente de David y que saldrá de Belén, la ciudad de David?»
43 La gente, pues, estaba dividida a causa de Jesús.
44 Algunos querían llevarlo preso, pero nadie le puso las manos encima.
45 Cuando los guardias del Templo volvieron a donde los sacerdotes y los fariseos, les preguntaron: «¿Por qué no lo han traído?»
46 Los guardias contestaron: «Nunca hombre alguno ha hablado como éste.»
47 Los fariseos les dijeron: «¿También ustedes se han dejado engañar?
48 ¿Hay algún jefe o algún fariseo que haya creído en él?
49 Pero esa gente que no conoce la Ley, ¡son unos malditos!»
50 Les respondió Nicodemo, el que había ido antes a ver a Jesús y que era uno de ellos. Dijo:
51 «¿Aca so nuestra ley permite condenar a un hombre sin escucharle antes y sin averiguar lo que ha hecho?»
52 Le contestaron: «¿También tú eres de Galilea? Estudia las Escrituras y verás que de Galilea no salen profetas.»
53 Y se fue cada uno a su casa.

**
Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 7
7,1

Causa extrañeza esta súbita mención a los judíos que quieren matar a Jesús. Cabe recordar que Juan no presenta un relato seguido de la actividad de Jesús, sino un testimonio. Después de la sección relativa a los signos que dio, viene la que se refiere a su rechazo por parte del “mundo”, es decir, de un pueblo, de su cultura y de su realidad humana en el sentido más amplio. Juan ya dijo que ese mundo está enajenado y debe ser salvado.

Jesús se había movido muchas veces por Judea y tal vez había prolongado las estadías en Jerusalén con motivo de las fiestas, tal como lo pedía la Ley (Ex 34,23). Había tenido también conflictos con la policía y las autoridades.
7,2

La fiesta de las Tiendas, celebrada en septiembre, era la más popular: véase Lev 23,1.
7,4

Esos hermanos de Jesús son los familiares y los vecinos de Nazaret (Mc 3,31). Ellos, que debían entrar en la Iglesia después de la resurrección de Jesús, estaban todavía muy lejos de la fe verdadera. Querían que Jesús se diera a conocer por sus milagros, mientras que él estaba enseñando el misterio de muerte que lleva a la gloria.
7,6

En 2,4 Jesús hablaba de su hora. Aquí contrapone dos maneras de actuar. Quienes se mandan a sí mismos se sienten muy libres al actuar como y cuando les conviene, a pesar de que en realidad sólo siguen la corriente del mundo. En cambio, el que se deja guiar por el Espíritu no tiene proyecto propio, y en gran medida no se preocupa por fijar fechas; espera signos de Dios y lo que emprende en cada momento lo hace para gloria de Dios.
7,7

El mundo detesta a Jesús (véase 15,18). Esta afirmación puede chocar en países donde los cristianos parece que son bien acogidos por la sociedad a la que no molestan demasiado. Eso no impide que sean numerosos los mártires en todos los continentes y que muchos cristianos sean reprimidos “a causa de la palabra de Dios y de las declaraciones de Jesús” (Ap 1,9).
7,13

Los judíos... Esta palabra se encuentra 71 veces en Juan y sólo 17 en los otros tres evangelios. El uso de esta palabra es por lo tanto intencional. La mayoría de estas páginas se sitúan en Judea, corazón del país judío, aun cuando los judíos constituían buena parte de la población de Galilea. En tales condiciones, el mundo con el que se enfrenta Jesús y que lo rechaza es por definición el mundo judío: véase la nota de 7.1.

Si el Hijo de Dios vino a salvar a un mundo que no lo acogería por el solo hecho de haber elegido ser judío, era el mundo judío el que debía enfrentarse con la sabiduría paradójica de Dios.

También parece que una parte al menos del Evangelio de Juan fue escrita en un medio donde los judíos formaban un grupo poderoso y hostil a las comunidades cristianas. Ya que Juan interpretaba para sus cristianos los hechos y los gestos de Jesús, era natural que llamara judíos a los opositores que defendían la fe tradicional y la política oficial.
7,15

Este comentario no indica que Jesús no hubiese estudiado, sino que no siguió asiduamente a un maestro hasta obtener un título. Jesús había aprovechado las numerosas esta-días en Jerusalén, con ocasión de las peregrinaciones, para escuchar en el Templo las enseñanzas de los maestros, y había aprendido de ellos los textos bíblicos y su interpretación tradicional.
7,19

Los vv. 19-24 deberían ser la conclusión del cap. 5, que por alguna razón que no conocemos fue colocado posteriormente dentro del capítulo 7.
7,25

Estos judíos creían conocer las Escrituras, que siempre contienen algo que desconcierta a quienes no saben escuchar. No sabían que Jesús había nacido en Belén y que era descendiente legítimo de David.
7,33

Las palabras me ha enviado aparecen un gran número de veces en este Evangelio. Jesús se presenta como el Enviado de Dios, no como quien se vale de un título para imponerse, sino para subrayar su dependencia del Padre y el conocimiento que tiene de él.

Jesús no es enviado como lo fueron los profetas, sino que es enviado del lado del Padre; en 8,21 dirá: donde yo soy, porque Él Es.
7,34

Es la misma advertencia que hacía Dios por medio de sus profetas (Jer 13,16) y Jesús se la aplica a sí mismo.
7,35

Esta reflexión parece ser, como ya lo anotamos en 6,52 y como ocurrirá en otros casos más, un artificio literario destinado a preparar una nueva afirmación de Jesús. La respuesta de Jesús no está en el versículo siguiente sino seguramente en 8,21.

El texto dice: “ir a la diáspora de los griegos”. La palabra diáspora se aplicaba a los judíos dispersos en el imperio romano.
7,37

En la fiesta de las Tiendas, el mismo día en que iban en procesión para sacar agua de la piscina de Siloé, Jesús anuncia otra vez “el don” de Dios (4,10), el agua viva.
7,38

Es posible estructurar la frase de otro modo: “... que venga a mí y beba. Si uno cree en mí, brotarán ríos de su seno, como dice la Escritura...” En tal caso Jesús aludiría a Is 58,11, pero desentonaría con lo que sigue.

Nuestra traducción reenvía a textos proféticos que consideraban al Mesías como fuente de agua viva: el agua que brota de la roca (Ex 17; Núm 20,8); el agua que surge de debajo del Templo (Ez 47,1). Porque Jesús es tanto la Roca (1Cor 10,4) como el Templo.
7,39

El texto original dice: “no había espíritu”. Varios manuscritos antiguos quisieron hacer más clara la sentencia y seguimos su ejemplo: todavía no se comunicaba el Espíritu. Juan quiere decir que no se había entrado todavía en la “era” del Espíritu y de los dones del Espíritu.

El Espíritu se derramará sobre los que creen, y se hará en ellos “espíritu de Jesús” (He 16,7); será el gran signo de los tiempos del Evangelio. Esto no se opone a que el Espíritu actúe también, pero a menudo de manera diversa o que no comprendemos, entre los que no son cristianos, ya que el Espíritu de Dios “llena el universo” (Sab 1,7). En todo tiempo ha habido artistas, pensadores y héroes; el Espíritu actúa en las personas de recto corazón. Esto, sin embargo, difiere mucho de los dones del Espíritu que Dios reparte entre quienes han acogido la fe.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 8
La mujer adúltera
1 Jesús, por su parte, se fue al monte de los Olivos.
2 Al amanecer estaba ya nuevamente en el Templo; toda la gente acudía a él, y él se sentaba para enseñarles.
3 Los maestros de la Ley y los fariseos le trajeron una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La colocaron en medio
4 y le dijeron: «Maestro, esta mujer es una adúltera y ha sido sorprendida en el acto.
5 En un caso como éste la Ley de Moisés ordena matar a pedradas a la mujer. Tú, ¿qué dices?»
6 Le hacían esta pregunta para ponerlo en dificultades y tener algo de qué acusarlo.
6 Pero Jesús se inclinó y se puso a escribir en el suelo con el dedo.
7 Como ellos insistían en preguntarle, se enderezó y les dijo: «Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra.»
8 Se inclinó de nuevo y siguió escribiendo en el suelo.
9 Al oír estas palabras, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta que se quedó Jesús solo con la mujer, que seguía de pie ante él.
10 Entonces se enderezó y le dijo: «Mujer, ¿dón de están? ¿Ninguno te ha condenado?»
11 Ella contestó: «Ninguno, señor.» Y Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar.»
Yo soy la luz del mundo
12 Jesús les habló de nuevo diciendo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá luz y vida.»
13 Los fariseos replicaron: «Estás hablando en tu propio favor; tu testimonio no vale nada.»
14 Jesús les contestó: «Aunque yo hable en mi favor, mi declaración vale, porque yo sé de dónde he venido y adónde voy. Ustedes son los que no saben de dónde he venido ni adónde voy.
15 Ustedes juzgan con criterios humanos; yo no juzgo a nadie.
16 Y si yo tuviera que juzgar, mi juicio sería válido, porque yo no estoy solo; el Padre que me envió está conmigo.
17 En la Ley de ustedes está escrito que con dos personas el testimonio es válido.
18 Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me ha enviado da testimonio de mí.»
19 Le preguntaron: «¿Dónde está tu Padre?» Jesús les contestó: «Us tedes no me conocen a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, co no cerían también a mi Padre.»
20 Jesús dijo estas cosas en el lugar donde se reciben las ofrendas, cuando estaba enseñando en el Templo, pero nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora.
21 De nuevo Jesús les dijo: «Yo me voy y ustedes me buscarán. Pero ustedes no pueden ir a donde yo voy y morirán en su pecado.»
22 Los judíos se preguntaban: «¿Por qué dice que a donde él va nosotros no podemos ir? ¿Pensará tal vez en suicidarse?»
23 Pero Jesús les dijo: «Ustedes son de abajo, yo soy de arriba. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo.
24 Por eso les he dicho que morirán en sus pecados. Yo les digo que si ustedes no creen que Yo soy, morirán en sus pecados.»
25 Le preguntaron: «Pero ¿quién eres tú?» Jesús les contestó: «Exactamente lo que acabo de decirles.
26 Tengo mucho que decir sobre ustedes y mucho que condenar, pero lo que digo al mundo lo aprendí del que me ha enviado: él es veraz.»
27 Ellos no comprendieron que Jesús les hablaba del Padre.
28 Y añadió: «Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo soy y que no hago nada por mi cuenta, sino que sólo digo lo que el Padre me ha enseñado.
29 El que me ha enviado está conmigo y no me deja nunca solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él.»
Los hijos de la verdad
30 Esto es lo que decía Jesús, y muchos creyeron en él.
31 Jesús decía a los judíos que habían creído en él: «Ustedes serán verdaderos discípulos míos si perseveran en mi palabra;
32 entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.»
33 Le respondieron: «Somos descendientes de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Por qué dices: “Ustedes serán libres”?»
34 Jesús les contestó: «En verdad, en verdad les digo: el que vive en el pecado es esclavo del pecado.
35 Pero el esclavo no se quedará en la casa para siempre; el hijo, en cambio, permanece para siempre.
36 Por tanto, si el Hijo los hace li bres, ustedes serán realmente li bres.
37 Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero mi palabra no tiene acogida en ustedes, y por eso tratan de matarme.
38 Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, y ustedes hacen lo que han aprendido de su padre.»
39 Ellos le cortaron la palabra: «Nuestro padre es Abraham.» En ton ces Jesús les dijo: «Si ustedes fueran hijos de Abraham, actuarían como Abraham.
40 Pero viene al guien que les dice la verdad, la verdad que he aprendido de Dios, y ustedes quieren matarme. Esta no es la manera de actuar de Abraham.
41 Ustedes actúan como hizo su padre.»
41 Los judíos le dijeron: «Nosotros no somos hijos de la prostitución, no tenemos más que un solo padre: Dios.»
42 Jesús les replicó: «Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían a mí, porque yo he salido de Dios para venir aquí. No he venido por iniciativa propia, sino que él mismo me ha enviado.
43 ¿Por qué no entienden mi lenguaje? Porque no pueden acoger mi mensaje.
44 Ustedes tienen por padre al diablo y quieren realizar los malos deseos de su padre. Ha sido un homicida desde el principio, porque la verdad no está en él, y no se ha mantenido en la verdad. Lo que se le ocurre decir es mentira, porque es un mentiroso y padre de toda mentira.
45 Por eso ustedes no me creen cuando les digo la verdad.
46 ¿Quién de ustedes encontrará falsedad en mí? Y si les digo la verdad, ¿por qué no me creen?
47 El que es de Dios escucha las palabras de Dios; ustedes no las escuchan porque no son de Dios.»
48 Los judíos le replicaron: «Tenemos razón en decir que eres un samaritano y que estás poseído por un demonio.»
49 Jesús les dijo: «Yo no tengo un demonio, pero ustedes me deshonran a mí porque honro a mi Padre.
50 Yo no tengo por qué defender mi honor, hay otro que se preocupa por mí y hará justicia.
51 En verdad les digo: el que guarda mi palabra no probará la muerte jamás.»
52 Los judíos replicaron: «Ahora sabemos que eres víctima de un mal espíritu. Abraham murió y también los profetas, ¿y tú dices: “Quien guarda mi palabra jamás probará la muerte”?
53 ¿Eres tú más grande que nuestro padre Abraham, que murió, lo mismo que murieron los Profetas? ¿Quién te crees que eres?»
54 Jesús les contestó: «Si yo me doy gloria a mí mismo, mi gloria no vale nada; es el Padre quien me da gloria, el mismo que ustedes llaman «nuestro Dios».
55 Ustedes no lo conocen, yo sí lo conozco, y si dijera que no lo conozco, sería un mentiroso como ustedes. Pero yo lo conozco y guardo su palabra.
56 En cuanto a Abraham, padre de ustedes, se alegró pensando ver mi día. Lo vio y se regocijó.».
57 Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?»
58 Contestó Jesús: «En verdad les digo que antes que Abraham existiera, Yo Soy.»
59 Entonces tomaron piedras para lanzárselas, pero Jesús se ocultó y salió del Templo.

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Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 8
8,1

Los manuscritos más antiguos del Evangelio de Juan no contienen este pasaje de 8,1-11. Algunos piensan que proviene de otras fuentes, entre ellas Lucas: véase Lc 21,37. Pero el hecho de que haya sido aceptado universalmente no permite separarlo del libro ni negarle la inspiración.
8,4

En tiempos de Jesús la lapidación no siempre se llevaba a efecto, y por lo tanto Jesús tuvo una cierta libertad para responder.
8,8

Algunos ven aquí la prueba de que Jesús sabía escribir. En realidad el verbo “escribir” tiene un sentido muy amplio en griego. Al principio significaba trazar líneas o hacer marcas. Aquí no se trata de escribir. La actitud de Jesús es una forma de confirmar su silencio y evita mirar de frente a sus adversarios para no provocarlos. De esta manera los apacigua y les facilita la retirada.
8,11

Jesús se niega a condenar como hacen los hombres; a pesar de que hubo falta y pecado grave, deja a Dios la tarea de purificar los corazones por el sufrimiento. Con mucha probabilidad hay algo más: si bien Jesús reafirma los mandamientos (Mt 19,18; Mc 7,22), sabe que las faltas cometidas no revelan sino muy parcialmente lo que sucedió en el corazón de la persona. El misterio de las conciencias escapa a nuestro conocimiento (1Jn 3,20).
8,12

Algunas páginas del Evangelio de Juan parecen haber sido desplazadas. El discurso 8,12-29 puede ser la continuación del milagro contado en el capítulo 9; después de sanar al ciego y comprobar la ceguera espiritual de los fariseos, Jesús declara: Yo soy la luz. Y al afirmar: Por eso acabo de decirles que morirán en sus pecados (8,24), recuerda lo dicho en 9,41.

Estas páginas cansan a muchos lectores que huyen de las polémicas, sobre todo cuando se sienten bien integrados en la sociedad. Es un hecho que Jesús debió encarar las oposiciones, y con mucha probabilidad tuvo que justificarse ante la policía del Templo. Juan no se sorprendió de tales discusiones rabínicas basadas en las Escrituras. En este capítulo Juan pone a Jesús frente a dos categorías de oponentes: la muchedumbre (12) y los judíos que habían creído en él (31).

