La Biblia Latinoamericana
作者:神与人
Primera Carta de Juan (1Jn)
Introducción Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3
Capítulo 4 Capítulo 5    
Primera Carta de Juan (1Jn) Introducción
Esta primera carta de Juan recuerda que el camino cristiano no es sino una divinización, la nuestra. En toda época el ideal cristiano ha parecido algo pálido o estrecho a mucha gente y, sin criticar directamente los valores del cristianismo y sus beneficios a la humanidad, les ha parecido como una limitación del hombre. Pensemos en todos aquellos que, como Marx, han sostenido que la liberación humana pasa por la lucha contra la fe, y en los que rechazando el activismo occidental, buscan en las sabidurías orientales un acceso al Absoluto que no han reconocido en la fe cristiana.
Incluso entre los cristianos la religión sentimental, basada en un entusiasmo por Jesús, oculta a menudo la ignorancia de la fe. Cabe recordarles que, en Jesús, alcanzamos a Dios mismo; estamos en busca del amor y queremos perdernos en esa Verdad de la cual procedemos. En esta carta Juan afirma: Si tienen al Hijo de Dios, tienen toda la Verdad, están en el camino del auténtico Amor y están en comunión con Dios mismo.
Esta carta de Juan pretende disipar dudas o confusiones sobre la fe que se debían al desarrollo de una religión, o si se quiere, un movimiento de pensamiento conocido en la historia como la gnosis, o conocimiento. Había en él todo un conjunto de teorías en que se habían fundido elementos de las religiones llamadas asiáticas, es decir, de la provincia romana de Asia, la actual Turquía (véanse las Cartas de la Cautividad) y ahora Juan veía el progreso de la gnosis en torno a la Iglesia de Éfeso.
La gnosis estaba siempre lista para apoderarse de las creencias religiosas y para refundirlas en sus cuentos interminables. Así trataba de integrar la persona de Jesús en sus dialécticas intelectuales, en las luchas entre el Dios malo, el del Antiguo Testamento, creador del mundo material, y el Dios bueno, padre de los espíritus. Para esa gente, cuando ya se conocían los secretos del Dios de la materia y del Dios de los espíritus, eran espirituales y estaban salvados.
Era necesario reafirmar que Jesús es el Salvador venido en la carne para destruir el pecado. Y la carta hablará más de una vez del sacrificio y de la sangre de Jesús. Frente a la irresponsabilidad moral inculcada por la gnosis, la carta demuestra que el mundo será salvado por la dinámica del amor. La revelación de Dios Amor, que distingue al cristianismo de todas las demás religiones, permite que nazca en nosotros algo eterno y divino que vencerá al mundo, sus tentaciones y su capacidad de mentir y de matar.
Esta carta, escrita por los años 95, debía acompañar al Evangelio de Juan. Se podrán reconocer tres partes:
– andar en la luz: (1,5 - 2,29).
– vivir como hijos de Dios: (3,1 - 4,6).
– Dios-Amor es fuente del amor, (4,7-21), y fuente de la fe, (5,1).
Primera Carta de Juan (1Jn) Capítulo 1
1 Aquí tienen lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos y palpado con nuestras manos —me refiero a la Palabra que es vida.
2 Porque la vida se dio a conocer, hemos visto la Vida eterna, hablamos de ella y se la anunciamos, aquella que estaba con el Padre y que se nos dio a conocer.
3 Lo que hemos visto y oído se lo anunciamos también a ustedes para que estén en comunión con nosotros, pues nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo.
4 Y les escribimos esto para que nuestra alegría sea completa.
Caminar en la luz
5 Este es el mensaje que hemos recibido de él y que les anunciamos a ustedes: que Dios es luz y que en él no hay tinieblas.
6 Si decimos que estamos en comunión con él mientras caminamos en tinieblas, somos unos mentirosos y no actuamos en la verdad.
7 En cambio, si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, el Hijo de Dios, nos purifica de todo pe cado.
8 Si decimos que no tenemos pecado, nos estamos engañando a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.
9 Pero si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad.
10 Si dijéramos que no hemos pecado, sería como decir que él miente, y su palabra no estaría en nosotros.

