La Biblia Latinoamericana
作者:神与人
Salmos (Sal)
Introducción Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3
Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7
Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11
Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15
Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19
Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23
Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27
Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31
Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Capítulo 35
Capítulo 36 Capítulo 37 Capítulo 38 Capítulo 39
Capítulo 40 Capítulo 41 Capítulo 42 Capítulo 43
Capítulo 44 Capítulo 45 Capítulo 46 Capítulo 47
Capítulo 48 Capítulo 49 Capítulo 50 Capítulo 51
Capítulo 52 Capítulo 53 Capítulo 54 Capítulo 55
Capítulo 56 Capítulo 57 Capítulo 58 Capítulo 59
Capítulo 60 Capítulo 61 Capítulo 62 Capítulo 63
Capítulo 64 Capítulo 65 Capítulo 66 Capítulo 67
Capítulo 68 Capítulo 69 Capítulo 70 Capítulo 71
Capítulo 72 Capítulo 73 Capítulo 74 Capítulo 75
Capítulo 76 Capítulo 77 Capítulo 78 Capítulo 79
Capítulo 80 Capítulo 81 Capítulo 82 Capítulo 83
Capítulo 84 Capítulo 85 Capítulo 86 Capítulo 87
Capítulo 88 Capítulo 89 Capítulo 90 Capítulo 91
Capítulo 92 Capítulo 93 Capítulo 94 Capítulo 95
Capítulo 96 Capítulo 97 Capítulo 98 Capítulo 99
Capítulo 100 Capítulo 101 Capítulo 102 Capítulo 103
Capítulo 104 Capítulo 105 Capítulo 106 Capítulo 107
Capítulo 108 Capítulo 109 Capítulo 110 Capítulo 111
Capítulo 112 Capítulo 113 Capítulo 114 Capítulo 115
Capítulo 116 Capítulo 117 Capítulo 118 Capítulo 119
Capítulo 120 Capítulo 121 Capítulo 122 Capítulo 123
Capítulo 124 Capítulo 125 Capítulo 126 Capítulo 127
Capítulo 128 Capítulo 129 Capítulo 130 Capítulo 131
Capítulo 132 Capítulo 133 Capítulo 134 Capítulo 135
Capítulo 136 Capítulo 137 Capítulo 138 Capítulo 139
Capítulo 140 Capítulo 141 Capítulo 142 Capítulo 143
Capítulo 144 Capítulo 145 Capítulo 146 Capítulo 147
Capítulo 148 Capítulo 149 Capítulo 150  
Salmos (Sal) Introducción
Los salmos tienen su origen en la recopilación de los cánticos del Templo de Jerusalén. La tradición quiso pensar que el rey David había fijado las normas de esta liturgia y le atribuyó un gran número de salmos, al igual que atribuyó a Salomón los libros de la Sabiduría. Es probable que los levitas, a cargo de los cantos y melodías, «hijos de Asaph» o «hijos de Yedutum», jugaran un papel importante en su composición o en su selección. En el transcurso del tiempo las recopilaciones se enriquecieron con oraciones personales o lamentaciones colectivas, expresión de otra época donde la piedad personal y las vicisitudes de la comunidad creyente cobraron matiz diverso.
Los salmos han alimentado la piedad popular y han sido la oración de Jesús. Son todavía la base del oficio litúrgico que recitan hoy en día varios centenares de miles de religiosos, religiosas, sacerdotes, diáconos y laicos.
Los salmos desconciertan a muchos cristianos, porque en ellos no encuentran sus propias aspiraciones. Pero somos nosotros los que debemos adaptarnos, o mejor dicho, dejarnos educar y formar por ellos. Si deseamos estar en sintonía con Dios, no podemos aferrarnos indefinidamente a nuestra propia forma de ver y sentir los hechos. Hay que saber escuchar su palabra y abrirnos al Otro.
Estos salmos, que han sido transmitidos a través de los siglos, son un buen medio para esto. Si no dan plena satisfacción a nuestra sensibilidad, no resultará un hecho grave. En cambio nos será de gran beneficio para romper nuestros esquemas y costumbres piadosas. Quizás sean capaces de oxigenar y renovar nuestro lenguaje, sujeto a un mundo donde Dios es un desconocido, donde se busca, ante todo, vivir sin problemas a nuestro antojo.
Los salmos estaban distribuidos en cinco libros, y encontramos trazas del final de esos libros (confrontar el final de los salmos 41, 72, 106). Algunos salmos aparecieron casi idénticos en distintas recopilaciones, y por eso los tenemos duplicados.
La numeración de los salmos es diferente en la Biblia hebrea que en la griega. Primero transcribimos el número en hebreo y entre paréntesis el número griego conservado en nuestra liturgia.
Salmos (Sal) Capítulo 1
Los dos caminos.—Lo que uno siembra en su vida, lo habrá de cosechar . Los que observan la ley de Dios tendrán la felicidad en esta vida y en la otra. Los que la rechazan no prosperarán. Este primer salmo nos habla de la felicidad, al igual que el primer discurso de Jesús que comenzará con: ¡Dichosos!
1 Dichoso el hombre que no va a reuniones de malvados, ni sigue el camino de los pecadores ni se sienta en la junta de burlones,
2 mas le agrada la Ley del Señor y medita su Ley de noche y día.
3 Es como árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y tiene su follaje siempre verde. Todo lo que él hace le resulta.
4 No sucede así con los impíos: son como paja llevada por el viento.
5 No se mantendrán en el juicio los malvados ni en la junta de los justos los pecadores. Porque Dios cuida el camino de los justos y acaba con el sendero de los malos.
Salmos (Sal) Capítulo 2
Los dos reinos.—Esta lucha entre los reyes de la tierra y el Elegido de Dios es un anuncio del libro del Apocalipsis. Dios ha venido a los hombres: Su presencia es un desafío a los que quisieran ser señores del mundo; no habrá paz duradera en esta tierra.
1 ¿Para qué meten ruido las naciones y los pueblos meditan vanos planes?
2 Se sublevan los reyes de la tierra, y sus fuerzas unen los soberanos en contra del Señor y de su Ungido.
3 «¡Vamos, dicen, rompamos sus cadenas y su yugo quebremos!»
4 El que se sienta en los cielos se sonríe, el Señor se burla de ellos.
5 Luego les habla con enojo y su furor los amedrenta:
6 «Yo soy quien ha consagrado a mi rey en Sión, mi monte santo.»
7 Voy a comunicar el decreto del Señor: El me ha dicho: «Tú eres hijo mío, yo te he engendrado hoy.
8 Pídeme y serán tu herencia las naciones, tu propiedad, los confines de la tierra.
9 Las regirás con un cetro de hierro y quebrarás como cántaro de arcilla.»
10 Pues bien, reyes, entiendan, recapaciten, jueces de la tierra.
11 Sirvan con temor al Señor, besen, temblando, sus pies;
12 no sea que se enoje y perezcan, pues su cólera estalla en un momento. ¡Felices los que en él se refugian!
Salmos (Sal) Capítulo 3
1 Salmo de David. Cuando huía de su hijo Abasalón.

¡Cuántos son mis enemigos!.—El rey David, como todo cristiano, tiene un aliado más fuerte que todos sus enemigos juntos: Dios.
2 ¡Señor, cuántos son mis adversarios,
2 cuántos los que se alzan contra mí!
3 ¡Cuántos los que me dicen: «Ya no tienes en Dios salvación»!
4 Mas tú, Señor, eres mi escudo, mi gloria, el que levanta mi cabeza.
5 Tan pronto como llamo al Señor, me responde desde su monte santo.
6 Yo me acuesto y me duermo, y me levanto: el Señor me sostiene.
7 No le temo al pueblo que me rodea, que por todas partes me amenaza.
8 ¡Levántate, Señor! ¡Sálvame, oh Dios mío! Tú golpeas en la cara a mis enemigos y a los malvados les rompes los dientes.
9 La salvación viene del Señor, que tu bendición venga sobre tu pueblo.
Salmos (Sal) Capítulo 4
1 Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda. Salmo. De David.

Oración de la noche.—Una oración de la noche para quienes, a pesar de las dificultades, confían en Dios, porque recuerdan cuán a menudo el Señor los ha sostenido en los momentos de angustia.
2 ¡Cuando llamo, respóndeme, Dios mi defensor! En la angustia tú me has dado sosiego: ten compasión de mí y escucha mi oración.
3 ¿Hasta cuándo, señores, no querrán entender? ¿Por qué aman la falsedad y buscan la mentira?
4 Sepan que por mí maravillas hace el Señor, tan pronto como lo llamo, él me escucha.
5 Si tienen rabia, no se arriesguen, guárdenlo para ustedes, en la cama, y quédense luego callados.
6 Según la ley ofrezcan sacrificios y pongan su confianza en el Señor.
7 Muchos dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha? ¡Muéstranos, Señor, tu rostro alegre!»
8 Que rebosen de trigo y vino, más alegría das tú a mi corazón.
9 En paz me acuesto y en seguida me duermo, pues tú sólo, Señor, me das seguridad.
Salmos (Sal) Capítulo 5
1 Del maestro de coro. Para flautas. Salmo. De David.

Oración al despertar.—Comenzemos el día invocando a Dios, para que sea nuestra luz y nuestra fuerza; este es el momento para ir a la Casa de Dios, su templo, donde está su luz y su fuerza a nuestro alcance.
2 Señor, escucha mis palabras, y a mi queja pon atención.
3 Presta oído a mi clamor, ¡oh mi rey y mi Dios!
3 Pues a ti te imploro, Señor.
4 Desde la mañana oyes mi voz.
4 Desde la mañana te hago promesas y me quedo a la espera.
5 Tú no eres un Dios al que le gusta la maldad, ni el malvado tiene en ti acogida.
6 Los insensatos no aguantan tu mirada, detestas a los que obran la maldad.
7 A los que hablan mentiras los destruyes: Odia el Señor a violentos y embusteros.
8 Pero yo por tu inmensa bondad puedo entrar en tu casa; frente a tu santo templo me prosterno con toda reverencia.
9 Señor, tú que eres justo, guíame: Frente a los que me espían abre ante mí un camino llano.
10 Pues nada de sincero hay en su boca y sólo crímenes hay en su interior.
10 Para halagar tienen buena lengua, mas su garganta se abre para tragar.
11 Castígalos, oh Dios, como culpables, haz que fracasen sus intrigas; échalos por sus crímenes sin cuento, ya que contra ti se han rebelado.
12 Que se alegren cuantos a ti se acogen, que estén de fiesta los que tú proteges, y te celebren los que aman tu nombre.
13 Pues tú, Señor, bendices al justo y como un escudo lo cubre tu favor.
Salmos (Sal) Capítulo 6
1 Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda. En octava. Salmo. De David.

2 Señor, no me reprendas en tu ira, ni me castigues si estás enojado.
3 Ten compasión de mí que estoy sin fuerzas; sáname pues no puedo sostenerme.
4 Aquí estoy sumamente perturbado, y tú, Señor, ¿hasta cuándo?...
5 Vuélvete a mí, Señor, salva mi vida, y líbrame por tu gran compasión.
6 Pues, ¿quién se acordará de ti entre los muertos? ¿Quién te alabará donde reina la muerte?
7 Extenuado estoy de tanto gemir, cada noche empapo mi cama y con mis lágrimas inundo mi lecho.
8 Mis ojos se consumen de tristeza, he envejecido al ver tantos enemigos.
9 Aléjense de mí, ustedes malvados, porque el Señor oyó la voz de mi llanto.
10 El Señor atendió mi súplica, el Señor recogió mi oración.
11 ¡Que todos mis contrarios se confundan, y no puedan reponerse, que en un instante se aparten, llenos de vergüenza!
Salmos (Sal) Capítulo 7
1 Lamentación. De David. La que canto a Yavé a proposito del benjaminita Cus.