Yo soy la luz del mundo. El comentario de esta afirmación no viene inmediatamente; en la sección 8,13-30 la frase más importante es Yo soy, y se repetirá siete veces. Algunas veces el verbo “yo soy” forma parte de la frase y del contexto, pero en 8,24, 8,28 y 8,58 está claro que Jesús se atribuye esta afirmación, o que Juan se lo hace decir. Pero es el nombre que Dios reveló a Moisés.

No caminará en tinieblas. Mediante la luz de Cristo se logra triunfar sobre todo lo oscuro que cada uno lleva en sí mismo. Tan sólo conocemos una pequeña parte de nuestro interior, y a cada momento nuestros actos obedecen a impulsos que no controlamos y que provienen del temperamento y de la naturaleza. Nos animan buenas intenciones y tenemos el corazón limpio (por lo menos así lo creemos), y no vemos que en realidad obedecemos a los llamados de “la carne y la sangre”, como expresa la Biblia. Pero si vivimos en la luz, la luz invadirá poco a poco hasta los últimos rincones de nuestro ser.
8,21

Morirán en su pecado. Esto significa que habrán pasado al lado de la reconciliación profunda con Dios que les traía Jesús.

Ustedes me buscarán. Los que no reciben la oferta de Dios en la persona de Jesús seguirán buscando y esperando, como ocurrió a lo largo de la historia sagrada, pero ahora Jesús ofrece el cumplimiento de la promesa. Los judíos que rechazan su mensaje no son condenados sino que continuarán viviendo lo que vivieron sus padres a través del Antiguo Testamento, mientras que el que creyó, aun cuando a menudo viva de esperanza, está seguro de haber sido acogido por el Padre.
8,23

De abajo y de arriba. Jesús expresa la imposibilidad de que se puedan entender los que entraron en el mundo de la fe y los que no creen: al ciego no se le pueden dar pruebas de que existen los colores. Porque la diferencia no radica en la razón o en algo que se pueda justificar, sino en una experiencia espiritual que da a las cosas un sentido nuevo. Ya en 8,15 decía Jesús: Ustedes juzgan según la carne, es decir, están cerrados al mundo del Espíritu.
8,30

Comienza la discusión con los que creían en él. Con su carisma profético Juan continúa interpretando las diversas palabras que retuvo de las discusiones de Jesús, pero tuvo especialmente en cuenta a los cristianos de origen judío, cuya fe no estaba al abrigo de las dudas sobre su personalidad divina.

Dos ideas se enfrentan en este párrafo: libertad e hijos de Abraham. Por un lado los privilegios verdaderos o supuestos de un pueblo cuyo antepasado recibió las promesas de Dios, y por otro los que Dios liberó de un mundo alienado y de su dueño, el diablo, para hacer de ellos sus hijos e hijas.

Para los judíos el mundo se dividía en dos bandos: los hijos de Abraham, es decir ellos, y los demás. Se gloriaban de su antepasado y olvidaban que a los ojos de Dios cada uno vale por lo que es.
8,32

La verdad de la que habla Jesús, no es una doctrina que deba ser impuesta a la fuerza por sus partidarios. No necesita propagandistas pertrechados con argumentos y con citas bíblicas, sino testigos que hablen de su experiencia. Jesús dice: la verdad los hará libres, y el Hijo los hará libres (v. 32 y 36). Porque nuestra verdad consiste en vivir conforme a nuestra vocación de hijos de Dios.
8,34

Un cuadro que reúne varias imágenes. Los que viven a su antojo aumentan el grupo del mundo de abajo, siempre provisorio. Generaciones de esclavos se suceden y pasan como las olas del mar: los esclavos se quedan en la casa sólo por un tiempo. En cambio Cristo nos hace entrar desde ahora en otro mundo, el de arriba, donde todo permanece (35). Desde el instante en que somos hijos, todo lo que hacemos da frutos para la eternidad.
8,44

El amor del cual hablará pronto Jesús, se arraiga en la verdad. El demonio siembra la mentira en las ilusiones y las buenas intenciones de las personas, de la cultura y de las religiones, y por eso que ha podido mantener en el mundo la violencia y las fuerzas de la muerte.
8,46

A menudo se ha entendido este versículo como: “Ustedes saben que jamás cometí pecado alguno”. Pero la palabra griega tiene un sentido más amplio: error, falsedad, mal proceder. Aquí se trata de todo lo que pudiera desacreditar a un profeta.
8,51

La misma expresión griega puede traducirse tanto “no morirá para siempre” como “no morirá jamás”. En 8.51 Jesús la emplea en el primer sentido, pero en 8.52, cuando la retoman los judíos, la entienden en el segundo sentido.

La expresión “para siempre” se repite en muchos lugares de este Evangelio: tener sed para siempre (4,14); vivir para siempre (6,51 y 6,58); perderse para siempre (10,28); morir para siempre (11,26).

Quien acepta plenamente el testimonio de Jesús sobre el misterio de Dios y lo que espera de nosotros, entra en una relación totalmente nueva con Dios. No es sólo una actitud, algo externo a nuestra persona, sino que es una “vida”. Algo nuevo ha sido sembrado en él, y desde ya es una presencia de la vida eterna.

Eso no quiere decir que el creyente esté más seguro de ir al cielo que los que no creen, o que los que siguen otras religiones se perderán. Sólo afirmamos que en el plan de salvación de Dios, los que fueron llamados a la fe en Jesús seguirán un camino diferente, tendrán otras experiencias, y cumplirán una misión necesaria al servicio de todos.

El “cielo” que esperamos después de la muerte no es algo totalmente separado de lo que vivimos ahora: la eternidad se arraiga en el tiempo. El Hijo de Dios asumió la naturaleza humana en su propia persona, y es sólo el comienzo de una divinización que continúa en nosotros. Por ahora es muy poco lo que se puede advertir de ello; a lo más descubrimos que hay cosas muy hermosas en la vida de los verdaderos creyentes. Pero un día veremos que esa relación mutua de Dios con una parte de la humanidad era la condición para que el Hombre Nuevo se desplegara en la eternidad.
8,56

En la óptica de Juan, y tal vez también en la de Jesús, Isaac, hijo de Abraham se confunde con el que representa que es Jesús; Abraham, al regocijarse por su nacimiento, festeja desde ya la venida de Cristo.
8,58

Antes que existiera Abraham, Yo soy. Es la séptima vez que aparece “yo soy” en este capítulo, y debemos tomarlo en el sentido más estricto: véase 8,12.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 9
Jesús sana a un ciego de nacimiento
1 Al pasar, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento.
2 Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado para que esté ciego: él o sus padres?»
3 Jesús respondió: «No es por haber pecado él o sus padres, sino para que unas obras de Dios se hagan en él, y en forma clarísima.
4 Mientras es de día tenemos que hacer la obra del que me ha enviado; porque vendrá la noche, cuando nadie puede trabajar.
5 Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»
6 Dicho esto, hizo un poco de lodo con tierra y saliva, untó con él los ojos del ciego
7 y le dijo: «Vete y lávate en la piscina de Siloé (que quiere decir el Enviado).» El ciego fue, se lavó y, cuando volvió, veía claramente.
8 Sus vecinos y los que lo habían visto pidiendo limosna, decían: «¿No es éste el que se sentaba aquí y pedía limosna?»
9 Unos decían: «Es él.» Otros, en cambio: «No, es uno que se le parece».
10 Pero él afirmaba: «Sí, soy yo.» Le preguntaron: «¿Cómo es que ahora puedes ver?»
11 Contestó: «Ese hombre al que llaman Jesús hizo barro, me lo aplicó a los ojos y me dijo que fuera a lavarme a la piscina de Siloé. Fui, me lavé y veo.»
12 Le preguntaron: «¿Dónde está él?» Contestó: «No lo sé.»
13 La gente llevó ante los fariseos al que había sido ciego.
14 Pero coincidió que ese día en que Jesús hizo lodo y abrió los ojos al ciego era día de descanso.
15 Y como nuevamente los fariseos preguntaran al hombre cómo había recobrado la vista, él contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.»
16 Algunos fariseos, pues, dijeron: «Ese hombre, que trabaja en día sábado, no puede venir de Dios.» Pero otros decían: «¿Puede ser un pecador el que realiza tales milagros?» Y estaban divididos.
17 Entonces le preguntaron de nuevo al ciego: «Ese te ha abierto los ojos, ¿qué piensas tú de él?» El contestó: «Que es un profeta.»
18 Los judíos no quisieron creer que antes era ciego y que había recobrado la vista hasta que no llamaran a sus padres.
19 Y les preguntaron: «¿Es éste su hijo? ¿Y ustedes dicen que nació ciego? ¿Y cómo es que ahora ve?»
20 Los padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego.
21 Pero cómo es que ahora ve, no lo sabemos, y quién le abrió los ojos, tampoco. Pregúntenle a él, que es adulto y puede responder de sí mismo.»
22 Los padres contestaron así por miedo a los judíos, pues éstos ha bían decidido expulsar de sus co munidades a los que reconocieran a Jesús como el Mesías.
23 Por eso dijeron: «Es mayor de edad, pregúntenle a él.»
24 De nuevo los fariseos volvieron a llamar al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Confiesa la verdad; nosotros sabemos que ese hombre que te sanó es un pecador.»
25 El respondió: «Yo no sé si es un pecador; lo que sé es que yo era ciego y ahora veo.»
26 Le preguntaron: «¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?»
27 El les dijo: «Ya se lo he dicho y no me han escuchado. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?»
28 Entonces comenzaron a insultarlo. «Tú serás discípulo suyo. Nosotros somos discípulos de Moisés.
29 Sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos ni siquiera de dónde es.»
30 El hombre contestó: «Esto es lo extraño: él me ha abierto los ojos y ustedes no entienden de dónde viene.
31 Es sabido que Dios no es cucha a los pecadores, pero al que honra a Dios y cumple su voluntad, Dios lo escucha.
32 Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento.
33 Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada.»
34 Le contestaron ellos: «No eres más que pecado desde tu nacimiento, ¿y pretendes darnos lecciones a nosotros?» Y lo expulsaron.
35 Jesús se enteró de que lo ha bían expulsado. Cuando lo encontró le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del Hombre?»
36 Le contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
37 Jesús le dijo: «Tú lo has visto, y es el que está hablando contigo.»
38 El entonces dijo: «Creo, Señor». Y se arrodilló ante él.
39 Jesús añadió: «He venido a este mundo para llevar a cabo un juicio: los que no ven, verán, y los que ven, se volverán ciegos.»
40 Al oír esto, algunos fariseos que estaban allí con él le dijeron: «¿Así que también nosotros somos ciegos?»
41 Jesús les contestó: «Si fueran ciegos, no tendrían pecado. Pero ustedes dicen: “Vemos”, y ésa es la prueba de su pecado.»

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Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 9
9,1

Jesús es la luz: el ciego recibe la luz. Jesús es la luz (Lc 2,32), pero los hombres se dividen respecto a él: unos se abren a la luz mientras otros se alejan cegados, porque prefieren quedarse con sus luces antes que creer en ese enviado de Dios.

El ciego entiende inmediatamente el significado de su curación, pero no así los padres temerosos y oportunistas, o los fariseos, que son buenos para juzgar y que se condenan a sí mismos.
9,3

Jesús elimina esa idea demasiado simplista que considera toda desgracia como el castigo de una falta. Más importante aún es el cambio del a causa de en para que.

Nuestra razón, bien seamos gente sencilla o bien instruida, se limita comúnmente a profundizar en las causas, que es necesario, y que por lo demás es la única vía para construir la ciencia. Este proceso, sin embargo, nos lleva a olvidar que la suerte de cada uno ha sido pesada por Dios: todo ha sido dispuesto para que. La Biblia insiste en nuestra responsabilidad, pero todo creyente descubre algún día que ha sido amado y que la secuencia de los acontecimientos ha sido dispuesta por el Padre para su bien (Rom 8,28).
9,16

La curación del ciego se realizó en día sábado: ¿estará Dios de parte de La ley divina que prohíbe actuar, o de parte del que hizo tan buena obra? Los fariseos defienden la Ley, y no es para asombrarse, ya que se sienten comprometidos con la palabra escrita mientras se quedan alejados de la miseria humana.
9,22

Juan no inventaba la exclusión y las amenazas que pesaban sobre Jesús y el grupo de sus discípulos en Judea. No existía todavía la frase “exclusión de la sinágoga”, pero sí la realidad. Algunas de esas discusiones ocurrieron seguramente bajo la forma de un interrogatorio a Jesús por parte de la policía del Templo.

24 Confiesa la verdad; el texto original dice: “Da gloria a Dios”. Era la manera bíblica de exigirle a alguien que reconociera su falta (Jos 7,19).
9,30

No entienden de dónde viene el que me abrió los ojos –porque no han encontrado a Dios.

La oposición entre los que ven y los que no ven no es artificial; el creyente ve lo mismo que ven y entienden los demás, pero capta además algo que se les escapa. Por eso no debemos pensar que creer en Cristo o no creer es cosa de poca importancia en las luchas de la vida. Y aunque unos y otros tomen las mismas opciones, no coincidirán en lo que más importa.
9,39

Es una prolongación de la profecía de Simeón en Lc 2,34.

Con la venida de Jesús ha empezado un juicio, y la palabra que usa el Evangelio significa también “crisis”. Este juicio no se ciñe al mundo judío o griego de aquel tiempo, sino que sigue socavando de mil maneras las falsas certezas de las instituciones humanas, incluso y especialmente cuando la Iglesia es la que olvida los caminos de Dios.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 10
Yo soy el buen pastor
1 «En verdad les digo: el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por algún otro lado, ése es un ladrón y un salteador.
2 El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas.
3 El cuidador le abre y las ovejas escuchan su voz; llama por su nombre a cada una de sus ovejas y las saca fuera.
4 Cuando ha sacado todas sus ovejas, empieza a caminar delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz.
5 A otro no lo seguirían, sino que huirían de él, porque no conocen la voz de los extraños.»
6 Jesús usó esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
7 Jesús, pues, tomó de nuevo la palabra: En verdad les digo que yo soy la puerta de las ovejas.
8 Todos los que han venido eran ladrones y malhechores, y las ovejas no les hicieron caso.
9 Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento.
10 El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud.
11 Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas.
12 No así el asalariado, que no es el pas tor ni las ovejas son suyas. Cuan do ve venir al lobo, huye aban donando las ovejas, y el lobo las agarra y las dispersa.
13 A él sólo le interesa su salario y no le importan nada las ovejas.
14 Yo soy el Buen Pastor y conozco a los míos como los míos me conocen a mí,
15 lo mismo que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Y yo doy mi vida por las ovejas.
16 Tengo otras ovejas que no son de este corral. A ésas también las llevaré; escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño con un solo pastor.
17 El Padre me ama porque yo doy mi vida para retomarla de nuevo.
18 Nadie me la quita, sino que yo mismo la entrego. En mis manos está el entregarla y el recobrarla: éste es el mandato que recibí de mi Padre.»
19 Nuevamente se dividieron los judíos a causa de estas palabras.
20 Algunos decían: «Es víctima de un espíritu malo y habla locuras; ¿para qué escucharlo?»
21 Pero otros decían: «Un endemoniado no habla de esa manera. ¿Puede acaso un demonio abrir los ojos de los ciegos?»
Jesús se declara Hijo de Dios
22 Era invierno y en Jerusalén se celebraba la fiesta de la Dedicación del Templo.
23 Jesús se paseaba en el Templo, por el pórtico de Salomón,
24 cuando los judíos lo rodearon y le dijeron: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente.»
25 Jesús les respondió: «Ya se lo he dicho, pero ustedes no creen. Las obras que hago en el nombre de mi Padre manifiestan quién soy yo,
26 pero ustedes no creen porque no son ovejas mías.
27 Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen,
28 y yo les doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará jamás de mi mano.
29 Aquello que el Padre me ha dado lo superará todo, y nadie puede arrebatarlo de la mano de mi Padre.
30 Yo y el Pad re somos una sola cosa.»
31 Entonces los judíos tomaron de nuevo piedras para tirárselas.
32 Je sús les dijo: «He hecho delante de ustedes muchas obras hermosas que procedían del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?»
33 Los judíos respondieron: «No te apedreamos por algo hermoso que hayas hecho, sino por insultar a Dios; porque tú, siendo hombre, te haces Dios.»
34 Jesús les contestó: «¿No está escrito en su Ley: Yo he dicho que son dioses?
35 No se puede cambiar la Escritura, y en ese lugar llama dioses a los que recibieron esta palabra de Dios.
36 Y yo, que fui consagrado y enviado al mundo por el Padre, ¿estaría insultando a Dios al decir que soy el Hijo de Dios?
37 Si yo no hago las obras del Pad re, no me crean.
38 Pero si las hago, si no me creen a mí, crean a esas obras, para que sepan y reconozcan que el Padre está en mí y yo en el Padre.»
39 Otra vez quisieron llevarlo pre so, pero Jesús se les escapó de las manos.
40 Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba al principio, y se quedó allí.
41 Mucha gente acudió a él, y decían: «Juan no hizo ninguna señal milagrosa, pero todo lo que dijo de éste era verdad.»
42 Y muchos creyeron en él en aquel lugar.

