La Biblia Latinoamericana
作者:神与人
Baruc (Bar)
Introducción Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3
Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6  
Baruc (Bar) Introducción
Este librito fue puesto bajo el nombre de Baruc, el “secretario” del rey Joaquim, que se hizo discípulo y secretario del profeta Jeremías (Jer 36; 45,1). De hecho es una obra tardía, compuesta probablemente un siglo antes de nuestra era, en la que se han reunido algunas piezas dirigidas a los judíos dispersos fuera de Palestina. Ver al respecto la introducción a Tobías, p.1093.
El primer punto sobre el que había que insistir era su condición de extranjeros: no debían acostumbrarse ni dejarse asimilar. Por eso se les pone aquí oraciones de los judíos deportados a Babilonia seis siglos antes: ellos también serán espiritualmente exiliados.
Una primera parte (1,1—3,8) es una oración de penitencia. Sostiene que las tragedias del pasado fueron consecuencia de las faltas a la Ley y pide a Dios que mantenga las promesas hechas a su pueblo: al final, lo reunirá.
Una segunda parte trae dos poemas. El primero (3,9—4,4) se inspira en los textos de Job 38, Pro 8,20-36 y Sir 24,23. Es un llamado a escuchar la Ley, la única revelación de la sabiduría divina. El segundo (4,5—5,9) traza el camino que Dios ofrece a su pueblo exiliado en tierra extranjera. Después de haber sido despreciado, verá el castigo de sus enemigos, y Jerusalén será la luz de las naciones. Aquí se copian textos de Is 60-62.
El libro de Baruc existe sólo en griego. En la Biblia de los Setenta no comprende más que estas dos primeras partes, pero va seguido por una “Carta de Jeremías” que estaba dirigida a los mismos lectores y que las Biblias católicas han incluido comúnmente en el libro de Baruc del cual forma el capítulo 6.
Baruc (Bar) Capítulo 1
Oración de los desterrados
1 Estas son las palabras del libro de Baruc, hijo de Nerías, descendiente de Maasías, de Sedecías, de Sedeí, de Helcías.
2 Lo escribió en Babilonia el año quinto, el día siete del mes, desde que los caldeos se apoderaron de Jerusalén y la incendiaron.
3 Baruc leyó las palabras de este libro en presencia de Jeconías, hijo de Joaquim, rey de Judá, y delante de todo el pueblo que acudía a oírlas.
4 Estaban todos los personajes de la familia real, los ancianos y el pueblo, desde el más pequeño hasta el más grande, cuantos habitaban en Babilonia junto al río Sud.
5 Entonces lloraron, ayunaron y rezaron
6 e hicieron una colecta de dinero, de acuerdo a las posibilidades de cada uno.
7 Enviaron a Baruc a Jerusalén, hacia Joaquim, hijo de Helcías, hijo de Salón, sacerdote, a los sacerdotes y a todo el pueblo que se hallaba con él en Jerusalén.
8 Antes de partir, el día diez del mes de Siván, había tomado los vasos del Templo del Señor que habían sido robados, para devolverlos a la tierra de Judá. Eran los vasos de plata que había hecho Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá,
9 cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, aprisionó a Jeconías y a los príncipes, a todos los ricos y al pueblo y los llevó de Jerusalén a Babilonia.
10 Y les dijeron: «Les mandamos dinero para que compren holocaustos y ofrendas por el pecado e incienso, y para que ofrezcan sacrificios en el altar del Señor nuestro Dios,
11 rueguen por la vida de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y por la vida de Baltasar, su hijo, para que en todo tengan éxito. Así el Señor nos concederá a nosotros fortaleza y salud,
12 viviremos bajo la protección de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y de su hijo Baltasar, los serviremos por largo tiempo y nos tratarán bien.
13 Rueguen también por nosotros al Señor, nuestro Dios, porque lo hemos ofendido y hasta el día de hoy el enojo y la cólera del Señor no se han apartado de nosotros.
