La Biblia Latinoamericana
作者:神与人
Segundo Libro de los Reyes (2Re)
Introducción Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3
Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7
Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11
Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15
Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19
Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23
Capítulo 24 Capítulo 25    
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Introducción
El segundo libro de los Reyes (dijimos que son las dos partes de un mismo libro) sigue contemplando la historia de los dos reinos del norte y del sur, Israel y Judá.
El autor quiere demostrar que su decadencia fue el castigo de su infidelidad a la alianza de Dios. Sería un error, sin embargo, pensar que los últimos reyes fueron peores que los primeros. Al leer atentamente, nos damos cuenta que el autor no juzga con la misma severidad a los próceres del reino y a sus sucesores. ¿Acaso Jeroboam II, que restableció un Israel próspero e independiente, y le aseguró cuarenta años de paz, era inferior a Salomón? ¿Acaso era menos creyente? Sin embargo, el primer libro de los Reyes se complace en describir el lujo y la grandeza de Salomón, cosas muy materiales en definitiva, mientras que el segundo no dedica más que un párrafo a Jeroboam II, como si el hecho de tener otro templo que el de Jerusalén condenara a priori toda su obra.
Se debe ver en esto la pedagogía de Dios que, al comienzo, entusiasma a su pueblo con la posibilidad de conquistar independencia y prosperidad, y porque estos hombres están en el momento histórico en que deben realizar esta conquista, Dios no les muestra todos los aspectos negativos de lo que están haciendo; no insiste en los defectos de Salomón o en la vanidad de su lujo. Pero, más tarde, Dios invita a su pueblo a que mire con espíritu crítico y, mientras el gran ensueño del reino de Salomón se va desvaneciendo, les enseña a buscar otra conquista más duradera e importante, que es la del Reino de Justicia.
Dios es el gran educador, y su pedagogía se manifiesta en el decurso de la historia como en el de las etapas sucesivas de nuestra propia vida.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 1
1 Después de la muerte de Ajab, Moab se rebeló contra Israel.
2 Ocozías se cayó desde la ventana de su segundo piso en Samaría, y como no se sintiera bien, envió a algunos hombres diciéndoles: «Vayan a consultar a Baalcebub, dios de Ecrón, para saber si me sanaré de este mal».
3 Pero el ángel de Yavé dijo a Elías de Tisbé: «Levántate y sal al encuentro de los mensajeros del rey de Samaría. Les dirás: ¿Así que ya no hay más Dios en Israel, que van a consultar a Baalcebub, el dios de Ecrón?
4 Ya que has procedido así, dice Yavé, no te levantarás de la cama en que te has acostado; has de saber que morirás». Y Elías se alejó.
5 Volvieron los mensajeros donde el rey; éste les dijo: «¿Por qué regresaron?»
6 Respondieron: «Un hombre salió a nuestro encuentro y nos dijo: Váyanse, regresen donde el rey que los envió, y repitan esta palabra de Yavé: ¿Así que ya no hay más Dios en Israel, que vas a consultar a Baalcebub, el dios de Ecrón? ¡Por eso, no te levantarás de la cama en la que te has acostado, sino que morirás; ya está decidido!»
7 Les dijo: «¿Cómo era ese hombre que salió a encontrarlos y que les dijo eso?»
8 Respondieron: «El hombre iba vestido con un manto de pelo y con una faja de piel ceñida a su cintura.» Ocozías exclamó: «¡Es Elías de Tisbé!»
9 Despachó entonces a cincuenta hombres con su jefe, que subieron para buscar a Elías; éste estaba sentado en la cumbre de un cerro. El jefe le gritó: «¡Hombre de Dios, por orden del rey, baja!»
10 Elías respondió al jefe de los cincuenta: «¡Si soy un hombre de Dios, que baje fuego del cielo y te devore a ti y a tus ciencuenta hombres!» Y bajó fuego del cielo, y lo devoró a él y a sus cincuenta hombres.
11 El rey despachó de nuevo a cincuenta hombres con su jefe; éste también le gritó: «¡Hombre de Dios, esta es la orden del rey: Apresúrate en bajar!»
12 Elías le respondió: «¡Si soy hombre de Dios, que baje fuego del cielo y te devore a ti y a tus cincuenta hombres!» Y el fuego de Dios bajó del cielo, y lo devoró a él y a sus cincuenta hombres.
13 Envió el rey por tercera vez a cincuenta hombres con su jefe; cuando llegó cerca de Elías, el tercer jefe se arrodilló y le suplicó diciéndole: «¡Hombre de Dios, soy tu servidor; ojalá mi vida y la de mis hombres tenga algún valor para ti!
14 ¡El fuego de Dios ya ha bajado dos veces del cielo para devorar a los dos primeros jefes con sus cincuenta hombres: perdóname ahora mi vida!»
15 Entonces el ángel de Yavé dijo a Elías: «Baja con él, pues nada tienes que temer de su parte». Se levantó, pues, y bajó con ellos hasta donde estaba el rey.
16 Le dijo a éste: «Esto dice Yavé: Debido a que enviaste mensajeros para consultar a Baalcebub, el dios de Ecrón, no te levantarás más de la cama donde estás acostado, sino que morirás: ¡ya está decidido!»
17 Efectivamente murió Ocozías, conforme a la palabra de Yavé que había sido transmitida a Elías. En su lugar reinó Yoram, su hermano, porque no tenía hijos, (era el décimo año de Joram, hijo de Josafat, rey de Judá).
18 El resto de los hechos de Ocozías, lo que hizo, todo eso está escrito en el libro de las Crónicas de los reyes de Israel.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 2
Elías es llevado al cielo
1 Yavé hizo subir a Elías al cielo en un torbellino; fue así: Cuando Elías salía de Guilgal en compañía de Eliseo,
2 dijo a éste: «Quédate aquí, por favor. Yavé me manda a Betel». Pero Eliseo respondió: «Tan cierto como que Yavé vive y que yo vivo, que no te dejaré». Y bajaron juntos a Betel.
3 Los hermanos profetas que vi vían en Betel salieron a encontrar a Eliseo y le dijeron: «¿Sabes que hoy día Yavé te llevará a tu maestro por encima de ti?» Respondió: «Lo sé, pero no digan nada».
4 Elías le dijo: «Eliseo, quédate aquí, por favor, porque Yavé me manda a Jericó». Pero él respondió: «Tan cierto como que Yavé vive y que yo vivo, que no te dejaré». Y así llegaron a Jericó.
5 Los hermanos profetas que estaban en Jericó se acercaron a Eliseo: «¿Sabes, le dijeron, que hoy día Yavé te llevará a tu maestro por encima de ti?» Respondió: «Lo sé, pero quédense tranquilos».
6 Elías le dijo: «Quédate aquí, por favor, porque Yavé me manda al Jordán». Le respondió: «Tan cierto como que Yavé vive y que yo vivo, que no te dejaré». Y los dos siguieron su camino.
7 Los seguían unos cincuenta profetas, que se quedaron a cierta distancia, mientras ambos se dete nían a orillas del Jordán.
8 Entonces Elías tomó su manto, lo enrolló y golpeó con él el agua y ésta se dividió, de modo que ambos atravesaron en seco.
9 Cuando lo atravesaron, Elías dijo a Eliseo: «¿Qué quieres que haga por ti? Pídelo antes que sea llevado lejos de ti». Eliseo respondió: «Que venga sobre mí el doble de tu espíritu».
10 Elías le replicó: «¡Pides algo difícil! Pero si me ves mientras soy llevado de tu lado, lo tendrás; si no, no».
11 Iban conversando mientras caminaban, cuando un carro de fuego, con sus caballos de fuego los separó al uno del otro: Elías subió al cielo en un torbellino.
12 Eliseo lo vio y gritaba: «¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡Carro de Israel y su caballería!» Luego no lo vio más. Tomó entonces su ropa y la partió en dos.
13 Eliseo recogió el manto de Elías que había caído cerca de él y se volvió. Al llegar a orillas del Jordán se detuvo,
14 tomó el manto de Elías y golpeó el agua con él, pero ésta no se dividió. Entonces dijo: «¿Dónde etá el Dios de Elías, dónde?» Y como volviera a golpear el agua, ésta se dividió en dos, y Eliseo atravesó.
15 Los hermanos profetas lo vieron de lejos y dijeron: «¡El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo!» Salieron a su encuentro y se postraron en tierra delante de él.
16 Le dijeron: «Hay aquí entre tus servidores cincuenta hombres valerosos. Permíteles que salgan en busca de tu maestro. A lo mejor el Espíritu de Yavé lo ha tomado y depositado en algún cerro o en uno de los valles». Pero él les respondió: «¡No, no manden a nadie!»
17 Pero como siguieran insistiendo hasta el punto de ser cargantes, Eliseo les dijo: «¡Muy bien, mándenlos!» Mandaron a cincuenta hombres que buscaron durante tres días, sin encontrarlo.
18 Cuando regresaron donde él en Jericó, les dijo: «¿No les dije que no fueran?»
19 La gente de la ciudad dijo a Eliseo: «Aquí se está bien, como mi señor lo puede ver, pero el agua es malsana y las mujeres de la zona son estériles».
20 Les dijo: «Denme un plato nuevo y pongan en él sal». Se lo pasaron.
21 Se dirigió a la fuente y echó la sal en el agua, luego dijo: «Esto dice Yavé: He sanado esta agua; de ella ya no saldrá más ni muerte ni esterilidad».
22 Y el agua siguió sana hasta el día de hoy, según la palabra que había pronunciado Eliseo.
23 De allí se fue a Betel; cuando iba por el camino que sube, salieron de la ciudad unos muchachos que se burlaban de él: «¡Vamos calvo, sube! ¡Vamos calvo, sube!», decían.
24 Se volvió y mirándolos los maldijo en nombre de Yavé; salieron del bosque dos osas y desgarraron a cuarenta y dos de esos muchachos.
25 Desde allí se dirigió al monte Carmelo y luego regresó a Samaría.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 2
2,1

El fin de Elías es como una última manifestación de Dios que vive y que da vida al hombre.

Elías, el profeta solitario, parece vivir en las alturas, lejos de la corrupción de los hombres. Por eso, Dios no deja que muera como los demás. Igual que Moisés, del cual nadie ha sabido jamás el lugar de su tumba (Dt 34,6), también Elías dará en cierta manera la impresión de escapar a la muerte; ahora bien estas «dos columnas» de la Antigua Alianza, Moisés y Elías, son los que rodearán a Jesús el día de su Transfiguración. Nada, ni siquiera la muerte, puede vencer al que ardió de amor celoso por Yavé, su Dios, y que peleó por él solo.

Yavé hizo subir a Elías al cielo en un torbellino (1). Aquí vale lo que decimos respecto de la Ascensión de Jesús. La gente de ese tiempo creía que Dios vive en las alturas, y Dios, que habla a la gente de cada siglo conforme a su propia cultura, quiso que Elías desapareciera visiblemente, como llevado al cielo.

¡Padre mío, carro de Israel y su caballería! La exclamación de Eliseo se explica por el pasado de Israel. Frente a sus adversarios cana neos que tenían carros de guerra y caballos, los israelitas, mal equipados, ponían su confianza en Yavé, que era la única fuerza de los suyos y, para ellos, hacía las veces de carros y caballe rías. Eliseo ve desaparecer al que era el símbolo vivo de la presencia y la fuerza de Dios en medio de Israel.

La extraña desaparición de Elías alentará a los judíos que esperan una venida triunfante de Yavé para empezar el reino definitivo. Entre los judíos nace la convicción de que Elías volverá en ese momento y preparará la venida de Yavé (Sir 48,1 y Mal 3,32). Ver al respecto la palabra de Jesús (Mc 9,12).

La Biblia nos deja inciertos sobre la suerte de Elías, después de la muerte. De esta manera, prepara el anuncio de la Resurrección de Jesús y la fe de la Iglesia en la Asunción de María, su madre.
2,19

Entre todos los personajes de la Biblia, Eliseo aparece como el hombre dotado del don de hacer milagros, pero no por eso es considerado más grande. Vive en medio de los «hijos de los profetas»; esta expresión dice lo mismo que ahora «hermanos profetas».

Son hombres pobres, de una fe algo fanática, que viven en comunidades religiosas con sus esposas e hijos, y que también ayudarán a Eliseo en su misión (ver también 1 Sam 19,18).

Eliseo recibe el espíritu de Elías y continúa su misión.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 3
1 El año décimo octavo del reinado de Josafat de Judá, llegó a ser rey de Samaría Joram, hijo de Ajab. Reinó doce años;
2 hizo lo que le disgusta a Yavé, pero no tanto como su padre y su madre, porque mandó quitar la piedra que había levantado su padre en honor a Baal.
3 Sin embargo siguió apegado al pecado de Jeroboam, hijo de Nabat, quien había arrastrado a Israel en su pecado: no se apartó de él.
Expedición de Israel y de Judá contra Moab
4 Mesa, rey de Moab, tenía rebaños. Le pagaba al rey de Israel un tributo de cien mil corderos y cien mil carneros, y además la lana.
5 Pero a la muerte de Ajab, el rey de Moab se rebeló contra el rey de Israel.
6 Entonces el rey Yoram salió de Samaría y pasó revista a Israel;
7 se puso en camino y mandó decir a Josafat, rey de Judá: «El rey de Moab se ha rebelado contra mí, ¿vas a venir conmigo a atacar a Moab?» Josafat le respondió: «Iré, será tanto asunto mío como tuyo, de mi pueblo como de tu pueblo, y de mis caballos como de tus caballos».
8 Y agregó: «¿Por qué camino irás?» Yoram respondió: «Por el camino del desierto de Edom».
9 El rey de Israel, el rey de Judá y el rey de Edom comenzaron a avanzar, pero después de siete días de marcha ya no había más agua ni para el ejército ni para los animales.
10 Entonces el rey de Israel dijo: «¡Ay, ay! ¡Yavé ha reunido a estos tres reyes para entregarlos en las manos de Moab!»
11 Josafat le preguntó: «¿No hay aquí algún profeta de Yavé por cuyo intermedio podamos consultar a Yavé?» Uno de los servidores del rey de Israel le dijo: «Aquí está Eliseo, hijo de Safat, el que derramaba el agua en las manos de Elías». 12 Josafat dijo: «La palabra de Yavé está con él».
12 Así pues el rey de Israel, Josafat y el rey de Edom bajaron a su encuentro.
13 Eliseo dijo al rey de Israel: «¿Qué tengo que ver con tus problemas? ¡Anda a buscar a los profetas de tu padre!» Pero el rey de Israel insistió: «¿Acaso Yavé, que hizo venir a estos tres reyes, los va a entregar ahora en manos de Moab?»
14 Eliseo le dijo: «Tan cierto como que vive Yavé de los ejércitos, al que sirvo, que si no tuviera consideración por Josafat, rey de Judá, no te habría mirado ni visto.
15 Tráeme ahora a alguien que toque el arpa».
15 Mientras el arpista tocaba, la mano de Yavé se puso sobre Eliseo.
16 Entonces dijo: «Así habla Yavé: ¡Caven zanjas y zanjas en este valle!
17 Porque esto dice Yavé: No verán viento ni lluvia y sin embargo el valle se llenará de agua. Entonces beberán ustedes, sus rebaños y sus bestias de carga.
18 Pero todo eso es poco a los ojos de Yavé, quien quiere además entregar a Moab en las manos de ustedes.
19 Demolerán todas las ciudades fortificadas, cortarán todos los árboles frutales, taparán todos los manantiales y estropearán todos los mejores campos echando en ellos piedras».
20 Por la mañana, a la hora en que se presenta el Sacrificio, llegó el agua por el camino de Edom y la tierra se llenó de agua.
21 Todos los moabitas sabían que los reyes avanzaban para atacarlos; se reclutó pues a todos los hombres capaces de portar armas y se los apostó en la frontera.
22 Se habían levantado muy temprano, y cuando el sol brilló sobre el agua, los moabitas vieron frente a ellos el agua roja como sangre.
23 Entonces comentaron: «¡ Eso es sangre! ¡Los reyes se pusieron a pelear y se hirieron unos a otros! ¡Moabitas, vamos al pillaje!»
24 Se abalanzaron sobre el campamento de Israel, pero los israelitas se levantaron y contraatacaron a Moab, que salió huyendo ante ellos; penetraron en el territorio de Moab y lo devastaron.
25 Devastaron las ciudades y cada uno echó su piedra en los mejores campos, hasta taparlos con ellas. Taparon todos los manantiales y cortaron todos los árboles frutales, de tal modo que en Quir-Herés quedaron sólo piedras. Los honderos que la habían cercado la castigaron.
26 Cuando el rey de Moab vio que le iba mal en la batalla, reunió a setecientos hombres armados de espada para romper el cerco frente al rey de Edom, pero no lo logró.
27 Entonces tomó a su hijo mayor, al que debía reinar en su lugar, y lo ofreció en holocausto encima de la muralla. Luego de esto, los israelitas tuvieron graves dificultades, se retiraron de allí y regresaron a su país.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 4
Eliseo y el milagro del aceite
1 Una de las mujeres de los hermanos profetas mandó llamar a Eliseo: «Tu servidor, mi marido, ha muerto, dijo ella, y tú sabes que tu servidor temía a Yavé. Pues bien, un hombre a quien debíamos dinero vino a tomar a mis dos hijos para hacerlos sus esclavos».
2 Eliseo le dijo: «¿Qué puedo hacer por ti? Dime, ¿qué tienes en tu casa?» Respondió: «Tu sirvienta no tiene nada en su casa, excepto un cantarito de aceite».
3 Le dijo: «Anda a pedirles a todos tus vecinos cántaros, cántaros vacíos, todos los que puedas.
4 Cuando estés de vuelta, cierra la puerta tras de ti y de tus hijos, echa tu aceite en todos esos cántaros y a medida que se vayan llenando, ponlos aparte».
5 Fue a hacer eso, se encerró en la casa con sus hijos, quienes le pasaban los cántaros y ella los llenaba.
6 Cuando los cántaros estuvieron llenos, dijo a su hijo: «Pásame uno más». Pero éste le dijo: «Ya no hay más». Y el aceite dejó de correr.
7 Fue a contar todo eso al hombre de Dios, el cual le dijo: «Anda a vender el aceite y paga así tu deuda; lo que quede te permitirá vivir junto con tus hijos».
Eliseo resucita a un muerto
8 Un día pasaba Eliseo por Sunam. Había allí una mujer rica que lo invitó para que se quedara a comer, y desde ese día, cada vez que pasaba por allí, se detenía en su casa.
9 Ella dijo a su marido: «He sabido que ese hombre que pasa a menudo por nuestra casa es un santo hombre de Dios;
10 construyámosle en la terraza un pequeño cuarto y pongámosle allí una cama, una mesa, una silla y una lámpara. Así, cuando pase por nuestra casa, podrá quedarse ahí».
11 Un día que pasaba por allí, se fue al cuarto de arriba y se acostó.
12 Le dijo a su sirviente Guejazí: «¡Llama a esa buena sunamita! Cuando la hayas llamado y esté cerca de ti,
13 dile: Tú te preocupas mucho por nosotros, ¿qué podemos hacer por ti? ¿Quieres que digamos por ti una palabra al rey o al jefe del ejército?» Pero ella respondió: «Estoy bien en medio de mi familia».
14 Eliseo volvió un día a tocar el tema: «Pues bien, ¿qué se puede hacer por ella?» Guejazí respondió: «No tiene hijos y su marido ya es viejo».
15 Eliseo le dijo: «¡Llámala!» El sirviente la llamó y ella se presentó a la entrada del cuarto.
16 Eliseo le dijo entonces: «Por esta misma fecha, el año entrante estarás acariciando a un hijo». Ella respondió: «¡No, señor mío, tú eres un hombre de Dios; no engañes así a tu sirvienta!»
17 Ahora bien, la mujer concibió y, al año siguiente por esa misma fecha, tuvo un hijo tal como Eliseo se lo había anunciado.
18 El niño creció. Un día que había ido donde su padre que estaba con los segadores,
19 dijo a su padre: «¡Ay mi cabeza! ¡mi cabeza!» El padre dijo a un sirviente: «¡Llévalo inmediatamente donde su madre!»
20 El sirviente lo llevó y se lo entregó a su madre; el niño permaneció sentado en sus rodillas, y al mediodía falleció.
21 Ella entonces subió a acostarlo en la cama del hombre de Dios, después cerró la puerta y salió.
22 Llamó a su marido y le dijo: «Mándame a uno de los mozos con una burra. Voy a ir corriendo donde el hombre de Dios y luego regresaré».
23 El le preguntó: «¿Por qué quieres ir ahora donde él, siendo que no es día de luna nueva ni sábado?» Ella le respondió: «No te preocupes».
24 Ensilló la burra y dijo al sirviente: «Vamos, llévame y no te detengas en el camino a menos que te lo pida».
25 Partió y llegó donde el hombre de Dios que estaba en el monte Carmelo.
25 Cuando el hombre de Dios la divisó de lejos, dijo a Guejazí, su sirviente: «Allí viene la Sunamita.
26 Corre a encontrarla y pregúntale: ¿Cómo estás? ¿Tu marido se porta bien? ¿Cómo está el niño?» Ella respondió: «¡Bien!»
27 Pero en cuanto llegó donde el hombre de Dios que estaba en el monte, le abrazó las piernas. Guejazí se acercó para separarla, pero el hombre de Dios le dijo: «¡Déjala! Su corazón está repleto de tristeza, Yavé me lo ha ocultado y no me lo ha dado a conocer».
28 Entonces ella dijo: «¿Fui yo acaso quien pidió un hijo a mi señor? Yo te dije muy bien: ¡No me engañes!»
29 Eliseo dijo a Guejazí: «¡Ponte mi cinturón, toma mi bastón y ándate! Si te encuentras con alguien no te detengas a saludarlo, y si alguien te saluda, no le respondas. Pondrás mi bastón en la cara del niño».
30 Pero la madre del niño le dijo: «Por la vida de Yavé y por tu propia vida, que no te dejaré». Entonces él se levantó y la siguió.
31 Guejazí se había adelantado; puso el bastón sobre el rostro del niño, pero no tuvo voz ni respuesta. Se volvió donde Eliseo y se lo comunicó: «El niño no se despertó».
32 Eliseo entró en la casa; allí estaba el niño muerto, tendido en su cama. 33 Entró, cerró la puerta y luego oró a Yavé.
34 Después se tendió encima del niño, puso su boca en la del niño, sus ojos en los de él, sus manos en las de él, así estuvo recostado sobre él, y la carne del niño se calentó.
35 Bajó luego a la casa y caminó de un lado al otro, subió de nuevo y volvió a tenderse sobre el niño. Así lo hizo siete veces. Al final el niño se movió y abrió los ojos.
36 Eliseo llamó a Guejazí y le dijo: «Di a la sunamita que venga». La llamó, ella subió y le dijo: «Toma a tu hijo».
37 Ella se echó a sus pies y se postró en tierra, luego tomó a su hijo y salió.
38 Eliseo volvió a Guilgal; había hambruna en la región. Cuando los hermanos profetas estaban sentados a su lado, dijo a su sirviente: «Toma la olla grande y prepara un caldo para los hermanos profetas».
39 Uno de ellos salió al campo a recoger hierbas, halló una especie de uva silvestre, recogió varios racimos hasta llenar su manto. Al volver, los fue desgranando en el tiesto en que se preparaba el caldo, sin que nadie supiera lo que era.
40 Sirviéronles sopa a todos esos hombres, pero en cuanto la probaron exclamaron: «¡Hombre de Dios, la olla está envenenada!» Y no pudieron comer.
41 El les dijo: «Tráiganme harina». La echó en la olla y añadió: «Sirvan sopa a los hombres y que coman». Y ya no había nada venenoso en la olla.
Eliseo multiplica el pan
42 Llegó un hombre que venía de Baal-Salisa; en su saco traía al hombre de Dios veinte panes de cebada y de trigo que habían hecho con harina recién cosechada. Eliseo le dijo: «Dáselos a esos hombres para que coman».
43 Pero el sirviente le dijo: «No me alcanza para repartírselo a cien personas». Replicó: «Dáselos y que coman, porque esto dice Yavé: Comerán y sobrará».
44 Les sirvieron, comieron y les sobró, tal como lo había dicho Yavé.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 4
4,1