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Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 10
10,1

Gracias a la parábola del Pastor podemos imaginarnos uno de esos corrales en los que se juntaban los rebaños de varios pastores, bajo la vigilancia de un cuidador, para pasar la noche. Al amanecer cada pastor llamaba a sus ovejas y partía al frente de ellas.

Ante todo hay que liberarse de las imágenes sentimentales tanto del Pastor (muy a menudo vestido de azul y rosa) como de las ovejas obedientes y del rebaño de los buenos. Tampoco hay que confundir el rebaño que sigue al pastor y el corral donde se guardan los rebaños.

La Biblia anunciaba el día en que Dios, el Pastor, vendría a reunir las ovejas dispersas de su pueblo, para que vivieran seguras en su tierra. Jesús ha venido para cumplir lo anunciado, pero no lo hará en la forma esperada: su pueblo no se identifica con la nación judía ni con cualquier otra.

Sacará de entre los judíos a los que son suyos; de igual modo sacará a sus ovejas de otros corrales (16), es decir, de otras naciones fuera de la judía. Entonces se pondrá al frente de este rebaño. No pretende juntarlas en un nuevo corral, sino que las guiará hacia donde él sabe. El único rebaño camina a lo largo de la historia y no se identifica con ningún pueblo, como tampoco se encierra en sus propias instituciones.
10,4

No podemos silenciar aquí la confusión que muy a menudo ha hecho utilizar esta parábola del buen Pastor para apuntalar la visión de una Iglesia donde buenos pastores ayudan al rebaño a mantener su unidad en la obediencia. Lo que la parábola valoriza es la capacidad de las ovejas para liberarse de la pasividad del rebaño.

En todo tiempo sólo una pequeña o muy pequeña minoría ha sido capaz de alejarse de la pendiente suave y jalonada que han trazado las costumbres del grupo y que rejuvenecen sus líderes. Esto sucede en todas las instituciones, incluso en la Iglesia. Pero llegará el momento en que la voz reconocida del Pastor los hará salir del corral donde se entremezclaron durante un tiempo los atentos y los menos despiertos.

El pueblo de Cristo está compuesto por personas que han empezado con él una aventura hecha de confianza y de amor mutuo: Yo las conozco y ellas escucharán mi voz (v. 14 y 16).
10,9

Jesús pastor no sólo sale en busca de la oveja perdida o extraviada, como en Mt 18,12 y Lc 15,4, sino que aquí el Pastor, sucesor de los Pastores de Israel, que eran los reyes, toma a su cargo el rebaño y le abre el camino a costa de su propia vida.
10,11

El buen pastor. El término griego significa tanto “bueno” como “hermoso y noble”: Jesús es el pastor bello.
10,34

Algunos textos del Antiguo Testamento llaman “hijos de Dios” a los ángeles, y Jesús recuerda que también los dirigentes en unos pocos lugares son llamados “dioses”, en el sentido de representantes divinos. Por esta misma razón Jesús no se proclamaba Hijo de Dios, sino que se define con más fuerza diciendo: “el Padre está en mí y yo en el Padre” (38).
10,35

No se puede cambiar la Escritura. Con esa réplica Jesús nos invita a mirar más de cerca muchos textos bíblicos que menospreciamos y que no sabemos profundizar porque no cuadran con nuestra manera de pensar. Aquí Jesús nos dice: ¡Qué extraordinario es que Dios les haya dirigido su palabra!
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 11
La resurrección de Lázaro
1 Había un hombre enfermo llamado Lázaro, que era de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta.
2 Esta María era la misma que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el enfermo.
3 Las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas está enfermo.»
4 Al oírlo Je sús, dijo: «Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella.»
5 Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.
6 Sin em bar go, cuando se enteró de que Láza ro estaba enfermo, permaneció aún dos días más en el lugar donde se encontraba.
7 Sólo después dijo a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.»
8 Le replicaron: «Maestro, hace poco querían apedrearte los judíos, ¿y tú quieres volver allá?»
9 Jesús les contestó: «No tiene doce horas la jornada. El que camina de día no tropezará, porque ve la luz de este mundo;
10 pero el que camina de noche tropezará porque no posee la luz.»
11 Después les dijo: «Nuestro amigo Lázaro se ha dormido y voy a despertarlo.»
12 Los discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, recuperará la salud.»
13 En realidad Jesús quería decirles que Lázaro estaba muerto, pero los discípulos entendieron que se trataba del sueño na tural.
14 Entonces Jesús les dijo cla ramente: «Lázaro ha muerto,
15 pero yo me alegro por ustedes de no haber estado allí, pues así ustedes creerán. Vamos a verlo.»
16 En ton ces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»
17 Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro.
18 Betania está a unos tres kilómetros de Jerusalén,
19 y muchos ju díos habían ido a la casa de Marta y de María para consolarlas por la muerte de su hermano.
20 Apenas Marta supo que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María permanecía en casa.
21 Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
22 Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te la concederá.»
23 Jesús le di jo: «Tu hermano resucitará.»
24 Mar ta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.»
25 Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá.
26 El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
27 Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
28 Después Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está aquí y te llama.»
29 Apenas lo oyó, María se levantó rápidamente y fue a donde él.
30 Jesús no había entrado aún en el pueblo, sino que seguía en el mismo lugar donde Marta lo había encontrado.
31 Los judíos que estaban con María en la casa consolándola, al ver que se levantaba aprisa y salía, pensaron que iba a llorar al sepulcro y la siguieron.
32 Al llegar María a donde estaba Jesús, en cuanto lo vio, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»
33 Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó.
34 Y preguntó: «¿Dónde lo han puesto?» Le contestaron: «Señor, ven a ver.»
35 Y Jesús lloró.
36 Los judíos decían: «¡Miren cómo lo amaba!»
37 Pero algunos dijeron: «Si pudo abrir los ojos al ciego, ¿no podía haber hecho algo para que éste no muriera?»
38 Jesús, conmovido de nuevo en su interior, se acercó al sepulcro. Era una cueva cerrada con una piedra.
39 Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días.»
40 Jesús le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
41 Y quitaron la piedra.
41 Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado.
42 Yo sa bía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has en viado.»
43 Al decir esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!»
44 Y salió el muerto. Tenía las ma nos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo caminar.»
Los jefes judíos deciden la muerte de Jesús
45 Muchos judíos que habían ido a casa de María creyeron en Jesús al ver lo que había hecho.
46 Pero otros fueron donde los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.
47 Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron el Consejo y preguntaban: «¿Qué ha ce mos? Este hombre hace muchos milagros.
48 Si lo dejamos que siga así, todos van a creer en él, y luego intervendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.»
49 Entonces habló uno de ellos, Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, y dijo: «Ustedes no entienden nada.
50 No se dan cuenta de que es mejor que muera un solo hombre por el pueblo y no que perezca toda la nación.»
51 Estas palabras de Caifás no venían de sí mismo, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó en aquel momento; Jesús iba a morir por la nación;
52 y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos.
53 Y desde ese día estuvieron decididos a matarlo.
54 Jesús ya no podía moverse libremente como quería entre los judíos. Se retiró, pues, a la región cercana al desierto y se quedó con sus discípulos en una ciudad llamada Efraím.
55 Se acercaba la Pascua de los judíos, y de todo el país subían a Jerusalén para purificarse antes de la Pascua.
56 Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: «¿Qué les parece? ¿Vendrá a la fiesta?»
57 Pues los jefes de los sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes, y si alguien sabía dónde se encontraba Jesús, debía notificarlo para que fuera arrestado.

**
Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 11
11,1

Este es el séptimo y último milagro de Jesús en el Evangelio de Juan; como pasó con la samaritana, el diálogo se ve truncado a cada momento porque Jesús retoma las palabras dándoles un significado diferente.

Lázaro resucitado es el anuncio de Jesús muerto y resucitado, y el Evangelista hará notar que este milagro precipitó la detención del Señor. Desde la primera palabra vemos que se trata de un enfermo, es decir, de un hombre que espera su salvación.
11,6

La tardanza de Jesús: tal vez haya sido para mostrarnos que su obra de salvación no es ante todo para salvarnos de lo que nos parece más intolerable: la muerte física.

No envidiemos a Lázaro que tuvo la mala suerte de tener que morir otra vez. Este milagro es solamente el anuncio de la verdadera resurrección, que no consiste en una prolongación de la vida, sino en la transformación de nuestra persona.
11,8

Los judíos querían matar a Jesús, pero solamente podían apresarlo en la provincia de Jerusalén, donde sus comunidades religiosas y su organización política eran fuertes. Jesús, quedándose al otro lado del Jordán, estaba al seguro.
11,9

Las doce horas... Jesús cumplirá las doce horas de la jornada, o sea, de su misión, sin fi jar se en los riesgos. Los que como él caminan de día, o sea, de acuerdo con el plan divino, no tropeza rán; Cristo será para ellos la luz del mun do (Jn 9,5).
11,24

Por aquella época ya la mayoría de los judíos religiosos creían en la resurrección, pero todo era muy vago y sólo era uno de los elementos del Día de Yavé. Aquí Jesús toma sobre sí la resurrección del género humano.
11,25

Algunos manuscritos antiguos tienen sólo: Yo soy la resurrección.

Jesús recuerda que quienes creen en él ya poseen la vida eterna.
11,27

¡Qué profesión de fe tan extraordinaria la de Marta! Es la misma de Pedro (Mt 16,16). Y será María la que, poco después, anunciará la resurrección a los mismos apóstoles.
11,33

Un detalle muy importante en este Evangelio que insiste tanto en la divinidad de Jesús, la que no disminuye en nada la realidad humana del Hijo. Jesús no estaba revestido de cuerpo humano sino que era hombre verdadero, con su temperamento y sus reacciones naturales: “ha sido probado en todo igual que nosotros, a excepción del pecado” (Heb 4,16).
11,42

Es difícil traducirlo, si se quiere conservar en el texto un sentido aceptable. Se puede entender: Te doy gracias, no porque tú harás el milagro (porque eso yo lo sabía) sino porque gracias al milagro esta gente podrá creer.
11,44

Los judíos vendaban a los muertos antes de enterrarlos. La Iglesia pri mitiva usaba el término “desatar” para significar el perdón de los pecados. Al igual que Lázaro, los que recibían el perdón volvían a la vida.
11,45

Las palabras de Caifás se cumplieron, pero no en el sentido en que las dijo. Un solo hombre iba a morir para salvar a todos, como ya lo insinuaba la Biblia (Gén 45,5; Is 53,5.)
11,45

Podemos preguntarnos de dónde sacó Juan estas informationes; tal vez las recibió de Nicodemo o de José de Arimatea que se nombran en 19,38 y que parece se habían quedado relacionados con la primera comunidad. En Jn 18,15 se nos dice que el Evangelista era conocido en la casa del sumo sacerdote.
11,52

Jesús iba a morir para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos.

El plan de Dios contemplaba en un primer tiempo la dispersión de los hombres por toda la tierra; después su congregación sería el efecto de la resurrección de Jesús: véase Jn 12,32.

La Iglesia reúne creyentes de todas las razas y culturas, y la llamamos católica, o sea, universal. Esto no es más que un comienzo y una figura de lo que se logrará al final de los tiempos, cuando toda la humanidad se reúna en Cristo.

En muchos países la falta de conciencia de las masas campesinas y urbanas impide todavía que los hombres se agrupen para establecer un orden justo. Millones de buenas voluntades y de grandes sacrificios no han sido suficientes para convertir a los que poseen o, más bien, para convertir la cultura y las estructuras que forman el mundo y que mantienen o crean las diferentes formas de exclusión.

La profecía de Caifás adquiere todo su sentido a la hora del reencuentro de los pueblos, nativos e inmigrantes, de cualquier religión. Las fricciones, los sufrimientos y las tragedias de ese reencuentro no impedirán que sea el signo de nuestro arribo a una nueva etapa de los últimos tiempos. Los cristianos deben ser los primeros en favorecer la reunión de los dispersos hijos de Dios mediante el trabajo, la acción no violenta y el espíritu de reconciliación. No pueden invertir todas sus fuerzas en programas de asistencia a los pobres.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 12
La cena de Betania
1 Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos.
2 Allí lo invitaron a una cena. Marta servía y Lázaro estaba entre los invitados.
3 María, pues, tomó una libra de un perfume muy caro, hecho de nardo puro, le ungió los pies a Jesús y luego se los secó con sus cabellos, mientras la casa se llenaba del olor del perfume.
4 Judas Iscariote, el discípulo que iba a entregar a Jesús, dijo:
5 «Ese perfume se podría haber vendido en trescientos denarios para ayudar a los pobres.»
6 En realidad no le importaban los pobres, sino que era un ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, se llevaba lo que echaban en ella.
7 Pero Jesús dijo: «Déjala, pues lo tenía reservado para el día de mi en tierro.
8 A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre.»
9 Muchos judíos supieron que Je sús estaba allí y fueron, no sólo por ver a Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos.
10 Entonces los jefes de los sacerdotes pensaron en dar muerte también a Lázaro,
11 pues por su causa muchos judíos se alejaban de ellos y creían en Jesús.
El Mesías entra en Jerusalén
12 Al día siguiente, muchos de los que habían llegado para la fiesta se enteraron de que Jesús también venía a Jerusalén.
13 Entonces to ma ron ramos de palma y salieron a su encuentro gritando: «¡Hosanna! ¡Ben dito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Rey de Israel!»
14 Jesús encontró un burrito y se montó en él,
15 según dice la Escritura: No temas, ciudad de Sión, mira que viene tu Rey montado en un burrito.
16 Los discípulos no se dieron cuenta de esto en aquel momento, pero cuando Jesús fue glorificado, recapacitaron que esto había sido escrito para él y que ellos se lo habían hecho.
17 Toda la gente que había estado junto a Jesús cuando llamó a Lázaro del sepulcro y lo resucitó de entre los muertos, cantaba sus alabanzas,
18 y muchos otros vinieron a su encuentro a causa de la noticia de este milagro.
19 Mientras tanto los fariseos comentaban entre sí: «No hemos adelantado nada. Todo el mundo se ha ido tras él.»
Si el grano no muere
20 También un cierto número de griegos, de los que adoran a Dios, habían subido a Jerusalén para la fiesta.
21 Algunos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaron: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
22 Felipe habló con Andrés, y los dos fueron a decírselo a Jesús.
23 Entonces Jesús dijo: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre.
24 En verdad les digo: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
25 El que ama su vida la destruye; y el que desprecia su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna.
26 El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Y al que me sirve, el Padre le dará un puesto de honor.
27 Ahora mi alma está turbada. ¿Diré acaso: Padre, líbrame de esta hora? ¡Si precisamente he llegado a esta hora para enfrentarme con todo esto!
28 Padre, ¡da gloria a tu Nombre!» Entonces se oyó una voz que venía del cielo: «Lo he glorificado y lo volveré a glorificar.»
29 Los que estaban allí y que escucharon la voz decían que había sido un trueno; otros decían: «Le ha ha blado un ángel.»
30 Entonces Jesús declaró: «Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes.
31 Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera,
32 y yo, cuando haya sido levantado de la tierra, atraeré todo.»
33 Con estas palabras Jesús daba a entender de qué modo iba a morir.
34 La gente le replicó: «Escuchamos la Ley y sabemos que el Me sías permanece para siempre. ¿Cómo dices tú que el Hijo del Hom bre va a ser levantado? ¿Quién es ese Hijo del Hombre?»
35 Jesús les contestó: «Todavía por un poco más de tiempo estará la luz con ustedes. Caminen mientras tienen luz, no sea que les sorprenda la oscuridad. El que camina en la oscuridad no sabe adónde va.
36 Mientras tengan la luz, crean en la luz y serán hijos de la luz.»
36 Así habló Jesús; después se fue y ya no se dejó ver más.
Incredulidad de los judíos
37 Aunque había hecho tantas señales delante de ellos no creían en él.
38 Tenía que cumplirse lo dicho por el profeta Isaías: Señor, ¿quién ha dado crédito a nuestras palabras? ¿A quién fueron revelados los caminos del Señor?
39 ¿Por qué no podían creer? Isaías lo había dicho también:
40 Cegó sus ojos y endureció su corazón para que no vieran, ni comprendieran, ni se volvieran a mí: de hacerlo, yo los habría sanado.
41 Esto lo dijo Isaías, porque vio su gloria y habló de él.
42 En realidad, de entre los mismos jefes, varios creyeron en él; pero no lo dijeron abiertamente por miedo a que los fariseos los echaran de la comunidad judía.
43 Prefirieron ser honrados por los hombres antes que por Dios.
44 Pero Jesús dijo claramente: «El que cree en mí no cree solamente en mí, sino en aquel que me ha enviado.
45 Y el que me ve a mí ve a aquel que me ha enviado.
46 Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no permanezca en tinieblas.
47 Si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no lo juz go, porque yo no he venido para con denar al mundo, sino para salvarlo.
48 El que me rechaza y no recibe mi palabra ya tiene quien lo juzgue: la misma palabra que yo he hablado lo condenará el último día.
49 Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre, al enviarme, me ha mandado lo que debo decir y cómo lo debo de cir.
50 Yo sé que su mandato es vida eterna, y yo entrego mi mensaje tal como me lo mandó el Padre.»