14 Finalmente, lean este libro que les mandamos para que sea leído en el Templo del Señor en día de fiesta y en los días que conviene.
15 Dirán: Que todos reconozcan la justicia del Señor, nuestro Dios. En cambio, a nosotros nos corresponde la vergüenza y también a los habitantes de Judá y de Jerusalén,
16 a nuestros reyes y nuestros príncipes, a nuestros sacerdotes, nuestros profetas y nuestros padres,
17 porque hemos pecado delante del Señor.
18 Le hemos desobedecido, no hemos escuchado su voz ni hemos caminado de acuerdo con las órdenes que el Señor nos puso delante.
19 Desde el día en que el Señor sacó a nuestros padres de Egipto hasta hoy, hemos sido desobedientes con él y nos hemos rebelado en vez de escuchar su voz.
20 Por eso, nos sobrevinieron calamidades y la maldición que el Señor dijo a su siervo Moisés el día en que sacó a nuestros padres de Egipto para darnos una tierra que destila leche y miel. Vivimos entre desgracias hasta el día de hoy.
21 No escuchamos la voz del Señor, según lo que decían los profetas que nos envió;
22 y todos nos fuimos, según las inclinaciones de nuestro perverso corazón, a servir a otros dioses y a hacer lo que desagrada al Señor.
Baruc (Bar) Capítulo 2
1 Por eso, el Señor cumplió la pala- bra que había pronunciado en contra nuestra, contra nuestros gobernantes que gobernaron a Israel, contra nuestros reyes y nuestros jefes, tanto en Israel como en Judá.
2 Bajo la inmensidad del cielo jamás se produjo nada semejante a lo que él hizo en Jerusalén, de acuerdo a lo que está escrito en la Ley de Moisés:
3 llegamos a comer la carne de nuestros hijos e hijas.
4 Además, nos sometió al poder de todas las naciones que nos rodean, para que fuéramos maldecidos y humillados entre los pueblos de los alrededores en que el Señor nos dispersó.
5 Fuimos sometidos en vez de dominar, porque habíamos ofendido al Señor, al no escuchar su voz.
6 Que todos reconozcan la justicia del Señor, pero nosotros hoy y nuestros padres no merecemos sino vergüenza. Todas estas calamidades que nos han sobrevenido,
7 el Señor las había pronunciado en contra nuestra.
8 No hemos suplicado al Señor para que nos hiciera volver de nuestros perversos pensamientos.
9 Entonces el Señor mandó estas calamidades sobre nosotros, porque es justo en todo lo que nos manda hacer,
10 y nosotros no escuchamos su voz, que nos mandaba caminar según sus órdenes.
11 Y ahora, Señor, Dios de Israel, tú que sacaste a tu pueblo de Egipto con firme mano, con señales y milagros, con gran poderío y brazo fuerte, haciendo así famoso tu Nombre hasta el día de hoy,
12 hemos pecado, hemos sido impios e injustos, Señor, descuidando todos tus mandamientos.
13 Que tu cólera se aparte de nosotros, puesto que quedamos poquísimos entre las naciones en que nos dispersaste.
14 Señor, escucha nuestra oración y nuestra súplica, líbranos por tu honor y concédenos el favor de los que nos desterraron.
15 Que la tierra entera sepa que tú eres el Señor, Dios nuestro, ya que Israel y su raza lleva tu Nombre.
16 Señor, mira desde tu santa Morada y piensa en nosotros, inclina tu oído y escucha.
17 Señor, abre los ojos y considera: no son los muertos que yacen en el sepulcro, los que celebrarán tu justicia y tu gloria después que se les arrebató el aliento del pecho;
18 más bien te celebrará el alma llena de aflicción del que camina inclinado y sin fuerzas, con los ojos desfallecidos y el alma hambrienta. Esos reconocerán tu gloria y justicia, Señor.
19 Nosotros no nos apoyamos en los méritos de nuestros padres y de nuestros reyes para depositar nuestra súplica en tu presencia, Señor Dios.