En los capítulos que vienen a continuación se relatan varios milagros de Eliseo.

Entre los profetas de Israel, Eliseo es uno de los que están más cerca de los pobres de su tiempo. Efectúa la mayor parte de sus milagros en medio de ellos y en su favor. Es por eso que los relatos que nos los han transmitido conservan aún esa gracia, ese algo de pintoresco con que los primeros testigos, esos pobres y marginados, los contaban. Si la leyenda supera aquí fácilmente a la historia, estos textos nos dicen sin embargo cómo esa gente sencilla supo reconocer el poder que Dios había dado a su profeta para proporcionarles alivio y ayuda.
4,8

Se juntan aquí todos los elementos de la tragedia humana: esperanza, vida feliz, muerte, corazón angustiado de la madre que no se resigna a la muerte del hijo de sus entrañas, llamada desesperada al hombre de Dios.

También tiene valor de ejemplo la resurrección tan conmovedora que obra Eliseo: boca con boca, ojos con ojos, mano con mano, para comunicar su calor y restituir la vida. Es una imagen de lo que realiza Cristo en nosotros, cuando nos «resucita» y nos llena de vida. Como decía San Patricio, lleno de entusiasmo, en sus correrías misioneras: «Cristo delante de mí, Cristo detrás de mí, Cristo a mi izquierda, Cristo a mi derecha, Cristo en mí, Cristo sobre mí.»

Este relato, muy semejante al de 1 Reyes 17,17, parece que sirvió de modelo para redactar la resurrección conseguida por la oración de Elías.
4,42

Habrá que comparar esta multiplicación del pan con las dos multiplicaciones que obró Jesús; están relatadas de manera bien parecida y, sin embargo, tienen significación diferente (ver especialmente Jn 6).
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 5
Eliseo sana a Naamán
1 Naamán era el comandante en jefe del ejército del rey de Aram. Era un hombre muy estimado por su señor; era su favorito porque por su intermedio había Yavé dado la victoria a los arameos. Pero ese hombre valiente era leproso.
2 En una incursión, los arameos habían traído del territorio de Israel a una adolescente que quedó como sirvienta de la mujer de Naamán.
3 Ella dijo a su patrona: «¡Ojalá mi señor se presentara al profeta que hay en Samaria, pues él le sanaría la lepra!»
4 Naamán se lo comunicó a su señor: «Mira lo que dice esa joven que vino del territorio de Israel».
5 El rey de Aram le dijo: «¡Anda inmediatamente! Te voy a entregar una carta para el rey de Israel». Se puso en camino, llevando diez talentos de plata, seis mil piezas de oro y diez trajes para cambiarse.
6 Presentó al rey de Israel la carta en la que estaba escrito: «Junto con esta carta te envío a mi servidor Naamán para que lo sanes de la lepra».
7 Al leer la carta, el rey de Israel rasgó su ropa diciendo: «¿Acaso soy un dios para hacer morir o devolver la vida? ¡Ese me pide que le quite a éste la lepra! ¡Fíjense y díganme si esto no es más que para buscarme pelea!»
8 Eliseo, el hombre de Dios, supo que el rey de Israel había rasgado su ropa, y mandó decir al rey: «¿Por qué rasgaste tu ropa? ¡Que venga a verme y así sabrá si hay o no profeta en Israel!»
9 Fue pues Naamán con sus caballos y su carro y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo.
10 Eliseo le mandó decir por medio de un mensajero: «Vé a bañarte siete veces en el Jordán y tu carne será como antes y quedarás sano».
11 Naamán se enojó y se fue diciendo: «Yo pensaba que saldría a verme en persona, que invocaría el nombre de Yavé su Dios, que pasaría su mano por la parte enferma y que me libraría de la lepra.
12 ¿No son los ríos de Damasco, el Abna y el Parpar, mejores que todos los de Israel? ¡Me habría bastado con lavarme allí para sanarme!»
12 Muy enojado dio media vuelta para irse.
13 Pero sus sirvientes se acercaron y le dijeron: «Padre mío, si el profeta te hubiera pedido algo difícil ¿no lo habrías hecho? ¿Por qué, pues, no lo haces cuando tan sólo te dice: Lávate y quedarás sano?»
14 Bajó pues y se sumergió en el Jordán siete veces, tal como le había dicho el hombre de Dios. ¡Y después de eso su carne se volvió como la carne de un niñito; estaba sano!
15 Entonces regresó donde el hombre de Dios con todos sus acompañantes, entró en su casa y se presentó ante él: «Ahora, dijo, sé que no hay más Dios en toda la tierra que el Dios de Israel. Acepta pues este presente de parte de tu servidor».
16 Eliseo le respondió: «Por la vida de Yavé a quien sirvo que no aceptaré nada». El otro insistió para que aceptara, pero él se negó.
17 Entonces Naamán le dijo: «Muy bien, pero me gustaría al menos que dieras a tu servidor un poco de tierra para cargar un par de mulas, porque en adelante tu servidor no ofrecerá más sacrificios u holocaustos a otros dioses sino sólo a Yavé.
18 Sin embargo que Yavé perdone a este su servidor, pues cuando mi señor entra en el templo de Rimmón para postrarse, se apoya en mi brazo y yo tengo que postrarme junto con él en el templo de Rimmón. Que Yavé se digne perdonar esto a tu servidor».
19 Eliseo le dijo: «¡Vete en paz!»
19 Ya estaba bastante lejos,
20 cuando Guejazí, el sirviente de Eliseo, se dijo para sí: «Mi patrón ha sido demasiado considerado con ese arameo. ¡Pensar que no aceptó nada de lo que Naamán traía! Por la vida de Yavé, si puedo alcanzarlo, le sacaré algo».
21 Salió pues Guejazí tras Naamán, quien se dio cuenta de que corría tras él. Saltó de su carro diciéndole: «¿Algún problema?»
22 Guejazí le respondió: «No, ninguno, pero mi patrón me encargó que te dijera: Hace un momento dos jóvenes de la montaña de Efraín, de los hermanos profetas, acaban de llegar a mi casa. ¿Podrías darme para ellos un talento de plata y dos trajes para cambiarse?»
23 Naamán le dijo: «Mejor toma dos talentos». Lo obligó a aceptarlos y puso los dos talentos de plata en dos sacos junto con los trajes de recambio, luego se los encargó a dos de sus sirvientes para que fueran delante de Guejazí transportándolos.
24 Cuando Guejazí llegó a Ofel, lo recibió todo de sus manos y lo guardó en su casa, y despidió a los hombres, quienes se fueron.
25 El, por su parte, volvió a presentarse ante su patrón. Eliseo le dijo: «¿De dónde vienes Guejazí?» Este le dijo: «Tu sirviente ha andado por aquí y por acullá».
26 Eliseo añadió: «¿No estaba contigo mi espíritu cuando ese hombre saltó de su carro para ir a tu encuentro? Ahora tienes plata, ropas, olivares, viñas, ovejas, bueyes, sirvientes y sirvientas...
27 ¡Pero también tienes la lepra de Naamán, la que se te pegará a ti y a tu familia para siempre!»
27 Y Guejazí se alejó de su presencia con una lepra blanca como la nieve.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 5
5,1

La curación de Naamán ocupa un lugar especial entre los milagros de Eliseo. Fácilmente descubrimos en ella como una figuración anticipada del bautismo.

Naamán, por general y famoso que sea, no puede nada contra la lepra. Quiere renovarse, dejando su piel contaminada, y se le ofrece una esperanza: en Israel se producen tales milagros.

Ella dijo a su patrona (3). Todo empieza con la palabra de una muchachita, sirvienta de Naamán. Del mismo modo, cualquier creyente en el tiempo actual tiene muchas oportunidades para decir la palabra o hacer el gesto pequeño del cual resultará mucho bien, y para orientar hacia «Israel», la Iglesia, al que busca remedio. La Buena Nueva no se comunica y difunde solamente por obra de grandes apóstoles.

Naamán es del país de Aram, enemigo de Israel. Sin embargo, viene recomendado por su rey. Su enfermedad los lleva al uno y al otro a que superen las rivalidades de pueblos. En el Evangelio (Lc 4,27), Jesús señala la curación de este extranjero con preferencia a todos los leprosos de Israel, como una prueba de que Dios se interesa por todos y no solamente por los que son oficialmente sus fieles.

Eliseo le mandó a decir por medio de un mensajero (10). Ante el profeta, el generalísimo no es más que cualquier hombre. No hay privilegios para él, ni atención especial en consulta privada. Ya que no bajó de su carro, tampoco se anticipará Eliseo a saludarlo.

Vé a bañarte siete veces en el Jordán (10). Naamán esperaba algo como «mágico»: gestos o palabras cargados de poder divino. Su curación vendrá sin embargo del simple contacto con las aguas que corren en la tierra de Dios. Israel es una nación muy pequeña, pero tiene escondidas las riquezas del Señor.

Si el profeta te hubiera pedido hacer algo difícil, ¿no lo habrías hecho? (13). La gente espera maravillas: Dios pide la simple obediencia a una palabra. Jesús procederá en igual forma (Jn 4,46). Lo importante no es hacer cosas sacrificadas, sino lo que Dios pide. Muchas veces, pasamos al lado de su Reino porque queremos realizar grandes esfuerzos, en vez de hacer las cosas sencillas que él pide.

La curación es gratuita. El tesoro fabuloso que trajo Naamán no sirve de nada.

Yo tengo que postrarme junto a él en el templo de Rimmón (18). Naamán sabe ahora que no hay más Dios que el de Israel. Pero no puede salirse del mundo en que vive, donde se honran otros dioses. La respuesta de Eliseo indica la comprensión de Dios ante estas situaciones.

La misma comprensión con los hombres de buena voluntad que tienen otras religiones se expresa en algunos textos del Génesis y del Exodo que fueron escritos precisamente por profetas de los mismos grupos que rodeaban a Eliseo (ver Gén 20,1-7 y Ex 18,1-20).

Naamán figura al adulto de buena voluntad infectado por esa enfermedad incurable que es el pecado, y que viene a Cristo para pedir su salud. Es el hombre que viene de muy lejos a la Iglesia, porque descubre que en ella hay una fuente de vida escondida. El agua del bautismo no actúa por sí sola. Su eficacia viene de que por ella entramos en el pueblo de Cristo, la Iglesia.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 6
1 Los hermanos profetas dijeron a Eliseo: «El lugar donde vivimos contigo se ha hecho muy estrecho para nosotros.
2 Bajemos al Jordán, y allí, cada uno tomará un tronco y construiremos una cabaña para alojarnos». Les dijo: «¡Vayan!
3 Pero uno de ellos le dijo: «¿Por qué no vienes con tus sirvientes?» Respondió: Bueno, iré».
4 Se fue pues con ellos;
5 Mientras uno de ellos cortaba un tronco, cayó el hacha al agua. Se puso a gritar: «¡Ay de mí, mi señor, esa era un hacha que me habían prestado!»
6 El hombre de Dios le dijo: «¿Dónde cayó?» El otro le mostró el lugar. Eliseo cortó entonces un palo, lo tiró al agua y el hierro salió a flote.
7 Añadió: «Tómalo ahora». El otro extendió su mano y agarró el hierro.
Eliseo captura a una tropa de Arameos
8 El rey de Aram estaba en guerra con Israel. Tuvo una sesión de consejo con sus servidores y les dijo: «Iré a tender una emboscada en tal y cual sitio».
9 Pero el hombre de Dios mandó a decir al rey de Israel: «No pases por ese lugar, porque ahí van a bajar los arameos».
10 El rey de Israel mandó instrucciones al lugar que le había indicado el hombre de Dios. Así lo ponía en aviso Eliseo, y esto no sólo una o dos veces, y el rey se mantenía en guardia.
11 El rey de Aram se preocupó mucho por eso; convocó a sus servidores y les dijo: «Díganme quién de nosotros está con el rey de Israel».
12 Uno de sus servidores respondió: «Nadie, señor rey, sino que es Eliseo, el profeta de Israel, quien revela al rey de Israel hasta las palabras que pronuncias tú en tu cuarto al acostarte».
13 El rey le dijo: «Vayan a ver dónde está para que lo detengamos».
13 Le informaron que estaba en Dotán.
14 Entonces el rey despachó para allá abajo caballos, carros y un numeroso destacamento; llegaron de noche y cercaron la ciudad.
15 El sirviente del hombre de Dios se levantó muy temprano y, cuando salió, vio que un regimiento rodeaba la ciudad con sus caballos y carros. El muchacho dijo a Eliseo: «¡Ay, señor mío! ¿Qué vamos a hacer?»
16 Le respondió: «No temas, porque los que están con nosotros son más numerosos que los que están con ellos».
17 Eliseo se puso a orar: «Yavé, abre sus ojos para que vea». Y Yavé abrió los ojos del joven, quien vio la montaña cubierta de caballos y carros de fuego que rodeaban a Eliseo.
18 Los arameos bajaron donde Eliseo. Este hizo esta oración a Yavé: «¡Dígnate dejar ciega a esa tropa!» Y Yavé los dejó ciegos, según la palabra de Eliseo.
19 Eliseo les dijo: «Este no es el camino, ni esta la ciudad, síganme y los guiaré donde el hombre que buscan». Y los llevó hasta Samaría.
20 Cuando ya habían entrado en Samaría, Eliseo dijo: «¡Yavé, abre los ojos de estos hombres para que vean!» Yavé les abrió los ojos y vieron que estaban en Samaría.
21 Al verlos, el rey de Israel dijo a Eliseo: «¿Padre mío, debo matarlos?»
22 Este respondió: «Si no matas a los que apresas con espada y con arco, ¿cómo matarías a éstos? Mejor dales pan y agua para que coman y beban; en seguida, que vuelvan donde su señor».
23 El rey les sirvió entonces una buena comida, y comieron y bebieron. Después los despidió y regresaron donde su amo; desde ese día las bandas arameas dejaron de hacer incursiones en el territorio de Israel.
Hambre y liberación de Samaría
24 Mucho después Ben-Hadad, rey de Aram, reunió a todo su ejército y subió para poner sitio a Samaría.
25 Grande fue el hambre en Samaría; era tal la situación que la cabeza de un burro valía ochenta piezas de plata y un puñado de garbanzos, cinco.
26 Cierta vez que pasaba el rey por la muralla, una mujer le gritó: «¡Sálvame, oh rey mi señor!»
27 Este respondió: «Si Yavé mismo no te salva, ¿qué puedo hacer yo?
28 Luego el rey añadió: «¿Qué te pasa?» Ella respondió: «Esta mujer me dijo: Dame tu hijo para que lo comamos ahora, y mañana comeremos el mío.
29 Pues bien, cocimos a mi hijo y lo comimos, pero cuando al día siguiente le digo: Dame a tu hijo para que lo comamos, lo escondió».
30 Al oír las palabras de la mujer, el rey rasgó su ropa, y como estaba sobre la muralla, el pueblo vio que debajo de su ropa llevaba un saco pegado a su cuerpo.
31 El rey dijo: «¡Castígueme Dios una y otra vez si la cabeza de Eliseo, hijo de Safat, le queda hoy sobre sus hombros!»
32 Eliseo mientras tanto estaba sentado en su casa junto con los ancianos que estaban a su alrededor. El rey mandó a uno de sus hombres, pero antes que llegara el emisario, Eliseo había dicho a los ancianos: «¿Saben que ese asesino mandó a alguien para que me corte la cabeza? ¡Pongan atención! Cuando llegue el emisario, cierren la puerta y denle con ella en las narices. Seguramente se oirán los pasos de su amo detrás de los suyos».
33 Todavía estaba hablando Eliseo con ellos cuando llegó a la casa el rey: «Esta desgracia viene de Yavé, dijo, ¿qué puedo ya esperar de Yavé?»