Líbrame de mis perseguidores.—Un grito que pide justicia sube del fondo del alma. Dios escucha.
2 Señor, Dios mío, en ti yo me refugio, líbrame de mis perseguidores, sálvame.
3 No sea que me atrapen como un león, y me arrastren sin que nadie me salve.
4 Señor Dios mío, si he actuado mal, si ha manchado mis manos la maldad,
5 si he devuelto mal por bien, o despojado sin razón a mi contrario,
6 que mi enemigo me persiga y me alcance, que me aplaste contra el suelo y esparza por el polvo mis entrañas.
7 Enójate, Señor, y ponte en pie, haz frente al furor de mis opresores.
7 Despiértate, oh Dios, y ordena el juicio.
8 Que la asamblea de las naciones te rodee, y presídela tú, desde lo alto.
9 Tú que juzgas a las naciones, proclama, Señor, mi rectitud y reconoce mi inocencia.
10 Pon fin a la maldad y a los malvados, y fortalece tú al justo, pues las mentes y los corazones tú sondeas, tú que eres un Dios justo.
11 Dios es el escudo que me cubre, él, que salva a los de recto corazón.
12 Dios es un juez justo, atento siempre para castigar.
12 Arrepiéntanse, o tengan cuidado:
13 El Señor tiene su espada afilada, su arco tenso y la flecha apuntando.
14 Tiene en su mano, siempre preparadas, armas mortíferas y flechas encendidas.
15 Miren al hombre preñado de malicia: Concibe la desgracia y da a luz el fracaso.
16 Cava una fosa y la hace profunda, pero en la trampa que ha hecho caerá.
17 Su maldad le recae en la cabeza y le rebota en la cara su violencia.
18 Yo alabaré al Señor por su justicia y cantaré al Nombre del Altísimo.
Salmos (Sal) Capítulo 8
1 Del maestro de coro. Según la… de Gat. Salmo. De David.

Gloria de Dios y dignidad del hombre.—Nunca tanto como hoy día, gracias al progreso de la ciencia, el universo manifiesta al hombre la grandeza y hermosura de Dios. Pero al hacerse hombre, el Hijo de Dios ha colocado al ser humano por encima de toda la creación material y recalcado la igualdad fundamental de todos.
2 ¡Oh Señor, nuestro Dios, qué grande es tu nombre en toda la tierra! Y tu gloria por encima de los cielos.
3 Hasta bocas de niños y lactantes recuerdan tu poder a tus contrarios y confunden a enemigos y rebeldes.
4 Al ver tu cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has fijado,
5 ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él? ¿qué es el hijo de Adán para que cuides de él?
6 Un poco inferior a un dios lo hiciste,
6 lo coronaste de gloria y esplendor.
7 Has hecho que domine las obras de tus manos, tú lo has puesto todo bajo sus pies:
8 ovejas y bueyes por doquier, y también los animales silvestres,
9 aves del cielo y peces del mar,y cuantos surcan las sendas del océano.
10 ¡Oh Señor, Dios nuestro, qué grande es tu Nombre en toda la tierra!
Salmos (Sal) Capítulo 9
1 Del maestro de coro. Para oboes y arpa. Salmo. De David.

Dios Refugio del oprimido.—
2 Que mi alma alabe al Señor y proclame todas sus maravillas...
3 En ti me alegraré y me regocijaré, y cantaré a tu Nombre, oh Altísimo.
4 Porque mis enemigos retroceden, tropiezan y perecen ante ti.
5 Te has sentado en tu trono cual juez justo y has reinvindicado mi causa y mis derechos.
6 Has abatido a las naciones, has hecho perecer a los malvados y has borrado su nombre para siempre.
7 Los enemigos fueron aniquilados, arruinados sin remedio; sus ciudades fueron devastadas, perdido su recuerdo.
8 Pero el Señor reina para siempre y establece su trono para el juicio.
9 Gobernará la tierra con justicia y juzgará con rectitud a las naciones.
10 El Señor es un bastión para el oprimido, un refugio para los tiempos de angustia.
11 Que en ti confíen los que veneran tu nombre, porque no abandonas, Señor, a los que te buscan.
12 Canten al Señor, que mora en Sión, y publiquen entre los pueblos sus hazañas.
13 Pues pide cuentas por la sangre vertida, se acuerda de los oprimidos y no olvida su clamor.
14 Ten compasión de mí, Señor, mira cómo me afligen los que me odian.
14 Sácame de las puertas de la muerte,
15 para que proclame tus maravillas, en las puertas de la hija de Sión, feliz y agradecido por tu salvación.
16 En la fosa que cavaron se han hundido los paganos y su pie quedó atrapado en la trampa que escondieron.
17 El Señor se ha manifestado, ha dictado su sentencia, y el pecador quedó atrapado en la obra de sus manos.
18 Que vuelvan al abismo los malvados, todos los paganos que olvidan al Señor.
19 Porque no será olvidado el pobre para siempre ni será en vano la esperanza del humilde.
20 ¡Levántate, Señor, que el hombre no triunfe, y sean en tu presencia juzgadas las naciones!
21 Infúndeles terror, oh Señor, que sepan los paganos que sólo son hombres.
Salmos (Sal) Capítulo 10
Continuación del salmo anterior.—
1 ¿Por qué te quedas lejos, Señor, y te escondes en los momentos de angustia?
2 El malvado se impone y aplasta al humilde: que quede atrapado en las trampas que maquina.
3 El malvado se jacta de la avidez de su alma, el aprovechador maldice y desprecia al Señor.
4 Enrisca la nariz y no se preocupa: «¡No hay Dios», dice; eso es todo lo que piensa.
5 En todas sus empresas le va bien, tus sentencias son muy altas para él, barre de un soplo a todos sus rivales.
6 Dice en su corazón: «Soy inquebrantable, la desgracia jamás me alcanzará».
7 Su boca está llena de perfidia, de fraude y amenazas; sus palabras inspiran injusticia y maldad.
8 Se pone al acecho en el cañaveral, a escondidas mata al inocente;
9 sus ojos espían al indigente, acecha como león en la espesura, listo para atrapar al desdichado, lo atrapa y luego lo arrastra con su red.
10 Se detiene, se encoge, y cae en su poder el indigente.
11 Dice en su corazón: «Dios lo ha olvidado, tiene su cara tapada, no ve nada».
12 ¡Levántate, Señor, alza tu mano! ¡No te olvides de los desdichados!
13 ¿Por qué el impío menosprecia a Dios y dice para sí: «No me pedirá cuentas»?
14 Pero tú has visto la pena y el dolor, los miras y los recoges en tus manos. A ti el desamparado se encomienda, a ti que al huérfano socorres.
15 Quiebra el poder del impío y del malvado, haz que de su maldad te rinda cuentas y que no se vea más.
16 El Señor es rey ahora y para siempre, los paganos ya no se ven en su tierra.
17 Tú escuchas, Señor, el ruego de los humildes, reconfortas su corazón y están atentos tus oídos
18 para defender al huérfano y al oprimido y así los hombres de barro no puedan oprimirlos.
Salmos (Sal) Capítulo 11
El justo no se asusta.—Si Dios está con nosotros, ¿quién nos podrá condenar? Que él nos libre del miedo cuando hay que mantenerse firmes frente a las amenazas o a las burlas de los demás.
1 En el Señor he puesto mi refugio; ¿cómo dicen a mi alma: «Huye, cual un pájaro, hacia el monte,
2 porque los impíos tensan su arco, y ajustan sus flechas a la cuerda para herir en la sombra a los de recto corazón?
3 Si han cedido los cimientos, ¿qué puede hacer el justo?»
4 El Señor está en su templo santo, el Señor tiene su trono en el cielo. Sus ojos están observando y fija su mirada en los hijos de Adán.
5 El Señor explora al justo y al impío, y su alma odia a quien ama la violencia.
6 Hará llover sobre los malvados carbones encendidos y azufre y un viento abrasador les tocará en suerte.
7 Porque el Señor es justo y ama la justicia, los que son rectos contemplarán su rostro.
Salmos (Sal) Capítulo 12
1 Del maestro de coro. En octava. Salmo. De David.

Contra el mundo mentiroso.—Mentiras, propaganda, falsos profetas de la vida fácil: todo esto disimula las injusticias de todos los días. En cambio, la Palabra de Dios es sincera y juzgará a todos. En la Palabra de Dios hecha carne, es decir, en Cristo, no hay un «sí» y un «no» al mismo tiempo: todas las promesas de Dios han pasado a ser en Él un «sí»
2 Interviene, Señor, porque ya no hay hombres buenos ni se encuentran ya hombres leales.
3 Cada cual engaña a su prójimo, se dicen buenas palabras, pero con doblez.
4 Que el Señor arranque los labios mentirosos y la lengua que dice grandes frases.
5 Pues dicen: «Con palabras todo lo conseguiremos; si sabemos hablar, ¿quién nos va a dominar?»
6 «Los pobres son despojados, gimen los humildes, ahora me levanto —dice el Señor— y prestaré socorro al que es despreciado.»
7 Las palabras del Señor son palabras seguras, son como plata pura siete veces purificada en el crisol.
8 Tú, Señor, cuidarás de nosotros; protégenos por siempre de esta generación.
9 Por doquier se andan paseando los malvados y cunde el vicio entre los hijos de Adán.
Salmos (Sal) Capítulo 13
1 Del maestro de coro. Salmo. De David.

Mira y escúchame.—Dios no se olvida de sus hijos: Él resucitó a Cristo.
2 ¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome? ¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?
3 ¿Hasta cuándo sentiré angustia en mi alma y tristeza en mi corazón, día tras día? ¿Hasta cuándo mi enemigo triunfará a costa mía?
4 ¡Señor, Dios mío, mírame y respóndeme! Ilumina mis ojos para que no me duerma con los muertos,
5 y no diga mi enemigo que acabó conmigo, ni mis adversarios se alegren al verme vacilar.
6 En cuanto a mí, confío en tu bondad; conoceré la alegría de tu salvación y cantaré al Señor que me ha tratado bien.
Salmos (Sal) Capítulo 14
Un mundo sin Dios.—
1 Dijo en su corazón el insensato: «¡Mentira, Dios no existe!»
1 Son gente pervertida que hacen cosas infames; ya no hay quien haga el bien.
2 Se inclina Dios desde el cielo, mira a los hijos de Adán, ¿habrá alguno que valga, siquiera uno que busque al Señor?
3 Todos están descarriados, y juntos se han corrompido. No queda ni un hombre honrado ni uno de muestra siquiera.
4 ¿No comprenderán esos malhechores que, cuando comen, se comen a mi pueblo? ¡No le han pedido a Dios la bendición!
5 Pero mira cómo se asustan de repente: ¡Dios estaba entre los justos!
6 Ustedes frustraban la esperanza del pobre, pero es Dios su refugio.
7 ¿Quién traerá de Sión la salvación de Israel? Cuando a su pueblo Dios traiga de vuelta, habrá alegría en Jacob, Israel será colmado.
Salmos (Sal) Capítulo 15
Señor, ¿quién morará en tu tienda?—Que el Señor nos ayude a guardar sus mandamientos.
1 Señor, ¿quién entrará bajo tu tienda y habitará en tu montaña santa?
2 El que es irreprochable y actúa con justicia, el que dice la verdad de corazón y no forja calumnias;
3 el que no daña a su hermano ni al prójimo molesta con agravios;
4 el que menosprecia al criminal, pero honra a los que temen al Señor;
5 y si bien al jurar se perjudicó, no se retracta de lo que ha dicho; el que no presta dinero a interés ni acepta sobornos para perjudicar al inocente. Quien obra así jamás vacilará.
Salmos (Sal) Capítulo 16
1 A media voz. De David.

El Señor es mi parte de herencia.—Dios es mi parte de herencia; le escogí como mi único Señor y me regocijaré en él por toda la eternidad.
2 Guárdame, oh Dios, pues me refugio en ti. Yo le he dicho: «Tú eres mi Señor, no hay dicha para mí fuera de ti.
3 Los dioses del país son sólo mugre, ¡malditos sean los que los escogen
4 y que corren tras ellos! Tan sólo penas cosecharán. No les ofreceré libaciones de sangre ni llevaré sus nombres a mis labios.
5 El Señor es la herencia que me toca y mi buena suerte: ¡guárdame mi parte!
6 El cordel repartidor me dejó lo mejor, ¡magnífica yo encuentro mi parcela!
7 Yo bendigo al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye mi conciencia.
8 Ante mí tengo siempre al Señor, porque está a mi derecha jamás vacilaré.
9 Por eso está alegre mi corazón, mis sentidos rebosan de júbilo y aún mi carne descansa segura:
10 pues tú no darás mi alma a la muerte, ni dejarás que se pudra tu amigo.
11 Me enseñarás la senda de la vida, gozos y plenitud en tu presencia, delicias para siempre a tu derecha.
Salmos (Sal) Capítulo 17
Súplica del inocente.—
1 Escuha mi grito, Señor, atiende a mis clamores, presta atención a mi plegaria, pues no hay engaño en mis labios.
2 Dicta tú mi sentencia, pues tus ojos ven lo que es recto.
3 Puedes escudriñar mi corazón o visitarme de noche, o probarme en el crisol, no hallarás crimen en mí:
4 No he pecado en palabras, como pecan los hombres; he guardado las palabras de tus labios, y seguido las sendas del Soberano.
5 Afirma mis pasos en tus caminos para que no tropiecen mis pies.
6 A ti te llamo, oh Dios, esperando tu respuesta; inclina a mí tu oído y escucha mi ruego.
7 Renueva tus bondades, tú que salvas del agresor a los que se refugian bajo tu diestra.
8 Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas,
9 lejos de esos malvados que me acosan, de mis enemigos que quieren mi muerte.
10 Tienen el corazón taponado de grasa, y con arrogancia habla su boca.
11 Me vigilan y de un golpe me cercan; se fijan en mí para tirarme al suelo.
12 Son como un león ávido de presa, como un cachorro agazapado en su guarida.
13 Levántate, Señor, hazles frente, derríbalos, de un mandoble líbrame del violento.
14 Señor, que perezcan por tu mano, acaba con ellos, no los dejes vivir.
14 Llénales el vientre de lo que les reservas, que sus hijos también queden saciados y que dejen las sobras a sus nietos.
15 Y yo, como justo, contemplaré tu rostro, y al despertar, me saciaré de tu semblante.
Salmos (Sal) Capítulo 18
1 Del maestro de coro. Del siervo de Yahvé, David, que dirigió a Yahvé las palabras de este cántico el día en que Yahvé lo libró de todos sus enemigos y de las manos de Saúl. 2 Dijo:

Un liberador da gracias a Dios.— El presente salmo fue escrito después de una victoria: entusiasmo, ardor del agradecimiento: Dios sacudió el universo para venir en mi ayuda.
2 Yo te amo, Señor, mi fuerza,
3 El Señor es mi roca y mi fortaleza; es mi libertador y es mi Dios, es la roca que me da seguridad; es mi escudo y me da la victoria.
4 Invoco al Señor que es digno de alabanzas, y me veo libre de mis enemigos.
5 Las aguas de la muerte me envolvían, los torrentes devastadores me aterraban;
6 las redes de la muerte me cercaban, ante mí estaban tendidas trampas mortales.
7 En mi angustia yo invoqué al Señor, y clamé a mi Dios. Mi clamor llegó hasta sus oídos y desde su Templo oyó mi voz.
8 Tembló la tierra y se estremeció, se sacudieron las bases de los montes, que temblaban con sólo ver su furor.
9 Subía humo de sus narices y de su boca salía un fuego abrasador que arrojaba carbones encendidos.
10 El inclinó los cielos y descendió, con una densa nube bajo sus pies.
11 Montó en un querubín y emprendió vuelo; planeaba sobre las alas del viento.
12 En torno a él, un manto de tinieblas, un oscuro aguacero era su toldo.
13 Un resplandor lo iba precediendo con granizos y brasas encendidas.
14 Tronó el Señor desde los cielos, el Altísimo hizo oír su voz.
15 Tiró sus flechas y los dispersó, lanzó sus rayos y los derrotó.
16 Entonces apareció el fondo del mar y las bases del mundo se descubrieron, al ver, Señor, tu enojo, al pasar el soplo de tus narices.
17 Desde lo alto su mano me tomó, y me rescató de las aguas profundas.
18 Me libró de enemigos poderosos, de enemigos más fuertes que yo.
19 Me asaltaron el día en que me iba mal, pero el Señor vino en mi ayuda.
20 Me sacó a un espacio abierto, me salvó porque me amaba.
21 El Señor según mis méritos me trata, limpias son mis manos, y él me lo paga.
22 Porque guardé los caminos del Señor y no hice el mal lejos de mi Dios.
23 Me acuerdo siempre de sus decisiones, y nunca descarto sus mandamientos.
24 Ante él soy irreprochable y me cuido de cometer pecado alguno.
25 Por eso me retribuye según mis méritos, según mi pureza que sus ojos ven.
26 Con el que es fiel, tú te muestras fiel; si alguien no falla, tampoco tú le fallas.
27 Con el que es sin doblez tú eres leal, pero pillas al hombre si es tramposo.
28 Tú salvarás a un pueblo humilde y humillarás los ojos altaneros.
29 Tú haces, Señor, que brille mi lámpara, ¡mi Dios ilumina mis tinieblas!
30 Contigo acometo las huestes, con mi Dios escalo la muralla.
31 Mi Dios, su proceder es perfecto, y su palabra es a toda prueba. El es un escudo para cualquiera que se acoja a él.
32 Pues, ¿quién es Dios fuera del Señor? ¿Quién es la Roca, sino nuestro Dios?
33 Es un Dios que me reviste de fuerza, un Dios que allana mis caminos.
34 Asemeja mis pies a los de la cierva, y me hace estar de pie en las alturas.
35 Adiestra mis manos para el combate, y mis brazos para tensar el arco de bronce.
36 Tú me das tu escudo de salvación; tu mano me sostiene, tus favores me agrandan.
37 Puedo alargar el paso, y mis tobillos no van a flaquear.
38 Persigo a mis enemigos y los alcanzo, no volveré hasta que estén exterminados.
39 Doy un golpe, y no pueden rehacerse, caen y quedan tendidos a mis pies.
40 Me revistes de fuerza en el combate, y doblegas ante mí a mis agresores.
41 Haces que mis enemigos den la espalda, y a cuantos me odiaban aniquilo.
42 Aunque griten, nadie los salvará, claman al Señor, pero no les responde.
43 Los trituro como polvo que se lleva el viento, los pisoteo como el barro del camino.
44 Me libras de las querellas de mi pueblo, y me pones al frente de las naciones. Un pueblo que no conocía me sirve.
45 Los hijos de extranjeros me adulan, apenas oyen mi voz, me obedecen.
46 Los extranjeros pierden el ánimo, y salen temblando de sus fortalezas.
47 ¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi Roca! ¡Ensalzado sea el Dios que me salva!
48 Oh Dios que me concedes el desquite y colocas los pueblos a mis pies,
49 que me libras de mis enemigos y me encumbras por encima de mis agresores, tú me salvas de la gente violenta.
50 Por eso te ensalzaré, Señor, y en medio de los pueblos cantaré tu Nombre,
51 tú que a tu rey das victoria tras victoria, y sigues con tus favores a tu ungido, a David y a su descendencia para siempre.
Salmos (Sal) Capítulo 19
1 Del maestro de coro. Salmo. De David.

El Señor, sol de justicia.— Vislumbramos algo de la gloria de Dios en el esplendor del cielo. También lo sentimos presente al meditar sus mandatos, que son luz y alegría para el alma.
2 Los cielos cuentan la gloria del Señor,
2 proclama el firmamento
2 la obra de sus manos.
3 Un día al siguiente le pasa el mensaje
3 y una noche a la otra se lo hace saber.
4 No hay discursos ni palabras
4 ni voces que se escuchen,
5 mas por todo el orbe se capta su ritmo,
5 y el mensaje llega hasta el fin del mundo.
6 Al sol le fijó una tienda en lontananza,
6 de allí sale muy alegre,
6 como un esposo que deja su alcoba,
6 como atleta a correr su carrera.
7 Sale de un extremo de los cielos
7 y en su vuelta, que alcanza al otro extremo,
7 no hay nada que se escape a su calor.
8 La ley del Señor es perfecta,
8 es remedio para el alma,
8 toda declaración del Señor es cierta
8 y da al sencillo la sabiduría.
9 Las ordenanzas del Señor son rectas
9 y para el corazón son alegría.
9 Los mandamientos del Señor son claros
9 y son luz para los ojos.
10 El temor del Señor es un diamante,
10 que dura para siempre;
10 los juicios del Señor son verdad,
10 y todos por igual se verifican.
11 Son más preciosos que el oro,
11 valen más que montones de oro fino;
11 más que la miel es su dulzura,
11 más que las gotas del panal.
12 También son luz para tu siervo,
12 guardarlos es para mí una riqueza.
13 Pero, ¿quién repara en sus deslices?
13 Límpiame de los que se me escapan.
14 Guarda a tu siervo también de la soberbia,
14 que nunca me domine.
14 Así seré perfecto
14 y limpio de pecados graves.
15 ¡Ojalá te gusten las palabras de mi boca,
15 esta meditación a solas ante ti,
15 oh Señor, mi Roca y Redentor!
Salmos (Sal) Capítulo 20
1 Del Maestro de coro. Salmo. De David.

2 Que el Señor te responda en el día aciago y te proteja el Nombre del Dios de Jacob.
3 Que del Santuario te envíe socorro y desde Sión te venga su auxilio.
4 Que se acuerde de todas tus ofrendas y reciba con agrado tu holocausto.
5 Que te conceda según tus de seos y lleve a buen fin todos tus proyectos.
6 Que podamos celebrar tu victoria y enarbolar el nombre de nuestro Dios. ¡Que el Señor atienda todas tus peticiones!
7 Ahora sé que el Señor salva a su ungido; le respondió desde su santo cielo y le dio la victoria: su diestra hace proezas.
8 Unos en carros, otros a caballo, pero nosotros sólo recurrimos al nombre del Señor, nuestro Dios.
9 Ellos tropiezan y caen, mientras nosotros nos levantamos y nos recuperamos.
10 ¡Oh Señor, salva al rey, atiéndenos, pues hoy a ti clamamos!
Salmos (Sal) Capítulo 21
1 Del maestro de coro. Salmo. De David.

Acción de gracias por nuestro Rey.—«Te pidió vida y se la diste, vivir por años y años sin fin.»
2 Señor, tu fuerza regocija al rey: ¡cómo se alegra si tú lo haces triunfar!
3 Le has cumplido sus más caros deseos, no le has negado lo que te pedía.
4 Tú le presentas buenas bendiciones, con oro fino coronas su cabeza.
5 La vida que te pidió, tú se la diste: largos días, muchos y muchos años.
6 Debido a tu favor, será muy famoso, derramas sobre él honor y majestad.
7 Has puesto sobre él bendiciones eternas, tú lo haces feliz con tu presencia.
8 El rey confía en el Señor, el favor del Altísimo lo hace inquebrantable.
9 Tu mano encontrará a tus adversarios, tu diestra encontrará a los que te odian;
10 los dejarás, en cuanto te presentes, como si estuvieran en un horno. El Señor, en su ira, se los engullirá y un fuego los devorará.
11 Arrancarás de la tierra sus frutos y su semilla de entre los hombres.
12 Si contra ti traman algún mal, o meditan un plan, no se la podrán.
13 Pues tú harás que te den vuelta la espalda y contra ellos dispararás tus flechas.
14 ¡Señor, levántate, muestra tu poder y cantaremos con salmos tus proezas!
Salmos (Sal) Capítulo 22
1 Del maestro de coro. Sobre “la cierva de la aurora”.  Salmo. De David.