20 Porque tú mandaste sobre nosotros tu cólera y tu furor, como lo habías declarado por el ministerio de tus servidores los profetas, en estos términos:
21 Así habla el Señor: “Sométanse y sirvan al rey de Babilonia; entonces permanecerán en el país que di a sus padres.
22 Pero si ustedes no escuchan la invitación del Señor de servir al rey de Babilonia,
23 haré cesar en las ciudades de Judá y en Jerusalén el canto de gozo y de alegría, el canto del esposo y de la esposa, y todo el país llegará a ser una desolación, sin habitantes.”
24 Pero nosotros no escuchamos tu invitación de servir al rey de Babilonia; entonces tú cumpliste las palabras que habías pronunciado por ministerio de tus siervos los profetas: los huesos de nuestros reyes y los de nuestros padres serían sacados de su lugar.
25 Y fueron expuestos al calor del día y al frío de la noche, después que murieron en medio de terribles miserias: hambre, espada y peste.
26 Y de esta casa que lleva tu Nombre tú hiciste lo que hoy vemos, a causa de la maldad de la gente de Israel y de la gente de Judá.
27 Sin embargo, Señor, has obrado con nosotros según toda tu indulgencia y tu inmensa ternura,
28 como lo habías declarado por ministerio de tu servidor Moisés el día en que tú le mandaste que escribiera la Ley en presencia de los hijos de Israel, en estos términos:
29 “Si no escuchan mi voz, con toda seguridad esta inmensa y ruidosa muchedumbre será reducida a un pequeño número entre las naciones donde los dispersaré,
30 porque sé que no me escucharán; es un pueblo de cabeza dura.
30 Pero en el país de su destierro entrarán en sí mismos
31 y conocerán que yo soy el Señor su Dios. Les daré un corazón y unos oídos que escuchen
32 y me alabarán en el país de su destierro y se acordarán de mi nombre;
33 se arrepentirán de su cabeza dura y de sus malas acciones, recordando la suerte de sus padres, que pecaron delante del Señor.
34 Entonces los devolveré al país que con juramento prometí a sus padres, Abraham, Isaac y Jacob, y lo poseerán; ahí los multiplicaré y ya no serán disminuidos;
35 con ellos estableceré una alianza eterna, seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Yo no arrojaré más a mi pueblo Israel del país que les di.”
Baruc (Bar) Capítulo 3
1 Señor todopoderoso, Dios de Israel, un alma angustiada, un espíritu turbado es quien te clama.
2 Señor, escucha y apiádate, porque hemos pecado contra ti.
3 Tú reinas para siempre, y nosotros perecemos para siempre, Señor todopoderoso.
4 Dios de Israel, escucha, pues, la súplica de los muertos de Israel. Somos los hijos de los que pecaron en contra de ti y no escucharon la voz del Señor, su Dios; de ahí las calamidades que se nos han apegado.
5 No te acuerdes de las injusticias de nuestros padres, sino acuérdate en esta hora de tu poder y de tu Nombre.
6 Sí, tú eres el Señor, nuestro Dios, y nosotros queremos alabarte, Señor.
7 Por eso, pusiste en nuestros corazones tu temor para que invoquemos tu Nombre. Queremos alabarte en nuestro destierro, ya que hemos alejado de nuestro corazón toda la malicia de nuestros padres que pecaron delante de ti.
8 Aquí estamos, todavía hoy, en este destierro en que nos dispersaste para ser despreciados, maldecidos y condenados, después de todas las faltas de nuestros padres que se alejaron del Señor Dios nuestro.»
¿Quién encontró la sabiduría?
9 Escucha, Israel, los mandatos de la vida,
9 pon atención para que puedas discernir.
10 Israel, ¿por qué moras en tierra de enemigos?
10 y envejeces en un país extraño
11 donde te manchas con hombres impuros,
11 y te cuentan entre los que van al abismo?
12 Es que dejaste la fuente de la sabiduría.
13 Si hubieras seguido el camino de Dios,
13 sería la paz tu morada para siempre.