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 6
6,8

Destacamos esta narración, algo adornada con leyendas, que nos muestra las intervenciones de Eliseo en la vida nacional. Eliseo recibió la misión de reemplazar tanto al rey de Israel, responsable de la infidelidad religiosa de su pueblo, como al de Aram. Joram y Benhadad, de que aquí se habla, serán asesinados dentro de poco.

Los profetas de Israel son mensajeros y encargados de Dios para la salvación de Israel, y esta salvación no significa solamente que nuestras almas vayan al cielo, como lo cree bastante gente, sino que toda la vida de un pueblo debe llevarlo a ser más consciente y responsable. El pueblo de Israel no podía madurar (y tampoco lo pueden nuestros pueblos) sin una larga experiencia de la violencia, de la injusticia y de la mentira, y también de los remedios que permiten superarlas.

Dales pan y agua (22). Gesto profético: vencer el mal con el bien.

Abre sus ojos para que vea... Haz que no vean (17, 18, 20). Estas palabras expresan el contraste entre quienes ven la situación como Dios la ve y quienes se pierden en su propia sabiduría. ¡Cuánto tiempo perdemos y cuántas veces nos quedamos paralizados por nuestros temores, en vez de tomar la decisión de arriesgar y tirar adelante, confiados en que Dios no puede faltar!

Castígueme Dios si la cabeza de Eliseo le queda hoy... (31). Estas palabras del rey dan a entender que Eliseo había alentado la resistencia a los arameos frente a gobernantes que no se atrevían. Si los profetas, que eran en su tiempo testigos de la justicia de Dios, no tuvieron miedo de asumir sus responsabilidades en los problemas nacionales, ¿por qué los cristianos, profetas de Dios actualmente, permanecen ausentes de la vida política de su tiempo?
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 7
1 Eliseo dijo: «¡Escuchen la palabra de Yavé! Esto dice Yavé: «Mañana a esta misma hora, en la puerta de Samaría, una medida de flor de harina se venderá por una moneda, y dos medidas de cebada, por una moneda».
2 El oficial, en cuyo brazo se apoyaba el rey, dijo al hombre de Dios: «¡Aunque Yavé abriera las ventanas del cielo, eso no ocurriría!» Eliseo le dijo: «Muy bien, tú lo verás con tus ojos, pero no comerás!»
3 Cuatro leprosos que estaban cerca de la puerta de la ciudad, se dijeron unos a otros: «¿Para qué nos quedamos aquí esperando la muerte?
4 Si nos decidimos a entrar en la ciudad, moriremos, pues hay hambre en la ciudad. Si nos quedamos aquí, también moriremos. Mejor desertemos y vayamos al campamento de los arameos. Si nos dejan con vida, viviremos, y si nos matan, moriremos».
5 Poco después de la puesta del sol se dirigieron al campamento de los arameos, pero cuando llegaron a la entrada del mismo, vieron que no había nadie.
6 Es que el Señor había hecho que se oyera en el campamento de los arameos un ruido de carros y de caballos, el estruendo de un inmenso ejército, ante lo cual se dijeron unos a otros: «Seguramente el rey de Israel les pagó a los reyes de los hititas y de los egipcios para que vinieran a combatir con nosotros».
7 Habían pues huido al ponerse el sol, abandonando sus tiendas, caballos y burros, en una palabra, el campamento tal cual estaba, pensando sólo en salvar su vida.
8 Al llegar pues los leprosos a la entrada del campamento, penetraron en una tienda, y comieron y bebieron. Luego tomaron oro, plata y ropas que fueron a esconder. Después volvieron y entraron en otra tienda, donde desvalijaron todo lo que había y fueron de nuevo a esconderlo.
9 Entonces se dijeron unos a otros: «Lo que hacemos no está bien, porque hoy es un día de buena noticia y no decimos nada. Si esperamos hasta que salga el sol, no nos irá bien. Vayamos pues a llevar la noticia al palacio del rey».
10 Regresaron a la ciudad, llamaron a los guardias de la puerta y les contaron: «Fuimos al campamento de los arameos y no hay nadie, ninguna presencia humana, sino sólo los caballos y los burros atados y las tiendas tal como las dejaron».
11 Los porteros gritaron y llegó la noticia al palacio del rey.
12 El rey se levantó de noche y dijo a sus consejeros: «Les diré lo que hicieron los arameos: como saben que estamos hambrientos, abandonaron el campamento para ir a esconderse en el campo. Dijeron: Cuando los israelitas salgan de la ciudad, los tomaremos presos y luego entraremos en la ciudad».
13 Pero uno de los consejeros le respondió: «Tomemos cinco caballos de los que quedan. De todos modos están destinados a morir al igual que el total de los israelitas. Mandémoslos y veamos qué pasa».
14 Tomaron pues los carros con sus caballos y el rey los envió tras el ejército de los arameos. «¡Vayan y vean!», les dijo.
15 Siguieron sus huellas hasta el Jordán y fueron viendo que todo el camino estaba jalonado de ropas y objetos que los arameos habían abandonado en su fuga. Los enviados regresaron para decírselo al rey.
16 Salió entonces el pueblo y saqueó el campamento de los arameos; por una moneda de plata se conseguía una gran medida de harina o dos grandes medidas de cebada, tal como lo había dicho Yavé.
17 El rey había asignado a la puerta de la ciudad al oficial en cuyo brazo se apoyaba, para que la vigilara, pero fue pisoteado ahí mismo por la muchedumbre y murió, tal como lo había anunciado el hombre de Dios, cuando había bajado el rey a su casa.
18 Pues cuando el hombre de Dios había dicho al rey: «Mañana, y ese era el caso, se conseguirá en la puerta de Samaría dos grandes medidas de cebada o una gran medida de harina por una moneda de plata»,
19 el oficial había comentado al hombre de Dios: «¡Aunque Yavé abriera las ventanas del cielo, eso no sucederá!» Y Eliseo le había contestado: «¡Muy bien, lo verás con tus ojos, pero no lo comerás!»
20 Y así ocurrió: la gente lo pisoteó en la puerta de la ciudad, y murió.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 8
1 Eliseo dijo a la mujer cuyo hijo había resucitado: «Levántate, sal con tu familia e instálate donde puedas, porque Yavé mandó que venga el hambre a este país y ya llegó. Durará siete años.
2 La mujer se levantó e hizo tal como le había dicho el hombre de Dios; se fue con su familia y estuvo siete años en el territorio de los filisteos.
3 Al cabo de los siete años, volvió la mujer del territorio de los filisteos y fue a reclamar al rey su casa y su campo.
4 El rey estaba hablando con Guejazí, sirviente del hombre de Dios: «Cuéntame, le decía, todas las cosas extraordinarias que ha hecho Eliseo».
5 Cuando el sirviente contaba al rey cómo su patrón le había devuelto la vida a un muerto, llegó justamente la mujer a cuyo hijo había resucitado Eliseo, y le solicitó al rey su casa y su campo. Guejazí le dijo: «¡Mi señor rey, esta es justamente la mujer y este es el hijo al que Eliseo le devolvió la vida!»
6 El rey interrogó a la mujer y ésta le contó todos los detalles, después de lo cual el rey se la encargó a un servidor al que ordenó: «Haz que devuelvan a esta mujer todo lo que le pertenece, como también las ganancias de su campo desde el día en que dejó este país hasta ahora».
Eliseo y Jazael de Damasco
7 Eliseo se fue a Damasco. El rey de Aram, Ben-Hadad, estaba enfermo y le comunicaron la noticia de que el hombre de Dios había llegado.
8 Entonces el rey dijo a Jazael: «Prepara un regalo y ve a ver al hombre de Dios. Pídele que consulte a Yavé para saber si sanaré de esta enfermedad».
9 Jazael fue pues a ver al hombre de Dios, llevándole como regalo de todo lo mejor que hay en Damasco, lo que era transportado en cuarenta camellos. Llegó a la casa del hombre de Dios y, cuando lo hicieron entrar, le dijo: «Tu hijo Ben-Hadad, rey de Aram, me envió donde ti para saber si sanará de su enfermedad».
10 Eliseo le respondió: «Dile que es seguro que sanará, pero Yavé me hizo ver que es seguro que morirá».
11 Entonces el rostro del hombre de Dios se contrajo y su mirada quedó fija, poniéndose después a llorar.
12 Jazael le dijo: «¿Por qué lloras, señor?» Respondió: «Porque veo todo el mal que harás a los israelitas. Quemarás sus fortalezas, matarás a espada a sus jóvenes, aplastarás a los niños y abrirás el vientre a las mujeres embarazadas».
13 Jazael le dijo: «¿Cómo podré yo, que soy menos que un perro, llevar a cabo tales hazañas?» Eliseo le respondió: «Yavé me lo ha hecho ver; te vi como rey de Aram».
14 Jazael se despidió de Eliseo y regresó a la casa de su señor. Este le dijo: «¿Qué te dijo Eliseo?» Respondió: «Me dijo que es seguro que sanarás».
15 Pero a la mañana siguiente, tomó una frazada, la sumergió en el agua y la apretó sobre la cara de Ben-Hadad hasta que murió. Y Jazael reinó en su lugar.
El reinado de Yoram de Judá
16 Yoram, hijo de Josafat, pasó a ser rey de Judá el año quinto del reinado de Yoram, hijo de Ajab, rey de Israel.
17 Tenía treinta y dos años cuando llegó a ser rey, y reinó ocho años en Jerusalén.
18 Se había casado con una hija de Ajab, por eso hizo lo que es malo a los ojos de Yavé, imitó la conducta de los reyes de Is rael tal como lo había hecho la familia de Ajab.
19 Pero Yavé no quiso destruir a Judá, en consideración a David su servidor, y a la promesa que le había hecho de darle siempre un heredero entre sus hijos.
20 Durante su reinado, Edom se rebeló contra el dominio de Judá y se dio un rey.
21 El rey Yoram bajó a Seir con todos sus carros, pero los edomitas lo cercaron. Se levantó de noche y, junto con los jefes de carros, rompió las líneas edomitas, pero todo el ejército había huido, yéndose cada cual a su casa.
22 Desde entonces hasta hoy día, Edom no ha estado más bajo el dominio de Judá. En ese tiempo también se rebeló Libná.
23 El resto de la historia de Yoram, todos sus hechos, está escrito en el libro de las Crónicas de los reyes de Judá.
24 Yoram se acostó con sus padres y lo enterraron junto a estos en la ciudad de David; en su lugar pasó a ser rey su hijo Ocozías.
El reinado de Ocozías en Judá
25 Ocozías, hijo de Yoram, comenzó a ser rey de Judá el año duodécimo del reinado de Yoram, hijo de Ajab, rey de Is rael.
26 Ocozías tenía veintidós años cuando llegó a ser rey, y reinó un año en Jerusalén. Su madre se llamaba Atalía y era hija de Omri, rey de Israel.
27 Se eligió una esposa en la familia de Ajab; después siguió las huellas de la familia de Ajab e hizo lo que disgusta a Yavé.
28 Junto con Yoram, hijo de Ajab, fue a guerrear con Jazael, rey de Aram, en Ramot de Galaad; pero los arameos derrotaron a Yoram.
29 El rey Yoram regresó a Yizreel para que lo curaran, pues los arameos lo habían herido en Ramot cuando combatía con Jazael, rey de Aram. Ocozías, hijo de Yoram, rey de Judá, bajó entonces a Yizreel para ver a Yoram, hijo de Ajab, que estaba herido.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 9
Eliseo consagra a Jehú como rey de Israel
1 El profeta Eliseo llamó a uno de los hermanos profetas y le dijo: «Ponte el cinturón, llévate esta alcuza de aceite y parte para Ramot de Galaad.
2 Cuando hayas llegado, busca a Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsi, acércate a él y sácalo de entre sus compañeros. Llévalo a un aposento privado,
3 y luego toma la alcuza de aceite y derrámala sobre su cabeza, diciéndole: Esto dice Yavé: ¡Te he consagrado como rey de Israel! Después abre la puerta y sal huyendo sin tardanza».
4 El joven profeta partió pues para Ramot de Galaad.
5 Cuando llegó, los jefes del ejército estaban sentados en una reunión; dijo: «¡Jefe, tengo algo que decirte!» Jehú respondió: «¿A cuál de nosotros?» Le dijo: «¡A ti, jefe!»
6 Jehú se paró y entró en la casa; entonces el hermano profeta derramó aceite sobre su cabeza diciéndole: «Esto dice Yavé, Dios de Israel: Te he consagrado como rey del pueblo de Yavé, de Israel.
7 Tú castigarás a la casa de tu señor Ajab. Haré pagar a Jezabel la sangre de mis servidores los profetas y la sangre de todos los servidores de Yavé.
8 ¡Exterminaré a toda la casa de Ajab; eliminaré a todos los varones de la casa de Ajab, tanto al esclavo como al libre en Israel!
9 ¡Trataré a la casa de Ajab como traté a la casa de Jeroboam, hijo de Nabat, y a la de Basa, hijo de Ajía!
10 ¡Los perros se comerán a Jezabel en el campo de Yizreel y nadie la enterrará!» Luego abrió la puerta y salió huyendo.
11 Cuando Jehú volvió donde los oficiales de su señor, le preguntaron: «¿Qué pasa? ¿Para qué te buscaba ese loco?» Les respondió: «¡Ustedes ya conocen a ese hombre y lo que dice!»
12 Pero le dijeron: «¡No sabemos nada. Cuéntanos lo que pasó!» Les respondió: «Me dijo esto y aquello, y agregó: Esto dice Yavé: Te he consagrado como rey de Israel».
13 Entonces, sin esperar más, todos pusieron sus mantos sobre una tarima, y tocaron la trompeta diciendo: «¡Jehú es rey!»
14 Inmediatamente, Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsi, conspiró contra Yoram. Yoram, junto con todo Israel, defendía Ramot de Galaad contra el asedio de Jazael, rey de Aram.
15 Pero el rey Yoram había ido a curarse a Yizreel, porque había sido herido por los arameos mientras combatía con Jazael, rey de Aram. Jehú dijo entonces: «Si les parece, que no salga nadie de la ciudad para llevar la noticia a Yizreel».
16 Jehú subió a su carro y partió para Yizreel. Yoram estaba en cama y Ocozías, rey de Judá, había ido a visitarlo.
17 El vigía que estaba en la torre de Yizreel vio la tropa que venía con Jehú; dijo entonces: «Veo una tropa». Yoram le dijo: «Búscate a un jinete y mándalo a su encuentro para que les pregunte si vienen como amigos o no».
18 Salió a su encuentro el jinete y les dijo: «Esto dice el rey: ¿Ustedes vienen como amigos?» Jehú le respondió: «¡Que te importa a ti! Da media vuelta y sígueme». El vigía avisó al rey: «El mensajero llegó donde ellos pero no vuelve».
19 Enviaron a un segundo jinete, que al toparse con la tropa les dijo: «Esto dice el rey: ¿Ustedes vienen como amigos?» Jehú le respondió: «¡Y a ti qué te importa! Da media vuelta y sígueme».
20 El vigía avisó al rey diciéndole: «Llegó donde ellos pero no regresa. Por la manera de montar diría que es Jehú, hijo de Nimsi; cabalga como un loco».
21 Entonces Yoram dijo: «¡Enganchen los caballos!» Y los engancharon a su carro. Yoram, rey de Israel y Ocozías, rey de Judá, fueron a encontrar a Jehú cada uno en su carro; y se toparon con él en el campo de Nabot de Yizreel.
La matanza de la familia de Ajab
22 Cuando Yoram vio a Jehú le dijo: «¿Jehú, vienes como amigo?» Pero éste le respondió: «¿Puede haber paz mientras perduran las prostituciones de tu madre Jezabel y sus muchas hechicerías?»
23 Entonces Yoram dio media vuelta y emprendió la fuga, gritándole a Ocozías: «¡Nos han traicionado, Ocozías!»
24 Jehú tendió su arco y disparó una flecha a Yoram, que le penetró por la espalda y le atravesó el corazón; el rey se desplomó en su carro.
25 Jehú dijo entonces a su escudero Bidcar: «¡Tómalo y échalo en el campo de Nabot de Yizreel! Acuérdate de la palabra que Yavé pronunció en su contra cuando tú y yo cabalgábamos detrás de su padre Ajab:
26 Ayer vi la sangre de Nabot y la sangre de sus hijos, oráculo de Yavé; yo te la haré pagar en este campo. Tómalo pues y tíralo en ese campo, como dijo Yavé».
27 Al ver todo eso, Ocozías, rey de Judá, se había dado a la fuga por el camino de Bet-Hagán. Jehú lo persiguió: «¡Maten a ése también!» Lo hirieron en su carro en la subida de Gur, cerca de Jibleam; se refugió en Meguido y allí murió.
28 Sus servidores lo llevaron en carro a Jerusalén, donde lo enterraron en su tumba en la ciudad de David.
29 Ocozías había comenzado a ser rey de Judá el año undécimo de Yoram, hijo de Ajab.
Muerte de Jezabel
30 Jehú entró en Yizreel; Jezabel ya conocía la noticia. Se pintó los ojos, se arregló el cabello y se asomó a la ventana.
31 Cuando Jehú traspasaba la puerta de la ciudad, le dijo: «¿Cómo te va, Zimri, asesino de tu señor?»
32 El levantó la vista hacia la ventana y exclamó: «¿Quién está conmigo?» Inmediatamente se inclinaron dos o tres sirvientes.
33 Les dijo: «¡Láncenla por la ventana!» Y la lanzaron. Su sangre salpicó el muro y los caballos que pasaban la pisotearon.
34 Después Jehú entró, comió y bebió; luego dijo: «Preocúpense de esa maldita y denle sepultura, pues es una hija de rey».
35 Fueron los sirvientes a sepultarla, pero sólo encontraron el cráneo, los pies y las manos.
36 Volvieron para decírselo a Jehú, quien exclamó: «Acaba de cumplirse la palabra de Yavé, quien había dicho por medio de su servidor Elías de Tisbé: Los perros se comerán el cuerpo de Jezabel en el campo de Yizreel.
37 El cadáver de Jezabel será como un abono que se esparce y ni siquiera se podrá decir: «Esta es Jezabel».