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Comentarios Primera Carta de Juan, capítulo 1
1,1

Juan no narrará milagros, ni revelaciones, ni secretos celosamente guardados por algunos iniciados. La verdad que cuenta es a la vez más sencilla y divina que todo eso: Dios, vida eterna, ha venido a convivir con los hombres.

La Palabra: ver Jn 1,1.

En el tiempo de Cristo y de los apóstoles, el mundo romano estaba agitado por profundas inquietudes religiosas; y de Asia, la provincia donde vivía Juan, salían numerosas religiones y doctrinas que procuraban satisfacer la sed de verdad y de amor de los hombres. Juan opone a todas esas teorías la certeza del testigo: nosotros hemos tocado y visto.

La vida se revela como un don del Padre, como un renacer del hombre que ya no sabía esperar, como una sonrisa divina, la visita inesperada del que viene a compartir la vida de los hombres. La Vida no se encuentra en los libros, sino que aquellos que la han encontrado y tienen experiencia de ella antes que nosotros pueden despertarnos.
1,5

Andar en la luz: esto es la vida del cristiano.

Más allá de las diferentes verdades que descubren los hombres, hay una luz (o una evidencia, o una presencia), que es la verdad total. Esta no se divide: uno está o no está en la luz. Esta no nos proporciona directamente conocimientos, sino que la persona misma actúa, vive, anda en la luz. Quien entra a la fe descubre esta luz que lo libera de muchas trabas:

— La visión parcial del que se entusiasma por una causa e ignora otros combates que no importan menos; la del que cuida un sector de su vida pero deja los otros en el desorden.

— La inquietud del que no tiene norte y acalla sus propias dudas lanzándose a una actuación desenfrenada.

— Los sectarismos que impiden ser «hermano universal».

La fe nos abre poco a poco a una visión global del hombre.

Primer criterio para saber si andamos en la luz: ¿nos apartamos del pecado? Aquí Juan quiere rebatir a algunos que decían: «Si por ser cristianos estamos ahora unidos a Dios, ya no importan los pecados que puede cometer el cuerpo». Juan afirma que, si uno se decide por Dios, no puede seguir entregándose al pecado. Es cierto que nadie está sin pecado y todos necesitamos de la salvación de Cristo; pero el mismo perdón nos obliga más a alejarnos del pecado.