**
Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 12
12,1

Mateo y Marcos narran también esta cena en la que María demostró a Jesús su amor apasionado. Lo amaba con todas sus fuerzas, y su amor, lejos de volverla ciega, la llevaba a sentir y a respetar la misteriosa personalidad de Jesús. Según los otros evangelios, no todos los apóstoles comprendieron su gesto, porque todavía tenían mucho que aprender sobre el amor a Cristo; Juan sólo menciona a Judas. Hablamos a menudo, como Judas, de dar a los pobres, a pesar de que el Señor no nos pide en primer lugar dar sino amar. Y amar al pobre es anunciarle el llamado que Dios le hace y ayudarle a crecer como persona, superando debilidades y divisiones; es enseñarle a cumplir la misión que Dios le confió. Si no vivimos entre ellos, necesitamos conversión y pobreza auténtica para descubrir con ellos el Reino, y ¿cómo se podría sin amar a Jesús?

Seis días. Mateo y Marcos dan la impresión de que esta cena tuvo lugar dos días antes de la Pascua. Hay desacuerdos entre los Evangelistas respecto a la fecha de la Pascua. Mientras Juan afirma que Jesús murió en vísperas de la Pascua (Jn 19,14), los otros tres dicen que la última Cena tuvo lugar el mismo día en que los judíos celebraban la Pascua (Mt 26,2).

Según una tradición muy antigua, Jesús habría celebrado la última Cena el martes, siguiendo un calendario anterior al calendario oficial, y los dos días siguientes no serían demasiados para ubicar el doble proceso y la crucifixión el viernes; pero esto no es seguro. Todo se aclara si pensamos que Jesús no celebró la cena del cordero. Los discípulos preguntan: “¿Dónde quieres que comamos la Pascua?” Y Jesús les indica el lugar (Lc 22,10). Sabemos sin embargo que responde muchas veces cambiando el sentido de las palabras.Véase al respecto la nota de Lc 22,14.
12,20

Numerosos extranjeros (los llamaban griegos a causa de su idioma), se habían convertido a la fe de los judíos. Sin tener los mismos derechos que los judíos observantes, eran aceptados en el Templo de Jerusalén, donde les estaba reservado un patio separado del de los judíos. El interés manifestado por esos griegos da a Jesús la oportunidad para anunciar que la misión se extenderá a toda la tierra, cuando haya sido levantado en la cruz.
12,24

Si el grano no cae en tierra. La ley universal de la vida indica que esa será la opción de toda vida que busca su plena realización. Esta opción se les presentará a todos un día u otro, sean cuales fueren su carácter, su vocación, su religión o su rechazo a las religiones.

Si el grano no muere. Jesús va a morir y nacerá la Iglesia universal. En su persona resucitada se unirán todos los creyentes

Si el grano no muere: es la ley de todo apostolado cristiano que quiere ser fecundo (Mc 8,34). Es necesario que los testigos mueran o sean rechazados, que las obras portadoras de vida sean detenidas o destruidas (Mc 8,34). Ya los primeros creyentes decían: “La sangre de los mártires es una semilla.”
12,27

Esta página de Juan alude a la transfiguración de Jesús (Mc 9,1) y su agonía en Getsemaní (Mc 14,26).
12,28

¿Hubo en ese momento una intervención divina, o más bien nos transmite Juan en este versículo un eco de la voz divina de la Transfiguración?

En todo caso es como la presencia fugaz del mundo verdadero en el escenario ilusorio donde se agitan los hombres. Poco importa que el pueblo dentro de poco abandone a Jesús y lo entregue a los romanos, Jesús mira más allá. Sabe que no puede salvar a su nación de un fracaso histórico, pero su muerte cambiará el rumbo del mundo; él vencerá ahí donde se juega el destino de la humanidad.

Lo he glorificado. Aparentemente se refiere al Nombre de Dios, pero a continuación Juan mantiene una ambigüedad: la glorificación del Nombre será al mismo tiempo la de Jesús levantado de la tierra para atraer todo a sí (12,31).

Muy comúnmente se olvida que la meta de nuestra vida es glorificar a Dios. Esto no se logra principalmente construyendo templos o cantando ¡Gloria a Dios!, sino aceptando ser nosotros mismos sacrificios agradables a Dios. Un obispo y mártir de la Iglesia primitiva, san Ireneo, escribía: “Dios es glorificado cuando vive el hombre; pero para el hombre vivir es ver a Dios.”

Dios es glorificado cuando sus hijos llegan a la gloria, es decir, a su propia remodelación por obra del fuego y del Espíritu Santo.
12,31

El Príncipe de este mundo designa al espíritu del mal, que no es sólo el Mal con mayúscula, sino un espíritu malo, adversario de Dios. Mientras que para Jesús los “demonios” podían significar cualquier forma del mal, el Diablo o Satanás es siempre presentado como un sujeto libre, activo, que sabe a dónde quiere llegar.

Juan da a ese espíritu una dimensión cósmica: estaba en el mundo antes del hombre, como en Gén. 3,1. Siendo el mundo a la vez su súbdito y su cómplice, Juan puede hablar del mundo salvado por la venida del Hijo y su sacrificio, como en 3,16, o de la victoria de Cristo sobre el mundo, como en 16,33.
12,34

El Mesías permanece para siempre: véase Dn 7.14.
12,37

Esta es la conclusión de la primera parte del evangelio: testimonios, oposiciones, revelaciones sobre la fe y el rechazo a creer, el fracaso final era de prever si se sabía interpretar la Escritura. Juan cita dos textos:

El primero es el poema dedicado al Siervo de Yavé, víctima voluntaria en favor de sus hermanos (Is 53,1). Dice lo difícil que es para los hombres aceptar un Salvador humillado.

El segundo recuerda que tampoco se les hizo caso a los anteriores profetas mientras vivían; y en eso se cumple un plan misterioso de Dios.

Juan recalca el pecado de la mayoría que no se comprometió con Cristo, aunque lo respetara interiormente. Para nosotros también creer en el Evangelio significa asumir un compromiso. No podemos hacer el quite a su Iglesia, a pesar de que está muy lejos de ser trasparente. Su palabra nos encuentra sumidos en muchas preocupaciones y, las más de las veces, no nos sentimos obligados a dar inmediatamente nuestra respuesta: “Yo avisaré en seguida”. No nos sentimos muy culpables por esa palabra rechazada, a pesar de que de hecho hemos rechazado a Dios mismo.
12,41

El evangelio transfiere a Jesús lo que el Antiguo Testamento decía de Yavé Dios: ¡era la gloria del Hijo-Señor, la que vio el profeta!
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: JESÚS CUMPLE SU OBRA
1 Antes de la fiesta de Pas cua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, co mo había amado a los suyos que que daban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Jesús lava los pies a sus discípulos
2 Estaban comiendo la cena y el diablo ya había depositado en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle.
3 Jesús, por su parte, sabía que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía.
4 En tonces se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura.
5 Echó agua en un re cipiente y se puso a lavar los pies de los discípulos, y luego se los secaba con la toalla que se había atado.
6 Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?»
7 Jesús le contestó: «Tú no puedes comprender ahora lo que estoy haciendo. Lo com prenderás más tarde.»
8 Pedro replicó: «Jamás me lavarás los pies.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no podrás tener parte conmigo.»
9 Entonces Pedro le dijo: «Señor, lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.»
10 Jesús le dijo: «El que se ha bañado está completamente limpio y le basta lavarse los pies. Y ustedes están limpios, aunque no todos.»
11 Jesús sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos ustedes están limpios.»
12 Cuando terminó de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Comprenden lo que he hecho con ustedes?
13 Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy.
14 Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros.
15 Yo les he dado ejemplo, y ustedes deben hacer como he hecho yo.
16 En verdad les digo: El servidor no es más que su patrón y el enviado no es más que el que lo envía.
17 Pues bien, ustedes ya saben estas cosas: felices si las ponen en práctica.
18 No me refiero a todos ustedes, pues conozco a los que he escogido, y tiene que cumplirse lo que dice la Escritura: El que compartía mi pan se ha levantado contra mí.
19 Se lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy.
20 En verdad les digo: el que reciba al que yo envíe, a mí me recibe, y el que me reciba a mí, recibe al que me ha enviado.»
21 Tras decir estas cosas, Jesús se conmovió en su espíritu y dijo con toda claridad: «En verdad les digo: uno de ustedes me va a entregar.»
22 Los discípulos se miraron unos a otros, pues no sabían a quién se refería.
23 Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba recostado a su lado en la mesa,
24 y Simón Pedro le hizo señas para que le preguntara de quién hablaba.
25 Se volvió hacia Jesús y le preguntó: «Señor, ¿quién es?»
26 Jesús le contestó: «Voy a mojar un pedazo de pan en el plato. Aquél al cual se lo dé, ése es.»
26 Jesús mojó un pedazo de pan y se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón.
27 Apenas Judas tomó el pedazo de pan, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto.»
28 Ninguno de los que estaban a la mesa comprendió por qué Jesús se lo decía.
29 Como Judas tenía la bolsa común, algunos creyeron que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta...», o bien: «da algo a los pobres.»
30 Judas se comió el pedazo de pan y salió inmediatamente. Era de noche.
31 Cuando Judas salió, Jesús dijo: «Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él.
32 Por lo tanto, Dios lo va a introducir en su propia Gloria, y lo glorificará muy pronto.
33 Hijos míos, yo estaré con ustedes por muy poco tiempo. Me buscarán, y como ya dije a los ju díos, ahora se lo digo a ustedes: donde yo voy, ustedes no pueden venir.
34 Les doy un mandamiento nue vo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado.
35 En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros.»
36 Simón Pedro le preguntó: «Señor, ¿adónde vas?» Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora, pero me seguirás más tarde.»
37 Pedro le dijo: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Estoy dispuesto a dar mi vida por ti.»
38 Jesús le respondió: «¿Dar tú la vida por mí? En verdad te digo que antes de que cante el gallo me ha brás negado tres veces.»

**
Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 13
13,1

Aquí pasamos a la segunda parte del Evangelio de Juan, que empieza con los discursos de despedida de Jesús después de su última Cena.

Así como en los capítulos anteriores cada discurso de Jesús tomaba pie de un milagro, también los que ocupan los capítulos 14-17 tienen su punto de partida en un hecho singular, que es el “lavatorio de los pies”. Este gesto encierra dos enseñanzas:

— Debemos purificarnos antes de participar en la Cena del Señor.

— Debemos poner en práctica el mandato del amor.
13,2

Muchos se extrañan al ver que el lavado de los pies reemplaza a la Eucaristía. Esto se debe a que Juan no pretende dar un relato completo en una Iglesia que ya tenía los tres primeros evangelios, sino que se ciñe a los hechos que le permitan ordenar su testimonio sobre Jesús. El lavado de los pies concluye con una enseñanza so bre la humildad, que Lucas coloca después de la eucaristía (Lc 22,27). En aquella liturgia Je sús quiso ser el Siervo (Is 52,13), del mismo mo do que lo sería en la celebración de la eucaristía

Juan desarrolla otro significado del gesto de Jesús: es una purificación. Los pe regrinos que subían a Jerusalén para celebrar la Pascua se habían purificado con antelación. Jesús lava los pies a los que ya se habían bañado según la Ley (Núm 9,6). Esto explica la respuesta de Jesús a Pedro, pero también des cu brimos otro sentido. Los apóstoles estaban en gracia de Dios, porque la palabra de Jesús que habían acogido los había purificado (15,3); sin embargo les hacía falta una preparación antes de compartir el pan de vida en la mesa de su Señor.

Este acto nos recuerda el sacramento del Bautismo, pero también el de la Penitencia, en el que se unen lazos de humildad y de misericordia, tanto del que purifica como de los que son purificados. En adelante los apóstoles harán lo que su Señor ha hecho primero, ya que para eso él los envía en su nombre. No actuarán como jerarcas o jueces que conceden el perdón a culpables, sino que darán el primer paso para purificar a quienes se acercan a la Cena del Señor.

En este capítulo aparece siete veces la palabra Señor. Comprendemos, pues, que al lavar los pies, Jesús hizo un gesto destinado a enseñarnos, mejor que cualquier otro, cómo es nuestro Señor y Dios.
13,23

Aquí aparece por primera vez el discípulo al que Jesús amaba, el autor de este evangelio (Jn 21,24). Juan no habla de una amistad con Jesús sino solamente del amor que Jesús le tiene, porque eso es lo importante. Dios nos ha amado primero (1Jn 4,19) y Juan celebra la elección del Dios inaccesible que le reservó un lugar excepcional en su aventura tanto terrestre como eterna.

Recostado a su lado. El texto emplea el giro hebreo: “que estaba tendido en su regazo”, o sea tendido en los sofás inclinados a los tres lados de la mesa en herradura, según la costumbre griega. La cabeza estaba más elevada y vuelta hacia la mesa: se estaba recostado de lado y por tanto el que estaba “en el regazo” estaba justo delante de él, a su derecha. El discípulo se da, pues, la vuelta para hacerle la pregunta a Jesús.
13,33

Un mandamiento nuevo, es decir, un mandamiento propio de los tiempos nuevos que empiezan. La Biblia hablaba de fidelidad interior a Dios y de amor al prójimo, pero este mensaje quedaba oculto en una maraña de los formulismos. Además, son muchas las maneras de amar: en el Nuevo Testamento Jesús declara que el amor a Dios es la ley primordial, y los ejemplos que nos dio el Señor en su vida terrena nos señalan el camino del amor.

El amor según Dios es el que libera al prójimo y lo incita a desarrollar los dones que Dios le entregó. Este amor le ayuda a ser lo que Dios quiere que sea, pasando por muerte y resurrección.