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 9
9,1

Mientras en Judá siguen reinando los descendientes de David, en Israel se suceden los golpes de estado. Eliseo es el que mandó ungir, o sea, consagrar con aceite a Jehú.
9,30

Jehú será un buen militar, nada más. Parece incluso que no tuvo éxito en sus guerras y perdió la provincia al este del Jordán, el país de Galaad. Pero estaba muy dedicado a la fe (ver 10,22), y se esperaba de él que contrarrestara la influencia de las religiones extranjeras introducidas por Jezabel, cosa que hizo, en efecto.

Muere Jezabel, que quedará como ejemplo de la mujer impía y asesina de los servidores de Dios (ver Apoc 2,20).
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 10
Jehú efectúa la limpieza de Israel
1 Vivían en Samaría setenta hijos de Ajab. Jehú escribió unas cartas y las envió a Samaría. Mandaba decir a los jefes de la ciudad, a los ancianos y a los que educaban a los hijos de Ajab:
2 «Ustedes tienen a los hijos de su amo, carros y caballos; su ciudad está fortificada y ustedes tienen armas. Pues bien, cuando reciban esta carta,
3 elijan al mejor y más valiente de los hijos de su amo, instálenlo en el trono de su padre y prepárense para luchar por la casa de su amo».
4 Quedaron aterrorizados y se dijeron: «Si dos reyes no fueron capaces de hacerle frente, ¿cómo podremos hacerlo nosotros?»
5 El mayordomo del palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los que educaban a los hijos del rey dieron a Jehú esta respuesta: «Somos tus servidores y haremos todo lo que nos pidas. No proclamaremos rey. Haz lo que mejor te parezca».
6 Jehú les escribió entonces una segunda carta en la que les decía: «Si están conmigo y si están dispuestos a servirme, tomen las cabezas de los hijos de su amo y vengan a verme mañana, a la misma hora, en Yizreel».
6 Los hijos de los reyes eran setenta y eran educados por los nobles de la ciudad.
7 En cuanto recibieron la carta, apresaron a los hijos del rey, degollaron a los setenta, pusieron sus cabezas en unos canastos y se las enviaron a Yizreel.
8 Llegó un mensajero a avisarle a Jehú: «¡Acaban de traer las cabezas de los hijos del rey!» Jehú respondió: «Hagan con ellas dos montones a la entrada de la puerta de la ciudad hasta mañana».
9 A la mañana siguiente Jehú salió y se presentó ante el pueblo, diciéndole: «Ustedes no han cometido delito alguno, mientras que yo conspiré contra mi señor y le di muerte... Pero, ¿quién dio muerte a todos éstos?
10 Vean como ninguna de las palabras que pronunció Yavé contra la casa de Ajab ha quedado sin cumplirse. Yavé llevó a cabo todo lo que había anunciado por boca de su servidor Elías».
11 Jehú dio muerte a todos los que aún estaban vivos de la casa de Ajab en Yizreel: a sus consejeros, sirvientes, sacerdotes; no dejó a nadie con vida.
12 Después se encaminó Jehú a Samaría. Cuando llegó a Bet-Equed-de los Pastores,
13 se encontró con los hermanos de Ocozías, rey de Judá. Les preguntó: «¿Quiénes son ustedes?» Respondieron: «Somos los hermanos de Ocozías y hemos bajado para saludar a los hijos del rey y a los hijos de la reina».
14 Entonces Jehú dijo: «¡Deténganlos!» Los apresaron y los degollaron en la Cisterna de Bet-Equed. Eran cuarenta y dos; a ninguno dejó Jehú con vida.
15 Saliendo de allí encontró a Yonadab, hijo de Recab, que le salía al encuentro. Lo saludó y le dijo: «¿Serás leal conmigo como yo quiero serlo contigo?» Yonadab le respondió: «Sí». «Si es sí, le dijo, dame la mano». Yonadab le tendió la mano y Jehú lo hizo subir a su carro al lado de él.
16 Lo llevó en su carro diciéndole: «Ven conmigo y verás mi celo por Yavé».
17 Cuando hubo entrado en Samaría, Jehú dio muerte a todos los que quedaban de la familia de Ajab en Samaría; los mató a todos, según la palabra de Yavé dicha por Elías.
18 Después reunió Jehú a todo el pueblo e hizo esta proclama: «Ajab sirvió sólo un poco a Baal, Jehú lo servirá mucho mejor.
19 Que se reúnan en torno a mí todos los profetas de Baal, todos sus ayudantes, todos sus sacerdotes, que no falte nadie, porque tengo que ofrecer un gran sacrificio a Baal. Los que no vengan serán condenados a muerte». Era una trampa, pues así quería Jehú dar muerte a todos los que servían a Baal.
20 Jehú añadió: «Convoquen a una asamblea solemne en honor de Baal». Ellos la convocaron.
21 Jehú despachó emisarios por todo Israel y se reunieron todos los servidores de Baal; no faltó ninguno. Entraron en la casa de Baal, que se llenó de bote en bote.
22 Jehú había dicho al hombre encargado de las vestimentas: «Saca las vestimentas para todos los servidores de Baal», y aquél había sacado las vestimentas.
23 Cuando Jehú llegó a la casa de Baal junto con Yonadab, hijo de Reab, dijo a los seguidores de Baal: «Averigüen y cerciórense de que aquí no haya ningún servidor de Yavé sino sólo los secuaces de Baal». 24 Luego entró para ofrecer los sacrificios y los holocaustos.
24 Jehú había ubicado afuera a ochenta hombres, a los que había dicho: «Entregaré a esos hombres en sus manos; si alguno de ustedes deja escapar a uno solo, pagará con su vida».
25 En cuanto terminó el holocausto, Jehú dijo a los guardias y a sus oficiales: «Entren, maten y que no escape nadie». Los guardias y sus oficiales les dieron muerte a espada; mientras avanzaban hasta el santuario del templo de Baal, iban tirando para afuera los cadáveres.
26 Botaron el poste sagrado de la casa de Baal y lo quemaron;
27 en seguida demolieron el altar de Baal y lo convirtieron en un basural que existe todavía hoy.
28 Así fue como Jehú hizo que desapareciera el culto a Baal en Israel.
29 Sin embargo Jehú no se apartó de los pecados a los cuales Jeroboam, hijo de Nabat, había arrastrado a Israel, a saber, los terneros de oro que estaban en Betel y en Dan.
30 Yavé dijo a Jehú: «Ya que has actuado bien, ya que has hecho lo que es justo a mis ojos, y has llevado a cabo todo lo que había decidido en contra de la casa de Ajab, tus hijos reinarán en Israel hasta la cuarta generación».
31 Pero Jehú no se preocupó de caminar con todo su corazón según la ley de Yavé, Dios de Israel. No se apartó de los pecados a los que Jeroboam había arrastrado a Israel.
32 Por esos días, Yavé comenzó a reducir el territorio de Israel: Jazael derrotó a los israelitas en todo el territorio
33 al este del Jordán, en el territorio de Galaad, en el de Gad, Rubén y Manasés, desde Aroer, que está encima del torrente Arnón; en una palabra, en Galaad y en Basán.
34 El resto de las acciones de Jehú, todo lo que hizo y toda su valentía, está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Israel.
35 Jehú se acostó con sus padres y lo enterraron en Samaría; en su lugar reinó YoAjaz, su hijo.
36 Jehú había reinado en Israel, desde Samaría, durante veintiocho años.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 11
Principio y fin del reinado de Atalía en Judá
1 Al ver que había muerto su hijo Ocozías, Atalía, su madre, decidió asesinar a toda la descendencia del rey.
2 Mientras se daba muerte a todos los hijos del rey, Yoseba, hija del rey Yoram y hermana de Ocozías, ocultó discretamente a uno de ellos, Yoás, hijo de Ocozías. Metió al niño junto con su nodriza en el dormitorio. Así pudo esconderlo de Atalía, quien no le dio muerte.
3 Estuvo escondido seis años junto con Yoseba en la casa de Yavé, mientras Atalía reinaba en el país.
4 Al séptimo año, el sacerdote Yoyada mandó a buscar a los oficiales de los carios y de la guardia. Los hizo entrar a donde él estaba en la casa de Yavé e hizo con ellos un pacto; después de haberlos hecho jurar en la casa de Yavé, les mostró al hijo del rey.
5 Luego les dijo: «Ustedes van a hacer esto: una tercera parte de ustedes, los que están de guardia el día sábado, vigilarán el palacio real;
6 otra tercera parte se pondrá en la Puerta de Fundación y otra, en la puerta que está frente a los guardias; se irán turnando en la guardia de la Casa.
7 Dos secciones de ustedes, es decir, todos los que acaben su guardia el día sábado, vigilarán el Templo de Yavé, alrededor del rey.
8 Formarán un círculo alrededor del rey, cada cual con su arma en la mano, y si alguien trata de traspasar su formación, lo matarán. Estarán constantemente al lado del rey».
9 Los sacerdotes hicieron todo lo que les había mandado el sacerdote Yoyada; cada cual tomó a sus hombres, a los que comenzaban su guardia el día sábado y a los que la terminaban, y se juntaron alrededor del sacerdote Yoyada.
10 El sacerdote les pasó a los oficiales las lanzas y escudos del rey David que se guardaban en la casa de Yavé;
11 los guardias se pusieron en sus puestos, con su arma en la mano cada uno, desde el lado derecho de la Casa hasta el lado izquierdo, rodeando el altar y la Casa.
12 Entonces el sacerdote pidió al hijo del rey que se acercara, y le puso la corona y los brazaletes reales. Lo proclamaron rey y lo consagraron; todo el mundo aplaudía y gritaba «¡Viva el rey!»
13 Al oír los gritos del pueblo, Atalía se dirigió hacia el tumulto que había en la casa de Yavé.
14 Y allí vio que el rey estaba de pie en el estrado, como era costumbre; los jefes y los que tocaban la trompeta rodeaban al rey, y todo el pueblo estaba de fiesta y tocaban la trompeta. Entonces Atalía rasgó su vestido y exclamó: «¡Traición, traición!»
15 El sacerdote Yoyada dio esta orden a los oficiales: «¡Sáquenla del Templo y si alguien está de su parte, mátenlo con la espada!» Pues el sacerdote pensaba: «No hay que darle muerte dentro de la casa de Yavé».
16 La apresaron y la llevaron por el camino que conduce a la Entrada de los Caballos hasta el palacio real; allí le dieron muerte.
17 Yoyada hizo un pacto entre Yavé, el rey y el pueblo, para que todo el pueblo se portara realmente como pueblo de Yavé.
18 Todo el pueblo fue a la casa de Baal y la demolieron, rompieron los altares y las estelas; y a Matán, el sacerdote de Baal, lo mataron delante de los altares. El sacerdote puso guardias a la casa de Yavé,
19 y llevando consigo a los oficiales, a los carios, a los guardias y a todo el pueblo, pidió al rey que bajara desde la casa de Yavé al palacio real por el camino de la Puerta de la Guardia y allí se sentó en el trono real.
20 Toda la población del país estaba de fiesta, y la ciudad había recuperado la paz; Atalía había sido ejecutada a espada en el palacio real.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 11
11,1

Atalía era hija de Ajab y de Jezabel. Cuando murió su hijo Ocozías, rey de Judá, pensó apoderarse del poder matando a todos sus nietos. En el caso presente, el éxito de Atalía habría significado el fin de la descendencia de David, es decir, un fracaso de las promesas de Yavé. Joás escapa de la muerte por circunstancias milagrosas. Seis años después, el jefe de los sacerdotes hace un complot, ayudado por «el pueblo del país», o sea, por los hombres libres que tenían plenos derechos de ciudadanía (14, 18, 19...). Estos se mantienen fieles a la familia de David.

La historia ha mostrado varias veces cómo el pueblo es el que salva la fe cuando fallan las autoridades. Así, en el siglo IV después de Cristo, los errores de Arrio, que negaba que Cristo fuera Dios, pasaron a numerosos obispos apoyados por el emperador romano. En una Iglesia en la cual la autoridad viene de lo alto, pero donde en realidad los obispos eran nombrados por el emperador, la situación parecía desesperada a pesar de la valentía de algunos grandes obispos como San Hilario y San Atanasio. Pero fue la resistencia del pueblo cristiano la que aseguró la victoria de la fe.

El jefe de los sacerdotes, que restablece al rey niño, quiere orientarlo bien. Se firma un convenio por el cual el pueblo y el rey se comprometen a ser fieles en adelante a la Alianza de Yavé.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 12
El reinado de Yoás en Judá
1 Yoás llegó a ser rey a la edad de siete años;
2 era el séptimo año del reinado de Jehú. Reinó cuarenta años en Jerusalén; su madre se llamaba Sibia y era de Berseba.
3 Yoás hizo lo que agrada a Yavé todo el tiempo que estuvo bajo la tutela del sacerdote Yoyada.
4 Pero no desaparecieron los Altos Lugares, y el pueblo siguió sacrificando y quemando incienso en los Altos Lugares.
5 Yoás dijo a los sacerdotes: «Todo el dinero que llegue a la casa de Yavé, tanto el de los impuestos personales como el que provenga de las ofrendas voluntarias para la Casa,
6 lo recibirá cada sacerdote de las personas que se dirijan a él. Después lo utilizarán para reparar la Casa donde sea necesario».
7 Pues bien, el año vigésimo tercero del reinado de Yoás, los sacerdotes todavía no habían hecho las reparaciones de la Casa.
8 El rey Yoás llamó entonces al sacerdote Yoyada y a los demás sacerdotes, y les dijo: «¿Por qué no han hecho las reparaciones de la Casa? En adelante ustedes no les recibirán más el dinero a la gente sino que lo destinarán para la reparación del Templo».
9 Los sacerdotes aceptaron no recibir más ese dinero y de no tener más a su cargo la reparación del Templo.
10 El sacerdote Yoyada tomó después una caja y mandó hacerle un hoyo en la tapa; la puso al lado del altar, a la derecha de la entrada a la casa de Yavé. Los sacerdotes que custodiaban la puerta de la Casa depositaban en ella todo el dinero que se traía a la casa de Yavé.
11 Cuando veían que no cabía más dinero en la caja, venían el secretario del rey y el sumo sacerdote para recolectar y contar el dinero que había en la casa de Yavé.
12 Después de haberlo contado, se lo pasaban a los que estaban haciendo el trabajo y a los encargados de la manutención de la casa de Yavé; lo invertían en los carpinteros y en los obreros que trabajaban en la casa de Yavé,
13 en los albañiles y en los picapedreros y también en la compra de la madera y de las piedras talladas para hacer las reparaciones del Templo de Yavé; en una palabra, lo gastaban en todas las reparaciones que eran necesarias en la casa de Yavé.
14 Con el dinero que se aportaba a la casa de Yavé no se hacían ni palanganas de plata, ni cuchillos, ni vasijas ni trompetas, ni ningún otro objeto de oro o plata para la casa de Yavé,
15 sino que se lo entregaban a los que estaban haciendo el trabajo, que lo empleaban en hacer las reparaciones de la casa de Yavé.
16 No se pedía cuenta a los hombres a quienes se pasaba el dinero para pagar a los trabajadores, porque eran hombres honrados.
17 Unicamente no era destinado al Templo de Yavé sino que era para los sacerdotes, el dinero de los sacrificios por el pecado y de los sacrificios en reparación de algo.
18 Fue en ese tiempo cuando Jazael, rey de Aram, subió para atacar a Gat y apoderarse de ella. Jazael quería atacar a Jerusalén,
19 pero Yoás, rey de Judá, tomó todos los objetos que habían sido consagrados por Josafat, Yoram y Oco zías, sus antecesores, reyes de Judá, tomó también todo lo que él había dedicado, todo el oro que había en los tesoros del Templo de Yavé y del palacio real, y se lo mandó a Jazael, rey de Aram. Este se alejó de Jerusalén.
20 El resto de los hechos de Yoás, todo lo que hizo, está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Judá.
21 Los servidores de Yoás tramaron una conspiración para asesinarlo en Bet-Milo;
22 allí le dieron muerte Yosacar, hijo de Simeat y Yozabad, hijo de Somer. Lo enterraron junto a sus padres en la Ciudad de David y en su lugar reinó Amasías, su hijo.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 12
12,1

Los seis capítulos que vienen a continuación narran la vida de los reinos de Israel y de Judá, desde Joás hasta la destrucción del reino de Israel (el del norte), en el 721. Transcurren más de cien años.

En Jerusalén, capital de Judá, pasaron cuatro reyes solamente, reinando los dos primeros cuarenta años cada uno. El cuarto reinado será el de Ajaz y, en sus días, actuará el profeta Isaías.