Juan nos invita a confesar a Dios nuestros pecados, es decir, a reconocerlos humildemente ante él, confiados en su bondad. Si no hubiera esta actitud, el sacramento de la «confesión» no tendría valor. Pero, al revés, confesar nuestras culpas en el sacramento de la penitencia ayuda fuertemente a tener el corazón abierto ante Dios.
Primera Carta de Juan (1Jn) Capítulo 2
Cumplir el mandamiento del amor
1 Hijitos míos, les he escrito esto para que no pequen; pero si uno peca, tenemos un defensor ante el Padre, Jesucristo, el Justo.
2 El es la víctima por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero.
3 Vean cómo sabremos que lo conocemos: si cumplimos sus mandatos.
4 Si alguien dice: «Yo lo conozco», pero no guarda sus mandatos, ése es un mentiroso y la verdad no está en él.
5 En cambio, si uno guarda su palabra, el auténtico amor de Dios está en él.
5 Y vean cómo conoceremos que estamos en él:
6 si alguien dice: «Yo permanezco en él», debe portarse como él se portó.
7 Hijos queridos, no les escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo, el que ustedes tenían desde el comienzo; este mandamiento antiguo es la palabra misma que han oído.
8 Y, sin embargo, se lo doy como un mandamiento nuevo, que se hace realidad tanto en ustedes como en Jesucristo; ya se van disipando las tinieblas y brilla la luz verdadera.
9 Si alguien piensa que está en la luz mientras odia a su hermano, está aún en las tinieblas.
10 El que ama a su hermano permanece en la luz y no hay en él causas de tropiezo.
11 En cambio, quien odia a su hermano está en las tinieblas y camina en tinieblas; y no sabe adónde va, pues las tinieblas lo han cegado.
12 Esto les escribo, hijitos: ustedes recibieron ya el perdón de sus pecados.
13 Esto les escribo, padres: ustedes conocen al que es desde el principio.
13 Esto les escribo, jóvenes: ustedes han vencido al Maligno.
14 Les he escrito, hijitos, porque ya conocen al Padre. Les he escrito, padres, porque conocen al que es desde el principio.
14 Les he escrito, jóvenes, porque son fuertes, la Palabra de Dios permanece en ustedes y ya han vencido al Maligno.
15 No amen al mundo ni lo que hay en el mundo.
15 Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
16 Pues de toda la corriente del mundo —la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos, y la arrogancia del éxito— nada viene del Padre, sino del mundo.
17 Pasa el mundo con todas sus codicias, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
Rechazar al Anticristo
18 Hijitos, estamos en la última hora, y han oído que va a venir un anti cristo.
18 Pero ya han venido varios anticristos, por lo cual conocemos que es la última hora.
19 Esa gente salió de entre nosotros, pero no eran de los nuestros; si hubieran sido de los nuestros, se habrían quedado con nosotros. Así es como descubrimos que no todos son de los nuestros.
20 Pero ustedes tienen esa unción que viene del Santo, por lo que todos tienen ya conocimiento.
21 Les escribo, no porque no conozcan la verdad, sino porque la conocen y porque la mentira no puede salir de la verdad.
22 ¿Y quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el mentiroso, el que niega a la vez al Padre y al Hijo.
23 Pues el que niega al Hijo ya no tiene al Padre; y el que reconoce al Hijo tiene también al Padre.
24 Permanezca en ustedes lo que oyeron desde el principio; si permanece en ustedes lo que oyeron desde el comienzo, también ustedes permanecerán en el Hijo y en el Padre.
25 Esta es la promesa que él mismo prometió, y que es la vida eterna.
26 Les he escrito esto pensando en aquellos que tratan de desviarlos,
27 pues en ustedes permanece la unción que recibieron de Jesucristo, y no necesitan que nadie venga a enseñarles.
27 El les ha dado la unción, y ella les enseña todo; ella es verdad y no mentira. Así, pues, quédense con lo que les ha enseñado.
28 Y ahora, hijitos, permanezcan en él; haciéndolo, tendremos plena confianza cuando aparezca en su gloria, en vez de sentir vergüenza ante él cuando nos venga a pedir cuentas.
29 Si saben que él es el Justo, reconozcan que todo el que practica la justicia ha nacido de Dios.

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Comentarios Primera Carta de Juan, capítulo 2
2,1

Segundo criterio del amor a Dios: cumplir los mandamientos, los cuales se resumen en la caridad. ¿Pretendemos acaso conocer a Cristo y ser creyentes? Esto se debe medir según el amor que tenemos a nuestros hermanos. Mandamiento antiguo, es decir, el primero que aprendimos en la Iglesia; mandamiento nuevo, porque el mundo debe descubrir continuamente y en nuevos campos lo que puede el amor.
2,15

Tercer criterio: no amar al mundo. Notemos cómo Juan empieza por alegrarse con sus lectores porque conocen al Padre. No se trata de aborrecer al mundo que Cristo vino a salvar (ver comentario de Jn 3,17). Pero la vida y la historia de los hombres revelan una alienación profunda: están bajo el poder del espíritu malo. Y Juan llama el mundo, a la corriente mala que en él se expande. El mundo, para él, es la vida engañosa que nos absorbe en cuanto dejamos de buscar la voluntad del Padre.