14 Aprende dónde está la prudencia,
14 la fuerza y la inteligencia,
14 para saber dónde están vida y largos días,
14 tiempos alegres y paz.
15 ¿Quién ubicará la sabiduría
15 y entrará a la bodega de sus tesoros?
16 ¿Dónde están ahora los soberanos
16 que dominaban hasta las bestias del campo
17 y jugaban con las aves del cielo,
18 los que acumulaban plata y oro,
18 y la gente les tenía respeto
18 Nunca se cansaban de acumular la plata
18 y sabían el arte de aprovecharla:
18 ¿quién podrá contar todas sus obras?
19 Desaparecieron, bajaron al lugar de los muertos
19 y otros tomaron sus puestos.
20 Una nueva generación goza la luz
20 y ocupa la tierra,
20 que tampoco sabe los caminos de la sabiduría.
21 No han encontrado sus senderos
21 ni han dado con ella,
21 y sus hijos se han extraviado.
22 De ella no se oyó en Canaán
22 ni fue vista en Temán.
23 No la encontraron los árabes inquietos,
23 los mercaderes de Madián y Temán,
23 los autores de fábulas ni los filósofos;
23 no conocieron el camino de la sabiduría
23 ni descubrieron sus senderos.
24 ¡Oh Israel, qué grande es la casa de Dios
24 y el lugar de su dominio!
25 Alto y ancho, no tiene límites ni medidas.
26 Allí nacieron los antiguos y famosos gigantes,
26 fuertes y entendidos en el arte de la guerra,
27 pero Dios no los eligió
27 ni les enseñó el camino de la sabiduría.
28 Murieron por carecer de prudencia,
28 perecieron por su locura.
29 ¿Quién fue al cielo y la trajo?
29 ¿Quién la bajó desde las nubes?
30 ¿Quién atravesó el mar y la encontró?
30 ¿Quién la comprará a precio de oro?
31 No hay quién conozca su camino,
31 nadie imagina sus senderos.
32 La conoce el que todo lo sabe,
32 la descubrió con su inteligencia
32 el que arregló la tierra para siempre,
32 y la llenó de animales.
33 El que envía la luz, y la luz llega,
33 el que la llama y vuelve temblorosa:
34 por él se enciendan los astros, llenos de gozo,
34 y cada uno en su puesto vela sobre la noche.
35 Los llama él y responden: ¡Aquí estamos!
35 Y brillan alegres a su Creador.
36 Este es nuestro Dios,
36 ningún otro se puede comparar a él.
37 Recorrió todos los caminos de la ciencia,
37 y se la dio a su servidor Jacob,
37 a los hijos de Israel, sus predilectos.
38 Después apareció la sabiduría en la tierra
38 y vino a convivir con los hombres.

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Comentarios Baruc, capítulo 3
3,9

Ese poema recuerda en algunas partes el capítulo 28 de Job.

Su autor se dirige a creyentes muy impresionados por la cultura y la riqueza material de los paganos en medio de los cuales viven. Les recuerda que la sabiduría auténtica del hombre no es el puro conocimiento técnico, ni el arte de ganar dinero, ni la pura reflexión humana. La sabiduría es saber qué se propone Dios al crear este mundo, qué es lo que Dios pide al hombre.

El judío creyente tenía en las palabras de Dios, en su «Ley», la sabiduría verdadera. El cristiano a su vez sabe que la sabiduría que rige el universo no es otra que la que se manifestó en las palabras y la persona de Jesús.
Baruc (Bar) Capítulo 4
1 Ella misma es el libro de los man- damientos,
1 y la Ley de Dios que permanece para siempre.
1 Todos los que la conservan alcanzarán la vida;
1 pero los que la abandonan, morirán.
2 Vuelve, Jacob, y abrázala,
2 camina hacia la gloria a la claridad de su luz.
3 No cambies por la de otro pueblo
3 la sabiduría que sólo tú tienes.