En Israel, los hijos de Jehú conocen al principio muchos reveses. El tercero de sus descendientes, Jeroboam II, logrará con sus victorias cuarenta años de prosperidad. Mientras tanto, los poderosos reyes de Asur están haciendo conquistas por todas partes y pronto amenazarán a Israel.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 13
Reinado de Yoajaz en Israel
1 El año vigésimo tercero del reinado de Yoás, hijo de Ocozías de Judá, pasó a ser rey en Samaría Yoajaz, hijo de Jehú; reinó diecisiete años en Israel.
2 Hizo lo que desagrada a Yavé e imitó el pecado al que Jeroboam, hijo de Nabat, había arrastrado a Israel; no se apartó de él.
3 Yavé se enojó con los is raelitas y los entregó en manos de Jazael, rey de Aram y de Ben-Hadad, hijo de Jazael, durante mucho tiempo.
4 Yoajaz suplicó a Yavé y éste lo escuchó, porque había visto hasta qué punto el rey de Aram oprimía a los israelitas.
5 Por eso Yavé dio un salvador a Israel; los israelitas lograron librarse de la opresión de Aram y morar de nuevo en sus tiendas, tal como en el pasado.
6 Pero no se apartaron de los pecados a los que la casa de Jeroboam había arrastrado a Israel, sino que, muy por el contrario, siguió en pie hasta el poste sagrado de Samaría.
7 De todo su ejército sólo le quedaron a Yoajaz cincuenta soldados de caballería, diez carros y diez mil soldados de infantería, pues el rey de Aram lo había aplastado y reducido a polvo.
8 El resto de los hechos de Yoajaz, lo que hizo y su valentía, todo eso está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Israel.
9 Yoajaz se acostó con sus padres y lo enterraron en Samaría; en su lugar reinó Yoás, su hijo.
Reinado de Yoás en Israel
10 El año trigésimo séptimo del reinado de Yoás de Judá, Yoás, hijo de Yoajaz, llegó a ser rey de Samaría; reinó seis años en Israel.
11 Hizo lo que no gusta a Yavé, y no se apartó del pecado a que había arrastrado a Israel Jeroboam, hijo de Nabat, muy por el contrario.
12 El resto de los hechos de Yoás, todo lo que hizo y la valentía con que luchó con Amasías, rey de Judá, está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Israel.
13 Yoás se acostó con sus padres y se sentó en el trono Jeroboam. Enterraron a Yoás en Samaría junto con los reyes de Israel.
La muerte de Eliseo
14 Eliseo estaba mal de salud por la enfermedad que lo llevó a la muerte. Yoás, rey de Israel, bajó donde él y lloró: «¡Padre mío, padre mío! ¡Carro de Israel y su caballería!»
15 Eliseo le respondió: «Toma un arco y flechas»; Yoás fue pues a tomar un arco y flechas.
16 Eliseo dijo al rey de Israel: «Toma tu arco con las manos». Lo hizo. Eliseo puso sus manos sobre las del rey,
17 luego dijo: «¡Abre la ventana del lado este!» La abrió. Eliseo añadió: «¡Dispara!» Disparó. Eliseo dijo entonces: «¡Flecha de la victoria de Yavé! ¡Flecha de la victoria de Aram! Derrotarás a Aram en Afec, hasta que no quede nadie».
18 En seguida le dijo: «Junta las flechas». Las juntó. Eliseo dijo al rey de Israel: «Golpea el suelo». Y el rey lo golpeó tres veces y se detuvo.
19 Entonces el hombre de Dios se enojó con el rey y dijo: «¡Tenías que haber golpeado cinco o seis veces! Así habrías derrotado a Aram hasta que no quedara nadie. Pero ahora sólo derrotarás a Aram tres veces».
20 Murió Eliseo y lo enterraron. Bandas de moabitas incursionaban cada año en el país,
21 y sucedió que unas personas, que llevaban a enterrar a un difunto, divisaron a una de esas bandas. Depositaron entonces al muerto en la tumba de Eliseo y se pusieron a salvo. Cuando el hombre tocó los huesos de Eliseo, revivió e inmediatamente se puso de pie.
22 Jazael, rey de Aram, había oprimido a los israelitas durante todo el reinado de Yoajaz.
23 Pero después Yavé los perdonó y tuvo compasión de ellos; se volvió hacia ellos a causa de la alianza que había hecho con Abrahán, Isaac y Jacob y no quiso destruirlos. Todavía no los había echado lejos.
24 Jazael, rey de Aram, murió y en su lugar reinó Ben-Hadad, su hijo.
25 Entonces Yoás arrebató a Ben-Hadad las ciudades que su padre Jazael había quitado a Yoajaz, padre de Yoás; durante esas guerras Yoás lo derrotó tres veces y reconquistó las ciudades de Israel.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 14
1 Amasías, hijo de Yoás, rey de Judá, comenzó a reinar el décimo año de Yoás, hijo de Yoajaz, rey de Israel.
2 Tenía veinticinco años cuando subió al trono y reinó veintinueve años en Jerusalén.
3 Hizo lo que es justo a los ojos de Yavé, pero no como su padre David. De todos modos, se portó como su padre Yoás.
4 Los Altos Lugares no desaparecieron y el pueblo continuó ofreciendo sacrificios y quemando incienso en los Altos Lugares.
5 En cuanto Amasías fue dueño de la situación en su reino, condenó a muerte a sus servidores que habían dado muerte a su padre,
6 pero no condenó a muerte a los hijos de los asesinos, de acuerdo a lo que está escrito en el Libro de la Ley de Moisés.
6 Yavé, en efecto, dio este mandato: «Los padres no serán condenados a muerte por los hijos, ni éstos por sus padres; sino que cada cual será condenado a muerte por su propio pecado».
7 Amasías derrotó a los edomitas en el valle de la Sal y se apoderó de la meseta a costa de un duro combate; le dio el nombre de Yoctel, el que lleva hasta el día de hoy.
8 Entonces Amasías envió mensajeros a Yoás, hijo de Yoajaz, hijo de Jehú, rey de Israel: «Ven a pelear conmigo», le decía.
9 Yoás, rey de Israel, mandó decir a Amasías rey de Judá: «El espino del Líbano mandó decir al cedro del Líbano: Da tu hija a mi hijo como esposa. Pero el animal salvaje del Líbano pasó y arrasó con el espino.
10 Venciste a Edom y estás orgulloso de ello. Muy bien, ufánate y quédate en casa. ¿Para qué vas a atraer la desgracia y la muerte sobre ti y sobre Judá?»
11 Pero Amasías no le hizo caso. Entonces Yoás, rey de Israel, avanzó y se enfrentaron en Bet-Semés, que está en Judá.
12 Judá fue derrotado por Israel y todos huyeron a sus tiendas.
13 Yoás, rey de Israel, tomó prisionero a Amasías, rey de Judá, hijo de Yoás, hijo de Ocozías, en Bet-Semés y se lo llevó a Jerusalén. Demolió la muralla de Jerusalén en más de cien metros, desde la puerta de Efraín hasta la puerta del Angulo;
14 se apoderó de todo el oro y la plata, de todos los objetos que había en la casa de Yavé y en el tesoro del palacio real como también de los rehenes, y regresó después a Samaría.
15 El resto de los hechos de Yoás y lo que hizo, su valentía, la manera como combatió con Amasías, rey de Judá, todo eso está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Israel.
16 Yoás se acostó con sus padres y lo enterraron en Samaría junto a los reyes de Israel; en su lugar reinó Jeroboam, su hijo.
17 Después de la muerte de Yoás, hijo de YoAjaz, rey de Israel, Amasías hijo de Yoás, rey de Judá, vivió aún quince años.
18 El resto de los hechos de Amasías está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Judá.
19 Hubo una conspiración en su contra en Jerusalén y tuvo que huir a Laquis, pero lo persiguieron hasta allá y murió en esa ciudad.
20 Lo trajeron de vuelta a caballo y lo enterraron en Jerusalén junto a sus padres en la ciudad de David.
21 Todo el pueblo de Judá fue donde Azarías, que no tenía más que dieciseis años, y lo proclamaron rey en lugar de su padre Amasías.
22 Reconstruyó Elat y se la devolvió a Judá después que su padre fue a acostarse con sus padres.
Reinado de Jeroboam II en Israel
23 El año quince de Amasías, hijo de Yoás, rey de Judá, pasó a ser rey en Samaría Jeroboam, hijo de Yoás, rey de Is rael. Reinó cuarenta y un años.
24 Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé y no se apartó de todos los pecados a que Jero boam, hijo de Nabat había arrastrado a Israel.
25 Fue él quien restableció las fronteras de Israel, desde la entrada de Jamat hasta el mar de Arabá, tal como Yavé, Dios de Israel, lo había dicho por boca de su servidor, el profeta Jonás, hijo de Amitai, que era de Gat-Jefer.
26 Es que Yavé había visto la misérrima situación de Israel: ya no había nadie, ni esclavo ni hombre libre, capaz de ayudar a Israel.
27 Yavé no había decidido todavía borrar el nombre de Israel de debajo de los cielos y lo libró por la mano de Jeroboam, hijo de Yoás.
28 El resto de los hechos de Jeroboam, todo lo que hizo y su valentía, la manera como luchó y reconquistó Damasco y Jamat para Israel, todo eso está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Israel.
29 Jeroboam se acostó con sus padres y lo enterraron en Samaría junto a los reyes de Israel; en su lugar reinó Zacarías, su hijo.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 14
14,23

La Biblia no dedica más que este párrafo al reino de Jeroboam II, rey de Israel (783-743), a pesar de que restableció la grandeza y prosperidad del reino. El autor ve en las victorias de Jeroboam II una última gracia de Dios para su pueblo humillado.

Esa prosperidad, sin embargo, acarrea la explotación del pueblo. Es el momento en que los profetas Oseas y Amós anuncian, ante la incredulidad de todos, que dicha prosperidad será breve, por ser injusta. Al morir Jeroboam, el reino de Samaria se acerca a su fin.

Por otra parte, sigue la división religiosa y los israelitas del norte, aislados del centro religioso de Jerusalén, no lograrán mantener su fe frente a las corrientes paganas.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 15
Reinado de Azarías en Judá
1 Azarías, hijo de Amasías, rey de Judá, comenzó a reinar el año vigésimo séptimo de Jeroboam, rey de Is rael.
2 Tenía dieciseis años cuando subió al trono y reinó cincuenta y dos años en Jerusalén; su madre se llamaba Jecolías y era de Jerusalén.
3 Hizo lo que es justo a los ojos de Yavé, tal como lo había hecho su padre Amasías.
4 Los Altos Lugares, sin embargo, no desaparecieron, y el pueblo siguió ofreciendo sacrificios y quemando incienso en los Altos Lugares.
5 Yavé castigó al rey, quien fue leproso hasta su muerte y tuvo que vivir en una casa aislada; Yotam, el hijo del rey, era el administrador del palacio y gobernaba a la población del país.
6 El resto de los hechos de Azarías, todo lo que hizo, está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Judá.
7 Azarías se acostó con sus padres y lo enterraron junto a sus padres en la Ciudad de David; en su lugar reinó su hijo Yotam.
Los últimos reyes de Israel
8 El año treinta y ocho de Azarías, rey de Judá, Zacarías, hijo de Jeroboam, pasó a ser rey de Israel en Samaría por seis meses.
9 Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé, tal como lo habían hecho sus padres. No se apartó de los pecados a que había arrastrado a Israel Jeroboam, hijo de Nabat.
10 Salum, hijo de Yabés, conspiró contra él: lo asesinó en Jibleam y fue rey en su lugar.
11 El resto de los hechos de Zacarías está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Israel.
12 Yavé había dicho a Jehú: «Tus hijos se sentarán en el trono de Israel hasta la cuarta generación». Y eso fue lo que sucedió.
13 Salum, hijo de Jabés, comenzó a reinar el año treinta y nueve de Ozías, rey de Judá. Reinó sólo un mes en Samaría.
14 Menajem, hijo de Gadi, subió desde Tirsa y entró en Samaría, donde asesinó a Salum, hijo de Jabés; después de eso pasó a ser rey en su lugar.
15 El resto de los hechos de Salum y la manera como conspiró, está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Israel.
16 Después Menajem castigó a Tapúa y a todos sus habitantes, como también a todo su territorio desde Tirsa, porque no le ha bían abierto las puertas; y a todas las mujeres embarazadas les abrió el vientre.
17 Menajem, hijo de Gadi, comenzó a reinar en Israel desde Samaría el año treinta y nueve de Azarías, rey de Judá. Reinó diez años.
18 Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé y no se apartó de los pecados a que había arrastrado a Israel Jeroboam hijo de Nabat.
18 En su tiempo,
19 Pul, rey de Asur, invadió el país; Menajem le dio mil talentos de plata para que le proporcionara ayuda y afirmara el poder real en sus manos.
20 Menajem recaudó este dinero en todo Israel: todos los nobles tuvieron que entregar cincuenta monedas de plata por persona para dárselas al rey de Asur. Después de eso el rey de Asur abandonó el país y se volvió.
21 El resto de los hechos de Menajem, todo lo que hizo, está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Israel.
22 Menajem se acostó con sus padres y en su lugar reinó su hijo Pecajía.
23 Pecajía, hijo de Menajem, empezó a reinar en Israel desde Samaría el año cincuenta de Azarías, rey de Judá. Su reinado duró dos años.
24 Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé y no se apartó de los pecados a que Jeroboam, hijo de Nabat, había arrastrado a Israel.
25 Pecaj, hijo de Remalías, su escudero, conspiró contra él y lo asesinó en Samaría, en la torre del palacio real. Había contratado a cincuenta hombres de Galaad para asesinar al rey y reinar en su lugar.
26 El resto de los hechos de Pecajía y todo lo que hizo está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Israel.
27 Pecaj, hijo de Remalías, comenzó a reinar en Samaría el año cincuenta y dos de Azarías, rey de Judá, y reinó veinte años.
28 Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé y no se apartó de los pecados a que había arrastrado a Israel Jeroboam, hijo de Nabat.
29 En tiempo de Pecaj, rey de Israel, Teglat-Falesar, rey de Asur, se apoderó de Iyón, de Abel-Bet-Maacá, de Jamaj, de Quedés, de Jazor, de Galaad y de la Galilea, de todo el territorio de Neftalí, y deportó a Asur a sus habitantes.
30 Oseas, hijo de Elá, tramó entonces una conspiración contra Pecaj, hijo de Remalías; lo asesinó y reinó en su lugar el año veinte de Yotam, hijo de Ozías.
31 El resto de los hechos de Pecaj y todo lo que hizo está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Israel.
Reinado de Yotam en Judá
32 Yotam, hijo de Ozías, rey de Judá, comenzó a reinar el segundo año de Pecaj, hijo de Remalías, rey de Israel.
33 Tenía veinticinco años cuando subió al trono y reinó dieciseis años en Jerusalén; su madre se llamaba Jerusa y era hija de Sadoc.
34 Hizo lo que es justo a los ojos de Yavé, tal como lo había hecho su padre Ozías;
35 sólo que no desaparecieron los Altos Lugares. El pueblo siguió ofreciendo sacrificios y quemando incienso en los Altos Lugares. El fue quien construyó la Puerta Alta del Templo de Yavé.
36 El resto de los hechos de Yotam, todo lo que hizo, está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Judá.
37 En aquellos días, Yavé comenzó a lanzar contra Judá a Razón, rey de Aram, y a Pecaj, hijo de Remalías.
38 Yotam se acostó con sus padres y lo enterraron junto a éstos en la Ciudad de David, su antepasado; en su lugar reinó Ajaz, su hijo.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 15
15,8

Aquí se describe la caída del reino del norte. Samaria es tomada el año 721 antes de Cristo. Sus habitantes son desterrados al otro extremo del imperio asirio, muy posiblemente a los territorios que hoy forman el Afganistán. Habitantes de esas provincias lejanas son traídos en su lugar, mezclándose con el pueblo del campo. Esta era la costumbre de los conquistadores asirios: desplazar y mezclar las poblaciones para impedir que se sublevaran.

A partir de este momento, los samaritanos, o sea, los israelitas del norte, serán un pueblo mestizo, racial y religiosamente, por lo que los israelitas de Judá nunca los considerarán como sus iguales. En el tiempo de Jesús, siete siglos después, los samaritanos serán los vecinos con los que no se convive, porque hay más recelos que comunes recuerdos.