Hay algo más en esto de no amar al mundo. Aunque es bueno todo lo que viene de Dios, la creación entera no es nada si la comparamos con Dios. Mientras consideramos al mundo como el gran regalo que Dios nos hizo y nos sentimos responsables ante él de su progreso y desarrollo, el mundo es bueno para nosotros. Pero tan pronto como lo consideramos como cosa nuestra, lo usamos o descuidamos a nuestro antojo, se vuelve ídolo que nos esclaviza y campo de rivalidades. El cristiano se compromete en el mundo (primer caso), pero no con el mundo (segundo caso). Guarda su libertad de hijo de Dios o deja de serlo por amor al mundo.
2,18

Cuarto criterio: para estar seguros de andar en la luz debemos rechazar al Anticristo. Los creyentes del tiempo de Juan sabían que en vísperas de la venida gloriosa de Cristo se presentaría un Anticristo. Juan dice: ya es anticristo el que niega que Jesús sea el Cristo.

Actualmente hay todavía mucha gente que distingue entre el hombre Jesús perdido en las brumas de la leyenda —un profeta tal vez que no tuvo suerte— y un Cristo idealizado al que los creyentes adoran. Pero Juan dice: Quien vino en la historia es el Dios eterno.

Ustedes tienen esa unción que viene del Santo, (20). Juan no habla solamente de la unción con óleo del bautismo y de la confirmación. «Cristo» quiere decir precisamente «el que ha recibido la unción», y esta unción era la presencia en él del Espíritu de Dios, su Padre. Juan agrega: Ustedes no pueden recibir pasivamente cualquier cosa en la Iglesia, más bien deben discernir si se les transmite fielmente la palabra de Dios.

El les ha dado la unción, y ella les enseña todo (27). Al escribir esto Juan pensaba en los profetas que animaban a las Iglesias; gracias a sus palabras inspiradas, el Espíritu instruía a la comunidad (véase He 14,2 y 1 Tes 5,19). También ahora el Espíritu nos mantiene en la verdad por medio de los que animan y enseñan, pero eso no quita que busquemos por nosotros mismos el sentido de la Palabra y discernamos lo que nos dicen los demás.
Primera Carta de Juan (1Jn) Capítulo 3
1 Miren qué amor tan singular nos ha tenido el Padre: que no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos. Por eso el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él.
2 Amados, a pesar de que ya somos hijos de Dios, no se ha manifestado todavía lo que seremos; pero sabemos que cuando él aparezca en su gloria, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es.
3 Y si es esto lo que esperamos de él, querremos ser santos como él es santo.
4 No se puede pecar sin quebrantar la ley; todo pecado es rebeldía.
5 Bien saben que Este vino para quitar nuestros pecados, y que en él no hay pecado.
6 Quien permanece en él no peca; quien peca no lo ha visto ni conocido.
7 Hijitos míos, no se dejen extraviar: el que actúa con toda rectitud es justo como él es justo.
8 En cambio quienes pecan son del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio.
8 Para esto se ha manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del Diablo.
9 El que ha nacido de Dios no peca, porque permanece en él la semilla de Dios. Y ni siquiera puede pecar, porque ha nacido de Dios.
10 En esto se reconocen los hijos de Dios y los del Diablo: el que no sigue el camino de rectitud no es de Dios, y tampoco el que no ama a su hermano.
11 Debemos amarnos unos a otros, pues éste es el mensaje que ustedes han oído desde el comienzo.
12 No imitemos a Caín, que era del Maligno, y mató a su hermano. Y ¿por qué lo mató? Porque él hacía el mal, y su hermano hacía el bien.
13 No se extrañen, hermanos, si el mundo los odia,
14 pues el amor a nuestros hermanos es para nosotros el signo de que hemos pasado de la muerte a la vida.
15 El que no ama está en un estado de muerte.
15 El que odia a su hermano es un asesino, y, como saben, ningún asesino tiene la vida eterna.
16 El (Jesucristo) entregó su vida por nosotros; y en esto hemos conocido el amor; ahora también nosotros debemos dar la vida por los hermanos.
17 Si uno goza de riquezas en este mundo y cierra su corazón cuando ve a su hermano en apuros, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?
18 Hijitos, no amemos con puras palabras y de labios para afuera, sino de verdad y con hechos.
19 En esto conoceremos que somos de la verdad y se tranquilizará nuestra conciencia ante El.
20 Pues si nuestra conciencia nos reprocha, pensemos que Dios es más grande que nuestra conciencia, y que lo conoce todo.
21 Amadísimos, si nuestra conciencia no nos condena, tenemos plena confianza en Dios.
22 Entonces, todo lo que pidamos nos lo concederá, porque guardamos sus mandatos y hacemos lo que le agrada.
23 ¿Y cuál es su mandato? Que creamos en el Nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros, tal como él nos lo ordenó.
24 El que guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Pues Dios permanece en nosotros, y lo sabemos por el Espíritu que nos ha dado.