Oración de Cristo en la Cruz.—La lectura de este salmo nos hace pensar en el paso de la noche a la mañana. La primera parte es sombría, tenebrosa; la segunda es como el despertar del sol que inunda el campo, devuelve las cosas a la vida y la alegría al corazón del hombre. El tema de este salmo es, en efecto, el de un perseguido, que al llegar al borde del abismo, encuentra de nuevo la seguridad y la confianza.
2 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste? ¡Las palabras que lanzo no me salvan!
3 Mi Dios, de día llamo y no me atiendes, de noche, mas no encuentro mi reposo.
4 Tú, sin embargo, estás en el Santuario, de allí sube hasta ti la alabanza de Israel.
5 En ti nuestros padres esperaron, esperaban y tú los liberabas.
6 A ti clamaban y quedaban libres, su espera puesta en ti no fue fallida.
7 Mas yo soy un gusano y ya no un hombre; los hombres de mí tienen vergüenza y el pueblo me desprecia.
8 Todos los que me ven, de mí se burlan, hacen muecas y mueven la cabeza:
9 «¡Confía en el Señor, pues que lo libre, que lo salve si le tiene aprecio!»
10 Me has sacado del vientre de mi madre, me has confiado a sus pechos maternales.
11 Me entregaron a ti apenas nacido; tú eres mi Dios desde el seno materno.
12 No te alejes de mí, que la angustia está cerca, y no hay nadie que pueda ayudarme.
13 Me rodean novillos numerosos y me cercan los toros de Basán.
14 Amenazándome abren sus hocicos como leones que desgarran y rugen.
15 Yo soy como el arroyo que se escurre; todos mis huesos se han descoyuntado; mi corazón se ha vuelto como cera, dentro mis entrañas se derriten.
16 Mi garganta está seca como teja, y al paladar mi lengua está pegada: ya están para echarme a la sepultura.
17 Como perros de presa me rodean, me acorrala una banda de malvados. Han lastimado mis manos y mis pies.
18 Con tanto mirarme y observarme pudieron contar todos mis huesos.
19 Reparten entre sí mis vestiduras y mi túnica la tiran a la suerte.
20 Pero tú, Señor, no te quedes lejos; ¡fuerza mía, corre a socorrerme!
21 Libra tú de la espada mi alma, de las garras del can salva mi vida.
22 Sálvame de la boca del león, y de los cuernos del toro lo poco que soy.
23 Yo hablaré de tu Nombre a mis hermanos, te alabaré también en la asamblea.
24 Alaben al Señor sus servidores, todo el linaje de Jacob lo aclame, toda la raza de Israel lo tema;
25 porque no ha despreciado ni ha desdeñado al pobre en su miseria, no le ha vuelto la cara y a sus invocaciones le hizo caso.
26 Para ti mi alabanza en la asamblea, mis votos cumpliré ante su vista.
27 Los pobres comerán hasta saciarse, alabarán a Dios los que lo buscan: ¡vivan sus corazones para siempre!
28 De Dios se acordará toda la tierra y a él se volverá; todos los pueblos, razas y naciones ante él se postrarán.
29 ¡Rey es Dios, Señor de las naciones! Todo mortal honor le rendirá,
30 se agacharán al verlo los que al sepulcro van.
30 Para Dios será sólo mi existencia.
31 Lo servirán mis hijos, hablarán del Señor a los que vengan,
32 al pueblo que va a nacer: Que es justo, les dirán. Tal es su obra.
Salmos (Sal) Capítulo 23
El Señor es mi pastor.—El es mi pastor: nada me puede faltar. Ante mí está la mesa y la copa de Cristo; mejor que la unción con el santo óleo, he recibido la unción del Espíritu Santo (1 Juan 2,27); espero, no el descanso de la muerte, sino la resurrección junto al Padre.
1 El Señor es mi pastor: nada me falta;
2 en verdes pastos él me hace reposar.
A las aguas de descanso me conduce,
3 y reconforta mi alma.
Por el camino del bueno me dirige,
por amor de su nombre.
4 Aunque pase por quebradas oscuras,
no temo ningún mal,
porque tú estás conmigo
con tu vara y tu bastón,
y al verlas voy sin miedo.
5 La mesa has preparado para mí
frente a mis adversarios,
con aceites perfumas mi cabeza
y rellenas mi copa.
6 Irán conmigo la dicha y tu favor
mientras dure mi vida,
mi mansión será la casa del Señor
por largos, largos días.
Salmos (Sal) Capítulo 24
El destino del hombre.—Dios hizo el universo para desplegar en él sus riquezas; pero el mundo no está acabado hasta que Dios no haya visitado al hombre, y hasta que no haya nacido el Hombre nuevo, hijo de Dios.
1 Del Señor es la tierra y lo que contiene,
el mundo y todos sus habitantes;
2 pues él la edifició sobre los mares,
y la puso más arriba que las aguas.
3 ¿Quién subirá a la montaña del Señor?
¿Quién estará de pie en su santo recinto?
4 El de manos limpias y de puro corazón,
el que no pone su alma en cosas vanas
ni jura con engaño.
5 Ese obtendrá la bendición del Señor
y la aprobación de Dios, su salvador.
6 Así es la raza de los que Le buscan,
de los que buscan tu rostro, ¡Dios de Jacob!
7 ¡Ea puertas, levanten sus dinteles,
elévense, portones eternos,
y que pase el Rey de la gloria!
8 ¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, el fuerte, el poderoso,
el Señor, valiente en la batalla.
9 ¡Puertas, levanten sus dinteles,
elévense, portones eternos
y que pase el Rey de la gloria!
10 ¿Quién es ese Rey de la gloria?
Es Yahvé, Dios de los Ejércitos,
él es el Rey de la Gloria.
Salmos (Sal) Capítulo 25
1 De David.

Invocar a Dios en la prueba.—La Biblia no conoce la desesperación. Aun en las situaciones más difíciles, cuando el ser humano está quebrantado por la desgracia, la inquietud o el peso de sus pecados, siempre le queda una salida. Todos nuestros caminos, aun los peores, pueden desembocar finalmente en un Amor más fuerte que todas las fuerzas de este mundo.
A ti, Señor, elevo mi alma,
2 a ti que eres mi Dios.
En ti he confiado, que no quede avergonzado ni se rían de mí mis enemigos.
3 Los que esperan en ti no serán confundidos, pero sí lo serán quienes te mienten.
4 Haz, Señor, que conozca tus caminos, muéstrame tus senderos.
5 En tu verdad guía mis pasos, instrúyeme, tú que eres mi Dios y mi Salvador.
Te estuve esperando todo el día, sé bueno conmigo y acuérdate de mí.
6 Acuérdate que has sido compasivo y generoso desde toda la eternidad.
7 No recuerdes las faltas ni los extravíos de mi juventud; pero acuérdate de mí según tu amor.
8 El Señor es bueno y recto; por eso muestra el camino a los que han pecado.
9 Dirige los pasos de los humildes, y muestra a los sencillos el camino.
10 Amor y lealtad son todos sus caminos, para el que guarda su alianza y sus mandatos.
11 ¡Rinde honor a tu nombre, Señor, y perdona mi deuda, que es muy grande!
12 En cuanto un hombre teme al Señor, él le enseña a escoger su camino.
13 Su alma en la dicha morará, y sus hijos heredarán la tierra.
14 El secreto del Señor es para quien lo teme, le da el conocimiento de su alianza.
15 Mis ojos nunca se apartan del Señor, pues él saca mis pies de la trampa.
16 Mírame y ten compasión de mí, que estoy solo y desvalido.
17 Afloja lo que aprieta mi corazón y hazme salir de mis angustias.
18 Contempla mi miseria y mi fatiga y quítame de encima todos mis pecados.
19 Mira cuántos son mis enemigos y con qué odio violento me persiguen.
20 Defiende mi vida, líbrame: no quede confundido por haber confiado en ti.
21 Integridad y rectitud me guardarán; en ti, Señor, he puesto mi confianza.
22 Oh Dios, redime a Israel de todas sus angustias.
Salmos (Sal) Capítulo 26
Oración del justo.—Hagamos nuestra la oración de ese «justo» que confirma su fidelidad. No deberíamos fijar la atención en nuestros méritos, como hizo el fariseo, sino en la nueva persona con que hemos sido revestidos en el bautismo: Cristo nos ha purificado y nos ha hecho ricos.
1 Júzgame, Señor, y ve que seguí la senda de los perfectos. En el Señor me apoyaba y por eso no me desviaba.
2 Revísame, Señor, y ponme a prueba; pon en el crisol mi conciencia, mi corazón.
3 Tu amor lo tengo ante mis ojos y tomo en cuenta tu fidelidad.
4 Con hombres tramposos no me siento ni me meto con los hipó critas.
5 Aborrezco el partido de los malos y con los malvados no me siento.
6 Lavo mis manos, que están limpias, y en torno a tu altar voy caminando,
7 mientras entono mi acción de gracias y recuerdo tus obras admirables.
8 Señor, cuánto amo la casa en que moras, y el lugar donde reside tu gloria.
9 No me confundas con las almas pecadoras; que no tenga mi vida el fin de los violentos,
10 cuyas manos están manchadas y cuyos bolsillos se llenan con sobornos.
11 Y a mí, como busco ser perfecto, rescátame, Señor, ten piedad de mí.
12 Mis pies pisan en terreno llano, bendeciré al Señor en las asam bleas.
Salmos (Sal) Capítulo 27
Junto a Dios no hay temor.—En medio de las luchas de la presente vida, el militante no se des anima, porque grande es la esperanza que le reserva el Señor al final de su combate.
1 El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién he de temer?
Amparo de mi vida es el Señor,
¿ante quién temblaré?
2 Cuando los malvados se lanzan contra mí
para comer mi carne,
ellos, mis enemigos y contrarios,
tropiezan y perecen.
3 Si me sitia un ejército contrario,
mi corazón no teme;
si una guerra estalla contra mí,
aún tendré confianza.
4 Una cosa al Señor sólo le pido,
la cosa que yo busco
es habitar en la casa del Señor
mientras dure mi vida,
para gozar de la dulzura del Señor
y cuidar de su santuario.
5 Porque él me dará asilo en su cabaña
en tiempos de desdicha,
me ocultará en el secreto de su tienda,
y me alzará sobre la roca.
6 Y ahora mi cabeza se levanta
sobre mis enemigos que me cercan.
Jubiloso en su carpa ofreceré
sacrificios con aclamaciones.
Quiero cantar, tocar para el Señor.
7 Señor, oye la voz con que a ti clamo,
escucha, por piedad.
8 Mi corazón de ti me habla diciendo:
«Procura ver su faz».
9 Es tu rostro, Señor, lo que yo busco,
no me escondas tu cara.
Con enojo a tu siervo no rechaces;
eres tú mi defensa,
¡no me abandones, no me dejes solo,
mi Dios y Salvador!
10 Si me abandonaran mi padre y mi madre,
me acogería el Señor.
11 Enséñame, Señor, tus caminos,
y guíame por sendero llano.
12 Líbrame del afán de mis contrarios,
pues contra mí se levantan falsos testigos
que lanzan amenazas.
13 La bondad del Señor espero ver
en la tierra de los vivientes.
14 Confía en el Señor, ¡ánimo, arriba!,
espera en el Señor.
Salmos (Sal) Capítulo 28
No te hagas el sordo, Roca mía.—
1 A ti te llamo, Señor, Roca mía, no te hagas el sordo; no sea que, si guardas silencio, me ocurra como a los que bajan a la tumba.
2 Escucha la voz de mi plegaria cuando a ti grito y elevo mis manos hacia tu Templo santo.
3 Junto con los malvados no me arrastres ni con los que cometen iniquidad, que hablan de paz a sus hermanos, pero llevan dentro la maldad.
4 Págales tú de acuerdo a sus obras y según la malicia de sus crímenes, dáles lo mismo que han hecho sus manos; págales como se lo merecen.
5 Ya que no miran las obras del Señor ni entienden lo que hacen sus manos, él los destruirá y no los rehará.
6 Bendito sea el Señor, que ha escuchado la voz de mi oración.
7 El Señor es mi fuerza y mi escudo, mi corazón confiaba en él, y me socorrió; por eso mi corazón se alegra y le canto agradecido.
8 El Señor es la fuerza de su pueblo, un refugio seguro para su ungido.
9 ¡Salva a tu pueblo y bendice a los tuyos; pastoréalos y llévalos por siempre!
Salmos (Sal) Capítulo 29
El temporal: el Señor es quien pasa.—Por medio de la tempestad el Señor habla: hace sentir su poder y su gloria.
1 ¡Tributen a Yahvé, hijos de Dios,
tributen a Yahvé gloria y poder!
2 Devuelvan al Señor la gloria de su Nombre,
adoren al Señor en solemne liturgia.
3 ¡Voz del Señor sobre las aguas!
retumba el trueno del Dios de majestad:
es el Señor, por encima del diluvio.
4 Voz del Señor, llena de fuerza,
voz del Señor, voz esplendorosa.
5 Voz del Señor: ¡ha partido los cedros!
El Señor derriba los cedros del Líbano.
6 Hace saltar como un novillo al Líbano,
y al monte Sarón como búfalo joven.
7 Voz del Señor: ¡se ha tallado relámpagos!
8 Voz del Señor que sacude el desierto;
estremece el Señor el desierto de Cadés.
9 Voz del Señor: ¡ha doblegado encinas
y ha arrancado la corteza de los bosques!
En su templo resuena una sola voz: ¡Gloria!
10 El Señor dominaba el diluvio,
el Señor se ha sentado como rey y por siempre.
11 El Señor dará fuerza a su pueblo,
dará a su pueblo bendiciones de paz.
Salmos (Sal) Capítulo 30
1 Salmo. Cántico para la dedicación de la Casa. De David.

Te alabaré porque me has librado.—Nada hay definitivo en esta vida. El Señor alterna para cada uno alegrías y pruebas, según lo necesitemos para crecer en la fe. Muy a menudo nos dejamos sorprender: la prueba nos abate, como si Dios ya no existiera, y cuando vienen los favores de Dios, no nos atrevemos a creer que sea verdad.
2 Te alabaré, Señor, porque me has levantado y muy poco se han reído mis contrarios.
3 Señor, Dios mío, clamé a ti y tu me sanaste.
4 Señor, me has sacado de la tumba, me iba a la fosa y me has devuelto a la vida.
5 Que sus fieles canten al Señor, y den gracias a su Nombre santo.
6 Porque su enojo dura unos momentos, y su bondad toda una vida.
Al caer la tarde nos visita el llanto, pero a la mañana es un grito de alegría.
7 Cuando me iba bien, decía entre mí: «Nada jamás me perturbará».
8 Por tu favor, Señor, yo me mantenía como plantado en montes poderosos; apenas escondiste tu rostro, vacilé.
9 A ti clamé, Señor, a mi Dios supliqué.
10 «¿Qué ganas si me muero y me bajan al hoyo? ¿Podrá cantar el polvo tu alabanza o pregonar tu fidelidad?
11 ¡Escúchame, Señor, y ten piedad de mí; sé, Señor, mi socorro!
12 Tu has cambiado mi duelo en una danza, me quitaste el luto y me ceñiste de alegría.
13 Así mi corazón te cantará sin callarse jamás. ¡Señor, mi Dios, por siempre te alabaré!
Salmos (Sal) Capítulo 31
1 Del maestro de coro. Salmo. De David.