Así desaparece el más importante de los reinos originarios del de David y Salomón: dos siglos han transcurrido desde la muerte de éste. Entre los judíos quedará una esperanza: cuando venga el Mesías reunirá a Judá e Israel y llamará a todos los que estaban dispersos entre las naciones (Ez 37,15).
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 16
El reinado de Ajaz en Judá
1 Ajaz, hijo de Yotam, rey de Judá, comenzó a reinar el año décimo séptimo de Pecaj, hijo de Remalías.
2 Ajaz tenía veinte años cuando subió al trono y reinó dieciseis en Jerusalén. No hizo lo que es justo a los ojos de Yavé, su Dios, tal como su antepasado David.
3 Siguió más bien las huellas de los reyes de Israel, y hasta llegó a sacrificar a su hijo en la hoguera, según las prácticas odiosas de los pueblos que Yavé había echado ante los israelitas.
4 Ofreció sacrificios y quemó incienso en los Altos Lugares, en las colinas y bajo cualquier árbol verde.
5 Entonces Razón, rey de Aram, y Pecaj, hijo de Remalías, rey de Israel, subieron a Jerusalén para atacarla. Sitiaron a Ajaz, pero no pudieron vencerlo.
6 En ese tiempo el rey de Edom recuperó Elat y expulsó a los judíos que se habían instalado allí; los edomitas tomaron posesión de ella y permanecen allí hasta hoy.
7 Ajaz mandó mensajeros a Teglat-Falazar, rey de Asur: «Soy tu sirviente y tu hijo, le decía, ven a salvarme del rey de Aram y del rey de Israel que vinieron a atacarme».
8 Ajaz tomó la plata y el oro que había en la casa de Yavé y en el tesoro del palacio real, y se lo dio al rey de Asur.
9 El rey de Asur lo atendió, y marchó para atacar a Damasco, la que conquistó; deportó a sus habitantes a Quir y mandó ejecutar a Razón.
10 Cuando el rey Ajaz fue a Damasco para entrevistarse con Teglat-Falazar, rey de Asur, vio un altar que había en Damasco; mandó un dibujo de ese altar y un modelo del mismo, con todos sus detalles, al sacerdote Urías.
11 Antes que regresara de Damasco el rey Ajaz, el sacerdote Urías construyó un altar exactamente igual a las indicaciones que había enviado el rey Ajaz.
12 Cuando el rey vio el altar a su regreso de Damasco, subió personalmente a él para ofrecer sacrificios.
13 Quemó su holocausto y su ofrenda, derramó la libación y roció el altar con la sangre de los sacrificios pacíficos.
14 Trasladaron el altar de bronce que estaba delante de Yavé; lo sacaron de delante de la Casa donde se encontraba entre el altar nuevo y la casa de Yavé, y lo pusieron al lado del altar nuevo hacia el norte.
15 El rey Ajaz dio esta orden al sacerdote Urías: En este gran altar quemarás el holocausto de la mañana y la ofrenda de la tarde, el holocausto del rey y su ofrenda, el holocausto por toda la población del país, su ofrenda y sus libaciones. Desde allí harás la aspersión de la sangre de todos los holocaustos y sacrificos. En cuanto al altar de bronce, ya veré lo que se hace».
16 El sacerdote Urías hizo todo lo que le había ordenado el rey Ajaz.
17 El rey Ajaz rompió los paneles y las bases, quitó los lavatorios que estaban encima, bajó el Mar de Bronce de encima de los bueyes que lo sostenían y lo puso en un embaldosado de piedras.
18 Como deferencia al rey de Asur transformó el Pórtico del Sábado, que se había construido dentro del Templo de Yavé, y la Entrada del rey que estaba fuera del mismo.
19 El resto de los hechos de Ajaz está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Judá.
20 Ajaz se acostó con sus padres y lo enterraron junto a éstos en la Ciudad de David; en su lugar reinó Ezequías, su hijo.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 17
Fin del reino de Israel en el norte
1 Oseas, hijo de Elá, comenzó a reinar en Israel desde Samaría, el año duodécimo de Ajaz, rey de Judá; reinó nueve años.
2 Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé, pero no tanto como los reyes de Israel que lo habían precedido.
3 Salmanazar, rey de Asur, fue a atacarlo y Oseas tuvo que sometérsele, pagándole un tributo.
4 Pero el rey de Asur supo que Oseas estaba conspirando contra él, ya que había enviado mensajeros a Saís, donde el rey de Egipto, y no pagaba más el tributo al rey de Asur, como debía hacerlo cada año. Aquel, entonces, lo mandó arrestar y lo metió encadenado a la cárcel.
5 El rey de Asur invadió todo el país; llegó a Samaría y la sitió tres años.
6 El año noveno de Oseas, el rey de Asur se apoderó de Samaría y deportó a Asur a los israelitas. Los instaló en Jala, a orillas del Jabor, el río de Gozán, y además, en las ciudades de Media.
Causas de la ruina de Israel
7 Eso ocurrió porque los hijos de Israel habían pecado contra Yavé su Dios, quien los había hecho subir del territorio de Egipto y los había librado de las manos del Faraón, rey de Egipto, y se habían vuelto hacia otros dioses.
8 Los israelitas imitaron las costumbres de los pueblos que Yavé había expulsado delante de los hijos de Israel.
9 Pronunciaron contra Yavé, su Dios, palabras indecentes, se construyeron Altos Lugares en todas sus ciudades, desde la torre de vigía hasta en la ciudad fortificada.
10 Instalaron piedras paradas y postes sagrados en cualquier colina sobresaliente y bajo cualquier árbol verde.
11 Y allí, en todos esos Altos Lugares, quemaban incienso, tal como lo hacían las naciones que Yavé había expulsado ante ellos; cometieron además toda clase de malas acciones para irritar a Yavé.
12 Se pusieron a servir a ídolos inmundos, siendo que Yavé les había dicho: «No hagan eso».
13 Yavé, sin embargo, les había llamado la atención a Israel y a Judá por boca de todos los profetas y de todos los videntes: «Renuncien a su mal comportamiento y observen mis mandatos y mis órdenes, según esa Ley que ordené a sus padres y que les comuniqué por boca de mis servidores los profetas».
14 Pero no hicieron caso, y se mostraron más tercos que sus padres que no ha bían creído en Yavé, su Dios.
15 Despreciaron sus mandatos, la Alianza que había pactado con sus padres, y las ordenanzas que les había dado. Se apegaron a ídolos inútiles y se hicieron tan inútiles como sus ídolos, igual que las naciones que los rodeaban, siendo que Yavé les había mandado que no las imitaran.
16 Abandonaron todos los mandamientos de Yavé, su Dios, y se hicieron ídolos de metal ¡sus dos terneros! Erigieron postes sagrados, se postraron ante todos los poderes del cielo, y sirvieron a Baal.
17 Sacrificaron en la hoguera a sus hijos y a sus hijas, practicaron la hechicería y la magia, se prestaron para hacer lo que es malo a los ojos de Yavé, para provocar su cólera.
18 Al final, Yavé se enojó con Israel y lo echó lejos.
18 Unicamente quedó la tribu de Judá.
19 Pero Judá tampoco cumplió los mandamientos de Yavé, su Dios; imitaron las prácticas que se habían hecho una costumbre en Israel.
20 Por eso Yavé rechazó a toda la raza de Israel, los castigó, los entregó en manos de salteadores, y por último, los echó lejos de su presencia.
21 Cuando Jeroboam, hijo de Nabat, separó Israel de la casa de David, cuando lo consagraron como rey, apartó a Israel lejos de Yavé, haciéndo que cometiera un gran pecado.
22 Los israelitas persistieron en todos los pecados que había cometido Jeroboam, y no se apartaron de ellos,
23 de tal modo que al último Yavé echó a Israel lejos de él, tal como lo había dicho por boca de todos sus servidores los profetas; Israel fue deportado a Asur, lejos de su tierra, hasta el día de hoy.
24 El rey de Asur trasladó gente de Babilonia, de Cuta, de Avá, de Jamat, y de Sefarvayim, y la instaló en las ciudades de Samaría en lugar de los israelitas. Así tomaron posesión de Samaría y se establecieron en sus ciudades.
25 Cuando estaban recién instalados en ese lugar, esa gente no honraba a Yavé, por eso Yavé les mandó unos leones que hicieron con ellos una carnicería.
26 Entonces dijeron al rey de Asur: «Los pueblos que trasladaste e instalaste en las ciudades de Samaría no conocen la Ley del dios del país. Por eso envió contra nosotros leones, los que los mataron porque no conocían la Ley del dios de este país».
27 El rey de Asur dio entonces esta orden: «Manden de vuelta allá a uno de los sacerdotes que he deportado, que se establezca allí y que les enseñe la Ley del Dios del país.
28 Uno de los sacerdotes de Samaría que había sido deportado fue pues para allá; se instaló en Betel y les enseñó cómo debían honrar a Yavé.
29 Pero cada pueblo se hacía sus propios dioses y los ponía en las ermitas de los Altos Lugares que habían construido los samaritanos, cada pueblo lo hacía en las ciudades donde vivía.
30 Fue así como la gente de Babilonia se hizo un Sucot-Benot; la gente de Cuta, un Nergal; los de Jamat, un Asima;
31 los de Avá se hicieron un Nibjaz y un Tartac; los de Sefarvayim quemaban en la hoguera a sus hijos en honor a Adramalec y a Amamelec, las divinidades de Sefarvayim.
32 También servían a Yavé, por eso eligieron entre ellos a sacerdotes para los Altos Lugares, para que sirvieran en su nombre en las ermitas de los Altos Lugares.
33 Servían a Yavé y al mismo tiempo a sus dioses, según las costumbres de las naciones de donde provenían.
34 Hasta el día de hoy siguen con sus antiguas costumbres. No honran realmente a Yavé, porque no toman en cuenta sus ritos ni sus costumbres, de acuerdo a la Ley y el mandato que Yavé dio a los hijos de Jacob, el hombre a quien dio el nombre de Israel.
35 Yavé había pactado con ellos una Alianza y les había dado esta orden: «No sirvan a dioses extranjeros, no se postren ante ellos, no les rindan culto ni les ofrezcan sacrificios;
36 ustedes no tienen más que a Yavé, quien los hizo subir del territorio de Egipto, demostrando su fuerza y dando grandes golpes. A él tienen que servir, ante él deben postrarse y a él tienen que ofrecer sacrificios.
37 Ustedes tienen que respetar y poner en práctica diariamente los preceptos, las ordenanzas, la Ley y los mandamientos que escribió para ustedes; no sirvan a otros dioses.
38 No se olviden de la Alianza que pacté con ustedes ni sirvan a otros dioses.
39 A Yavé, su Dios es a quien deben servir, a él que los librará de las manos de todos sus enemigos».
40 Pero no hicieron caso y siguen con sus antiguas costumbres.
41 Así pues esos pueblos, si bien temían a Yavé, servían también a sus ídolos, y sus hijos y nietos actúan hasta el día de hoy como lo hacían sus padres.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 17
17,7

El Reino de Israel desapareció con la conquista de su capital Samaria por los asirios. Nos parece obvio que no podía resistir su poderoso vecino, pero la Biblia nos hace ver la causa profunda del desastre: habían pecado contra Yavé, su Dios. Pues Dios nunca abandona a las personas o las instituciones a las cuales entregó alguna misión. Israel había sido elegido para servir a los planes de Dios y, si no servía, debía ser destruido.

Se pusieron a servir a ídolos inmundos (12). A pesar de que, en un comienzo, ídolo significaba imagen, los ídolos no son las imágenes de Cristo o de sus servidores los santos, como piensan creyentes de corta vista. Es ídolo lo que toma el lugar de Dios en nuestro corazón y nuestra vida. El es Dios vivo y da vida a los que lo sirven. Los ídolos inmundos traen plagas, enfermedades y confusión a la sociedad que los sirve. Bien sean artefactos («obras de manos humanas», dice la Biblia) facilidades de una vida cómoda, ídolos de carne y sangre, su esclavitud nos deja tristes y sucios.

Pero también los ídolos significaban algo más para los israelitas. Eran una pequeña nación, con menos adelantos que sus vecinos. Los ídolos, pues, eran el símbolo y el medio de penetración de una cultura extranjera y alienante. Con los ídolos importados de Canaán o Asiria, codicia, culto del sexo y violencia también entraban.

Lo mismo pasa ahora cuando pueblos menos desarrollados se hacen esclavos de nuevos ídolos. Cuando las familias miran religiosamente los juegos de azar, los programas eróticos y todo lo que ha sido programado para ellas por la sociedad de consumo, se tornan incapaces de construir su propia vida a partir de su propia rea lidad. No solamente se ha perdido la propia cultura, sino que el ensueño de construir una nación en la justicia pasa a ser pura ilusión.

Se apegaron a ídolos inútiles y se hicieron inútiles (15). Jeremías también dirá: «Sirvieron a dioses extranjeros y por eso yo los enviaré como esclavos a países extranjeros» (Jer 16,13). Ver también (Jue 3,7; Rom 1,24).
17,24

. Los extranjeros que fueron traídos a Samaria encuentran dificultades que despiertan en ellos una inquietud religiosa: ¿acaso estará enojado contra nosotros el dios de este territorio por el hecho de que no le ofrecemos sacrificios?

Frente a esta reacción de gente religiosa, pero que no entiende de la fe propia del pueblo de Dios, el autor destaca las exigencias de la fe:

— no basta honrar a Yavé junto con otros dioses. El es el único, y pide que el hombre destruya todos los dioses que se forjó.

— no basta con ofrecer sacrificios a Yavé, es preciso cumplir su voluntad.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 18
Reinado de Ezequías en Judá
1 Ezequías, hijo de Ajaz, rey de Judá, llegó a ser rey el tercer año de Oseas, hijo de Elá, rey de Israel.
2 Tenía veinticinco años cuando subió al trono y reinó veintinueve años en Jerusalén. Su madre se llamaba Abija, y era hija de Zacarías.
3 Hizo lo que es recto a los ojos de Yavé, tal como lo había hecho su antepasado David.
4 Hizo desaparecer los Altos Lugares, rompió las piedras paradas, derribó los postes sagrados y destruyó hasta la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta ese entonces los israelitas la llamaban Nejustán y le ofrecían incienso.
5 Puso su confianza en Yavé, el Dios de Israel, y entre los reyes de Judá que le siguieron, ninguno se comparó con él.
6 Permaneció fiel a Yavé y nunca se apartó de él, sino que respetó los mandamientos que Yavé había ordenado a Moisés.
7 Por este motivo Yavé estuvo con él y tuvo éxito en todo lo que llevó a cabo. Se rebeló contra el rey de Asur y dejó de servirle;
8 combatió a los filis teos hasta Gaza y sus alrededores, destruyendo sus torres de vigilancia y sus ciudades fortificadas.
9 El cuarto año del reinado de Ezequías —era el séptimo año de Oseas, hijo de Elá, rey de Israel— Salmanazar, rey de Asur, subió a Samaría, la sitió y se apoderó de ella.
10 Al cabo de tres años, el año sexto de Ezequías y el noveno de Oseas, rey de Israel, Samaría fue conquistada.
11 El rey de Asur deportó a Asur a los israelitas y los instaló en Jalaj, a orillas del río de Gozán, llamado Jabor, y en las ciudades de los medos.
12 Todo eso sucedió porque no habían obedecido la palabra de Yavé, su Dios, y porque habían violado su Alianza; no habían tomado en cuenta todo lo que había ordenado Moisés, el servidor de Yavé, ni lo habían puesto en práctica.
Invasión de Senaquerib
13 El año décimo cuarto del rey Ezequías, Senaquerib, rey de Asur, fue a atacar todas las ciudades fortificadas de Judá y se apoderó de ellas.
14 Entonces Ezequías, rey de Judá, mandó este mensaje al rey de Asur, que estaba en Laquis: «¡Me he portado mal! Aléjate de mí y haré lo que me pidas». El rey de Asur exigió a Ezequías, rey de Judá, trecientos talentos de plata y treinta talentos de oro.
15 Ezequías le entregó todo el dinero que había en la casa de Yavé y en las arcas del palacio real.
16 Fue entonces cuando Ezequías, rey de Judá, sacó de las puertas del Templo de Yavé y de sus postes el oro con que él mismo las había cubierto, para dárselo al rey de Asur.
17 Desde Laquis, el rey de Asur mandó a Jerusalén, donde el rey Ezequías, a su comandante en jefe, a su gran eunuco y a su copero mayor, junto con una numerosa tropa; caminaron y llegaron a Jerusalén. Se detuvieron cerca del canal de la piscina superior que está junto al camino del campo del Batanero
18 y llamaron al rey. Entonces subieron a su encuentro Elyaquim, hijo de Jilquim, mayordomo de Palacio, el secretario Sobná y el archivero Yoás, hijo de Asaf.
19 El copero mayor les dijo: «Transmitan a Ezequías estas palabras del gran rey, del rey de Asur: ¿Con qué puedes contar todavía?
20 ¿Crees acaso que para hacer la guerra, algunas declaraciones reemplazan a la sabiduría y al coraje? ¿En quién te apoyaste para rebelarte contra mí?
21 Te apoyaste en Egipto, una caña rota que clava y traspasa la mano del que se apoya en ella. ¡Eso es el Faraón para los que confían en él!
22 A lo mejor me dirás: ¡Nosotros confiamos en Yavé, nuestro Dios! Pero, ¿no fue Ezequías quien hizo desaparecer los Altos Lugares y los altares de Yavé cuando dijo a Judá y a Jerusalén: Ustedes sólo se postrarán en Jerusalén, delante de este altar?
23 Haz ahora una apuesta con mi señor, el rey de Asur: te doy dos mil caballos, si tienes jinetes para montarlos.
24 Pero, ¡si ni siquieras puedes hacer retroceder al último de los oficiales que sirven a mi señor! Mientras tú confiabas en Egipto para recibir carros y caballería,
25 yo, por voluntad de Yavé, subía hasta este lugar para devastarlo. Yavé, en efecto, me dijo: «¡Ataca a ese país y devástalo!»
26 Elyaquim, Sobná y Yoás respondieron al copero mayor: «Por favor, habla a tus servidores en arameo, que entendemos, pero no nos hables en judío delante de toda esa gente que se encuentra en la muralla».
27 El copero mayor les dijo: «¿Acaso mi señor me mandó transmitir estas palabras sólo a tu patrón y a ti? ¿No fue más bien a todos esos hombres parados en la muralla, los que pronto tendrán, al igual que ustedes, que comer sus excrementos y tomarse la orina?»
28 El copero mayor se paró entonces y gritó con fuerza, en judío: «Oigan la palabra del gran rey de Asur:
29 ¡Ezequías los engaña! Es incapaz de salvarlos de mis manos.
30 Que no les diga: «Confíen en Yavé, pues seguramente Yavé nos librará y esta ciudad no caerá en manos del rey de Asur».
31 No hagan caso a Ezequías, sino más bien al rey de Asur que les dice: Hagan la paz conmigo, ríndanse, y cada uno de ustedes seguirá comiendo de su viña y de su higuera, y bebiendo el agua de su cisterna.
32 Pronto volveré para llevarlos a un país parecido al de ustedes, un país de trigo y de vino, un país de pan y de viñas, un país de aceite fresco y de miel. Allí vivirán y no morirán.
32 Pero no le hagan caso a Ezequías porque los engaña diciéndoles que Yavé los librará.
33 ¿Acaso pudieron los diversos dioses de las naciones salvar cada uno a su país de las manos del rey de Asur?
34 ¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arpad, dónde los dioses de Sefarvaim, de Hena y de Ivva? ¿Dónde están los dioses de Samaría? ¿Pudieron librar de mis manos a Samaría?
35 Entre todos los dioses de esos países, ¿quién ha sido capaz de librar a su país de mis manos? ¡Y Yavé va a librar ahora a Jerusalén!»
36 El pueblo guardó silencio; nadie le respondió una palabra, porque el rey había dado esta orden: «¡No le respondan!»
37 Después de eso, Elyaquim, hijo de Jilquiyas, el secretario Sobna y el archivero Yoás, hijo de Asaf, volvieron donde Ezequías, con sus ropas rasgadas, y le transmitieron las palabras del copero mayor.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 18
18,1

Empieza la última parte de los libros de los Reyes: la historia del único reino de Judá. La caída de Samaria y la desaparición del reino del norte alientan una renovación religiosa en el del sur.

Ezequías hizo lo recto a los ojos de Yavé (3). Es el momento en que el profeta Isaías está presente junto al rey Ezequías (716-687 antes de Cristo). Este fue uno de los reyes reforma dores.

Hizo desaparecer los Altos Lugares (4). Aquí notamos el esfuerzo de los reyes de Judá para que no hubiera otro lugar de culto que el Templo de Jerusalén. Pues en los numerosos santuarios de la provincia, se hacían celebraciones en que, ordinariamente, se mezclaban muchas prácticas paganas. Al destacar el monopolio del Templo de Jerusalén, donde sacerdotes y levitas más instruidos vigilan la pureza de la fe, Ezequías favorece la reforma de la religión.

Respecto a la serpiente de bronce que Ezequías destruyó, ver Números 21,3.

Es cierto también que numerosos levitas vinieron del norte durante los últimos días de Samaria y se refugiaron en Jerusalén. Varios de ellos habían procurado mantener la fe de Yavé y la unidad religiosa. Llevaban consigo libros sagrados y numerosas tradiciones antiguas sobre Moisés y el pasado de Israel. Este aporte iba a ser de suma importancia, tanto para la redacción de la Biblia como para la reforma de Jo sías, un siglo más tarde (2 Re 22).
18,13

. En el año 701 (antes de Cristo), Senaquerib sitia a Jerusalén, y Ezequías debe pagar un fuerte rescate para alejarlo. En ese momento se ubica la enfermedad de Ezequías, relatada en el capítulo 20.

A partir de 18,17 y hasta el fin del capítulo 19 hallamos el relato de la liberación milagrosa de Jerusalén. En realidad hay dos relatos que corresponden posiblemente a dos liberaciones sucesivas con ocasión de dos invasiones asirias.

En el 701, desde Laquis, el rey de Asur, envía a sus generales para exigirle a Ezequías que se rinda. Pero tiene que volver a su país y no puede cumplir sus amenazas. Este relato está en 18,17-19, y se concluye en 19,36-37.

En el 690, nueva intervención contada en 19,9-35. Esa vez «salió el ángel de Yavé y mató en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil soldados». El «ángel de Yavé» es una manera de designar cualquier acontecimiento providencial, a lo mejor una peste (Sal 76). En el momento en que la Ciudad Santa iba a caer y en que, por lo tanto, las promesas de Dios parecían fallar, algunos ratones tal vez llevan el virus mortífero: Jerusalén es liberada como lo había anunciado Isaías.

Estos dos capítulos están reproducidos casi en los mismos términos en el libro de Isaías cc. 36 y 37. Por eso, destacamos aquí solamente el relato de la primera liberación y, en Isaías 37, se destaca el de la segunda liberación.

Hagan la paz conmigo, ríndanse (31). El rey de Asiria propone la paz con esta condición: que los habitantes de Jerusalén sean desterrados. Esto significa para los judíos perder su vida nacional y religiosa, al ser dispersados en otros pueblos. También significa que se quita el poder a los descendientes de David y, según las ideas de este tiempo, Yavé ha sido vencido por los dioses del conquistador. Tal desastre sobrevendrá efectivamente un siglo y medio después, mas por ahora no está todavía maduro y es por eso que Dios va a inter venir.