4 ¡Felices somos, Israel,
4 pues sabemos nosotros lo que gusta al Señor!
Consuelo para Jerusalén
5 Valor, pueblo mío, tú que conservas el nombre de Israel.
6 Fuiste vendido a las naciones, pero no para tu destrucción. Por haber provocado la cólera de Dios fuiste entregado a tus enemigos.
7 porque irritaste a tu Creador ofreciendo sacrificios a los demonios y no a Dios.
8 olvidaste al Dios eterno que te crió, llenaste de tristeza también a Jerusalén, tu nodriza.
9 La ciudad santa vio caer la cólera de Dios sobre ustedes, y dijo: Ciudades vecinas de Sión, escuchen, Dios me ha mandado un gran dolor.
10 He visto el cautiverio de mis hijos y de mis hijas, a que los llevó el Eterno.
11 Yo los había criado con gozo; con llanto y tristeza los vi partir.
12 Que nadie goce en verme viuda y abandonada por tantos; sufrí la soledad por los pecados de mis hijos, porque se apartaron de la Ley de Dios.
13 Desconocieron sus preceptos, no caminaron por los caminos de sus mandamientos, ni han seguido los senderos de disciplina de su verdad.
14 Vengan las ciudades vecinas de Sión y recuerden el cautiverio de mis hijos e hijas a que el Eterno los llevó.
15 Porque él hizo venir contra ellos una nación lejana, prepotente, de lengua desconocida.
16 No respetaron al anciano ni tuvieron piedad de los niños; se llevaron al hijo único de la viuda, le quitaron sus hijas y la dejaron sola.
17 Y ahora, hijos míos, ¿cómo puedo ayudarlos?
18 El que les mandó estas calamidades los arrancará de manos de sus enemigos.
19 Vamos, hijos míos, sigan su camino. Yo me quedo abandonada y solitaria.
20 Me saqué el manto de paz y me vestí del saco de penitencia; quiero clamar hacia el Eterno mientras viva.
21 Valor, hijos míos, clamé hacia Dios; él los librará de la violencia de sus enemigos.
22 Sí, yo esperaba que el Eterno les vendría a salvar y el Santo me ha consolado; me alegro por la misericordia que pronto les mostrará.
23 Porque con lágrimas y duelo los vi partir, pero Dios me los devolverá, tendré gozo y alegría para siempre.
24 Y así como sus vecinos los han visto cautivos, así pronto verán la salvación que llega de parte de Dios cuando se manifieste la gloria inmensa y el esplendor del Eterno.
25 Hijos míos, soporten con paciencia el castigo que Dios les ha mandado. Tu enemigo te ha perseguido, pero pronto verás su ruina y pondrás tu pie sobre su cuello.
26 Mis hijos predilectos caminaron por difíciles senderos, arrebatados como un rebaño robado por el enemigo.
27 Valor, hijos míos, clamen a Dios; él, que los desterró, se acordará de ustedes.
28 Así como ustedes se alejaron de Dios, vuelvan ahora a él y búsquenlo con redoblado amor.
29 Pues él, que les envió estas calamidades, les traerá la salvación y la dicha perpetuas.
30 Jerusalén, ten valor. El que te dio tu nombre te consolará.
31 ¡Malditos sean los que te maltrataron y se alegraron de tu caída!
32 ¡Malditas sean las ciudades en que tus hijos fueron esclavos! Maldición a la ciudad que los cautivó
33 y se alegró de tu caída y estuvo feliz con tu ruina, porque se verá afligida a su vez y destruida.
34 Yo le quitaré su alegría de ciudad muy populosa, su orgullo se cambiará en duelo.
35 Por largos días caerá fuego sobre ella de parte del Eterno, será por mucho tiempo morada de demonios.
36 Jerusalén, mira al oriente y contempla la alegría que te viene de Dios.
37 Vuelven, están aquí los hijos que viste partir; vuelven reunidos de oriente y occidente a la voz del Santo, gozosos de la gloria de Dios.