Señor, busco refugio en ti.—
2 A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado: ¡tú que eres justo, ponme a salvo!
3 Inclina tu oído hacia mí, date prisa en liberarme.
Sé para mí una roca de refugio, el recinto amurallado que me salve.
4 Porque tú eres mi roca y mi fortaleza; por tu nombre me guías y diriges.
5 Sácame de la red que me han tendido, porque eres tú mi refugio.
6 En tus manos encomiendo mi espíritu, y tú, Señor, Dios fiel, me librarás.
7 Aborreces a los que adoran ídolos vanos, pero yo confío en el Señor.
8 Gozaré y me alegraré de tu bondad porque has mirado mi aflicción y comprendido la angustia de mi alma;
9 no me dejaste en manos del enemigo, me has hecho caminar a campo abierto.
10 Ten piedad de mí, Señor, pues estoy angustiado; mis ojos languidecen de tristeza.
11 Mi vida se consume en la aflicción y mis años entre gemidos; mi fuerza desfallece entre tanto dolor y mis huesos se deshacen.
12 Mi enemigo se alegra, mis vecinos se horrorizan, y se espantan de mí mis conocidos: si me ven en la calle, se alejan de mí.
13 Se olvidaron de mí, como de un muerto, soy como un objeto inservible.
14 Oigo los cuchicheos de la gente, y se asoma el terror por todas partes. Se unieron todos en mi contra, tramaron arrebatarme la vida.
15 Pero yo, Señor, confío en ti, yo dije: Tú eres mi Dios.
16 Mi porvenir está en tus manos, líbrame de los enemigos que me persiguen.
17 Que sobre tu servidor brille tu rostro, sálvame por tu amor.
18 A ti clamé, Señor, no sea confundido; confundidos sean los im píos, lánzalos a la mansión del silencio.
19 Enmudece los labios embusteros, que hablan insolencias contra el justo con orgullo y desprecio.
20 Qué bondad tan grande, Señor, es la que reservas para los que te temen. Se la brindas a los que en ti esperan, a la vista de los hijos de los hombres.
21 En secreto, junto a ti los escondes, lejos de las intrigas de los hombres; los mantienes ocultos en tu carpa, y los guardas de las querellas.
22 Bendito sea el Señor, su gracia hizo maravillas para mí: Mi corazón es como una ciudad fuerte.
23 Yo decía en mi desconcierto: «Me ha arrojado de su presencia». Pero tú oías la voz de mi plegaria cuando clamaba a ti.
24 Amen al Señor todos sus fieles, pues él guarda a los que le son leales, pero les devolverá el doble a los soberbios.
25 Fortalezcan su corazón, sean valientes, todos los que esperan en el Señor.
Salmos (Sal) Capítulo 32
Alivio del que confesó su pecado.—El pecado escondido hace estragos en nuestra conciencia. La confesión es ya una liberación. Más aún la que se hace en la Iglesia, recibiendo un signo sensible de este perdón.
1 Dichoso el que es absuelto de pecado
y cuya culpa le ha sido borrada.
2 Dichoso el hombre aquel
a quien Dios no le nota culpa alguna
y en cuyo espíritu no se halla engaño.
3 Hasta que no lo confesaba,
se consumían mis huesos,
gimiendo todo el día.
4 Tu mano día y noche pesaba sobre mí,
mi corazón se transformó en rastrojo
en pleno calor del verano.
5 Te confesé mi pecado,
no te escondí mi culpa.
Yo dije:» Ante el Señor confesaré mi falta».
Y tú, tu perdonaste mi pecado,
condonaste mi deuda.
6 Por eso el varón santo te suplica
en la hora de la angustia.
Aunque las grandes aguas se desbordasen,
no lo podrán alcanzar.
7 Tú eres un refugio para mí,
me guardas en la prueba,
y me envuelves con tu salvación.
8 «Yo te voy a instruir, te enseñaré el camino,
te cuidaré, seré tu consejero.
9 No sean como el caballo o como el burro
faltos de inteligencia,
cuyo ímpetu dominas
con la rienda y el freno.»
10 Muchos son los dolores del impío,
pero al que confía en el Señor
lo envolverá la gracia.
11 Buenos, estén contentos en el Señor,
y ríanse de gusto;
todos los de recto corazón, canten alegres.
Salmos (Sal) Capítulo 33
La Providencia de Dios cuida el mundo.—«Dichoso el pueblo que tiene al Señor por Dios.» El tiene sus ojos puestos en los que lo temen.
1 Buenos, festejen al Señor,
pues los justos le deben alabar.
2 Denle gracias, tocando la guitarra,
y al son del arpa entónenle canciones.
3 Entonen para él un canto nuevo,
acompañen la ovación con bella música.
4 Pues recta es la palabra del Señor,
y verdad toda obra de sus manos.
5 El ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su gracia.
6 Por su palabra surgieron los cielos,
y por su aliento todas las estrellas.
7 Junta el agua del mar como en un frasco,
y almacena las aguas del océano.
8 Tema al Señor la tierra entera,
y tiemblen ante él sus habitantes,
9 pues él habló y todo fue creado,
lo ordenó y las cosas existieron.
10 Malogra los proyectos de los pueblos
y deshace los planes de las naciones.
11 Pero el proyecto del Señor subsiste siempre,
sus planes prosiguen a lo largo de los siglos.
12 Es feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él escoge como herencia.
13 Mira el Señor de lo alto de los cielos,
y contempla a los hijos de los hombres.
14 Del lugar en que vive está observando
a todos los que habitan en la tierra;
15 él, que solo formó sus corazones,
él, que escudriña todas sus acciones.
16 No salva al rey lo inmenso de sus tropas,
ni su gran fuerza libra al que combate.
17 No es verdad que un caballo sirva para triunfar,
no salvará al jinete ni con todo su brío.
18 Está el ojo del Señor sobre los que le temen,
y sobre los que esperan en su amor,
19 para arrancar sus vidas de la muerte
y darles vida en momentos de hambruna.
20 En el Señor nosotros esperamos,
él es nuestra defensa y nuestro escudo;
21 en él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre tenemos confianza.
22 Venga, Señor, tu amor sobre nosotros,
como en ti pusimos nuestra confianza.
Salmos (Sal) Capítulo 34
1 De David. Cuando, fingiéndose demente ante Abimélec, fue despachado por él y se marchó.

Hagan la prueba y vean cuán bueno es el Señor.—Escuchemos la experiencia de los pobres y los humildes: Dios se hace muy cercano a los que no tienen otro apoyo que él.
Alef. 2 Bendeciré al Señor en todo tiempo,
       no cesará mi boca de alabarlo.
      3 Mi alma se gloría en el Señor:
       que lo oigan los humildes y se alegren.
      4 Engrandezcan conmigo al Señor
       y ensalcemos a una su nombre.
      5 Busqué al Señor y me dio una respuesta
       y me libró de todos mis temores.
      6 Mírenlo a él y serán iluminados
       y no tendrán más cara de frustrados.
      7 Este pobre gritó y el Señor lo escuchó,
       y lo salvó de todas sus angustias.
      8 El ángel del Señor hace sus rondas
       junto a los que le temen y los guarda.
      9 Gusten y vean cuán bueno es el Señor
       ¡dichoso aquel que busca en él asilo!
      10 Teme al Señor, pueblo de los santos,
       pues nada les falta a los que le temen.
      11 Los ricos se han quedado pobres y con hambre,
       pero a los que buscan al Señor nada les falta.
      12 Vengan, hijos, y pónganme atención,
       quiero enseñarles el temor del Señor.
      13 ¿Cuál es el hombre que anhela vivir
       y desea gozar días felices?
      14 Guarda tu lengua del mal,
       tus labios de palabras mentirosas.
      15 Apártate del mal y haz el bien,
       busca la paz y ponte a perseguirla.  
      17 El Señor aparta su cara de los malos
       y borra de la tierra su recuerdo.
      16 Pero tiene puestos sus ojos en los justos
       y sus oídos pendientes de sus clamores.
      18 En cuanto gritan, el Señor escucha,
       y los libra de todas sus angustias.
      19 El Señor está cerca del corazón deshecho
       y salva a los de espíritu abatido.
      20 Aunque el justo padezca muchos males,
       de todos los librará el Señor.
      21 El cuida con afán todos sus huesos,
       no le será quebrado ni uno de ellos.
      22 El malo morirá por su maldad
       y los que odian al justo, lo tendrán que pagar.
      23 Pero el Señor libra el alma de sus siervos,
       el que se ampara en él no tendrá que pagar.
Salmos (Sal) Capítulo 35
Súplica de un justo perseguido.—En varios lugares se parece al salmo 22, que anuncia la pasión de Cristo en forma tan conmovedora.
1 Ataca, Señor, a los que me atacan, combate a los que me combaten.
2 Ponte la armadura, toma el escudo, y te levantas para venir a socorrerme.
3 Blandes la lanza y el hacha contra mis perseguidores, y a mí me dices: «¡Yo soy tu salvación!»
4 Que sean humillados y fracasen los que quieren mi vida, que retrocedan y sean confundidos los que rumian mi desgracia.
5 Que sean como pelusa al viento, acosados por el ángel del Señor.
6 Que su camino sea oscuro y resbaladizo, perseguidos por el ángel del Señor.
7 Sin motivo me tendieron una trampa, y cavaron una fosa para mí.
8 Que sin aviso venga sobre ellos la ruina, que queden atrapados en su trampa y caigan en su fosa.
9 Y mi alma se alegrará en el Señor, muy contenta con su intervención.
10 Todo mi ser exclamará: « Señor, ¿quién hay como tú, que libras al débil de la mano del fuerte, y al pobre y al pequeño del que los despoja?»
11 Falsos testigos se levantan en mi contra, me interrogan por cosas que yo ignoro;
12 me devuelven mal por bien, y me miran cómo me debato.
13 Pero yo, cuando se enfermaban, me vestía de saco, ayunaba, hacía penitencia, y no cesaba de rezar por ellos.
14 Caminaba sin rumbo como por un amigo o un hermano, me curvaba de tristeza como quien llora a su madre.
15 Pero en cuanto caí, se alegraron y se juntaron todos contra mí como extranjeros o desconocidos.
16 Sin cesar me desgarran esos hipócritas, burlándose de mí continuamente y rechinando contra mí los dientes.
17 Señor, ¿te quedarás mirando? Rescátame de los leones rugientes, pues no tengo sino una vida.
18 Te daré gracias en la gran asamblea, te alabaré cuando esté todo el pueblo.
19 Que no se rían los que me odian sin razón, ni se guiñen el ojo, pues no tienen excusas.
20 Esa gente no quiere la paz para los pacíficos del país; siniestros planes han maquinado
21 y hablan abiertamente contra mí: «¡Sí, sí», dicen, «nosotros lo hemos visto!»
22 Tú, Señor, que lo has visto, no te quedes callado, ¡no te apartes de mí, Señor!
23 Despiértate y levántate, que es tiempo de juzgar. Señor, Dios mío, toma mi defensa.
24 Júzgame, Señor, tú que eres justo, y que no puedan reírse de mí,
25 ni digan: «¡Salió tal como queríamos, al fin lo hemos devorado!»
26 Queden avergonzados y humillados, todos los que se ríen de mi desgracia.
Queden cubiertos de infamia y de desprecio los que se alzan contra mí.
27 Ríanse y alégrense los que creen en mis derechos, y que puedan decir siempre: «¡Grande es el Señor, pues supo defender a su servidor!»
28 Yo les diré que tú eres justo, todo el día te alabaré.
Salmos (Sal) Capítulo 36
1 Del maestro de coro. Del siervo de Yahvé. De David.