Jerusalén queda inviolada, contra todas las esperanzas humanas. Es la imagen del dirigente al que han querido derribar a causa de su honradez y que se mantiene. Es el estudiante que permanece firme, a pesar de que sus compañeros se burlan de su fe. Son los jóvenes que viven puros en un ambiente sin moralidad. Es la Iglesia reducida a un escaso número de fieles y aparentemente vencida por las fuerzas políticas, pero siempre vencedora.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 19
1 Apenas oyó esas palabras, el rey Ezequías rasgó su ropa, se cubrió con un saco y se dirigió a la casa de Yavé.
2 Después mandó donde el profeta Isaías, hijo de Amós, al mayordomo de palacio Elyaquim, al secretario Sobná y a los sacerdotes más ancianos, todos iban vestidos con sacos.
3 Le dijeron: «Esto dice Ezequías: Este día es de desgracia, de castigo y de vergüenza. Los niños están a punto de nacer, pero falta fuerza para darlos a luz.
4 ¡Que Yavé tu Dios oiga todas las palabras del copero mayor al que mandó el rey de Asur, su señor, para insultar al Dios vivo! ¡Que Yavé tu Dios castigue las palabras que ha oído! y tú eleva una oración por el resto que aún queda».
5 Los servidores del rey Ezequías llegaron donde Isaías.
6 Isaías les dijo: «Transmitan a su señor esta palabra de Yavé: No tengas miedo de las palabras que oíste, de esas blasfemias que pronunciaron en mi contra los sirvientes del rey de Asur.
7 Lo voy a impresionar por una noticia que recibirá, de manera que vuelva a su país, y en su país será asesinado».
8 El copero mayor se fue y encontró al rey de Asur ocupado en atacar a Libna; el copero mayor ya sabía que el rey había dejado Laquis
9 después de haber recibido esta noticia: «Taraca, rey de Etiopía, ha salido a atacarte».
Carta del rey de Asur a Ezequías
9 Nuevamente el rey mandó mensajeros a Ezequías, diciéndoles:
10 «A Ezequías, rey de Judá, le dirán esto: Tú pones tu confianza en tu Dios y dices que Jerusalén no caerá en manos del rey de Asur, pero es cierto que te va a defraudar.
11 Oíste lo que los reyes de Asur hicieron a todos los países: los condenaron al anatema. ¿Y tú piensas que te vas a librar?
12 ¿Los dioses de las naciones que mis padres exterminaron, Gozán, Jarán, Recef y los edenitas de Tel-Basar, pudieron salvarlos?
13 ¿Dónde están los reyes de Jamat, de Arpad, de Lair, de Safarvaim, de Hena y de Ivva?»
14 Ezequías recibió la carta de manos de los mensajeros y la leyó; después se dirigió a la casa de Yavé. Allí Ezequías la desenrolló delante de Yavé,
15 e hizo esta oración: «Yavé, Dios de Israel, Dios que te sientas sobre los querubines, no hay más Dios que tú en todos los reinos de la tierra; tú hiciste el cielo y la tierra.
16 ¡Pon atención, Yavé, óyeme, abre los ojos, Yavé, y mira!
17 Es cierto, Yavé, que los reyes de Asur han arrasado las naciones paganas.
18 Echaron sus dioses al fuego, pero esos no eran dioses, sino sólo la obra de las manos del hombre, hechos de madera y de piedra; por eso los destruyeron.
19 ¡Pues bien, Yavé, Dios nuestro, líbranos ahora de su mano, te lo suplico, y así sabrán todos los reinos de la tierra que sólo tú, Yavé, eres Dios!»
Intervención de Isaías
20 Isaías, hijo de Amós, mandó a decir a Ezequías: «Esto dice Yavé, el Dios de Israel: He atendido la oración que me dirigiste acerca de Senaquerib, rey de Asur.
21 Pues bien, esta es la palabra que pronuncia Yavé contra él:
21Te desprecia, se burla de ti, la virgen hija de Sión, menea la cabeza al mirarte, la hija de Jerusalén.
2122 ¿A quién has insultado con tus blasfemias? ¿Contra quién alzaste la voz y elevaste tu mirada llena de orgullo? ¡Contra el Santo de Israel!
2123 ¡Por boca de tus emisarios insultaste al Señor! Dijiste: Con mis numerosos carros subí a las cumbres de los montes, por las faldas del Líbano. Talé el bosque de cedros y los cipreses más hermosos. Llegué hasta el más lejano de sus refugios y hasta su jardín boscoso.
2124Cavé, y bebí aguas extranjeras, y dejé secos al pasar a todos los ríos de Egipto.
2125 Pero Yavé dice: Hace mucho tiempo que tenía esto preparado, –¿no lo sa-bías? Desde días antiguos hice un proyecto que ahora estoy llevando a cabo.
21Tú tenías que convertir en ruinas ciudades fortificadas;
26 sus habitantes, de débiles manos, estaban asustados, llenos de miedo; eran como la hierba del campo, como el césped aún verde, como el musgo que crece sobre los techos, como el grano que se pasma antes de ser espiga.
2127 Pero yo sé cuando te sientas, cuando sales y cuando entras... y también cuando te irritas contra Mí.
28 Y ya que te has irritado conmigo y que ha llegado a mis oídos tu insolencia, voy a poner mi anillo en tus narices, y mi freno en tus labios y te haré volver por el camino por donde viniste.
2129 Y ésta será una señal para ti, Ezequías: este año comerán los restos de lo que se sembró; el próximo, el grano que brotó solo; pero el tercer año siembren y cosechen, planten parras y coman su fruto.
2130 Los sobrevivientes de Judá echarán raíces por abajo y darán frutos por arriba,
31 porque de Jerusalén saldrá un resto y del monte Sión, sobrevivientes. Eso será obra de Yavé Sabaot y de su celosa preocupación.
2132 Por eso, esto dice Yavé respecto al rey de Asur: No entrará en esta ciudad ni le lanzará sus flechas. No le opondrá un escudo ni la atacará con torres rodantes ni levantará un terraplén,
33 sino que se volverá por el mismo camino por donde vino.
21No entrará en esta ciudad. ¡Palabra de Yavé!
34 Protegeré a esta ciudad y la salvaré, en consideración a mí mismo y a mi servidor David”.
35 Esa misma noche salió el ángel de Yavé y dio muerte en el campamento de los asirios a ciento ochenta y cinco mil hombres. ¡A la mañana siguiente, a la hora de levantarse, sólo había cadáveres, estaban todos muertos!
36 Senaquerib, rey de Asur, se fue y se volvió para quedarse en Nínive.
37 Allí, mientras estaba postrado en la casa de su dios Nisroc, sus hijos Adramelec y Sarecer lo mataron a espada y huyeron al territorio de Ararat. En su lugar pasó a ser rey Asaradón, su hijo.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 20
La enfermedad de Ezequías
1 Por ese tiempo, contrajo Ezequías una enfermedad mortal. Fue a verlo el profeta Isaías, hijo de Amós, y le dijo: «Esto dice Yavé: Arregla las cosas de tu familia porque vas a morir. No te sanarás».
2 Entonces Ezequías dio vuelta la cara contra la pared e hizo a Yavé esta súplica:
3 «¡Oh Yavé, te lo suplico, acuérdate como he caminado delante de ti con sinceridad y con un corazón fiel! He hecho lo que es justo a tus ojos». Y Ezequías lloró y lloró mucho.
4 Todavía no salía Isaías del patio central cuando le fue dirigida la palabra de Yavé:
5 «Vuelve y di a Ezequías, el jefe de mi pueblo. Esto dice Yavé, el Dios de David, tu padre: Oí tu plegaria y vi tus lágrimas. Voy a sanarte; dentro de tres días subirás a la casa de Yavé.
6 Agregaré quince años a tu vida. Además te libraré a ti y a esta ciudad de manos del rey de Asur, protegeré esta ciudad debido a mí mismo y a mi servidor David».  
8 Ezequías dijo a Isaías: «¿Cómo estaré seguro de que Yavé me sanará y de que en tres días más subiré a la casa de Yavé? Quisiera una prueba de ello».
9 Isaías le respondió: «Esta es la prueba que te da Yavé para mostrarte que cumplirá la palabra que dijo: ¿Quieres que la sombra avance diez grados o que retroceda otro tanto?»
10 Ezequías le dijo: «No es difícil para la sombra avanzar diez grados, pero es muy distinto que la sombra retroceda diez».
11 Entonces el profeta Isaías oró a Yavé e hizo que la sombra retrocediera diez grados de los que ya había recorrido en la graduación de Ajaz.
7 Isaías dijo entonces: «Traigan una torta de higos». La trajeron y se la pusieron en la úlcera, y el rey sanó.
12 En aquel tiempo, Merodoc-Baladán, hijo de Baladán, rey de Babilonia, mandó a Ezequías unas cartas con un regalo; pues se había informado de cómo se había Ezequías sanado de su enfermedad.
13 Eze quías se sintió tan contento que mostró a los embajadores todos sus tesoros, la plata, el oro, los perfumes, el aceite perfumado, las armas, en una palabra, todo lo que se guardaba en sus almacenes. Ezequías les mostró absolutamente todo lo que había en su palacio y en sus dependencias.
14 Entonces el profeta Isaías fue a ver al rey y le dijo: «¿Qué te dijeron esos hombres? ¿De dónde vinieron a verte?» Ezequías respondió: «Vienen de un lejano país, de Babilonia».
15 Isaías le dijo: «¿Qué vieron en tu palacio?» Ezequías le respondió: «Vieron todo lo que hay en mi palacio. No quedó nada en mis almacenes que no les mostré».
16 Isaías dijo a Ezequías: «Escucha esta palabra de Yavé:
17 Llegará el día en que se llevarán a Babilonia todo lo que hay en tu palacio, todo lo que tus padres juntaron hasta el día de hoy; no quedará nada, dice Yavé.
18 Se apoderarán de tus hijos salidos de ti, los que tú engendraste, y servirán como eunucos en el palacio del rey de Babilonia».
19 Ezequías respondió a Isaías: «¡Es buena esa palabra de Yavé que acabas de pronunciar!» Pues pensaba: «¡Qué me importa, con tal que durante mi vida haya paz y tranquilidad!»
20 El resto de los hechos de Ezequías, toda su valentía, la manera como hizo la pileta y el canal para traer el agua a la ciudad, todo eso está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Judá.
21 Ezequías se acostó con sus padres y en su lugar reinó su hijo Manasés.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 21
Manasés, rey impío
1 Manasés tenía doce años cuando subió al trono y reinó cincuenta y cinco años en Jerusalén. Su madre se llamaba Hepsiba.
2 Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé, siguiendo las prácticas vergonzosas de las naciones a las que Yavé había quitado el país para dárselo a los israelitas.
3 Reconstruyó los Altos Lugares que su padre Ezequías había hecho desaparecer. Erigió un altar a Baal e hizo un poste sagrado, tal como lo había hecho Ajab, rey de Israel; se postró ante todo el ejército de los Cielos y se puso a servirlo.
4 Levantó altares en la casa de Yavé, en ese templo del cual había dicho Yavé: «Instalaré mi nombre en Jerusalén».
5 Levantó altares a todo el Ejército de los cielos en los dos patios de la casa de Yavé.
6 Ofreció a su hijo como sacrificio en el fuego, practicó la astrología y la magia, instaló brujos y adivinos, y de muchas maneras provocó la cólera de Yavé haciendo lo que es malo a sus ojos.
7 Colocó la estatua de Asera que había hecho en la Casa de la cual Yavé había dicho a David y a su hijo Salomón: «En este templo, en esta ciudad de Jerusalén que elegí entre todas las tribus de Israel, instalaré mi Nombre para siempre.
8 Si cumplen todo lo que les mandé, si practican la Ley que les ordenó mi servidor Moisés, haré que no vague más Israel lejos de la tierra que di a sus padres».
9 Pero no hicieron caso y Manasés los arrastró a hacer cosas peores aún que las hechas por las naciones que había destruido Yavé ante los israelitas.
10 Por eso declaró Yavé por boca de sus servidores los profetas:
11 »Manasés, rey de Judá, ha hecho cosas vergonzosas. Ha actuado peor aún que los amorreos que vivían antes aquí, y con sus ídolos ha hecho pecar a Judá.
12 Por lo cual, dice Yavé, Dios de Israel, voy a mandar sobre Jerusalén y Judá una desgracia tan grande que le tintinearán las orejas a quienes la oigan.
13 Arrasaré a Jerusalén tal como lo hice con Samaría, la trataré tal como a la casa de Ajab. Limpiaré a Jerusalén tal como se limpia un plato, al que lavan y luego lo ponen boca abajo.
14 Tiraré el resto de los que me pertenecen, los entregaré en manos de sus enemigos y se convertirán en la presa y el botín de todos sus enemigos.
15 Porque desde el día en que sus padres subieron desde Egipto hasta ahora, han hecho lo que es malo a mis ojos; y no han hecho más que enojarme».
16 Además del pecado que Manasés hizo cometer a Judá, haciendo lo que es malo a los ojos de Yavé, derramó hasta tal punto la sangre inocente, que Jerusalén quedó repleta de un extremo al otro.
17 El resto de los hechos de Manasés, todo lo que hizo, el pecado que cometió, todo eso está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Judá.
18 Manasés se acostó con sus padres y lo enterraron en el jardín de su casa, en el jardín de Uzza. En su lugar reinó Amón, su hijo.
Amón
19 Amón tenía veintidós años cuando subió al trono, y reinó dos años en Jerusalén; su madre era Mesulemet, hija de Jarús, de la ciudad de Yotbá.
20 Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé, tal como su padre Manasés.
21 Siguió en todo los pasos de su padre, sirvió a las basuras a las que había servido su padre y se postró ante ellas.
22 Abandonó a Yavé, el Dios de sus padres, en vez de seguir por sus caminos.
23 Los servidores de Amón conspiraron contra él y asesinaron al rey en su palacio.
24 Pero los ciudadanos dieron muerte a todos los que habían conspirado contra el rey Amón; y en su lugar pusieron como rey a Josías, su hijo.
25 El resto de los hechos de Amón, lo que hizo, todo eso está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Judá.
26 Lo enterraron en la tumba de su padre, en el jardín de Uzza, y en su lugar reinó su hijo Josías.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 21
21,1

La liberación milagrosa de Jerusalén no detuvo el curso de los acontecimientos. Ya antes de que se termine el reinado de Ezequías, el reino de Judá ha tenido que someterse al poder asirio. Esto explica en parte por qué el hijo de Ezequías, Manasés, empezó a reprimir el culto de Yavé que era el alma de la resistencia judía a los poderes extranjeros. Manasés persigue a los creyentes y promueve los cultos asirios, como había hecho Jezabel en Israel con los cultos cananeos. Fue un reino de cincuenta y cinco años durante los cuales, tanto los profetas como el pueblo fiel tuvieron que callarse o esconderse. La traición a la alianza de Yavé fue tal que, después de muerto Manasés, los profetas lo hicieron responsable de la caída de Jerusalén.

Esta experiencia trágica del pueblo de Dioso no debe sorprendernos, pues más de una vez hemos visto que los favores que pedimos a Dios y que él escuchó fueron seguidos de fracasos y de sufrimientos que no se podían esperar.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 22
Descubrimiento de la Ley
1 Josías tenía ocho años cuando subió al trono y reinó treinta y un años en Jerusalén.
2 Hizo lo que es justo a los ojos de Yavé y caminó tras las huellas de su antepasado David, no apartándose ni a derecha ni a izquierda.
3 El año décimo octavo del rey Josías, el rey mandó a la casa de Yavé al secretario Safán, hijo de Asalías, hijo de Mesulam.
4 Le dijo: «Anda a ver al sumo sacerdote Helquías. Que cuente exactamente el dinero que ha sido depositado en la casa de Yavé y que los guardias de la puerta han recibido del pueblo.
5 Que se lo pase a los que dirigen los trabajos, a los que tienen a su cargo la casa de Yavé. Estos, a su vez, se lo darán a los obreros que ejecutan las obras en la casa de Yavé y que hacen las reparaciones de la Casa,
6 a los carpinteros, a los obreros de la construcción y a los albañiles, y con él se comprará también la madera y las piedras talladas para reparar la Casa.
7 Pero no se les pida cuentas del dinero que se les entregue porque son gente honrada».
8 El sumo sacerdote Helquías dijo entonces al secretario Safán: «En la casa de Yavé encontré el Libro de la Ley». Después se lo pasó a Safán quien lo leyó.
9 El secretario Safán fue luego a ver al rey y le entregó un informe, diciéndole: «Tus servidores reunieron el dinero que estaba en la Casa y se lo entregaron a los obreros encargados de la casa de Yavé».
10 En seguida el secretario Safán comunicó la noticia al rey: «El sacerdote Hel quías, le dijo, me pasó un libro». Y Safán lo leyó en presencia del rey.
11 Cuando el rey oyó las palabras del libro, rasgó su ropa.
12 El rey dio esta orden al sacerdote Hel quías, a Ajicam, hijo de Safán, a Acbor, hijo de Micaías, al secretario Safán y a su ministro Asaías:
13 «Vayan a consultar a Yavé por mí, por el pueblo y por todo Judá respecto a las palabras de este libro que se acaba de encontrar. Yavé debe estar listo para descargar sobre nosotros toda su cólera, porque nuestros padres desobedecieron las palabras de ese libro y no pusieron en práctica todo lo que allí está escrito».
14 Entonces el sacerdote Helquías, Ajicam, Acbor, Safán y Asaías fueron donde la profetisa Julda, que era esposa de Salum, hijo de Ticva, hijo de Jarjas, el custodio de la ropería, y que vivía en el barrio nuevo de Jerusalén. Cuando la pusieron al tanto de lo sucedido,
15 les respondió: «Esto dice Yavé, Dios de Israel: Transmítan al hombre que los mandó donde mí
16 esta palabra de Yavé: «Haré que caigan sobre este lugar y sobre sus habitantes todas las desgracias anunciadas en el libro que leyó el rey de Judá.
17 Porque me abandonaron y ofrecieron incienso a otros dioses. Provocaron mi cólera con su conducta, por eso mi cólera en contra de este lugar será como un fuego que no se apaga.
18 Y al rey de Judá que los mandó a consultar a Yavé, le repetirán esta palabra de Yavé, Dios de Israel:
19 Tu corazón se ha conmovido y te has humillado delante de Yavé al oír lo que se dice en contra de este lugar y de sus habitantes, cuya suerte será espantosa, como una verdadera maldición. Rasgaste tu ropa y lloraste delante de mí y yo te he atendido, ¡oráculo de Yavé!
20 Por eso te reuniré con tus padres y te haré descender en paz a la tumba, para que no veas todas las desgracias que acarrearé sobre este lugar». Le llevaron al rey esa respuesta.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 22
22,2

Caminó tras las huellas de su antepasado David. En los últimos días del reino de Judá, un rey «semejante a David» va a dedicarse a una renovación de la fe y de la alianza de Yavé, y a una reconquista del territorio de los antepasados.

Muertos los reyes perseguidores, los fieles despiertan lentamente. En el año 622 antes de Cristo, el descubrimiento casual de la «Ley» sacude el reino.

En la casa de Yavé encontré el Libro de la Ley (8). Durante los reinados precedentes, los libros sagrados habían sido olvidados o escondidos. Lo que se descubrió fue seguramente lo esencial del Génesis, del Exodo y del Deuteronomio. Este último se debía principalmente a los levitas y sacerdotes que llegaron del norte a la caída de Samaria. Insistía sobre la fidelidad a la alianza de Yavé, afirmando sin vacilar que éste era asunto de vida o muerte para el pueblo de Dios.