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Comentarios Primera Carta de Juan, capítulo 3
3,1

Aquí empieza la segunda parte de la Carta: somos hijos de Dios y debemos vivir como tales.

Hijos de Dios: esto se puede entender de diversas maneras. Uno puede pensar solamente que Dios quiere a los hombres, o que la dignidad de la persona humana es muy grande. Pero aquí Juan nos llama la atención sobre dos puntos:

— Somos hijos para llegar a ser semejantes a Dios; no ambicionemos nada menos perfecto que esto.

— Somos hijos para volver al Padre: ¿acaso pensamos lo suficiente en el fin único y tan trascendente para el cual Dios nos eligió? Sabiendo esto, ¿cómo podríamos no entender que Dios nos va purificando de mil maneras, porque solamente así llegaremos a nuestro fin?

Seremos semejantes a él (2) al compartir todo lo que Dios es, y llegando a ser, en algún modo, Dios con Dios (ver 1 Cor 13). Los que ahora viven con Cristo una vida de sufrimientos serán transfigurados como él (Mc 9 ; Col 3,4). Entonces el universo alcanzará su meta, teniendo como su centro a los hombres hijos de Dios, o más bien al Hombre Nuevo (Rom 8,17).

El que ha nacido de Dios no peca (9). Parece exagerado, pero ser hijos de Dios no es algo de fantasía: realmente hemos empezado una vida en la verdad y en el amor. Al que tiene esa vida se le hace imposible cometer el verdadero pecado: negarse decididamente a amar, a perdonar o a seguir luchando. Pero pedimos a nuestro Padre: «No nos dejes caer en tentación».
3,7

Guardar el mandamiento del amor es el distintivo de los hijos de Dios.

La mayoría de los hombres se han acostumbrado a pensar que el mundo se divide en dos bandos opuestos: los buenos y los malos, o sea, los del propio grupo y los demás. Juan nos dice cuál es la frontera que divide a la humanidad: los que aman y los que no aman. Por ubicarse en el campo de quienes aman, el creyente será perseguido. No le perdonarán el que no comparta los odios y sectarismos de sus compañeros o de su pueblo.

El que odia a su hermano es un asesino (15). Todas las matanzas que ahora se producen en tantos paises, aun en pueblos cristianos, son el fruto de odios seculares que muchísima gente guardó en sí sin superarlos realmente.

La práctica del amor nunca nos deja amargados, como puede ser el caso de cuando está el sacrificio, pero sin amor. Nos introduce en el mundo de Dios en que ya no hay distancias, ni temor, ni recelos: Si nuestra conciencia nos reprocha, Dios es más grande que nuestra conciencia (20). Esto quiere decir que Dios nos conoce y nos juzga mejor que nosotros mismos; lo hace con un amor que nos falta a nosotros. Debemos pues desconfiar mucho de sentimientos de culpabilidad por pecados que hemos rechazado y además reparado; esta clase de angustia nos encierra en nosotros mismos en vez de abrirnos a Dios, que sabe recuperar lo estropeado o dilapidado y rehacerlo nuevo.