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Comentarios Baruc, capítulo 4
4,36

Después de las lamentaciones de los versículos 5-35, viene este salmo de esperanza que resume los capítulos 60-62 de Isaías.
Baruc (Bar) Capítulo 5
1 Jerusalén, quítate tu vestido de duelo y desdicha y vístete para siempre con el esplendor de la gloria de Dios.
2 Reviste cual un manto la justicia de Dios, ponte como corona la gloria del Eterno;
3 porque Dios mostrará tu grandeza a todo lo que hay bajo el cielo.
4 Dios te llamará para siempre: «Paz en la justicia y gloria en el temor de Dios.»
5 Levántante, Jerusalén, ponte en lo alto, mira al oriente y ve a tus hijos reunidos del oriente al poniente por la voz del Santo, felices porque Dios se acordó de ellos.
6 Salieron a pie escoltados por los enemigos, pero Dios te los devuelve, traídos con gloria, como hijos de rey.
7 Porque Dios ha ordenado que todo cerro elevado y toda cuesta interminable sean rebajados, y rellenados los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios.
8 Hasta los bosques y todo árbol oloroso les darán sombra por orden de Dios.
9 Porque él guiará a Israel en la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolos con su misericordia y justicia.
Carta de Jeremías
9 Copia de una carta que dirigió Jeremías a los prisioneros que iban a ser deportados a Babilonia, para darles a conocer el mensaje que Dios le había encargado.
Baruc (Bar) Capítulo 6
1 «Por los pecados que han cometido en la presencia de Dios, serán llevados cautivos a Babilonia por Nabucodonosor, rey de los babilonios.
2 Llegados, pues, a Babilonia, estarán allí muchísimos años y por muy largo tiempo, hasta siete generaciones, después los sacaré de allí en paz.
3 Ahora bien, ustedes verán en Babilonia dioses de oro, de plata, de piedra y de madera, llevados a hombros, que causan un temor respetuoso a las gentes.
4 Guárdense, pues, ustedes de imitar lo que hacen los extranjeros, de modo que vengan a temerlos.
5 Cuando vean, pues, detrás y delante de ellos la turba que los adora, digan allá en su corazón: ¡Oh Señor, sólo a ti se debe adorar!
6 Porque mi Angel está con ustedes y yo mismo tendré cuidado de sus almas.
7 Puesto que la lengua de los ídolos fue pulida por el artífice, son un mero engaño, e incapaces de poder hablar aunque estén dorados y plateados.
8 Y al modo que se hace un adorno para una muchacha que gusta engalanarse, así, echando mano del oro, los adornan con esmero.
9 A la verdad, los dioses de ellos tienen puestas en la cabeza coronas de oro; oro que, después, juntamente con la plata, les arrebatan los sacerdotes a fin de gastarlo para sí mismos
10 y aun lo hacen servir para engalanar a los prostitutas de su casa. Visten a estos dioses como a hombres, aunque son de oro, plata y madera,
11 pero estos dioses no saben librarse del orín ni de la polilla.
12 Y después que los han revestido de púr pura, les limpian el rostro con motivo del muchísimo polvo que hay en sus templos.
13 Tiene también el ídolo un cetro en la mano, como lo tiene el que gobierna el país; mas él no puede quitar la vida al que lo ofende.
14 Tiene igualmente en la mano la espada y el hacha; pero no se puede librar a sí mismo de la guerra ni de los ladrones; por todo lo cual pueden ver que no son dioses.
15 Por eso, no tienen que temerlos; porque los tales dioses son como una vasija hecha pedazos, que para nada sirve.
16 Una vez colocados en un templo, sus ojos se cubren luego del polvo que levantan los pies de los que entran.
17 Y al modo que encierran detrás de muchas puertas al que ofendió al rey, como se practica con un muerto que se lleva al sepulcro, así los sacerdotes aseguran las puertas con cerraduras y cerrojos para que los ladrones no despojen a sus dioses.