Mientras vamos profundizando el misterio del amor divino que se nos manifiesta en Jesús, nuestro amor se va identificando con el mismo amor eterno de Dios que, al fin, actuará libremente a través de nosotros (1Jn 4,12). El amor auténtico procede de Dios y hace que todos volvamos a la unidad en Dios.
13,36

Este párrafo será retomado en 21,19. El autor lo escribió cuando Pedro había sido ya ejecutado, habiendo seguido a Jesús hasta el fin. Juan recuerda esas afirmaciones temerarias (Mc 14,29) con el fin de introducir el tema “seguir a Jesús”.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 14
Yo voy al Padre
1 «No se turben; crean en Dios y crean también en mí.
2 En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. De no ser así, no les habría dicho que voy a prepararles un lugar.
3 Y después de ir y prepararles un lugar, volveré para tomarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes.
4 Para ir a donde yo voy, ustedes ya conocen el camino.»
5 Entonces Tomás le dijo: «Señor, nosotros no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?»
6 Jesús contestó: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.
7 Si me conocen a mí, también conocerán al Padre. Pero ya lo conocen y lo han visto.»
8 Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta.»
9 Jesús le respondió: «Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ve a mí ve al Padre. ¿Cómo es que dices: Muéstranos al Padre?
10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Cuando les enseño, esto no viene de mí, sino que el Padre, que permanece en mí, hace sus propias obras.
11 Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanme en esto; o si no, créanlo por las obras mismas.
12 En verdad les digo: El que crea en mí hará las mismas obras que yo hago y, como ahora voy al Pad re, las hará aún mayores.
13 Todo lo que pidan en mi Nombre lo haré, de manera que el Padre sea glorificado en su Hijo.
14 Y también haré lo que me pidan invocando mi Nombre.
15 Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos,
16 y yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes,
17 el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen, porque está con ustedes y permanecerá en ustedes.
18 No los dejaré huérfanos, sino que volveré a ustedes.
19 Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes me verán, porque yo vivo y ustedes también vivirán.
20 Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre y ustedes están en mí y yo en ustedes.
21 El que guarda mis mandamientos después de recibirlos, ése es el que me ama. El que me ama a mí será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.»
22 Judas, no el Iscariote, le preguntó: «Señor, ¿por qué hablas de mostrarte a nosotros y no al mun do?»
23 Jesús le respondió: «Si al guien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. En ton ces vendremos a él para poner nuestra morada en él.
24 El que no me ama no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado.
25 Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes.
26 En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho.
27 Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo.
28 Sa ben que les dije: Me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, pues el Padre es más grande que yo.
29 Les he dicho estas cosas aho ra, antes de que sucedan, para que cuando sucedan ustedes crean.
30 Ya no hablaré mucho más con us tedes, pues se está acercando el príncipe de este mundo. En mí no encontrará nada suyo,
31 pero con esto sabrá el mundo que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha encomendado hacer. Ahora levántense y vayámonos de aquí.

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Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 14
14,1

A continuación del lavado de los pies, Juan pone tres discursos de despedida de Jesús a sus apóstoles, que habían convivido con él durante meses, y ahora deben descubrir otra manera de convivir con Jesús resucitado y presente, pero invisible. Yo estaba con ustedes, dice Jesús, y en adelante yo estaré en ustedes. El primero de estos discursos ocupa el capítulo 14.
14,2

Al subir Jesús donde el Padre, no realiza una hazaña individual, sino que nos abre el camino a nuestra casa, que no se sitúa muy por encima de nosotros, sino en Dios. Hay muchas habitaciones, es decir, que hay lugar también para nosotros. La mansión propia no significa la soledad del propietario encerrado en lo suyo, sino que en cada una de ellas Dios se da totalmente: vendremos a él (23). Todo lo tendremos en Dios, y su irradiación sacará a cada uno la resonancia única que sólo él puede dar. Cada uno estará en su propia mansión, estando en comunión con todos.

Sabiendo, pues, cuál es el término, de be mos encaminarnos hacia esa comunión definitiva.
14,5

Las intervenciones de personas que no entienden la palabra de Jesús son aquí un procedimiento de estilo para dar vida al discurso: cada vez que se hace a Jesús una pregunta desatinada, le permite precisar lo que acaba de decir, como pasó con la Samaritana.

Yo soy el camino, dice Jesús. Se hizo hombre precisamente para que viéramos en él al Padre. Siguió su camino, tan desconcertante para nosotros, para que, al meditar sus actos, fuéramos progresando hacia la verdad. Porque, aunque al comienzo no entendamos bien sus propósitos, con el tiempo descubriremos al Señor y comprenderemos que su camino es el nuestro. Pa sando por la cruz y la muerte, conquistaremos nuestra propia verdad y llegaremos a la vida.
14,11

Yo estoy en el Padre y ustedes están en mí. Entramos “en” la vida misteriosa de las personas divinas que comparten todo y son un único Dios. Las cosas materiales y los cuerpos no se pueden compenetrar, pero no es así en el mundo espiritual: Cristo está en el Padre y el Padre en él, y ponen su morada en nosotros.
14,15

Al empezar el evangelio, Juan dijo que toda la actuación de Dios en el mundo se debe comprender a la luz de la relación íntima del Padre y del Hijo. Ahora agrega que la presencia de Dios en nosotros se debe a otra persona, que es el Espíritu Santo. Ni el Padre solo, al que nadie ha visto, ni el Hijo que se ha manifestado, podrían hacerse uno con nosotros si no fuera mediante el Espíritu, soplo de Dios, al que deberíamos llamar: Dios que se comunica. Por eso llamamos vida espiritual a todo lo que se refiere a nuestras relaciones con Dios.

El presente capítulo expone los tres pasos de la vida espiritual:

Guardar las palabras de Jesús: meditarlas, ponerlas en práctica y dejar que echen raíces en nuestra alma.

— Luego, instruidos por el Espíritu sobre lo que debemos pedir en su nombre, pedimos con toda confianza aquellas cosas que él mismo desea.

— Al final, hacemos las mismas cosas que él hizo. No multiplicó las obras buenas, sino que llevó a cabo lo que el Padre le pedía, aun cuando su obediencia pareciera un sacrificio vano.
14,16

Otro Protector. Jesús se refiere al Espíritu Santo, llamado Paráclito en el texto griego. Esta palabra tiene varios sentidos: defensor, protector, abogado. El mismo término se aplica también al que en el oficio de la sinagoga traducía al lenguaje hablado (el arameo) el texto hebreo: véase ese sentido en 16,13-14. Aquí traducimos: el Protector.

El Espíritu da a los creyentes la confianza e inspira sus oraciones para que sean escuchadas por Dios.

Antes de él teníamos ya un protector, Jesús, el que ora al Padre por nosotros. El Hijo es en cierta manera “Dios para nosotros” y su obra no se encierra toda en el tiempo que ha vivido entre nosotros aquí abajo, sino que a lo largo de la historia continúa intercediendo por nosotros. Sobre ese rol se explayará la Carta a los Hebreos.
14,26

Comparar con 15,26. El Espíritu Santo procede del Padre que es la fuente única, pero el Hijo no nos lo da como si sólo transmitiera algo: es su propio Espíritu.
14,28

El Padre es más grande que yo. Esto no contradice lo que Juan nos enseña respecto de la divinidad de Cristo a lo largo de su evangelio. Debemos leer estas palabras junto con lo dicho por Jesús en 5,18; 10,30; 16,15, para entender algo del misterio de Cristo, Dios verdadero (Rom 9,5; Ti 2,13; 1 Jn 5,20).

Ya en el siglo iv, el gran defensor de la fe, san Hilario, escribía: “El Padre es más grande por ser el que da, pero si da al Hijo su propio Ser único, el Hijo ya no es menos que el Padre.”
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 15
Yo soy la vid: produzcan frutos en mí
1 «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador.
2 Toda rama que no da fruto en mí la corta. Y todo sarmiento que da fru to lo limpia para que dé más fruto.
3 Ustedes ya están limpios gracias a la palabra que les he anunciado,
4 pero permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes. Un sarmiento no puede producir fruto por sí mismo si no permanece unido a la vid; tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí.
5 Yo soy la vid y ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada.
6 Al que no permanece en mí lo tiran y se seca; como a los sarmientos, que los amontonan, se echan al fuego y se queman.
7 Mientras ustedes permanezcan en mí y mis palabras permanezcan en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán.
8 Mi Padre es glorificado cuando ustedes producen abundantes frutos: entonces pasan a ser discípulos míos.
9 Como el Padre me amó, así también los he amado yo: permanezcan en mi amor.
10 Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
11 Les he dicho todas estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa.
12 Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado.
13 No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos,
14 y son ustedes mis amigos si cumplen lo que les mando.
15 Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su pa trón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre.
16 Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca. Así es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre.
El mundo odia a Jesús y a los suyos
17 Amense los unos a los otros: esto es lo que les mando.
18 Si el mundo los odia, sepan que antes me odió a mí.
19 No sería lo mismo si ustedes fueran del mundo, pues el mundo ama lo que es suyo. Pero ustedes no son del mundo, sino que yo los elegí de en medio del mundo, y por eso el mundo los odia.
20 Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más que su patrón. Si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes. ¿Acaso acogieron mi enseñanza? ¿Cómo, pues, acoge rían la de ustedes?
21 Les harán todo esto por causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.
22 Si yo no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pero ahora su pe cado no tiene disculpa.
23 El que me odia a mí, odia también a mi Padre.
24 Si yo no hubiera hecho en medio de ellos obras que nadie hizo jamás, no serían culpables de pecado; pero las han visto y me han odiado a mí y a mi Padre.
25 Así se cumple la palabra que se puede leer en su Ley: Me odiaron sin causa alguna.
El Espíritu vendrá
26 Cuando venga el Protector que les enviaré desde el Padre, por ser él el Espíritu de verdad que procede del Padre, dará testimonio de mí.
27 Y ustedes también darán testimonio de mí, pues han estado conmigo desde el principio.

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Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 15
15,1

Los capítulos 15-17 conforman un segundo conjunto, después de los capítulos 13-14. El hecho de que en este discurso de despedida la palabra alegría se repita siete veces es tal vez intencional, invitando a ver en esa ale gría uno de los secretos de la vida “en Jesús”.

Este discurso se compone de tres partes:

– la vid: “ustedes producirán frutos”;

– “el mundo los odiará”;

– las ausencias de Cristo.

En esta primera parte (1-16) el bautismo, obra del Espíritu y de la Palabra, toma el lugar de la circuncisión de los judíos, un rito que se proponía asegurar la fecundidad. Y notamos que la palabra producir frutos se repetirá también siete veces.

Igual que el pastor del capítulo 10, la viña es una figura tradicional del pueblo de Dios en la Biblia (Mc 12.1). Aquí, sin embargo, Jesús no habla de la viña sino de la vid. En él se rehará la unidad del pueblo de Dios y más aún de toda la humanidad (véase la imagen de Jesús, nuevo Adán, en Rom 5,14 y 1Cor 15,45).

La viña era el pueblo de Israel, pero no contaban tanto los individuos como el pueblo: lo importante era que la comunidad, en su conjunto, respondiera a Dios. Ahora Jesús no dice: “La comunidad cristiana es la vid”, sino: “Yo soy la vid”. Lo importante es que cada uno esté vinculado con él por la fe, la oración y el amor a su palabra. Como en el capítulo 10, las personas son las que cuentan.
15,9

Permanecer “en” Cristo es también permanecer en el amor. Tres frases condensan la novedad del amor cristiano: dar su vida, guardar los mandamientos, prioridad del amor divino.
15,15

Jesús nos llamó amigos. La palabra sólo se encontraba en Is 41,8 para referirse a Abraham, a quien Dios había visitado, y en el libro de la Sabiduría (7.14-27); aquí tenemos algo nuevo cuando amigos se opone a “servidores de Dios”.
15,16

El discípulo ha sido elegido y ha recibido la misión de dar fruto; es la séptima vez que aparece esta expresión en este capítulo. El amor se medirá por sus frutos, que no deben confundirse con los éxitos de la acción apostólica ni con la actividad desplegada en bien del prójimo; sólo Dios conoce el progreso de las personas que profundizan en el misterio de Cristo y comparten su cruz y su resurrección.

Jesús indicó el orden que permitirá que nazca ese amor. Pide ante todo que compartamos su pensamiento; tal es el sentido de las palabras guarden mis mandamientos. Es el modo de ser sus amigos, conocerlo como una persona que nos ama y cuyo Espíritu compartimos. Entonces produciremos el fruto auténtico del amor cuyo único árbol es Cristo.
15,17

El amor vivido será perseguido. El párrafo 18-25 contrapone a la misión de dar fruto el odio de que será objeto. El verbo odiar o detestar se repite también siete veces. Estos versículos son duros y reflejan las profecías del Apocalipsis; se puede estar seguro de que se vive en el error cuando se ignora la realidad de un mundo al que se le quita el “Príncipe de este mundo” y que no dejará jamás que se vaya sin que se haya pagado.
15,19

Si ustedes fueran del mundo. Véase la nota de 3,16. A partir del momento en que el creyente es llamado, lleva consigo algo de Dios que el mundo no puede asimilar o encasillar (1Jn 5,4). Lo que no quiere decir que el mundo sea malo, sino que está alienado y el príncipe de este mundo sabrá siempre aprovecharse del mundo y de las circunstancias para luchar contra ese algo de Dios que poseemos: o bien logrará poner en cuarentena e incluso ahogar lo que Dios ama en nosotros, o bien descargará su odio, tal como lo hizo con Jesús.
15,26

La sección 15.26-16.33 tendrá dos puntos fuertes: la promesa del envío del Espíritu y los tiempos en que el discípulo tendrá toda la razón para creer o sentir que Jesús está ausente.

En los párrafos 15,26-16,15 la promesa del Espíritu enmarca el anuncio muy concreto de las persecuciones que esperan a los apóstoles. Una y otro están ya asociados en Mt 10,16-20. El Espíritu tiene mil maneras para asistir o rehabilitar a los testigos de Jesús. Comúnmente, mientras más demora en hacerlo, más profundo es su impacto.

16. 8 A partir del día de Pentecostés el Espíritu actuó en la Iglesia de una manera nueva, haciéndose reconocer como el Espíritu de Jesús. El libro de los Hechos recuerda los aspectos tan diversos de su actuación que asombraban y llevaban a bautizarse a nuevos creyentes, al mismo tiempo que suscitaban el odio de quienes no habían podido creer.
15,10

¿Debemos entender justicia o camino de justicia? En el primer caso, el Espíritu revela al creyente la “justicia” o rehabilitación de Cristo crucificado. En el segundo, enseña al creyente el camino de justicia, porque Jesús se fue al Padre y ya no podemos verlo ni seguirlo.
15,13

En 15,26 se leyó que el Espíritu dará testimonio; aquí, el Espíritu dirá..., anunciará. Estas palabras involucran tanto los signos como la inspiración y las intuiciones que vienen del Espíritu de Dios y que guían tanto a las personas como a la Iglesia. Juan piensa en primer lugar en el profetismo cristiano.

El Espíritu no tiene mensaje propio, sino que se hace espíritu de los profetas, quienes dan mensajes en los que el Apocalipsis ve el “testimonio” (o declaración) de Jesús.

Los carismas proféticos son por lo tanto un aspecto importante de la vida de la Iglesia. Recordamos en el comentario de Heb 7,1 que los profetas desempeñaron un rol decisivo en la formulación de la fe. Introdujeron una interpretación nueva de los textos bíblicos que a veces nos desconcierta pero que marcó el credo. El Apocalipsis es un testimonio ejemplar de esa forma de profecía, y se le deben añadir los presentes discursos del Evangelio de Juan.
15,16

Jesús está en medio de nosotros y podemos ser conscientes de su presencia tanto como de una ausencia, que sólo es aparente.

Él mismo dijo: “Ustedes me verán porque viven y también yo vivo” (14,19). Para que lleguemos a una fe plenamente desarrollada, es necesario que se nos quite el consuelo de su presencia durante tiempos más o menos prolongados: dentro de poco ya no me verán.