Creer en el Nombre (23): o sea, en la divinidad de Jesús.
Primera Carta de Juan (1Jn) Capítulo 4
No se fíen de cualquier inspiración
1 Queridos míos, no se fíen de cualquier inspiración. Examinen los espíritus para ver si vienen de Dios, porque andan por el mundo muchos falsos profetas.
2 ¿Quieren reconocer al espíritu de Dios? Todo espíritu que reconoce a Jesús como el Mesías que ha venido en la carne, habla de parte de Dios.
3 En cambio, si un inspirado no reconoce a Jesús, ese espíritu no es de Dios; es el mismo espíritu del Anticristo. Han oído que vendría un anticristo; pues bien, ya está en el mundo.
4 Ustedes, hijitos, son de Dios, y ya han logrado la victoria sobre esa gente, pues el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo.
5 Ellos son del mundo, por eso su lenguaje es el del mundo, y el mundo los escucha.
6 Nosotros, en cambio, somos de Dios; el que conoce a Dios nos escucha, pero el que no conoce a Dios no nos hace caso.
6 Así es como reconocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.
Dios-Amor es fuente del amor
7 Queridos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
8 El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor.
9 Miren cómo se manifestó el amor de Dios entre nosotros: Dios envió a su Hijo único a este mundo para que tengamos vida por medio de él.
10 En esto está el amor: no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados.
11 Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos mutuamente.
12 A Dios no lo ha visto nadie jamás; pero si nos amamos unos a otros, Dios está entre nosotros y su amor ha llegado a su plenitud en nosotros.
13 Y ¿cómo sabemos que permanecemos en Dios y él en nosotros? Porque nos ha comunicado su Espíritu.
14 Pero también hemos visto nosotros y declaramos que el Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo.
15 Quien confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.
16 Por nuestra parte, hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es amor: el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
17 Cuando el amor alcanza en nosotros su perfección, miramos con confianza al día del juicio, porque ya somos en este mundo como es El.
18 En el amor no hay temor. El amor perfecto echa fuera el temor, pues hay temor donde hay castigo. Quien teme no conoce el amor perfecto.
19 Amemos, pues, ya que él nos amó primero.
20 Si uno dice «Yo amo a Dios», y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.
21 Pues éste es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano.

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Comentarios Primera Carta de Juan, capítulo 4
4,1

Juan destacó el papel importante del Espíritu Santo para guiarnos en la verdad. Pero aquí nos advierte respecto de los profetas que no se expresan según la verdad recibida de los apóstoles en la Iglesia. Siempre ha habido conflictos entre los que disponen de la autoridad y los que hablan y critican libremente. Es evidente que ninguna persona inspirada puede hablar en contra de la fe tradicional de la Iglesia, pero ¿qué pensar cuando se trata de maneras de ser y de actuar en la Iglesia?

¿Debemos apoyar en todas circunstancias a los responsables? Esto sería olvidar que el Evangelio forma personas libres. No podemos seguir ciegamente el parecer del Papa o del obispo o de la mayoría, a no ser que la unidad de la Iglesia esté amenazada. Es deber nuestro formar nuestra conciencia y pensar de acuerdo con los criterios del evangelio.

¿Podemos entonces dar la preferencia a los que parecen guiados por el Espíritu? Si el Espíritu es el que los inpira, por más que critiquen lo que debe ser criticado, nunca tratarán de dividir a la Iglesia. La comunidad podrá echarlos, pero ellos no serán responsables de la ruptura, y aunque la comunidad local los rechace, no aceptan separarse de la comunión universal de la Iglesia, la cual siempre reconoce, con el tiempo, a los verdaderos profetas.
4,7

Aquí empieza la tercera parte de la carta: Dios-Amor es fuente del amor y de la fe.