Se puede notar el impacto de la palabra sagrada. Desde ese momento, Josías (que tiene entonces veintiséis años) se dedica antes que nada a modelar su vida y la de su pueblo sobre las exigencias de la Ley. Se da cuenta que la protección de Yavé es lo único que puede salvar a su pueblo frente a las grandes naciones. La descripción de todo lo que hubo de destruir da una idea de la ola de paganismo que, en tiempo de Manasés, lo había sumergido todo.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 23
La reforma de Josías
1 El rey cursó una invitación, y todos los ancianos de Judá y de Jerusalén se congregaron junto a él.
2 Subió a la casa de Yavé, acompañado de todos los hombres de Judá, de todos los habitantes de Jerusalén, de los sacerdotes y de los profetas, de todo el pueblo, desde el más chico hasta el más grande. Delante de ellos leyó todas las palabras del Libro de la Alianza que había sido encontrado en la casa de Yavé.
3 El rey estaba de pie en el estrado, y en presencia de Yavé, renovó la alianza: Se comprometió a seguir a Yavé, a observar sus mandamientos, sus órdenes y sus preceptos, con todo su corazón y con toda su alma. Se comprometió a respetar las palabras de esa alianza tal como estaban escritas en ese libro, e hizo que todo el pueblo se comprometiera con la Alianza.
4 El rey ordenó al sumo sacerdote Helquías, al sacerdote que lo seguía en jerarquía y a los guardias de la puerta, que echaran fuera de la casa de Yavé todos los objetos que ha bían sido hechos para Baal, para Asera y para todo el ejército de los cielos. Mandó quemarlos fuera de Jerusalén en una hoguera, en el Cedrón y las cenizas las llevaron a Betel.
5 Acabó con los falsos sacerdotes que habían instaurado los reyes de Judá y que ofrecían incienso en los Altos Lugares, en las ciudades de Judá y en los alrededores de Jerusalén. También acabó con los que ofrecían incienso a los Baales, al sol, a la luna, a las estrellas y a todo el ejército de los cielos.
6 Sacó de la casa de Yavé la Asera, la botó fuera de Jerusalén, en el valle del Cedrón, y allí la mandó quemar y reducirla a cenizas, después tiró sus cenizas a la fosa común.
7 Demolió las casas de los homosexuales sagrados que había en la casa de Yavé, y en donde las mujeres tejían velos para la Asera.
8 Llamó a todos los sacerdotes de las ciudades de Judá; profanó los Altos Lugares donde esos sacerdotes ofrecían incienso, desde Guebá hasta Berseba. Demolió el Alto Lugar de las puertas, que estaba a la entrada de la Puerta de Josué, gobernador de la ciudad, a la izquierda de la entrada a la ciudad.
9 Esos sacerdotes de los Altos Lugares no tuvieron acceso al altar de Yavé en Jerusalén, conformándose con comer panes sin levadura en medio de sus hermanos.
10 Josías destruyó el fogón del valle de Ben-Hinón, para que nadie más pudiese sacrificar en el fuego a su hijo o a su hija en honor a Molec.
11 Eliminó los caballos que los reyes de Judá habían consagrado al sol, y que estaban a la entrada de la casa de Yavé, cerca de la habitación del eunuco Netán-Melec, (la que estaba dentro de las dependencias) y echó al fuego el carro del sol.
12 El rey derribó también y redujo a polvo los altares que habían sido instalado por los reyes de Judá en la terraza del segundo piso de Ajaz, y los altares que había puesto Manasés en los dos patios de la casa de Yavé. Tiró el polvo al torrente del Cedrón.
13 El rey destruyó también los Altos Lugares que había frente a Jerusalén, al sur del cerro de los Olivos. Estos habían sido construidos por Salomón, rey de Israel en honor de Astarté, la inmundicia de los sidonios, de Quemós, la inmundicia de los moabitas, y de Milcom, la vergüenza de los amo neos.
14 También rompió las piedras paradas, hizo cortar los postes sagrados y rellenó el lugar con huesos humanos.
15 Demolió el altar que había en Betel, el Alto Lugar construido por Jero boam, hijo de Nabat, quien había arrastrado a Israel en su pecado. Demolió ese Alto Lugar, partió las piedras y las redujo a polvo, después de lo cual quemó el poste sagrado.
16 Al darse vuelta Josías vio tumbas cavadas en los cerros. Mandó buscar los huesos de esas tumbas y los quemó en el altar para profanarlo; así se cumplió la palabra de Yavé que un hombre de Dios había proclamado un día de fiesta, cuando Jeroboam ofrecía sacrificios en el altar. Al mirar de nuevo, se fijó Josías en la tumba del hombre de Dios que había proclamado esas palabras.
17 Preguntó entonces: «¿A quién pertenece ese mausoleo que veo allá abajo?» La gente de la ciudad respondió: «Es la tumba del hombre de Dios que vino de Judá para anunciar lo que acabas de hacer con el altar de Betel».
18 El rey les dijo: «¡Déjenlo, que nadie toque sus huesos!» Se respetaron pues sus huesos, como también los del profeta que habían venido de Samaría.
19 Josías hizo desaparecer todas las casas de los Altos Lugares que los reyes de Israel habían instalado en las ciudades de Samaría y que habían provocado la cólera de Yavé. Las trató igual como lo hizo con Betel.
20 Mandó a ejecutar en sus altares a todos los sacerdotes de los Altos Lugares que estaban allí; mandó quemar allí huesos humanos y después regresó a Jerusalén.
21 El rey ordenó a todo el pueblo: «Celebren la Pascua en honor de Yavé su Dios, de acuerdo a lo que está escrito en el libro de la Alianza».
22 No se había celebrado nunca una Pascua como ésa, desde la época de los jueces, durante todo el tiempo de los reyes de Judá y de Israel.
23 Hubo que esperar el año décimo octavo del rey Josías para que se celebrara en Jerusalén una Pascua como ésa.
24 Josías barrió con los hechiceros y los adivinos, los ídolos y las basuras, en una palabra, con todos los horrores que se veían en el territorio de Judá y en Jerusalén. De esa manera puso en práctica las palabras de la Ley que estaban escritas en el libro que había encontrado el sacerdote Helquías en la casa de Yavé.
25 Ningún rey antes que él se había vuelto hacia Yavé con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas, estando totalmente de acuerdo con la Ley de Moisés, como lo hizo él, y como él no surgió ningún rey posterior.
26 A pesar de eso no se le pasó a Yavé su gran enojo contra Judá a causa de todas las acciones de Manasés que lo habían escandalizado.
27 Por eso Yavé declaró: «También echaré lejos de mí a Judá, tal como lo hice con Israel. Ya no tomaré en consideración a Jerusalén, esa ciudad que había elegido, ni a la Casa de la que había dicho: allí estará mi Nombre».
28 El resto de los hechos de Josías, todo lo que hizo, está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Judá.
29 En ese tiempo, el faraón Necao, rey de Egipto, llevó a cabo una expedición hasta el Eufrates para combatir con el rey de Asur. El rey Josías salió a enfrentarlo, pero Necao dio orden de matarlo en cuanto lo vio.
30 Sus servidores trajeron su cuerpo en carro desde Meguido y lo llevaron a Jerusalén donde lo sepultaron en su tumba; luego el pueblo eligió a Yoa caz, hijo de Josías, lo consagraron y lo instalaron como rey en lugar de su padre.
31 Yoacaz tenía veintitrés años cuando subió al trono y reinó tres meses en Jerusalén. Su madre era Jamutal, hija de Jeremías, de Libna.
32 Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé, tal como lo habían hecho sus antepasados.
33 En Ribla, en el territorio de Jamat, el faraón Necao lo mandó encadenar, poniendo fin a su reinado en Jerusalén; después impuso al país un tributo de cien talentos de plata y diez talentos de oro.
34 El faraón Necao instaló como rey a Eliaquim, hijo de Josías, en lugar de su padre Josías y le cambió el nombre por el de Joaquim. Después de eso se llevó a Yoacaz a Egipto, donde murió.
35 Joaquim entregó al faraón el oro y la plata, pero para entregar al faraón la suma exigida tuvo que gravar al país con impuestos. Le descontó a cada cual, de acuerdo a su fortuna, la plata y el oro que debía al faraón Necao.
36 Joaquim tenía veinticinco años cuando subió al trono y reinó once años en Jerusalén; su madre era Zebida, hija de Pedraías, de Ruma.
37 Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé, tal como lo habían hecho sus antepasados.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 23
23,15

Josías, aprovechando la decadencia del imperio asirio, acababa de conquistar una parte del país de Israel del norte que desde un siglo atrás era provincia asiria. Ahí también va a destruir todos los santuarios, ídolos y costumbres que ofenden las exigencias de Yavé.

Durante unos pocos años, los profetas creyeron que no se cumplirían las tan frecuentes amenazas de Yavé, que anunciaban la destrucción total de Israel. Aún ven en la reconquista el anuncio de los tiempos felices en que el Mesías reunirá a Judá e Israel en un solo pueblo con una sola alianza (Jer 31,31).
23,28

Josías, el rey reformador, muere víctima de un error político. Desde siglos atrás, Israel estaba estrechado entre Egipto y Asiria, siendo esta última la nación más brutal y cruel de ese tiempo. Cuando, en esos años, Babilonia empezó a destruir el poder asirio, el Faraón, inquieto ante el dinamismo de este nuevo «grande», quiso ayudar a la debilitada Asiria, olvidando su antigua rivalidad.

Josías no quiso permitírselo: la conciencia judía anhelaba la destrucción de la «nación cruel» (ver las profecías de Nahúm). ¿Cómo Dios pudo permitir la muerte de Josías, el rey santo y reformador? Este fue tal escándalo para la conciencia judía que el autor de este libro prefiere callarse. Mucho más tarde, se tratará de justificar el fin trágico de Josías por una falta suya (2 Crón 35,21). Su muerte inspira en parte la gran profecía de Zac 12,10 y el nombre de Meguido pasará a ser en la Biblia símbolo de maldición (Ap 16,16).
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 24
Sitio y toma de Jerusalén por los caldeos
1 Por ese entonces, Nabucodonosor, rey de Babilonia, invadió el país, y durante tres años Joaquim estuvo sometido a aquél, pero luego se rebeló.
2 Yavé envió contra Joaquim a bandas de caldeos, de arameos, de moabitas y de amoneos, las mandó contra Judá para hacerlo desaparecer, según la palabra que había dicho Yavé por boca de sus servidores los profetas.
3 Todo eso pasó por orden de Yavé. El quería apartar a Judá lejos de sí a causa de los pecados de Manasés,
4 pero también a causa de la sangre inocente, derramada de tal forma en Jerusalén que ésta se había repletado de ella. Yavé ya no quería perdonar.
5 El resto de los hechos de Joaquim, todo lo que hizo, está escrito en el Libro de las Crónicas de los reyes de Judá.
6 Joaquim se acostó con sus padres, y en su lugar reinó Joaquín, su hijo.
7 El rey de Egipto no salió más fuera de sus fronteras, porque el rey de Babilonia se había apoderado de todo lo que pertenecía al rey de Egipto, desde el torrente de Egipto hasta el río Eufrates.
Primera deportación
8 Joaquín tenía dieciocho años cuando subió al trono y reinó tres meses en Jerusalén; su madre era Nejusta, hija de Elnatán de Jerusalén.
9 Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé tal como su padre.
10 En ese tiempo, los hombres de Nabucodonosor, rey de Babilonia, marcharon contra Jerusalén y sitiaron la ciudad.
11 Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó para atacar la ciudad mientras sus hombres la sitiaban.
12 Joaquín, rey de Judá, salió para rendirse al rey de Babilonia junto con su madre, sus servidores, sus jefes y sus eunucos; el rey de Babilonia lo tomó prisionero el año ocho de su reinado.
13 Sacó todos los tesoros de la casa de Yavé y los tesoros del palacio real. Rompió todos los objetos de oro que Salomón, rey de Israel, había hecho para la casa de Yavé, tal como Yavé lo había predicho.
14 Desterró a todo Jerusalén, a todos los jefes y a todos los militares: en total, diez mil desterrados, contando a todos los herreros y cerrajeros; del pueblo sólo dejó a la gente humilde.
15 Desterró a Joaquín a Babilonia; mandó desterrados a Babilonia a la madre del rey, a sus mujeres, a sus eunucos y a las personas importantes del país.
16 El rey de Babilonia mandó desterrados a Babilonia a siete mil hombres que servían: mil herreros y cerrajeros y todos los hombres que podían portar armas.
17 El rey de Babilonia puso como rey, en lugar de Joaquín, a su tío Matanía, al que cambió el nombre por el de Sedecías.
18 Sedecías tenía veintiún años cuando subió al trono y reinó once años en Jerusalén; su madre era Jamital, hija de Jeremías, de Libna.
19 Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé, tal como lo había hecho Joaquim.
20 Entonces la cólera de Yavé dirigió los acontecimientos para que al final echara lejos de sí a Jerusalén y a Judá: Sedecías se rebeló contra el rey de Babilonia.

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Comentarios Segundo Libro de los Reyes, capítulo 24
24,8

La destrucción del reino de Judá se hace en dos etapas:

— 598 antes de Cristo. Acaba de morir Joaquim. En la ciudad sitiada, su hijo Joaquín se rinde. Primer destierro a Babilonia de las élites del país. Los caldeos (los hombres de Babilonia) imponen a Sedecías como rey.

— 587. Sedecías se rebela contra los cal deos; éstos vienen a destruir Jerusalén, y su Templo. Segundo destierro a Babilonia.

La Biblia afirma que esta destrucción, como la de Samaria, no habría sucedido, porque Dios es fiel a su alianza, sin una acumulación de faltas y rebeldías. Hasta los últimos momentos, todo podía salvarse si el rey Sedecías hubiera escuchado las advertencias del profeta Jeremías (Jer 38).

Por otra parte, contra toda esperanza, la nación judía va a renacer de sus cenizas setenta años después de su destrucción. La historia nos muestra que los grandes imperios, heteos, asirios, caldeos, desaparecieron definitivamente; solamente se encuentran sus estatuas en los museos y sus archivos desenterrados después de treinta siglos de total olvido. Al contrario, el pueblo de Judá volverá a su tierra. Purificado por la prueba y alentado por los profetas, volverá en busca de una nueva alianza con su Dios, más sincera e interior. Volverá del destierro guiado por Zorobabel, descendiente del rey Joaquín y antepasado de Jesús.
Segundo Libro de los Reyes (2Re) Capítulo 25
Los caldeos toman y destruyen Jerusalén
1 El noveno año del reinado de Sedecías, el décimo día del décimo mes, Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó a Jerusalén con todo su ejército. Acamparon frente a la ciudad y cavaron trincheras en todo su derredor;
2 estuvo sitiada hasta el undécimo año de Sedecías.
3 El nueve del cuarto mes, era tal el hambre en la ciudad que ya no había más pan para la población.
4 Abrieron entonces un boquete en el muro y, de noche, huyeron todos los soldados por la Puerta-entre-las-dos-murallas que da al jardín del rey, y tomaron el camino del desierto.
5 El ejército de los caldeos se lanzó en persecución del rey; lo alcanzaron en la llanura de Jericó y toda su tropa se dispersó.
6 Apresaron al rey y lo llevaron a Ribla donde el rey de Babilonia, quien lo sometió a juicio.
7 El rey de Babilonia mandó degollar a los hijos de Sedecías ante sus propios ojos, luego le sacó los ojos y lo llevó encadenado a Babilonia con una doble cadena de bronce.
8 El siete del quinto mes, Nebuzaradán, jefe de los guardias y oficial del rey de Babilonia, entró a Jerusalén. Era el décimo noveno año de Nabucodonosor, rey de Babilonia.
9 Quemó la casa de Yavé, el palacio real y todas las casas de Jerusalén.
10 Las tropas caldeas que acompañaban al jefe de los guardias demolieron la muralla que rodeaba a Jerusalén.
11 Nebuzaradán, jefe de los guardias, desterró al resto de la población: a los que habían quedado en la ciudad, a los que habían desertado para pasarse al lado del rey de Babilonia y al resto de los artesanos.
12 El jefe de los guardias sólo dejó a la gente humilde del país para que trabajaran como viñateros y labradores.
Saqueo de Jerusalén y segunda deportación
13 Los caldeos rompieron las columnas de bronce de la casa de Yavé, las bases y el Mar de bronce que había en la casa de Yavé y se llevaron todo ese bronce a Babilonia.
14 También se llevaron los calderos, las paletas, los cuchillos, las copas y todos los objetos de bronce que se usaban para el culto.
15 El jefe de los guardias se apoderó también de los incensarios y de las vasijas, de todo lo que era de oro y plata.
16 Las dos columnas, el Mar de bronce y sus bases, que había hecho Salomón para la casa de Yavé, todo eso equivalía a una cantidad incalculable de bronce.
17 Pues, la altura de cada columna era de cinco metros, encima de ella iba puesto un capitel de bronce, cuya altura era de un metro y medio. Además estaban la red y las granadas que rodeaban al capitel, que eran también de bronce; ambas columnas eran iguales.
18 El jefe de los guardias tomó preso a Seraías, el primero de los sacerdotes, a Sefanías, su segundo y a los tres guardias de las puertas.
19 También tomó presos a un eunuco de la ciudad que estaba encargado de la gente del ejército, a cinco hombres del servicio privado del rey que estaban en la ciudad, al secretario del jefe del ejército, encargado del reclutamiento de los ciudadanos, y a sesenta ciudadanos más que estaban entonces en la ciudad.
20 Nebuzaradán, jefe de los guardias, los arrestó y los mandó a Ribla donde el rey de Babilonia.
21 El rey de Babilonia los condenó a muerte en Ribla, en el territorio de Jamat. De ese modo fue desterrado Judá lejos de su tierra.
Godolías, gobernador de Judá
22 Nabucodonosor, rey de Babilonia, había dejado a una parte de la población de Judá en el país; puso como gobernador a Godolías, hijo de Ajiam, hijo de Safán.
23 Cuando los jefes del ejército y sus hombres supieron que el rey de Babilonia había puesto como gobernador a Godo lías, fueron a Mispá a verlo; eran Ismael, hijo de Netanías, Yojanán, hijo de Careaj, Seraías, hijo de Tanjumet que era de Netofa y Jazanías del territorio de Maacá. Fueron donde él junto con sus tropas.
24 Godolías les declaró con juramento a ellos y a sus hombres: «No tengan miedo de los caldeos, quédense en el país, sirvan al rey de Babilonia y no les pasará nada».
25 Pero al séptimo mes, Ismael, hijo de Netanías, hijo de Elisama, que pertenecía a la familia real, llegó con diez de sus hombres y dio muerte a Godolías y a los judíos y caldeos que estaban con él en Mispá.
26 Entonces todo el pueblo, desde el más chico hasta el más grande, huyeron a Egipto, junto con los jefes del ejército, por miedo a los caldeos.
27 El trigésimo séptimo año de la deportación de Joaquín, rey de Judá, el duódecimo mes, el día veintisiete del mes, Evil- Merodoc, rey de Babilonia, indultó a Joaquín, rey de Judá, y lo sacó de la prisión. Evil-Merodoc, que había subido al trono ese año,
28 trabó amistad con Joaquín y puso el trono de éste encima de los tronos de los otros reyes deportados igual que él a Babilonia.
29 Le quitó sus ropas de prisionero, y en adelante, hasta el fin de la vida de Joaquín, comió éste en la mesa del rey.
30 Su manutención fue asegurada constantemente por el rey de Babilonia, día tras día, hasta el fin de su vida.