Esto se verificó por primera vez para sus discípulos en el momento en que murió; luego lo vieron resucitado. Esto se verificará también al final de los tiempos, cuando descubramos a Cristo glorioso después de haberlo esperado en la fe. Esto se verifica también en la vida del creyente. Que ninguno se crea demasiado seguro en los momentos en que Cristo deja sentir su presencia, como por ejemplo, después de una conversión, en que todo nos parece fácil; no despreciemos a nuestros hermanos a los que, aparentemente, el Señor no concede los mismos favores. Dentro de poco, tal vez, el Señor nos dejará en la noche.
15,24

Los apóstoles, que vivían al lado de Jesús, no se dirigían a él en su oración; él les en señaba a orar. La oración “en Nombre de Jesús” significa que ahora ha recuperado el Nombre o poder divino que era suyo. No hay regla para que nos dirijamos al Padre o al Hijo. En ese campo cada uno se deja guiar por su Espíritu común. La oración es perfecta cuando es sugerida por el Espíritu, y ese es un magnífico descubrimiento evocado por Pablo en Rom 8,26.
15,27

El Padre mismo los ama. Esta certeza supera todos los discursos teológicos. En los momentos privilegiados de la existencia, es suficiente para inspirar las más inesperadas respuestas.
15,29

Véase la nota en 14,5. Jesús no se refería a un lenguaje más claro sino a otro conocimiento del Padre, el que viene del Espíritu y que no se transmite con palabras ni tiene necesidad de razonamientos.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 16
1 Les hablo de todo esto para que no se vayan a tam balear.
2 Serán expulsados de las comunidades judías; más aún, se acerca el tiempo en que cualquiera que los mate pensará que está sirviendo a Dios.
3 Y actuarán así porque no conocen ni al Padre ni a mí.
4 Se lo advierto de antemano para que, cuando llegue la hora, recuerden que se lo había dicho.
4 No les hablé de esto al principio porque estaba con ustedes.
5 Pero ahora me voy donde Aquel que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta adónde voy.
6 Se han llenado de tristeza al oír lo que les dije,
7 pero es verdad lo que les digo: les conviene que yo me vaya, porque mientras yo no me vaya el Protector no vendrá a ustedes. Yo me voy, y es para enviárselo.
8 Cuando venga él, rebatirá al mundo en lo que toca al pecado, al camino de justicia y al juicio.
9 ¿Qué pecado? Que no creyeron en mí.
10 ¿Qué camino de justicia? Mi partida hacia el Padre, ustedes ya no me verán.
11 ¿Qué juicio? El del príncipe de este mundo: ya ha sido condenado.
12 Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora.
13 Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad.
13 El no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir.
14 El tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él.
15 Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes.»
La promesa de una nueva presencia
16 «Dentro de poco ya no me verán, pero después de otro poco me volverán a ver.»
17 Algunos discípulos se preguntaban: «¿Qué querrá decir con eso: “Dentro de poco ya no me verán y después de otro poco me volverán a ver”? ¿Y qué significa: “Me voy al Padre”?»
18 Y se preguntaban: «¿A qué se refiere ese “dentro de poco”? No entendemos lo que quiere decir.»
19 Jesús se dio cuenta de que querían preguntarle y les dijo: «Ustedes andan discutiendo sobre lo que les dije: “Dentro de poco tiempo no me verán y después de otro poco me volverán a ver”.
20 En verdad les digo que llorarán y se lamentarán, mientras que el mundo se alegrará. Ustedes estarán apenados, pero su tristeza se convertirá en gozo.
21 La mujer se siente afligida cuando está para dar a luz, porque le llega la hora del dolor. Pero después que ha nacido la criatura se olvida de las angustias por su alegría tan grande; piensen: ¡un ser humano ha venido al mundo!
22 Así también ustedes ahora sienten tristeza, pero yo los volveré a ver y su corazón se llenará de alegría, y nadie les podrá arrebatar ese gozo.
23 Cuando llegue ese día ya no tendrán que preguntarme nada.
23 En verdad les digo que todo lo que pidan al Padre en mi Nombre se lo concederá.
24 Hasta ahora no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, así conocerán el gozo completo.
25 Hasta ahora los he instruido por medio de comparaciones. Pero está llegando la hora en que ya no los instruiré con comparaciones, sino que les hablaré claramente del Padre.
26 Ese día ustedes pedirán en mi Nombre, y no será necesario que yo los recomiende ante el Pad re,
27 pues el Padre mismo los ama, porque ustedes me aman a mí y creen que salí de Dios.
28 Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre.»
29 Los discípulos le dijeron: «Aho ra sí que hablas con claridad, sin usar parábolas.
30 Ahora vemos que lo sabes todo y no hay por qué hacerte preguntas. Ahora creemos que saliste de Dios.»
31 Jesús les res pondió: «¿Ustedes dicen que creen?
32 Está llegando la hora, y ya ha llegado, en que se dispersarán cada uno por su lado y me dejarán solo. Aunque no estoy solo, pues el Padre está conmigo.
33 Les he hablado de estas cosas para que tengan paz en mí. Ustedes encontrarán la persecución en el mundo. Pero, ánimo, yo he vencido al mundo.»
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 17
Oración de Jesús por el nuevo Pueblo Santo
1 Dicho esto, Jesús elevó los ojos al cielo y exclamó: «Padre, ha llegado la hora; ¡glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria a ti!
2 Tú le diste poder sobre todos los mortales y quieres que comunique la vida eterna a todos aquellos que le encomendaste.
3 Y ésta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesús, el Cristo.
4 Yo te he glorificado en la tierra y he terminado la obra que me habías encomendado.
5 Ahora, Padre, dame junto a ti la misma Gloria que tenía a tu lado antes que comenzara el mundo.
6 He manifestado tu Nombre a los hombres: hablo de los que me diste, tomándolos del mundo. Eran tuyos, y tú me los diste y han guardado tu Palabra.
7 Ahora reconocen que todo aquello que me has dado viene de ti.
8 El mensaje que recibí se lo he entregado y ellos lo han recibido, y reconocen de verdad que yo he salido de ti y creen que tú me has enviado.
9 Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que son tuyos y que tú me diste
10 —pues todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío—; yo ya he sido glorificado a través de ellos.
11 Yo ya no estoy más en el mun do, pero ellos se quedan en el mun do, mientras yo vuelvo a ti. Padre Santo, guárdalos en ese Nombre tuyo que a mí me diste, para que sean uno como nosotros.
12 Cuando estaba con ellos, yo los cuidaba en tu Nombre, pues tú me los habías encomendado, y ninguno de ellos se perdió, excepto el que llevaba en sí la perdición, pues en esto había de cumplirse la Escritura.
13 Pero ahora que voy a ti, y estando todavía en el mundo digo estas cosas para que tengan en ellos la plenitud de mi alegría.
14 Yo les he dado tu mensaje y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
15 No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del Maligno.
16 Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
17 Conságralos mediante la verdad: tu palabra es verdad.
18 Así como tú me has enviado al mundo, así yo también los envío al mundo;
19 por ellos ofrezco el sacrificio, para que también ellos sean consagrados en la verdad.
20 No ruego sólo por éstos, sino también por todos aquellos que creerán en mí por su palabra.
21 Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
22 Yo les he dado la Gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno:
23 yo en ellos y tú en mí. Así alcanzarán la perfección en la unidad, y el mundo conocerá que tú me has enviado y que yo los he amado a ellos como tú me amas a mí.
24 Padre, ya que me los has dado, quiero que estén conmigo donde yo estoy y que contemplen la Gloria que tú ya me das, porque me amabas antes que comenzara el mundo.
25 Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocía, y éstos a su vez han conocido que tú me has enviado.
26 Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amas esté en ellos y también yo esté en ellos.»

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Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 17
17,1

Los discursos de los capítulos 13-16 culminan con la misma afirmación con que comenzaron (13.31); ahora viene la oración llamada con frecuencia “oración sacerdotal”.

“Sacerdotal” lo es en un sentido con relación a Jesús que se sacrifica para santificar a los suyos (véase la nota de Mc 14.24). Pero además, en otro sentido, Jesús ora por el pueblo que desempeñará un rol sacerdotal en el mundo, el pueblo a quien Dios se dio a conocer, y que cumple una misión única en el mundo.

Los apóstoles del ecumenismo se han fijado sobre todo en “Que sean uno” de 17,20-22. La unidad, sin embargo, sólo es la característica más visible del nuevo pueblo de Dios; su principal virtud es el conocimiento del Dios único y de Jesús, el Enviado (hay que notar que el verbo conocer aparece siete veces en esta oración).

Esta oración, al igual que el Padre Nuestro, no está orientada hacia los hombres sino hacia la gloria de Dios. Es esencial para él que una minoría de los seres humanos lo conozca desde ya por medio de su Hijo. Quizás nos cueste comprender por qué el Dios eterno tiene necesidad de ese reconocimiento, pero Jesús afirma que es así. Los discípulos de Jesús son necesarios e irreemplazables para la gloria de Dios, y Dios no sería Dios si su gloria no fuera en el mundo como lo es en la eternidad (Mt 6,9-10).

Ciertamente que Israel era y sigue siendo el pueblo de Dios “según la carne” (1Cor 10,18), pero este Israel esperaba la venida del Espíritu gracias al cual todos conocerían a Dios (Is 52,6; Jer 31,34). Ahora, en medio de los demás pueblos de la tierra que Dios ha creado, que ama y que llama a compartir su gloria, un pueblo san to tiene el privilegio de conocer a Dios y a su Enviado.

Jesús quiere que cada uno de los suyos co nozca a Dios, lo que supone interiorización de la palabra de Dios, oración perseverante, celebraciones comunitarias. Para eso tendremos la ayuda del Espíritu Santo, del que proceden los dones de conocimiento y de sabiduría (Col 1,9). Del conocimiento brotan las obras y el amor; éste es el comienzo de la vida eterna (3), en que veremos a Dios tal como es (1Jn 2,3).
17,2

Todo lo que le encomendaste, y no “todos”. Esto ya se leía en 6.37 y se encontrará de nuevo en 17.24. Jesús no salva almas sin cuerpos, sino que con ellas sus cuerpos y toda la parte del mundo y de su cultura que esas personas llevan consigo y que, en ellas, ha sido renovada y bautizada.
17,9

No ruego por el mundo. No hay que pensar que solamente los creyentes han sido tocados por el Padre, o que escapan de un mundo malo. Este “mundo” son las tres cuartas partes de la humanidad, y fueron mencionados brevemente a propósito del Verbo-luz en Jn 1,9. Aquí Jesús concentra su oración en la misión propia de los suyos que, precisamente, es la condición para que se salve el mundo Jn 3,16) –el mundo actual con sus problemas de globalización.
17,11

Guárdalos en tu Nombre, es decir, guárdalos en la irradiación de tu propia santidad, en la que abrazas a tu Hijo. Y reciben esta promesa que el mundo creerá cuando ellos sean, no solamente uno, sino uno en Dios.
17,22

Que sean uno. La historia de la Iglesia parece desmentir la oración de Jesús y su voluntad de edificar su Iglesia sobre la comunidad de los Doce, haciendo de Pedro el testigo de la fe verdadera y la cabeza visible del grupo apostólico y de toda la Iglesia. Desde los primeros años no faltaron quienes rechazaban la fe tal como la enseñaban los apóstoles; de ahí nacieron diversos grupos o sectas.

Más tarde, por razones históricas, los países del mundo romano se dividieron en dos grandes bloques: uno en oriente, en el que seguía la cultura griega; otro en occidente (Europa occidental), en el que, después de las invasiones de los pueblos bárbaros, surgió la cultura medieval. Entonces fue cuando las Iglesias orientales, o sea, ortodoxas, se apartaron de la Iglesia romana.

Tiempo después, en una Iglesia que se dejaba invadir por el espíritu del “mundo”, el descuido de la jerarquía por atenerse en todo a la palabra de Dios llevó a los protestantes a fundar otras iglesias llamadas “reformadas”.

Hoy en el mundo entero, numerosos creyentes se han desanimado por la falta de pastores en la Iglesia católica, por la frecuente ausencia de la Palabra de Dios proclamada, por el peso de las instituciones y la centralización que a veces sofoca la vida. En consecuencia han optado por formar iglesias independientes.

En este momento es urgente re pen sar la unidad de la Iglesia y de las Iglesias en torno al conocimiento verdadero de Dios y del Señor Jesús. Es la tarea actual del ecumenismo; es el esfuerzo de reconciliación y acer camiento de las Iglesias que han reconocido a Cristo como el Hijo de Dios y el único Salvador.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 18
Jesús es arrestado
1 Cuando terminó de hablar, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había allí un huerto, y Jesús entró en él con sus discípulos.
2 Judas, el que lo entregaba, co nocía también ese lugar, pues Je sús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos.
3 Judas hizo de guía a los soldados romanos y a los guardias enviados por los jefes de los sacerdotes y los fariseos, que llegaron allí con linternas, antorchas y armas.
4 Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les dijo: «¿A quién buscan?»
5 Contestaron: «A Jesús el Nazoreo.» Jesús dijo: «Yo soy.» Y Judas, que lo entregaba, estaba allí con ellos.
6 Cuando Jesús les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron al suelo.
7 Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscan?» Dijeron: «A Jesús el Nazoreo.»
8 Jesús les respondió: «Ya les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan.»
9 Así se cumplía lo que Jesús había dicho: «No he perdido a ninguno de los que tú me diste.»
10 Simón Pedro tenía una espada, la sacó e hirió a Malco, siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha.
11 Jesús dijo a Pedro: «Co loca la espada en su lugar. ¿Acaso no voy a beber la copa que el Padre me ha dado?»
12 Entonces los soldados, con el comandante y los guardias de los judíos, prendieron a Jesús, lo ataron
13 y lo llevaron primero a casa de Anás. Este Anás era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año.
14 Caifás era el que había dicho a los judíos: «Es mejor que muera un solo hombre por el pueblo.»
15 Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Como este otro discípulo era conocido del sumo sacerdote, pudo entrar con Jesús en el patio de la casa del sumo sacerdote,
16 mientras que Pedro se que dó fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, y habló con la portera, que dejó entrar a Pedro.
17 La muchacha que hacía de portera dijo a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre.» Pedro le respondió: «No lo soy».
18 Los sirvientes y los guardias tenían unas brasas encendidas y se calentaban, pues hacía frío. También Pedro estaba con ellos y se calentaba.
19 El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su enseñanza. Jesús le contestó:
20 «Yo he hablado abiertamente al mundo. He enseñado constantemente en los lugares donde los judíos se reúnen, tanto en las sinagogas como en el Templo, y no he enseñado nada en secreto.
21 ¿Por qué me preguntas a mí? Interroga a los que escucharon lo que he dicho.»
22 Al oír esto, uno de los guardias que estaba allí le dio a Jesús una bofetada en la cara, diciendo: «¿Así contestas al sumo sacerdote?»
23 Jesús le dijo: «Si he respondido mal, demuestra dónde está el mal. Pero si he hablado correctamente, ¿por qué me golpeas?»
24 Al fin, Anás lo envió atado al sumo sacerdote Caifás.
25 Simón Pedro estaba calentándose al fuego en el patio, y le dijeron: «Seguramente tú también eres uno de sus discípulos.» El lo negó diciendo: «No lo soy.»
26 Entonces uno de los servidores del sumo sacerdote, pariente del hombre al que Pedro le había cortado la oreja, le dijo: «¿No te vi yo con él en el huerto?»
27 De nuevo Pedro lo negó y al instante cantó un gallo.
Jesús ante Pilato
28 Llevaron a Jesús de la casa de Caifás al tribunal del gobernador romano. Los judíos no entraron para no quedar impuros, pues ése era un lugar pagano, y querían participar en la comida de la Pascua.
29 Entonces Pilato salió fuera, don de estaban ellos, y les dijo: «¿De qué acusan a este hombre?»
30 Le contestaron: «Si éste no fuera un malhechor, no lo habríamos traído ante ti.»
31 Pilato les dijo: «Tómenlo y júzguenlo según su ley.» Los judíos contestaron: «Nosotros no tenemos la facultad para aplicar la pena de muerte.»
32 Con esto se iba a cumplir la palabra de Jesús dando a entender qué tipo de muerte iba a sufrir.
33 Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?»
34 Jesús le contestó: «¿Viene de ti esta pregunta o repites lo que te han dicho otros de mí?»
35 Pilato respondió: «¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
36 Jesús contestó: «Mi realeza no procede de este mundo. Si fuera rey como los de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá.»
37 Pilato le preguntó: «Entonces, ¿tú eres rey?» Jesús respondió: «Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz.»
38 Pilato dijo: «¿Y qué es la verdad?»
38 Dicho esto, salió de nuevo donde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún motivo para condenar a este hombre.
39 Pero aquí es costumbre que en la Pascua yo les devuelva a un prisionero. ¿Quie ren ustedes que ponga en libertad al Rey de los Judíos?»
40 Ellos empezaron a gritar: «¡A ése no! Suelta a Barrabás.» Barrabás era un bandido.