Maldad del pecador y bondad de Dios.—La misma maldad de los hombres nos incita a confiar en la bondad de Dios.
2 Sólo el pecado habla al impío en el fondo de su corazón; ¡ningún temor de Dios ante sus ojos!
3 Se mira con tan buen concepto, que se niega a admitir su culpa.
4 Sus palabras son fraude y maldad; renunció a ser sensato, a obrar el bien.
5 Hasta en su lecho rumia sus maldades; se obstina en el camino que no es bueno, no renuncia al mal.
6 Señor, tu amor está sobre los cielos y tu fidelidad pasa las nubes.
7 Como los altos montes es tu justicia, y tus decretos como los abismos; Señor, tú ayudas a hombres y animales:
8 ¡qué valiosa es tu gracia!
A ti acuden los hijos de Adán, debajo de tus alas se refugian;
9 se sacian con lo mejor de tu casa, y le quitas la sed en tu río de delicias.
10 En ti se halla la fuente de la vida, y es por tu luz que vemos la luz.
11 Conserva tu amor a los que te conocen, tus premios a los de recto corazón.
12 Que no me aplaste el pie del orgulloso, ni me atrape la mano del impío.
13 ¡Ahí están, cayeron los malhechores, fueron tumbados y no pueden levantarse!
Salmos (Sal) Capítulo 37
La felicidad será para el justo y la ruina para los im píos.—«No te escandalices al ver el éxito de los malos, ni los envidies.» Este salmo desarrolla la enseñanza de los sabios de Israel: ni el poder ni la riqueza dan acceso a la herencia que Dios promete a sus hijos.
1 No te acalores pensando en los malos ni envidies a los que cometen maldad.
2 Muy pronto se marchitarán como la hierba, se secarán como el verdor de los prados.
3 Confía en el Señor y haz el bien, habita en tu tierra y come tranquilo.
4 Pon tu alegría en el Señor, él te dará lo que ansió tu corazón.
5 Encomienda al Señor tus empresas, confía en él que lo hará bien.
6 Hará brillar tus méritos como la luz y tus derechos como el sol del mediodía.
7 Cállate ante el Señor y espéralo; no te indignes por el aprovechador, 14c por el que atropella al pobre y al pequeño.
8 Calma tu enojo, renuncia al rencor, no te exasperes, que te haría mal.
9 Pues los malvados serán extirpados y tendrán la tierra los que esperan al Señor.
10 Sólo un momento y ya no está el impío, si buscas dónde estaba ya no lo encontrarás.
11 Los humildes heredarán la tierra y será grande su prosperidad.
12 El malo conspira contra el justo, y rechina los dientes contra él.
13 Pero el Señor se burla de él, porque ve que le llega su hora.
14 Han desenvainado la espada los malvados y tensado su arco para matar al justo.
15 Pero su espada les traspasa el corazón y sus arcos se rompen.
16 Al que es justo le va mejor con poco que al malvado con toda su riqueza.
17 Porque al malo le quebrarán los brazos, en cambio a los justos los apoya el Señor.
18 El Señor cuida los días de los buenos, su herencia será eterna.
19 Cuando haya escasez no tendrán problemas y tendrán qué comer cuando arrecie el hambre.
20 Pero los impíos perecerán y sus hijos mendigarán el pan.
Los que odian al Señor desaparecen como flores del prado, y se desvanecen como el humo.
21 El impío pide fiado y no devuelve, pero el justo es compasivo y comparte.
22 Los que él bendice poseerán la tierra, y los que él maldice serán eliminados.
23 El Señor guía los pasos del hombre; lo afirma si le gusta su conducta.
24 Si el bueno cae, no se queda en tierra, porque el Señor lo tiene de la mano.
25 Fui joven y ahora soy viejo, pero nunca vi a un justo abandonado.
26 No se ha cansado de dar y prestar: en sus hijos se notará la bendición.
27 Apártate del mal y haz el bien, y tendrás una casa para siempre.
28 Porque el Señor ama lo que es justo y no abandona jamás a sus amigos.
Los pecadores perecerán para siempre y se acabará la raza de los malos.
29 Los justos poseerán la tierra y habitarán en ella para siempre.
30 Medita el justo los dichos de los sabios y si habla, expresa lo que es justo.
31 Con la ley del Señor en su corazón, sus pasos no vacilan.
32 El malvado anda espiando al justo y trata siempre de darle muerte.
33 Pero el Señor no lo deja en sus manos ni permite que sus jueces lo condenen.
34 Espera en el Señor y sigue su camino, él te librará de los impíos, y te mantendrá hasta que heredes la tierra; presenciarás la caída de los malos.
35 He visto al impío, vuelto tirano, elevarse como un cedro del Líbano.
36 Pasé de nuevo, pero ya no estaba; lo busqué, pero no lo encontré.
37 Observa al perfecto, mira al hombre recto: toda una posteridad tendrá el hombre de paz.
38 Los pecadores, en cambio, de una vez se irán, la raza de los malos será exterminada.
39 La salvación de los justos viene del Señor, él es su refugio en tiempos de angustia.
40 El Señor los ayuda y los libera, salva a cuantos confiaron en él.
Salmos (Sal) Capítulo 38
Oración en la desgracia.—En el momento de la enfermedad y de la desgracia, el hombre se pone a reflexionar y descubre que su miseria más grande es ser pecador.
2 Señor, no me reprendas en tu enojo, ni me castigues si estás indignado.
3 Pues tus flechas en mí se han clavado, y tu mano se ha cargado sobre mí.
4 Nada quedó sano en mí por causa de tu ira, nada sano en mis huesos, después de mi pecado.
5 Mis culpas llegan más arriba de mi cabeza, pesan sobre mí más que un fardo pesado.
6 Mis llagas supuran y están fétidas, debido a mi locura.
7 Ando agobiado y encorvado, camino afligido todo el día.
8 Mi espalda arde de fiebre y en mi carne no queda nada sano.
9 Estoy paralizado y hecho pedazos, quisiera que mis quejas fueran rugidos.
10 Señor, ante ti están todos mis deseos, no se te ocultan mis gemidos.
11 Mi corazón palpita, las fuerzas se me van, y hasta me falta la luz de mis ojos.
12 Compañeros y amigos se apartan de mis llagas, mis familiares se quedan a distancia.
13 Los que esperan mi muerte hacen planes, me amenazan los que me desean lo peor, y rumian sus traiciones todo el día.
14 Pero yo, como si fuera sordo, no oigo; soy como un mudo que no abre la boca,
15 como un hombre que no entiende nada y que nada tiene que contestar.
16 Pues en ti, Señor, espero; tú, Señor mi Dios, responderás.
17 Yo dije: «Que no se rían de mí, ni canten victoria si vacilan mis pasos».
18 Ahora estoy a punto de caer, y mi dolor no se aparta de mí.
19 Sí, quiero confesar mi pecado, pues ando inquieto a causa de mi falta.
20 Son poderosos mis enemigos sin causa, incontables los que me odian sin razón.
21 Me devuelven mal por bien, y me condenan porque busco el bien.
22 ¡Señor, no me abandones, mi Dios, no te alejes de mí!
23 ¡Ven pronto a socorrerme, oh Señor, mi salvador!
Salmos (Sal) Capítulo 39
1 Del maestro de coro. De Yedutún. Salmo. De David.

El hombre es poca cosa ante su Dios.—Aunque él nos entregó todo al darnos a su Hijo, no poseemos nada y seguimos esperando todo de su misericordia. «Haz que vea qué frágil soy.»
2 Había dicho: «Andaré derecho, para que no peque por mi lengua, le pondré a mi lengua una mordaza mientras el malvado se yergue ante mí».
3 Callaba resignado, sin decir palabra, pero me atormentaba al ver su buena suerte;
4 me ardía por dentro el corazón, y el escándalo atizaba el fuego, hasta que al fin se me soltó la lengua.
5 «Señor, haz que conozca mi fin y cuál es el largo de mis días, para que sepa lo frágil que soy.
6 A mis días no les diste más de una cuarta y mi existencia es nada para ti. El hijo de Adán se pavonea, pero no es más que soplo.
7 Pasa el hombre mortal como una sombra, no es más que un soplo, pero se afana y almacena sin saber quién lo tendrá.
8 Si es así, ¿qué me queda, Señor? Pondré en ti mi esperanza.
9 No consideres todos mis pecados, no me avergüences ante el insensato».
10 Me callo, no hablaré más, pues tú así lo dispusiste.
11 Aleja de mí tus castigos, que me han destrozado los golpes de tu mano.
12 Corriges al hombre cobrándole sus culpas, roes como polilla lo que más deseó. En verdad, el hombre es sólo un soplo.
13 Señor, escucha mi plegaria, presta oído a mis clamores, no permanezcas sordo a mis lágrimas, pues en tu casa soy un forastero y, como mis padres, peregrino.
14 Dame un descanso, que pueda respirar antes de que me vaya y ya no esté.
Salmos (Sal) Capítulo 40
1 Del maestro de coro. De David. Salmo.

En el libro se me manda que haga tu voluntad.—Que el Señor nos dé la fe auténtica por la que uno obedece y se somete a su voluntad. Obediencia que no es frustración. Todo lo contrario: lleva a la plenitud, a la verdad. «Feliz el hombre que pone en Dios su confianza.»
2 Esperaba, esperaba al Señor, él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor,
3 me sacó de la fosa fatal del barro del pantano; puso mis pies sobre roca y aseguró mis pasos.
4 Puso en mi boca un cántico nuevo, de alabanza a nuestro Dios.
Muchos al verlo temerán y pondrán su confianza en el Señor.
5 Feliz el hombre que cuenta con el Señor, que no escucha a los cínicos ni se pierde en sus mentiras.
6 ¡Cuántas maravillas has hecho, Señor, mi Dios, cuántos proyectos en favor nuestro! Nadie se te puede comparar.
Yo quisiera publicarlas y contarlas, pero son demasiado para enumerarlas.
7 No quisiste sacrificios ni ofrendas —lo dijiste y penetró en mis oídos— no pediste holocaustos ni víctimas.
8 Entonces dije: «Aquí estoy, de mi está escrito en el rollo del Libro.
9 He elegido, mi Dios, hacer tu voluntad, y tu Ley está en el fondo de mi ser».
10 Publiqué tu camino en la gran asamblea, no me callé, Señor, tú bien lo sabes.
11 No encerré tus decretos en el fondo de mi corazón: proclamé tu fidelidad y tu socorro.
No oculté tu amor y tu verdad en la gran asamblea.
12 ¡Tú, Señor, no me niegues tu ternura, que tu amor y tu verdad me guarden siempre!
13 Me rodean desgracias incontables, mis culpas recaen sobre mí y no hay salida, son más que los cabellos de mi cabeza y me falla el corazón.
14 Dígnate liberarme, Señor; Señor, ven pronto a socorrerme.
15 ¡Queden avergonzados y humillados todos los que atentan contra mi vida; que retrocedan confundidos los que se alegran con mi desgracia!
16 Que se escondan de vergüenza los que dicen: «¡Esta vez lo pillamos!»
17 Pero que en ti se alegren y regocijen todos los que te buscan, y que repitan siempre: «¡Dios es grande!» los que desean tu salvación.
18 ¡Piensa en mí, oh Dios, en mí que soy un pobre y desdichado! ¡No te demores, mi Dios, pues tú eres mi socorro y salvación!
Salmos (Sal) Capítulo 41
1 Del maestro de coro. Salmo. De David.

Oración de un enfermo abandonado.—Enfermo, burlado, traicionado: así es el que dice esta oración. Tal vez lo conozcamos y esté a nuestro lado esperando consuelo.
2 Feliz el que se acuerda del pobre y del débil,
en el día malo lo salvará el Señor;
3 el Señor lo guardará, lo mantendrá con vida
y feliz en esta tierra:
—no lo dejarás en manos de sus enemigos—
4 El Señor lo acompaña en su lecho de dolor
y le arregla la cama mientras está enfermo.
5 Yo dije: «Señor, apiádate de mí,
sáname porque he pecado contra ti».
6 Mis enemigos me desean lo peor:
«A ver si se muere y ya no se habla más de él».
7 Si alguien viene a verme, habla por hablar,
pero se informa para dañarme;
apenas está fuera, esparce sus rumores.
8 Mis enemigos se juntan y cuchichean,
mientras comentan mi mal:
9 «Este ataque no es cosa buena,
cayó en la cama para no levantarse».
10 Hasta mi amigo seguro
en el que yo confiaba, que mi pan compartía,
se ha vuelto en contra mía.
11 Pero tú, Señor, ten piedad de mí,
ponme en pie, que quiero pagarles con lo mismo.
12 Que mis enemigos no canten victoria,
y reconoceré que me valoras.
13 Tú me asistirás, Señor, porque no hay falta en mí,
y me mantendrás en tu presencia para siempre.
14 ¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
desde siempre y para siempre! ¡Así sea!
Salmos (Sal) Capítulo 42
1 Del maestro de coro. Poema. De los hijos de Coré.