Dios es amor (16). Esta es la revelación suprema y propia de la fe cristiana. Otras religiones hablan de un Dios bueno y misericordioso, pero ninguna sabe que el dinamismo del amor anima a toda la creación y tiene su fuente en Dios-Amor.

En este párrafo, Juan vuelve a afirmar que el amor a Dios y el amor al prójimo no se pueden separar. Si bien nosotros ya lo sabemos, Juan nos da la razón de ello: el amor viene de Dios (7). Y porque Dios nos amó primero, nosotros ahora somos capaces de amar a Dios (10), amando al prójimo con su mismo amor que permanece en nosotros.

Juan relaciona el amor a Dios con la fe en Dios: el verdadero creyente es el que cree antes que nada en el amor de Dios (4,16). El nos ha amado y elegido desde la eternidad (Ep 1,4) ; lo ha demostrado en el envío de su Hijo y su sacrificio (Rm 5,8). Y si nos anima el amor verdadero, nunca tenemos sentimientos de superioridad o creemos tener méritos como los que se sienten dueños de sus obras buenas. Solamente nos damos cuenta de que el amor de Dios actúa a través de nosotros

Así se justifica la vida que se entrega para servir con cariño a algunos abandonados, enfermos, ancianos inútiles para la sociedad. Se justifica una vida que se aparta de la vida común para dedicarse totalmente a un amor más exclusivo de Dios.
Primera Carta de Juan (1Jn) Capítulo 5
De Dios viene la fe
1 Todo el que cree que Jesús es el Mesías ha nacido de Dios. Si amamos al que da la vida, amamos también a quienes han nacido de él;
2 y por eso, cuando amamos a Dios y cumplimos sus mandatos, con toda certeza sabemos que amamos a los hijos de Dios.
3 Amar a Dios es guardar sus mandatos, y sus mandatos no son una carga.
4 Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo, y la victoria en que el mundo ha sido vencido es nuestra fe.
5 ¿Quién ha vencido al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
6 El es el que viene por el agua y la sangre: Jesucristo; y no sólo por el agua, sino por el agua y la sangre; y el espíritu también da su testimonio, el Espíritu que es la verdad.
7 Tres son, pues, los que dan testimonio:
8 el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres coinciden en lo mismo.
9 Si aceptamos el testimonio de los hombres, mucha más fuerza tiene el testimonio de Dios, y hay un testimonio de Dios, pues ha declarado a favor de su Hijo.
10 Quien cree en el Hijo de Dios guarda en sí el testimonio de Dios. Quien no cree, hace a Dios mentiroso, ya que no cree al testimonio de Dios en favor de su Hijo.
11 Pues bien, éste es el testimonio: que Dios nos ha dado la vida eterna, y que dicha vida está en su Hijo.
12 El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.
Guárdense de los ídolos
13 Les he escrito, pues, a ustedes que creen en el Nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna.
14 Con él tenemos la certeza de que, si le pedimos algo conforme a su voluntad, nos escuchará.
15 Y si nos escucha en todo lo que le pedimos, sabemos que ya tenemos lo que le hemos pedido.
16 Si alguno ve a su hermano en el pecado —un pecado que no ha traído la muerte—, ore por él y Dios le dará vida. (Hablo de esos pecadores cuyo pecado no es para la muerte).
16 Porque también hay un pecado que lleva a la muerte, y no pido oraciones en este caso.
17 Toda maldad es pecado, pero no es necesariamente pecado que lleva a la muerte.
18 Sabemos que el que ha nacido de Dios no peca, pues lo guarda el que ha nacido de Dios, y el Maligno no puede tocarlo.
19 Sabemos que somos de Dios, mientras el mundo entero está bajo el poder del Maligno.
20 Sabemos también que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al que es Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo; ahí tienen el Dios verdadero y la Vida eterna.
21 Hijitos, guárdense de los ídolos.