18 Encienden también delante de ellos lámparas, incluso más numerosas que para sí mismos, pero no pueden ver ninguna de ellas;
19 estos dioses son como las vigas de una casa que están roídas por dentro; la polilla se los come a ellos y sus vestiduras sin que ellos se den cuenta.
20 Negras se vuelven sus caras con el humo que hay en su casa.
21 Sobre su cuerpo y sobre su cabeza vuelan las lechuzas, las golondrinas y otras aves, y también los gatos andan sobre ellos.
22 Por donde pueden conocer que no son dioses; y, por lo mismo, no los teman.
23 Además de esto, si el oro que tienen como adorno no lo limpia alguno del orín, ya no relucirá. Ni aun cuando los estaban fundiendo sintieron nada.
24 Y a pesar de que no hay en ellos espíritu alguno, fueron comprados a gran precio.
25 Son llevados a hombros, ya que no tienen pies, demostrando así a los hombres su vergonzosa impotencia. Avergonzados sean también los que los adoran.
26 Por eso, si caen a tierra no se levantan por sí mismos; ni por sí mismos se echarán a andar si alguno los pone de pie; y les tienen que poner delante las ofrendas como a los muertos.
27 Estas ofrendas las venden y aprovechan sus sacerdotes, también sus mujeres las salan y no dan nada de eso al enfermo ni al mendigo.
28 Las mujeres embarazadas y las que están impuras por sus reglas comen los sacrificios de ellos. Conociendo, pues, por todas estas cosas que no son dioses, no tienen que temerlos.
29 Mas ¿por qué los llaman dioses? Las mujeres presentan dones a esos dioses de plata, de oro y de madera;
30 los sacerdotes están sentados en los templos de ellos, llevando rasgadas sus túnicas y rapado el cabello y la barba, y con la cabeza descubierta,
31 y rugen dando gritos en la presencia de sus dioses, como se practica en un banquete fúnebre.
32 Con los vestidos que quitan a sus ídolos visten a sus mujeres y a sus hijos.
32 Y aunque a los ídolos se les haga algún bien, no pueden premiar o castigar en ningún caso. No pueden poner a un rey ni quitarlo. 33 Y tampoco pueden dar riquezas,
34 ni siquiera una monedita. Si alguno les hace un voto y no lo cumple, ni de esto se quejan.
35 No pueden librar a un hombre de la muerte ni amparar al débil contra el poderoso.
36 No restituyen la vista a ningún ciego ni sacarán de la miseria a nadie.
37 No se compadecerán de la viuda ni serán bienhechores de los huérfanos.
38 Son semejantes a las piedras del monte esos dioses de madera, de piedra, de oro, de plata. Los que los adoran serán confundidos.
39 ¿Cómo, pues, puede pensarse o decirse que son dioses?
40 Incluso los mismos caldeos los desprecian. Cuando ven que uno no puede hablar, porque es mudo, lo presentan a Bel, rogándole que lo haga hablar; como si fuera capaz de entender.
41 Ellos, que piensan, no son capaces de rechazar a dioses que no tienen entendimiento.
42 Las mujeres, ceñidas de cordones, se sientan en los caminos quemando afrechillo, como si fuera incienso.
43 Y si alguna de ellas, atraída por algún pasajero, ha dormido con él, reprocha a su compañera por no haber sido escogida como ella y porque no ha sido roto su cinto.
44 Todo lo que se hace en honor de estos dioses es engaño. ¿Cómo, pues, podrá nunca juzgarse o decirse que ésos sean dioses?
45 Han sido fabricados por carpinteros y por plateros, y no son otra cosa que lo que quisieron sus artífices.
46 Los artífices mismos de los ídolos duran poco tiempo; ¿podrán, pues, ser dioses las cosas que ellos mismos se fabrican?
47 No dejan a sus descendientes sino mentira y oprobio.
48 Porque, si sobreviene alguna guerra o desastre, los sacerdotes andan discurriendo dónde refugiarse con sus dioses.
49 ¿Cómo no entienden entonces que no son dioses los que no pueden librarse de la guerra ni sustraerse de las calamidades?