¿Cuándo iré a contemplar el rostro del Señor?.—Desde su destierro el salmista recuerda los años de gracia.
2 Como anhela la cierva estar junto al arroyo,
así mi alma desea, Señor, estar contigo.
3 Sediento estoy de Dios, del Dios de vida;
¿cuándo iré a contemplar el rostro del Señor?
4 Lágrimas son mi pan de noche y día,
cuando oigo que me dicen sin cesar:
«¿Dónde quedó su Dios?»
5 Es un desahogo para mi alma,
acordarme de aquel tiempo,
en que iba con los nobles
hasta la casa de Dios,
entre vivas y cantos de la turba feliz.
6 ¿Qué te abate, alma mía,
por qué gimes en mí?
Pon tu confianza en Dios
que aún le cantaré a mi Dios Salvador.
7 Mi alma está deprimida,
por eso te recuerdo
desde el Jordán y el Hermón
a ti, humilde colina.
8 El eco de tus cascadas
resuena en los abismos,
tus torrentes y tus olas
han pasado sobre mí.
9 Quiera Dios dar su gracia de día,
y de noche a solas le cantaré,
oraré al Dios de mi vida.
10 A Dios, mi Roca, le hablo:
¿Por qué me has olvidado?
¿Por qué debo andar triste,
bajo la opresión del enemigo?
11 Mis adversarios me insultan
y se me quiebran los huesos
al oír que a cada rato me dicen:
«¿Dónde quedó tu Dios?»
12 ¿Qué te abate, alma mía,
por qué gimes en mí?
Pon tu confianza en Dios
que aún le cantaré a mi Dios salvador.
Salmos (Sal) Capítulo 43
Continuación del salmo anterior.—Es la oración fervorosa que el creyente, sumergido en un ambiente contrario, dirige a Dios para no vacilar en su fe.
1 Hazme justicia, oh Dios,
y defiende mi causa
del hombre sin piedad;
de la gente tramposa y depravada
líbrame, tú, Señor.
2 Si tú eres el Dios de mi refugio:
¿por qué me desamparas?
¿por qué tengo que andar tan afligido
bajo la presión del enemigo?
3 Envíame tu luz y tu verdad:
que ellas sean mi guía
y a tu santa montaña me conduzcan,
al lugar donde habitas.
4 Al altar de Dios me acercaré,
al Dios de mi alegría;
jubiloso con arpa cantaré
al Señor, mi Dios.
5 ¿Qué tienes alma mía, qué te abate,
por qué gimes en mí?
Confía en Dios, que aún le cantaré
a mi Dios salvador.
Salmos (Sal) Capítulo 44
1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Poema.

Lamentación por un desastre nacional.—El pueblo creyente se dirige al Señor implorando humildemente su ayuda en una grave crisis nacional, causada por una fuerte derrota.
2 Lo escuchamos, oh Dios, con nuestros oídos y nos lo transmitieron nuestros padres: las hazañas que en su época tú hiciste, con tu propia mano, en otros tiempos.
3 Para implantarlos, expulsaste a naciones y para extenderlos, maltrataste a pueblos.
4 No conquistó al país su propia espada, ni su brazo los hizo vencedores, sino que fueron tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro, porque los amabas.
5 Tú, mi rey y mi Dios es quien decide las victorias de Jacob.
6 Por ti hundimos a nuestros adversarios y en tu nombre pisamos a nuestros agresores.
7 No es mi arco en quien yo confío, ni es mi espada quien me da la victoria;
8 mas por ti vencemos a nuestros adversarios, tú dejas en vergüenza a los que nos odian.
9 A Dios cada día celebramos y sin cesar alabamos tu nombre.
10 Ahora, en cambio, nos rechazas y humillas y no sales al frente de nuestras tropas.
11 Nos haces ceder ante el adversario y los que nos odian saquean a gusto.
12 Nos entregas como ovejas a la matanza, y nos dispersas en medio de las naciones.
13 Vendes a tu pueblo por un precio irrisorio y no ganas nada con tu negocio.
14 Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, todos en derredor se burlan y se ríen.
15 Servimos de escarmiento a las naciones, y los pueblos menean la cabeza.
16 Tengo siempre delante mi deshonra y enrojece mi rostro la vergüenza
17 al oír los insultos y blasfemias, al ver el odio y la venganza.
18 Todo esto nos pasó sin que nosotros te olvidáramos o rompiéramos tu alianza.
19 No se dio vuelta nuestro corazón ni dejaron tu senda nuestros pasos.
20 Pero nos aplastaste en el desierto, y nos cubrió la sombra de la muerte.
21 Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios tendiendo las manos hacia un dios extranjero,
22 ¿no es cierto que Dios lo hubiera visto, el que conoce los secretos del corazón?
23 Por tu causa nos matan a cada rato, y nos vemos como ovejas ante el cuchillo.
24 Despiértate, ¿por qué duermes, Señor? ¡Levántate y ven a socorrernos!
25 ¿Por qué escondes tu cara? ¿olvidas nuestra opresión, nuestra miseria?
26 Nos arrastramos por el polvo y a la tierra se pega nuestro vientre.
27 ¡Levántate, Señor, y socórrenos, acuérdate de tu bondad y líbranos!
Salmos (Sal) Capítulo 45
1 Del maestro de coro. Según la melodía: “Lirios…”. De los hijos de Coré. Poema. Canto de amor.

Para las bodas del rey.—El amor humano encierra un misterio que desemboca en el mismo misterio de Dios. Dios quiere comunicarse a la humanidad tal como el esposo a su esposa, y esto ya se realizó en la persona de Cristo.
2 Lleno me siento de palabras bellas,
recitaré al rey, yo, mi poema:
mi lengua es como un lápiz de escritor.
3 Tú eres el más hermoso entre los hombres,
en tus labios la gracia se derrama,
así Dios te bendijo para siempre.
4 Cíñete ya la espada, poderoso,
con gloria y con honor
5 anda y cabalga por la causa
de la verdad, la piedad y el derecho.
Haces proezas con armas en la mano:
6 tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden;
los enemigos del rey pierden coraje.
7 Tu trono, oh Dios, es firme para siempre.
Cetro de rectitud es el de tu reinado.
8 Amas lo justo y odias lo que es malo;
por eso Dios, tu Dios, te dio a ti solo
una unción con perfumes de alegría
como no se la dio a tus compañeros.
9 Mirra y áloe impregnan tus vestidos,
el son del arpa alegra tu casa de marfil.
10 Hijas de reyes son tus muy amadas,
una reina se sienta a tu derecha,
oro de Ofir en sus vestiduras luce.
11 Ahora tú, hija, atiéndeme y escucha:
olvida a tu pueblo y la casa de tu padre,
12 y tu hermosura al rey conquistará.
El es tu Señor:
13 los grandes de Tiro ante él se postrarán.
Ahí vienen los ricos del país
a rendirte homenaje.
14 La hija del rey, con oro engalanada,
es introducida al interior,
15 vestida de brocados al rey es conducida.
La siguen sus compañeras vírgenes
que te son presentadas.
16 Escoltadas de alegría y júbilo,
van entrando al palacio real.
17 En lugar de tus padres tendrás hijos,
que en todas partes príncipes serán.
18 Gracias a mí yo quiero que tu nombre
viva de una a otra generación
y que los pueblos te aclamen para siempre.
Salmos (Sal) Capítulo 46
1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Para oboes. Cántico.

Dios está con nosotros.—«Un río con sus brazos regocija a la ciudad de Dios.» A los trastornos expresados en forma figurada en la primera estrofa, el salmista opone una visión de tranquilidad, la de la Ciudad Santa, Jerusalén, la Iglesia.
2 Dios es nuestro refugio y fortaleza,
socorro siempre a mano en momentos de angustia.
3 Por eso, si hay temblor no temeremos,
o si al fondo del mar caen los montes;
4 aunque sus aguas rujan y se encrespen
y los montes a su ímpetu retiemblen:
El Señor Sabaot está con nosotros,
es nuestro baluarte el Dios de Jacob.
5 Un río, sus brazos regocijan
a la ciudad de Dios,
santifica las moradas del Altísimo.
6 Dios está en ella, no puede ceder,
Dios la socorre al despuntar la aurora.
7 Los pueblos bramaban,
los reinos en marcha se ponían...
El eleva su voz y el mundo se hunde.
8 El Señor Sabaot está con nosotros,
es nuestro baluarte el Dios de Jacob.
9 Vengan a ver las hazañas del Señor,
y los estragos que causó a la tierra.
10 Pone fin a la guerra en todo el país,
rompe el arco y en dos parte la lanza
y consume los carros en el fuego.
11 Paren y reconozcan que soy Dios,
muy por encima de los pueblos
y muy alto sobre la tierra.
12 El Señor Sabaot está con nosotros,
es nuestro baluarte el Dios de Jacob.
Salmos (Sal) Capítulo 47
1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Salmo.

Al rey de todas las naciones.—Llega el Señor al final de los tiempos para empezar su reino. Aquí se lo muestra subiendo a su Templo en Jerusalén. Ya no es solamente el Dios de un pequeño pueblo, de una Iglesia minoritaria: todos los pueblos lo reconocen. De alguna manera, esta subida triunfal empezó con la ascensión de Jesús resucitado.
2 Aplaudan, pueblos todos,
aclamen a Dios con voces de alegría
3 pues el Señor, el altísimo, es terrible,
es un gran rey en toda la tierra.
4 Bajo nuestro yugo pone a las naciones
y los pueblos a nuestros pies;
5 él eligió para nosotros nuestra herencia,
orgullo de Jacob, su muy amado.
6 Dios sube entre fanfarrias,
para el Señor resuenan los cuernos;
7 canten, canten a Dios;
entonen salmos a nuestro rey;
8 a Dios que es el rey de toda la tierra,
cántenle un himno de alabanza.
9 Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su santo trono.
10 Los jefes de los pueblos se han unido
con el pueblo del Dios de Abrahán;
porque él es el señor de los grandes de la tierra,
él es Dios y es muy excelso.
Salmos (Sal) Capítulo 48
1 Cántico. Salmo. De los hijos de Coré.

La Iglesia-Sión, monte de Dios.—Sión es el otro nombre de Jerusalén, la ciudad santa. Este salmo recuerda la protección con que Dios la favoreció en varias ocasiones. Alégrense los creyentes, el Señor vela por nosotros.
2 Grande es el Señor y muy digno de alabanzas, en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo,
3 de hermosa altivez, alegría de toda la tierra. ¡Monte Sión, morada divina, ciudad del Gran Rey!
4 Dentro de sus torreones está Dios, se ha revelado como su baluarte.
5 Los reyes se habían unido, y juntos avanzaban, hasta que la vieron... y quedaron pasmados; presos de pánico, se dieron a la fuga.
7 Allí mismo los agarró un temblor, un escalofrío como de mujer en parto;
8 así es como el viento del oriente estrella a los navíos de Tarsis.
9 Tal como lo oímos, así lo vimos en la ciudad del Señor Sabaot, en la ciudad de nuestro Dios: él la ha asentado para siempre.
10 Oh Dios, recordamos tus favores en los patios de tu Templo;
11 que iguale, oh Dios, tu alabanza a tu nombre, y alcance los confines de la tierra.
12 Impone tu diestra tu justicia; se alegra el monte Sión; los pueblos de Judá saltan de gozo al presenciar tus juicios.
13 Recorran Sión y den la vuelta, cuenten sus torres
14 y contemplen sus defensas recorran uno a uno sus palacios; y digan a las nuevas generaciones:
15 ¡así es nuestro Dios!
Nuestro Dios por los siglos de los siglos, él nos conducirá.
Salmos (Sal) Capítulo 49
1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Salmo.