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Comentarios Primera Carta de Juan, capítulo 5
5,1

Dios-Amor es el que nos pide creer en su Hijo, y la fe es una victoria. Juan escribió el Apocalipsis para alentar a los creyentes perseguidos mostrándoles la victoria que comparten junto a Cristo por el solo hecho de creer. Aquí lo repite en otra forma.

Nuestra mayor victoria será conquistar nuestra herencia de hijos e hijas de Dios, es decir, la eternidad misma de Dios. Los que creen en Cristo ya alcanzaron la Verdad, que es Dios.

Cuando amamos a Dios, con toda certeza sabemos que amamos a los hijos de Dios (2). Aquí Juan toma al revés lo que dijo en 4,20: el que ama (bien) a sus hermanos es el que ama a Dios.

Hay muchas cosas que se llaman amor, y tal vez todas tienen algo de amor, pero con más y menos; el amor de Dios hacia nosotros y el amor que él nos da hacia los demás son imposibles de confundir con otros amores. El amor que procede de una comunión auténtica con Dios no se parece al amor sentimental, o ciego, o interesado. Es eficiente, tanto para liberar al que amamos como para transformarnos en Cristo.

Los versículos 6-9 señalan tres aspectos complementarios de la experiencia cristiana, que se verificaron primero en la persona de Jesús. Y Juan los caracteriza con tres palabras:

— agua: el agua es símbolo de limpieza y de vida nueva.

— sangre: la sangre del sacrificio, de la expiación dolorosa del pecado, la sangre de los mártires.

— espíritu: fuerza incontenible que anima a los testigos de Cristo; creatividad asombrosa de las personas y de las instituciones que se arraigan en la fe.

Estos tres señalan a Jesucristo y también caracterizan la salvación cristiana. Es fácil ver que tienen su correspondencia en los tres sacramentos del Bautismo, la Eucaristía y la Confirmación.
5,13

En esta conclusión Juan repite lo que dijo en toda la carta: ustedes que creen, sepan lo que tienen. No estimen en poco el paso que dieron al reconocer a Cristo. Exploren y busquen las riquezas que les están destinadas y que se encuentran en «aquel que nos ama» (Apocalipsis 1,5).

Juan distingue entre el pecado que lleva a la muerte: rechazar la fe y la verdad; y las faltas de debilidad que no apagan la esperanza ni la fe, sino que simplemente las debilitan. Debemos orar unos por otros con confianza para no caer más hondo.

El mundo entero queda bajo el poder del maligno (19). El mundo es el lugar donde el «Maligno» rivaliza con Dios. El no se abandera con ningún grupo, ateo, materialista o de cualquier otro nombre, sino que, en todo lugar, transforma las mejores cosas en ídolos destructores, incluso entre los cristianos y entre los que buscan la perfección de la vida religiosa.

Guárdense de los ídolos. (21). La última advertencia de Juan cobra su pleno sentido al final de esta carta en que nos invitó a permanecer en la verdad de la Palabra de Dios hecha hombre, sin que nada venga a adulterar esta verdad. Pues la comunidad cristiana estará constantemente tentada a tomarse poco a poco por el centro de todo. Es entonces cuando las instituciones se preocupan por durar, por reclutar; se piensa asegurar la unidad reforzando la autoridad; se buscan apoyos humanos y se construye la Iglesia con el concreto de sus edificios. Estas son mil maneras de escapar a la condición provisoria que caracteriza la vida en el Espíritu, y es así como las comunidades cristianas pueden volverse un muro opaco que separa a Dios de los hombres, tanto más «idolo» cuanto que se quieren sagradas. La Palabra se hizo carne y la Iglesia no puede ser sacramento de Dios si no se queda «carne», es decir, débil y vulnerable.