50 Porque siendo, como son, cosa de madera, dorados y plateados, conocerán finalmente todas las naciones y reyes que son un engaño; reconocerán que no son dioses, sino obra de las manos de los hombres, y que nada hacen en prueba de que son dioses.
51 Pero, ¿y cómo se conoce que no son dioses, sino obra de las manos de los hombres, y que no hacen nada que sea propio de dioses?
52 Ellos no pueden nombrar a rey alguno en ningún país ni pueden dar la lluvia a los hombres.
53 No decidirán, ciertamente, los pleitos ni librarán de la opresión al que sufre injusticias, porque nada pueden; 54 son como las golondrinas que se quedan entre cielo y tierra.
54 Porque si se incendia el templo de esos dioses de madera, de plata y de oro, seguramente que sus sacerdotes huirán y se pondrán a salvo; pero ellos se quemarán dentro, lo mismo que las vigas.
55 No opondrán resistencia a un rey o a un ejército.
56 ¿Cómo, pues, puede creerse o admitirse que sean dioses?
57 No se librarán de ladrones ni de salteadores esos dioses de madera y de piedra, dorados y plateados; seguramente aquéllos pueden más que ellos, y les quitarán el oro, la plata y el vestido de que están cubiertos, y se marcharán sin que los ídolos puedan defenderse a sí mismos.
58 De manera que vale más un rey que muestra su poder, o cualquier mueble útil en una casa, del cual se precia el dueño, o la puerta de la casa, que guarda lo que hay dentro de ella, que los falsos dioses.
59 Ciertamente que el sol, la luna y las estrellas, que están puestas para alumbrarnos y sernos provechosos, obedecen a Dios.
60 Asimismo, el relámpago se deja ver cuando aparece, y el viento que sopla por todas las regiones.
61 Igualmente, las nubes, cuando Dios las manda recorrer todo el mundo, ejecutan lo que se les ha mandado.
62 El fuego, también enviado de arriba para abrasar los cerros y los bosques, cumple lo que se le ha ordenado. Mas estos ídolos no se parecen a ninguna de esas cosas ni en la belleza ni en la fuerza.
63 Y, así, no debe pensarse ni decirse que sean dioses, ya que no pueden ni hacer justicia ni proporcionar bien alguno a los hombres.
64 Sabiendo, pues, que ellos no son dioses, no tienen que temerlos.
65 No envían maldición ni bendición a los reyes;
66 no muestran tampoco a los pueblos señales en el cielo, ni lucen como el sol, ni alumbran como la luna.
67 Más que ellos valen las bestias, que pueden huir o refugiarse bajo cubierto y valerse a sí mismas.
68 De ninguna manera son dioses, como es evidente; por lo tanto, no tienen que temerlos.
69 Porque así como no es buen guardián de un melonar un espantapájaros, así son sus dioses de madera, de plata y de oro.
70 Son como la zarza de un huerto, sobre la cual viene a posarse toda clase de pájaros. También estos dioses de madera, dorados y plateados, se asemejan a un cadáver que yace en la oscuridad.
71 Al ver que la púrpura y escarlata se apolillan sobre ellos, conocerán claramente que no son dioses. Ellos mismos son devorados al fin por la polilla, y pasan a ser la vergüenza de su país.
72 Más vale el varón justo que no tiene ídolos, porque nadie le quitará su fama.

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Comentarios Baruc, capítulo 6
6,1

El presente discurso era distinto del libro de Baruc en un comienzo. Nos pone en guardia también a nosotros contra las formas desordenadas del culto a los santos y el demasiado y a veces exagerado interés por las imágenes religiosas.
6,27

En medio de tantas consideraciones, que tal vez parecerán largas, nótese el juicio expresado en los versículos 27 y 37: una religión que no se preocupa por el huérfano y la viuda es una religión falsa.