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Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 18
18,1

El relato de la Pasión es muy semejante al de los otros evangelios; se advierten sin embargo tres elementos que sólo se encuentran en éste: las precisiones sobre los actores judíos del proceso, sobre la condena a muerte y la sepultura; los testimonios sobre Simón Pedro y las palabras de Jesús en la cruz.
18,5

La triple respuesta de Jesús “Yo soy” podría ser traducida también como una afirmación de su divinidad. Véanse las notas del capítulo 8.
18,24

Anás, ya mencionado en 18,13, antiguo sumo sacerdote, había sido destituido por los romanos, pero seguía teniendo mucha influencia. El interrogatorio de noche en su casa no tenía valor legal y el Sanedrín no podía juzgar en una sesión nocturna.

Juan menciona el traslado de Jesús a casa de Caifás, pero nada dice de lo que allí pasó: la reunión tal vez no tenía nada nuevo que aportar. Luego Jesús es enviado a Pilato. Un año antes del proceso a Jesús, Pilato había exigido que cualquier reunión del Sanedrín sobre asuntos de justicia o de política se efectuara en un sector bien vigilado, al que el procurador podía enviar sus emisarios. Por otra parte, la ley judía exigía que una sentencia de muerte fuera pronunciada dentro del recinto del templo. Debido a eso, los sacerdotes no podían pronunciar una sentencia de muerte (18,31).
18,28

Jesús murió a la misma hora en que se inmolaban en el Templo los corderos de la cena pascual, que tendría lugar algunas horas más tarde. El hecho de que la Pascua cayera ese año en día sábado obliga a elegir el año 30: Jesús murió el 7 de abril de ese año y debía tener unos 35 o 36 años.
18,32

Si los judíos hubieran tenido el derecho de condenar a Jesús, habría sido apedreado, como ocurrió con Esteban algunos años después (He 7,59).
18,36

Véase en Lc 8,10 la nota sobre reino, reinado y realeza. Aquí debemos hablar de realeza más bien que de reinado. Al usar el evangelio tres veces la misma palabra, pusimos la primera vez “realeza”, la segunda “si fuera rey como”, y la tercera “mi reinado”.

Jesús, atado de manos, actúa como rey frente al gobernador Pilato, prisionero de su cargo y de sus propias ambiciones. Pilato en realidad no tiene poder sobre la historia, y tampoco “el César”, es decir el emperador, que desde Roma parecía dominar el mundo. Jesús es rey en el dominio de la verdad, la que al fin siempre se impone.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 19
1 Entonces Pilato tomó a Jesús y ordenó que fuera azotado.
2 Los soldados hicieron una corona con espinas y se la pusieron en la cabeza, le echaron sobre los hombros una capa de color rojo púrpura
3 y, acercándose a él, le decían: «¡Viva el rey de los ju díos!» Y le golpeaban en la cara.
4 Pilato volvió a salir y les dijo: «Miren, se lo traigo de nuevo fuera; sepan que no encuentro ningún delito en él.»
5 Entonces salió Jesús fuera llevando la corona de espinos y el manto rojo. Pilato les dijo: «Aquí está el hombre.»
6 Al verlo, los jefes de los sacerdotes y los guardias del Templo comenzaron a gritar: «¡Crucifícalo! ¡Cru cifícalo!» Pilato contestó: «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo, pues yo no encuentro motivo para condenarlo.»
7 Los judíos contestaron: «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir, pues se ha proclamado Hijo de Dios.»
8 Cuando Pilato escuchó esto, tuvo más miedo.
9 Volvió a entrar en el palacio y preguntó a Jesús: «¿De dónde eres tú?» Pero Jesús no le contestó palabra.
10 Entonces Pilato le dijo: «¿No me quieres hablar a mí? ¿No sabes que tengo poder tanto para dejarte libre como para crucificarte?»
11 Jesús respondió: «No tendrías ningún poder sobre mí si no lo hubieras recibido de lo alto. Por esta razón, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado que tú.»
12 Pilato todavía buscaba la manera de dejarlo en libertad. Pero los judíos gritaban: «Si lo dejas en libertad, no eres amigo del César: el que se proclama rey se rebela contra el César.»
13 Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús al lugar llamado el Enlosado, en hebreo Gábbata, y lo hizo sentar en la sede del tribunal.
14 Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Pilato dijo a los judíos: «Aquí tienen a su rey.»
15 Ellos gritaron: «¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo!» Pilato replicó: «¿He de crucificar a su Rey?» Los jefes de los sacerdotes contestaron: «No tenemos más rey que el César.»
16 Entonces Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran.
Jesús es crucificado
17 Así fue como se llevaron a Je sús. Cargando con su propia cruz, salió de la ciudad hacia el lu gar llamado Calvario (o de la Ca lavera), que en hebreo se dice Gólgota.
18 Allí lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado y en el medio a Jesús.
19 Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo sobre la cruz. Estaba es crito: «Jesús el Nazareno, Rey de los judíos.»
20 Muchos judíos leyeron este letrero, pues el lugar donde Jesús fue crucificado estaba muy cerca de la ciudad. Además estaba escrito en hebreo, latín y griego.
21 Los jefes de los sacerdotes dijeron a Pilato: «No escribas: “Rey de los Judíos”, sino: “Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos”.»
22 Pilato contestó: «Lo que he escrito, escrito está.»
23 Después de clavar a Jesús en la cruz, los soldados tomaron sus vestidos y los dividieron en cuatro partes, una para cada uno de ellos. En cuanto a la túnica, tejida de una sola pieza de arriba abajo sin costura alguna, se dijeron:
24 «No la rompamos, echémosla más bien a suertes, a ver a quién le toca.» Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica. Esto es lo que hicieron los soldados.
Ultimas palabras de Jesús
25 Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre, con María, la hermana de su madre, esposa de Cleofás, y María de Magdala.
26 Jesús, al ver a la Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Mad re: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
27 Después dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa.
28 Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed», y con esto también se cumplió la Escritura.
29 Ha bía allí un jarro lleno de vino agrio. Pusieron en una caña una esponja empapada en aquella bebida y la acercaron a sus labios.
30 Jesús probó el vino y dijo: «Todo está cumplido.» Después inclinó la cabeza y entregó el espíritu.
Le abrió el costado y salió sangre y agua
31 Como era el día de la Preparación de la Pascua, los judíos no querían que los cuerpos quedaran en la cruz durante el sábado, pues aquel sábado era un día muy solemne. Pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas a los crucificados y retiraran los cuerpos.
32 Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas de los dos que habían sido crucificados con Jesús.
33 Pero al llegar a Jesús vieron que ya estaba muerto, y no le quebraron las piernas,
34 sino que uno de los soldados le abrió el costado con la lan za, y al instante salió sangre y agua.
35 El que lo vio da testimonio. Su testimonio es verdadero, y Aquél sabe que dice la verdad. Y da este testimonio para que también ustedes crean.
36 Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ni un solo hueso.
37 Y en otro texto dice: Contemplarán al que traspasaron.
38 Después de esto, José de Arimatea se presentó a Pilato. Era discípulo de Jesús, pero no lo decía por miedo a los judíos. Pidió a Pilato la autorización para retirar el cuerpo de Jesús, y Pilato se la concedió. Fue y retiró el cuerpo.
39 También fue Nicodemo, el que había ido de noche a ver a Jesús, llevando unas cien libras de mirra perfumada y áloe.
40 Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas, según la costumbre de enterrar de los judíos.
41 En el lugar donde había sido crucificado Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde todavía no había sido enterrado nadie.
42 Como el sepulcro estaba muy cerca y debían respetar el Día de la Preparación de los judíos, enterraron allí a Jesús.

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Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 19
19,11

No hay que buscar aquí argumentos para decidir en qué medida los poderes políticos gozan o no de una autoridad divina (los reyes de derecho divino), a menos que la tengan del demonio (Lc 4,6). El Evangelio sólo afirma que la muerte de Jesús formaba parte del plan de Dios. ¿Cómo un procurador romano, nombrado gracias a una serie de circunstancias, prisionero de sus numerosas ruindades, extraño a la revelación bíblica, podría enviar a la cruz al Salvador, si todo no hubiese sido dispuesto de antemano por Dios? (He 2,23).

Para Pilato la condenación de Jesús significaba solamente la muerte de un judío más; no cargaba con toda la culpa, ya que ese tipo de justicia era la consecuencia del sistema colonial romano. Caifás, en cambio, había entregado a Jesús después de condenarlo con toda lucidez, y por eso tenía mayor pecado.
19,12

Juan se atiene a los imprevistos de la historia, a las relaciones hostiles y a los intereses divergentes de los actores; todo terminará por caminos que nadie podía prever: la muerte de Jesús en la cruz; él mismo lo había anun ciado, y si algunos detalles concordaban con los textos de la Escritura, era sólo para confirmar que todo respondía a un plan divino.
19,15

No tenemos más rey que el César. Así vociferó la muchedumbre impulsada por sus jefes, aunque odiaban a los romanos y a su “césar” o emperador. Es un hecho que algunos años más tarde no tendrían más rey que el César, después de arruinada la nación.
19,24

Conviene leer entero el Sal 22.
19,25

En el momento de la caída del hombre, junto a Adán estaba Eva. Ahora, en el momento de la restauración, o sea, de la segunda creación, otra mujer está junto al Hijo del Hombre, el Adán verdadero (Rom 5,14). Jesús confía María a Juan, y también Juan a María. Así lo entiende Juan, que atestigua haber oído ambas frases. Es un nuevo gesto simbólico de Jesús. María será la madre de los creyentes.
19,26

El texto dice: la Madre, y no: su madre. Aunque la gramática griega permite a veces suprimir el posesivo, el Evangelio quiso que María fuese para siempre la Madre.

Jesús no esperaba ninguna respuesta de Juan ni de María. Bastaba con que la Palabra fuera pronunciada, como en el día de la Anunciación: “Tú concebirás...” Nada se dice de lo que María sintió en esos momentos en que compartía los dolores y la humillación de su hijo. ¿Se podría pensar que sólo tuvo la comprensión “carnal” de esa horrible situación, sin experimentar ninguna intuición del misterio que se estaba realizando?

Si un momento después el discípulo amado descubre que la muerte del Hijo único (Za 12,10) es la del Cordero Redentor, ése es el primer efecto de la palabra de Jesús que, como siempre, ha llevado a cabo lo que decía. La aceptación por parte de María de la cruz que Dios le había reservado ha sido la fuente de una maternidad espiritual: Juan el profeta, autor tanto del Apocalipsis como del Evangelio, fue el primero de sus hijos.

Con esto no se trata de negar la piedad filial de Jesús, preocupado de asegurar a María la protección social indispensable para una viuda sin hijos; quiso liberarla de la tutela de los hermanos y parientes de Nazaret.

La palabra Mujer es muy normal en los labios de Jesús, hablando como galileo y jefe de familia, pero hay otra razón para que Juan retome ese término que ya había puesto en los labios de Jesús en Caná (2,4). Había hecho de la figura de la Mujer uno de los grandes signos del Apocalipsis (Ap 12), donde se encuentra tanto la Mujer cuya descendencia aplastará a la serpiente (Gén 3,15) como la madre del Emmanuel (Is 7,14).

Llegamos así hasta las raíces mismas de la acción profética de María en sus apariciones reconocidas de los actuales siglos, que son los últimos: ella ya había recibido ese carisma cuando intervino al lado de Isabel y luego en Caná de Galilea. Véase la nota de He 1,14.

Los creyentes son miembros de una familia espiritual; así como para crecer normalmente el niño necesita de un padre y de una madre, del mismo modo el creyente precisa de María y del Padre celestial. Es una doctrina constante de la Iglesia, que no pretende con ello nivelar a la criatura con el Creador. Si es una desgracia para un hijo no haber conocido a su madre, lo mismo es para un creyente cuando su religión se expresa sólo en términos masculinos.

Hay una forma de humildad, de paz interior y de devoción sana y sencilla, propia de quienes han sabido abrir sus puertas a María, sin que eso implique dejar de lado al Salvador.
19,28

Tengo sed. Jesús es torturado por la sed. Pero también tiene sed de que se realice en el mundo el Reino de su Padre. Tiene sed del amor desinteresado de los que tratarán de compartir sus sentimientos y ansias íntimas, y que serán capaces de seguirlo hasta el Cal vario.
19,30

Está cumplida la obra del Hijo de Dios hecho hombre, una nueva creación del mundo. De la semilla plantada en la tierra va a surgir el hombre nuevo.

Están cumplidos los tiempos de la religión judía, religión provisoria en que la Ley de Dios ocu paba el primer lugar y nunca se perdía el temor debido a los pecados no perdonados. Está cumplida una etapa de la historia en que la hu manidad se dejaba arrastrar por sus temores, consciente de una fatalidad que era como sinónimo de su dependencia del espíritu malo (Heb 2,15).

Ahora empieza una nueva etapa de la historia, los tiempos de la nueva alianza de Dios con la humanidad. El Espíritu va a ser comunicado a la Iglesia y por eso Juan dice: Jesús entregó el espíritu, palabra que también significa el don de su Espíritu.
19,31

Era el día de la preparación de la Pascua, y ese viernes por la tarde, muy cerca del lugar de las ejecuciones, los judíos bajaban la colina en dirección al templo para la inmolación del cordero pascual. Ese año Juan no se mezcló con la muchedumbre, sino que se quedó al pie de la cruz junto con María y algunas mujeres. Y un soldado, igual que lo hacía el sacerdote a la misma hora en el templo, desangra a Cristo en la cruz hasta la última gota.

La lanzada es la ocasión de que se verifiquen al pie de la letra las palabras del profeta Zaca-rías referentes al Salvador: Za 12,10. Entonces se le abren los ojos a Juan mientras recuerda las palabras pronunciadas por Juan Bautista: “este es el cordero de Dios” (Jn 1,29). También Juan recuerda una prescripción de la Ley referente al cordero pascual: Éx 12,46.

La lanzada ha desvelado el misterio del “cordero de Dios” (Jn 1,29). La sangre redentora ya no se derrama en el altar del Templo sino en la tierra renovada y vivificada por la sangre de Cristo. Al igual que la “sangre y agua” del alumbramiento, la sangre y el agua brotados del cos tado de Cristo anuncian los tiempos nuevos, cuyos sacramentos son el bautismo y la eucaristía.
19,35

Quizá nos sorprenda que Juan dé tanta importancia a su testimonio sobre este punto, que podría parecer de menor importancia. Pero es muy posible que Juan proclame aquí la veracidad de todo su testimonio respecto de la muerte de Jesús: ha sido testigo ocular de todo lo que acaba de narrar, lo que no ocurrió con los otros evangelistas.

Aquél sabe que dice la verdad: Comúnmente Juan reserva esta forma griega del pronombre “aquél” o “él” para Cristo, muy cerca de nosotros aunque invisible, como en 1Jn 2,6; 3,6.

El corazón abierto invita a descubrir el amor poderoso que inspiró toda la vida de Jesús. Los que lo rodearon y convivieron con él verán diluirse con el tiempo sus recuerdos y emociones, pero descubrirán a su vez que no hubo palabra, gesto o incluso silencio que no fuera en Jesús expresión del amor de Dios. El corazón abierto origina la devoción al Corazón de Jesús. No debemos perdernos en consideraciones y palabras que expliquen o interpreten la fe; más bien debemos contemplar el amor de Dios y dejar que nos transforme.
19,38

Jesús acaba de morir entre dos ladrones, y son dos fariseos los que se preocupan por sepultarlo dignamente. Intervienen tal vez como una manera de rescatarse, porque no pudieron salvar a Jesús ante el Sanedrín, y también porque la condición social de los discípulos no les permitía llegar al gobernador.
19,41

El lugar de las ejecuciones era una cantera abandonada, cerca de los muros de Jerusalén. En los costados se habían excavado tumbas y el fondo de la cantera, relleno de tierra, estaba ocupado por jardines. En el medio se encontraba una roca de más o menos cinco metros de altura que se llamaba el Calvario (es decir el Cráneo) y allí fue donde plantaron las cruces.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 20
El Señor ha resucitado
1 El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido re mo vida.
2 Fue corriendo en bus ca de Simón Pedro y del otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
3 Pedro y el otro discípulo salieron para el sepulcro.
4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro.
5 Como se inclinara, vio los lienzos caidos, pero no entró.
6 Pedro llegó detrás, entró en el sepulcro y vio también los lienzos caidos.
7 El sudario con que le ha bían cubierto la cabeza no se había caído como los lienzos, sino que se mantenía enrollado en su lugar.
8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero, vio y creyó.
9 Pues no habían entendido todavía la Escritura: ¡él “debía” resucitar de entre los muertos!
10 Después los dos discípulos se volvieron a casa.
11 María se había quedado llorando fuera, junto al sepulcro. Mientras lloraba se inclinó para mirar dentro
12 y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y el otro a los pies.
13 Le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?» Les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»
14 Dicho esto, se dio vuelta y vio a Jesús allí, de pie, pero no sabía que era Jesús.
15 Jesús le dijo: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella creyó que era el cuidador del huerto y le contestó: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.»
16 Jesús le dijo: «María». Ella se dio la vuelta y le dijo: «Rabboní», que quiere decir «Maestro».
17 Jesús le dijo: «Suéltame, pues aún no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre, que es Padre de ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes.»
18 María Magdalena se fue y dijo a los discípulos: «He visto al Señor y me ha dicho esto.»
19 Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor.
21 Jesús les volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.»
22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo:
23 a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.»
24 Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
25 Los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor.» Pero él contestó: «Hasta que no vea la marca de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré.»
26 Ocho días después, los discípulos de Jesús estaban otra vez en casa, y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos. Les dijo: «La paz esté con ustedes.»
27 Después dijo a Tomás: «Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree.»
28 Tomás exclamó: «Tú eres mi Señor y mi Dios.»
29 Jesús replicó: «Crees porque me has visto. ¡Felices los que no han visto, pero creen!»
Conclusión del Evangelio
30 Muchas otras señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están escritas en este libro.
31 Estas han sido escritas para que crean que Jesús es el Cris to, el Hijo de Dios. Crean, y tendrán vida por su Nombre.

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Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 20
20,1

El segundo día después de la sepultura, los discípulos se encuentran ante el hecho de la tumba vacía, e inmediatamente comienzan las apariciones. La resurrección tuvo lugar el primer día de la semana, que en adelante se llamará el Día del Señor o domingo (Ap 1,9).

Juan quiso darle prioridad al testimonio de Pedro: es el primer testigo tanto de la tumba vacía como de las apariciones de Jesús resucitado de entre los muertos (Lc 24,12 y 24,44; 1Cor 15,5).
20,2

María Magdalena va a buscar a Pedro a la casa que era el punto de apoyo del grupo galileo (Lc 24,23).

Corren al sepulcro. El discípulo no entra. Aun cuando la tumba fuera lujosa, era oscura y muy estrecha e iba a rozarse con las paredes. Si, como lo pensamos, el discípulo era un sacerdote, no debía ensuciarse con el contacto de un muerto (Lv 21,1), y por instinto se detiene, esperando saber qué encontraría Pedro. Pedro no encontró nada de muerto, y entonces entra.

Los lienzos designan la sábana, de unos cuatro metros de largo, tendida debajo del cuerpo de los pies a la cabeza y luego, por encima de él, de la cabeza a los pies; también incluyen las fajas que ataban las dos caras de la sábana. El sudario envolvía el rostro, pasando por debajo de la barba y sobre la cabeza.

Estos detalles atestiguan lo que fue la resurrección. Jesús no se ha levantado con su mismo cuerpo terrenal, sino que pareciera que se ha desmaterializado en el nacimiento del Hombre Nuevo.
20,5

Es difícil leer la mención al lienzo en que fue envuelto el cuerpo sin pensar en la sábana conservada hasta hoy día y que se llama el Santo Sudario de Turín. Su autenticidad parece haber sido establecida. Una prueba de radio carbono 14 pareció indicar que era de una fecha más reciente, pero luego se vio que era imposible obtener en base a ese experimento una conclusión válida.

Lo cierto es que no se trata de una pintura, que no ha sido teñida y que no ha sufrido manipulaciones. La impronta es perfectamente tridimensional; las marcas, en especial las de sangre, demuestran que fue la mortaja de un crucificado. No se ven en ella huellas que ciertamente habrían quedado si el cuerpo hubiese sido retirado de la mortaja. Es imposible que el cuerpo se haya descompuesto allí. Todo se presenta como si el cuer po hubiera desaparecido pura y llanamente.
20,8

Muchos comentaristas no creyentes se re fieren a la fe en la resurrección de Jesús como a una fabulación de discípulos que no podían aceptar la muerte y el fracaso de su maestro. El testimonio de Juan, tan discreto, suena mucho más verdadero. Desde el primer momento, la señal de la tumba vacía le dio acceso a la fe y tuvo la inteligencia de la re velación bíblica. Porque allí estaba la revelación si se sabía leerla (20,9), no era necesario el tiempo ni la creación de un mito.
20,11

El gozo de los discípulos después de que creyeron no impide que todo el pasado deba ser superado. Lo que han vivido se habría quedado sin concluir después de la tragedia inesperada, y ahora deben renunciar al Jesús que han conocido “según la carne” (2Co 5,16). Las apariciones de Jesús no son tan sólo para convencerlos de un hecho, sino que más bien les ayudan a aceptar el misterio en el que Jesús ha entrado y en el que ellos deberán encontrarlo.
20,16

Jesús tomó otra apariencia, como hará nuevamente con los discípulos de Emaús y en Jn 21. María lo reconoce cuando pronuncia su nombre; lo mismo que hizo Jesús con esos discípulos, la libera del pasado en que su apego al maestro quedaba demasiado humano, y deja su sello que es la inteligencia de la fe.
20,17

Tal vez habría que traducir: “No te cuelgues de mí”. Jesús, antes de su muerte, no encontraba mala la actitud apasionada de María, pero ya no tiene sentido porque Jesús está ya con el Padre en la gloria celestial. Es el sentido del mensaje que le encarga: “No esperen de mí que nos encontremos como antes; mi vida en este mundo se acabó y vuelvo al Padre –en realidad yo ya estoy allá”. Los discípulos y los amantes de Jesús lo estrecharán de un modo secreto y maravilloso a la vez, mientras se adentren en la fe y en la oración. Entonces el alma contemplativa, figurada aquí por María, tendrá a todo Cristo para sí sola: ver Cantar 3,4.

Aún no he subido al Padre. Jesús revela la gran pasión que llenó su vida. Ha venido de Dios y ha de volver al Padre. Este es “el amor más grande del mundo”. Todo el amor de Jesús por nosotros no es más que una manifestación de éste, ya que el Padre es la fuente y la meta de todo amor.
20,19

Los discípulos se dieron a la fuga la noche del arresto, pero eso no significa que se hubieran dispersado. Reaccionaron y se reunieron; es posible que la familia de Jesús, obligada a respetar los ritos funerarios, haya desempeñado en ese momento un rol importante. Las puertas cerradas no quiere decir que estuviesen asustados sino que se habían tomado precauciones.

Jesús les dice: “La paz esté con ustedes”, y eso es inmediato. Jesús dice: “Reciban el Espíritu”, y lo reciben.

Así como en la primera creación el aliento de Dios infundió la vida al Adán, así también el soplo de Jesús comunica la vida a la nueva creación espiritual. Cristo, que murió para quitar el pecado del mundo, ya resucitado deja a los suyos el poder de perdonar. Así se realiza la esperanza del pueblo de la Biblia. Dios lo había educado de tal modo que sintiera la presencia universal del pecado.

Alguno podría extrañarse de la prioridad reconocida al perdón de los pecados. El amor no puede nacer sin que muy pronto se experimente la presencia del pecado verdadero que por lo menos echa sombras sobre él. Y se necesitará el perdón para que todo reflorezca.

No debemos limitar el perdón de los pecados al sacramento del perdón. Jesús anuncia que al ser bautizados en el Espíritu, los creyentes conocerán la perfecta reconciliación con Dios y que la misma participación en la comunidad cristiana les ofrecerá en todo tiempo los me dios de reconciliarse unos con otros y con Dios.
20,28

No por casualidad encontramos siete veces la palabra Señor en este capítulo, siendo la última cuando Tomas exclama: ¡(Tú eres) mi Señor y mi Dios!

Tal vez no captemos ahora todo lo que significaba para los primeros cristianos ese término Señor aplicado a Cristo. La Biblia hebrea empleaba casi siempre para Dios uno de estos dos nombres: Dios o Yavé. En la Biblia griega que utilizaban judíos y cristianos del mundo romano, “Dios” se traducía sin problemas; en cuanto a “Yavé”, que era el nombre propio de Dios, se lo reemplazaba por el Señor. Los apóstoles adoptaron rápidamente la costumbre de reservar el nombre de Dios para el Padre, y aplicaron a Jesús el nombre divino de el Señor.
20,30

Aquí se lee la conclusión del Evangelio de Juan: su propósito fue dar testimonio de la divinidad de Jesús, que vino del Padre y es ahora fuente de vida divina. El capítulo que sigue no es la recuperación de algo que se habría olvidado, sino el último encuentro de Jesús con los que ha amado y que los espera en el otro mundo.
Evangelio según Juan (Jn) Capítulo 21
Apéndice al libro: La manifestación de Jesús a orillas del lago
1 Después de esto, nuevamente se manifestó Jesús a sus discípulos en la orilla del lago de Tiberíades. Y se manifestó como sigue:
2 Estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el Mellizo, Na tanael, de Caná de Galilea, los hijos del Zebedeo y otros dos discípulos.
3 Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar.» Contestaron: «Vamos tam bién nosotros contigo.» Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
4 Al amanecer, Jesús estaba pa rado en la orilla, pero los discípulos no sabían que era él.
5 Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo que comer?» Le contestaron: «Nada.»
6 Entonces Jesús les dijo: «Echen la red a la derecha y encontrarán pes ca.» Echaron la red, y no tenían fuer zas para recogerla por la gran cantidad de peces.
7 El discípulo al que Jesús amaba dijo a Simón Pedro: «Es el Señor.»
8 Apenas Pedro oyó decir que era el Señor, se puso la ropa, pues estaba sin nada, y se echó al agua. Los otros discípulos llegaron con la barca —de hecho, no estaban lejos, a unos cien metros de la orilla; arrastraban la red llena de peces.
9 Al bajar a tierra encontraron fuego encendido, pescado sobre las brasas y pan.
10 Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar.»
11 Simón Pedro subió a la barca y sacó la red llena con ciento cincuenta y tres pescados grandes. Y a pesar de que hubiera tantos, no se rompió la red.
12 Entonces Jesús les dijo: «Vengan a desayunar». Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor.
13 Jesús se acercó, tomó el pan y se lo repartió. Lo mismo hizo con los pescados.
14 Esta fue la tercera vez que Jesús se manifestó a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
15 Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Contestó: «Sí, Señor, tú sa bes que te quiero.» Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.»
16 Le preguntó por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Pedro volvió a contestar: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Cuida de mis ovejas.»
17 Insistió Jesús por tercera vez: «Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres?» Pedro se puso triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.» Entonces Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.
18 En verdad, cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas a donde querías. Pero cuando llegues a viejo, abrirás los brazos y otro te amarrará la cintura y te llevará a donde no quieras.»
19 Jesús lo dijo para que Pedro comprendiera en qué forma iba a morir y dar gloria a Dios. Y añadió: «Sígueme.».
20 Pedro miró atrás y vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el que en la cena se había inclinado sobre su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»
21 Al verlo, Pedro preguntó a Jesús: «¿Y qué va a ser de éste?»
22 Jesús le contestó: «Si yo quiero que permanezca hasta mi vuelta, ¿a ti qué te importa? Tú sígueme.»
23 Por esta razón corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no iba a morir. Pero Jesús no dijo que no iba a morir, sino simplemente: «Si yo quiero que permanezca hasta mi vuelta, ¿a ti qué te importa?»
24 Este es el mismo discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito aquí, y nosotros sabemos que dice la verdad.
25 Jesús hizo también otras muchas cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros.

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Comentarios Evangelio según Juan, capítulo 21
21,1

Este relato sugiere más de lo que dice y está lleno de la presencia del Resucitado: de pie en la orilla desierta, a la luz del amanecer. Juan, el profeta, reconoce a Jesús en ese desconocido.

Esta manifestación de Jesús fue narrada por el autor de modo tal que rememorara el encuentro de los primeros discípulos (1,35). Figuran los mismos nombres, en particular el de Natanael, del cual se dice que era de Caná, y los hijos de Zebedeo. El discípulo que Jesús amaba, autor del evangelio (21,24), debió ser uno de los dos discípulos cuyos nombres no se manifiestan, al igual que fue uno de los dos discípulos de 1,40.

El evangelista, ya anciano, quiso terminar su obra con un retorno al principio; recuerda el primer despertar de la fe y la primera llamada a orillas del lago, y sugiere el encuentro final, siempre misterioso: ¿Y si yo quiero que permanezca?”. Fusionó la pesca milagrosa con una manifestación de Jesús resucitado que, en la orilla, tiene ya preparados el fuego y el desayuno para acoger a los apóstoles que vuelven con las manos vacías.

Jesús en la ribera, los apóstoles todavía en el mar, atareados. Jesús ya no necesita moverse y enseñar. Juan hace aquí un trabajo poético y creativo al fundir los dos relatos, pero no hay nada en su testimonio que no sea verdad. No explicó ni enseñó, sino que dejó que los textos hablaran. Lo esencial aquí es lo que Juan y Pedro –y cada uno de nosotros– probamos cuando dejamos que madure el amor de Jesús, cuando vemos que nuestra vida se consume por él y no puede desligarse de su misterio.
21,4

Como a los discípulos de Emaús, Jesús se les presenta con una semblanza distinta, y hasta el fin del encuentro sabrán que es él, aunque no sea aquel su físico.
21,8

Pedro se arregló el manto porque estaba desnudo. En las frías horas de la noche no habría estado desnudo, y ante todo porque su cultura no se lo permitía. Pero estaba desnudo bajo su manto o vestido de trabajo. Tiene que conservarlo, y antes de echarse al agua, se recoge los faldones de su vestido para poder nadar.
21,11

La cifra de 153 tiene seguramente un sentido simbólico, pero se le han dado tantas interpretaciones que es difícil decir cuál es la acertada.

18 Las suertes diversas de Pedro y Juan son como dos aspectos de la existencia de quienes se dan enteramente. ¿Quiso Jesús que Pedro hiciera reparación por su triple negación? Esto lo notará el catequista, pero no es lo principal: es más importante que Pedro en adelante ame a Jesús amando a su Iglesia y aceptando el martirio. ¿Y los rumores que circulaban sobre un anciano Juan todavía vivo? No son más que un pretexto para expresar la sed de la vida eterna, cada vez más ardiente en el discípulo amado.
21,19

Cuando Juan terminó su evangelio, Pedro ya había muerto en Roma, en la persecución de Nerón, el año 64 ó 65.

Juan todavía vivía en el año 90. Era el último de los testigos de Cristo y algunos pensaban que no iba a morir hasta que volviera el Señor.
21,24

El último párrafo fue añadido como conclusión por los que rodeaban a Juan cuando mu rió.