Inconsciencia de los ricos.—
2 Oigan esto, pueblos todos,
habitantes del mundo entero, escuchen:
3 gente del pueblo y gente de apellido,
ricos y pobres, todos en conjunto.
4 Mi boca va a decir sabiduría
y lo que pienso sobre cosas hondas;
5 dejen que me concentre en un refrán,
lo explicaré luego al son del arpa.
6 ¿Por qué temer en días de desgracia,
cuando me cercan el mal y la traición
7 de los que en su fortuna se confían
y hacen prevalecer su gran riqueza?
8 Mas comprada su vida nadie tiene,
ni a Dios puede, con plata, sobornarlo,
9 pues es muy caro el precio de la vida.
10 ¿Vivir piensa por siempre,
o cree que no irá a la fosa un día?
11 Pues bien, verá que los sabios se mueren,
que igual perecen el necio y el estúpido,
y dejan para otros su riqueza.
12 Sus tumbas son sus casas para siempre,
por siglos y siglos sus moradas,
por más que su nombre a sus tierras hayan puesto.
13 El hombre en los honores no comprende,
es igual que el ganado que se mata.
14 Hacia allá van los que en sí confían,
ese será el fin de los que les gusta escucharse.
15 Abajo cual rebaño la muerte los reúne,
los pastorea y les impone su ley.
Son como un espectro desvaído
que a la mañana vuelve su casa abajo.
16 Pero a mí Dios me rescatará,
y me sacará de las garras de la muerte.
17 No temas cuando el hombre se enriquece,
cuando aumenta la fama de su casa.
18 Nada podrá llevar a su muerte,
ni su riqueza podrá bajar con él.
19 Su alma, que siempre en vida bendecía:
«Te alaban, porque te has tratado bien»,
20 irá a unirse con la raza de sus padres,
que jamás volverán a ver la luz.
21 El hombre en los honores no comprende,
es igual que el ganado que se mata.
Salmos (Sal) Capítulo 50
Sirvan a Dios con corazón sincero.—Dios viene a juzgar a su pueblo. Denuncia a los que reemplazan la obediencia del corazón por ofrendas y sacrificios materiales, y que recitan los mandamientos en vez de ponerlos en práctica.
1 Yavé, el Dios de los dioses, ha hablado:
desde donde sale el sol hasta el ocaso,
ha convocado a la tierra.
2 Desde Sión, la muy hermosa, Dios refulge:
3 ¡Ahí viene nuestro Dios, que no se calla!
Un fuego, delante de él, lo abrasa todo,
y a su alrededor ruge la tormenta.
4 De lo alto convoca a los cielos
y a la tierra para juzgar a su pueblo:
5 «Reúnan a mis fieles ante mí,
que con un sacrificio sellaron mi alianza.»
6 Serán los cielos los que anuncien la sentencia,
porque el juez es Dios mismo:
7 «Escucha, pueblo mío, que te hablo;
Israel, declaro en contra tuya,
yo, Dios, que soy tu Dios.
8 No te reprendo por tus sacrificios,
o por tus holocaustos, que están siempre ante mí.
9 No tomaría un toro de tu establo
ni un chivo de tu corral,
10 pues mío es cuanto vive en la selva
y los miles de animales de los montes.
11 Conozco todas las aves del cielo
y mío es cuanto se mueve en el campo.
12 Si tuviera hambre, no te lo diría,
pues mío es el orbe y lo que encierra.
13 ¿Acaso comeré carne de toros
o beberé la sangre de cabritos?
14 Pero dale gracias a Dios con sacrificios,
y cumple tus mandas al Altísimo;
15 invócame en el día de la angustia,
te libraré y tú me darás gloria.
16 Pero al impío Dios le dice:
«¿Por qué vas repitiendo mis preceptos,
y andas siempre hablando de religión,
17 tú que odias mis reprensiones
y te echas mis palabras a la espalda?
18 Si ves un ladrón, corres con él,
y entre los adúlteros tienes tu sitio.
19 Das rienda suelta a tu boca para el mal
y tu lengua urde el engaño.
20 Si te sientas, hablas mal de tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre.
21 Si tú lo haces, ¿tendré yo que callarme?,
¿o piensas que yo soy como tú?
Te acusaré y te lo echaré en cara.
22 ¡Oigan bien los que se olvidan de Dios!
pues si doy un zarpazo no habrá quien los libre.
23 Me honra el que da gracias con sacrificios,
pero al que va por camino recto,
le haré ver la salvación de Dios».
Salmos (Sal) Capítulo 51
1 Del maestro de coro. Salmo. De David. 2 Cuando el profeta Natán lo visitó después de haberse unido aquél a Betsabé.

Piedad de mí, Señor.—Ante el Dios de verdad reconocemos el pecado que cometimos. No faltará la esperanza en nuestra humillación, pues sabemos que él es capaz de crear en nosotros un corazón nuevo.
3 Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad,
por tu gran corazón, borra mi falta.
4 Que mi alma quede limpia de malicia,
purifícame de mi pecado.
5 Pues mi falta yo bien la conozco
y mi pecado está siempre ante mí;
6 contra ti, contra ti sólo pequé,
lo que es malo a tus ojos yo lo hice.
Por eso en tu sentencia tú eres justo,
no hay reproche en el juicio de tus labios.
7 Tú ves que malo soy de nacimiento,
pecador desde el seno de mi madre.
8 Mas tú quieres rectitud de corazón,
y me enseñas en secreto lo que es sabio.
9 Rocíame con agua, y quedaré limpio;
lávame y quedaré más blanco que la nieve.
10 Haz que sienta otra vez júbilo y gozo
y que bailen los huesos que moliste.
11 Aparta tu semblante de mis faltas,
borra en mí todo rastro de malicia.
12 Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
renueva en mi interior un firme espíritu.
13 No me rechaces lejos de tu rostro
ni me retires tu espíritu santo.
14 Dame tu salvación que regocija,
y que un espíritu noble me dé fuerza.
15 Mostraré tu camino a los que pecan,
a ti se volverán los descarriados.
16 Líbrame, oh Dios, de la deuda de sangre,
Dios de mi salvación,
y aclamará mi lengua tu justicia.
17 Señor, abre mis labios
y cantará mi boca tu alabanza.
18 Un sacrificio no te gustaría,
ni querrás si te ofrezco, un holocausto.
19 Mi espíritu quebrantado a Dios ofreceré,
pues no desdeñas a un corazón contrito.
20 Favorece a Sión en tu bondad:
reedifica las murallas de Jerusalén;
21 entonces te gustarán los sacrificios,
ofrendas y holocaustos que se te deben;
entonces ofrecerán novillos en tu altar.
Salmos (Sal) Capítulo 52
1 Del maestro de coro. Poema. De David. Cuando el edomita Doeg vino a avisar a Saúl diciéndole: “David ha entrado en casa de Ajimélec”.

Dios destruirá al malvado.—
3 ¿Por qué de tu maldad te jactas tanto, tú que te sientes fuerte en tu injusticia
4 y meditas en crímenes todo el día?
Una navaja afilada es tu lengua, hacedor de imposturas.
5 Amas el mal más que el bien, prefieres la mentira a la verdad.
6 Lengua embustera, que te gusta lanzar toda palabra que hace mal.
7 Por eso Dios te aplastará, te va a tomar y echarte de tu tienda, te extirpará de la tierra de los vivos.
8 Los buenos lo verán y temerán y dirán riéndose de él:
9 «Miren al hombre que no hizo de Dios su fortaleza, sino que confió en sus muchas riquezas y se encastilló en su crimen».
10 Pero yo quiero ser olivo vigoroso en la casa de Dios, en el amor de Dios yo me confío para siempre jamás.
11 Te alabaré por todo lo que has hecho, tu Nombre será siempre mi esperanza, porque eres bueno, Señor, con los que te aman.
Salmos (Sal) Capítulo 53
1 Del maestro de coro. Para la enfermedad. Poema. De David.

Mundo sin Dios.—
2 Dijo en su corazón el insensato: «¡Mentira, Dios no existe!» Son gente pervertida, hacen cosas infames, ya no hay quien haga el bien.
3 Se asoma Dios desde el cielo, mira a los hijos de Adán, para ver si hay alguno que valga, alguien que busque a Dios.
4 Pero todos se han descarriado, y se han corrompido juntos. No queda ni un hombre honrado, ni uno de muestra siquiera.
5 ¿No comprenderán esos malhechores que comen a mi pueblo como se come el pan?
¡No le han pedido a Dios la bendición!
6 ¡Mira cómo se asustan de repente! Les cae una desgracia inesperada.
Dios dispersa los huesos del renegado; todos se ríen de ellos: «¡Cómo Dios los ha rechazado!»
7 ¿Quién traerá de Sión la salvación de Israel?
Cuando a su pueblo Dios traiga de vuelta, habrá alegría en Jacob, Israel será colmado.
Salmos (Sal) Capítulo 54
1 Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda. Poema. De David.

2 Cuando los zifitas vinieron a decir a Saúl: “¿No está escondido David entre nosotros?”.
3 Oh Dios, por tu Nombre sálvame; por tu poder hazme justicia.
4 Oh Dios, escucha mi plegaria, escucha las palabras de mi boca,
5 pues se alzan contra mí los arrogantes y buscan mi muerte los violentos, hombres para los cuales Dios no cuenta.
6 Pero a mí Dios me ayuda, entre los que me apoyan está el Señor.
7 Que el mal recaiga sobre los que me espían; destrúyelos, Señor, pues tú eres fiel.
8 Te ofreceré de buena gana un sacrificio y alabaré tu nombre, porque es bueno, 9 pues me has sacado de cualquier angustia y he visto humillados a mis enemigos.
Salmos (Sal) Capítulo 55
1 Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda. Poema. De David.

Oración del perseguido.—Supremacía del dinero, violencia, lujo, prostitución, explotación del hombre. En el seno de la sociedad pervertida, el justo se siente acorralado y perseguido: «Arroja tu carga en el Señor».
2 Oh Dios, pon atención a mi plegaria,
no desatiendas mis súplicas.
3 Atiéndeme y respóndeme:
me agito lamentándome y gimiendo,
4 al oír la voz del enemigo
y las amenazas del impío.
5 Con sus aullidos me ensordecen
y me persiguen con alevosía.
6 Mi corazón se estremece en mi pecho,
una angustia mortal me sobrecoge;
me invaden el miedo y el terror
y el pavor me atenaza. Y yo dije:
7 Si tuviera alas de paloma
volaría a donde pudiera posarme.
8 Huiría muy lejos,
y pasaría la noche en el desierto.
9 Buscaría un asilo a toda prisa
contra la tempestad y contra el viento.
10 Dispérsalos, Señor, confúndeles las lenguas,
pues violencia y discordia he visto en la ciudad;
11 rondan por sus murallas día y noche
y dentro están la injusticia y el crimen.
12 El mal se aloja en ella;
de su plaza no se alejan la astucia y el engaño.
13 Si llegara a insultarme un enemigo,
yo lo soportaría;
si el que me odia se alzara en contra mía,
me escondería de él;
14 mas fuiste tú, un hombre como yo,
mi familiar, mi amigo,
15 a quien me unía una dulce amistad;
juntos íbamos a la casa de Dios
en alegre convivencia.
16 Que la muerte los sorprenda,
que bajen vivos al lugar de los muertos,
pues el mal se cobija en su interior.
17 Pero yo clamo a Dios
y el Señor me salvará.
18 De tarde, de mañana, al mediodía,
me lamento y me aflijo
y escuchará mi voz.
19 Me dará la paz, me sacará del combate,
aunque muchos estén en contra mía.
20 Dios atenderá y los humillará,
el que reina desde siempre.
¿Podrán convertirse si no temen a Dios?
21 Alzan la mano contra sus amigos,
no cumplen sus compromisos,
22 su boca es más untuosa que una crema
pero su corazón es agresivo;
sus palabras, más suaves que el aceite,
son espadas desenvainadas.
23 Descarga en el Señor todo tu peso,
porque él te sostendrá;
no dejará que el justo se hunda para siempre.
24 Tú, oh Dios, los echarás al pozo de la muerte;
los hombres sanguinarios y embusteros
no llegarán a la mitad de su vida;
pero yo, confío en ti.
Salmos (Sal) Capítulo 56
1 Del maestro de coro. Según: “La opresión de los príncipes lejanos”. De David. A media voz. Cuando los filisteos se apoderaron de él en Gat.

El justo no sucumbirá.—Oración de los millones de oprimidos para quienes no ha brillado la esperanza. «Recogiste, Señor, nuestras lágrimas.»
2 Oh Dios, ten piedad de mí, que me hostigan; me acosan asaltantes todo el día,
3 me hostigan todo el día y miran cómo me debato.
¡Qué numerosos son mis adversarios!
4 En ti pondré, oh Altísimo, mi confianza el día que tenga miedo.
5 Renuevo mi fe en las palabras de Dios, confío en Dios y no temo más: ¿qué me puede hacer un ser de carne?
6 Oigo todo el día palabras hirientes, no piensan más que en hacerme daño.
7 Se agrupan, se ocultan, me siguen el rastro, se lanzan a la caza de mi vida.
8 Después de tanta maldad, que no se escapen, que sobre ellos recaiga, oh Dios, la furia de los paganos.
9 Tu contaste mis disgustos, recogiste mis lágrimas en tu odre.
10 Retrocederán mis enemigos el día que te invoque. Sé muy bien que Dios está conmigo.
11 Mi fe renuevo en las palabras de Dios, tengo fe en la palabra del Señor;
12 confío en Dios y no temo más, ¿qué puede hacerme un hombre?
13 No me olvido, oh Dios, de mis promesas, te ofreceré sacrificios para darte gracias,
14 porque me sacaste de la muerte; no dejaste que diera un paso en falso.
En presencia de Dios seguiré caminando a la luz de los vivos.
Salmos (Sal) Capítulo 57
1 Del maestro de coro. “No destruyas”. De David. A media voz. Cuando, huyendo de Saúl, se escondió en la cueva.

Oh Señor ¡vivo entre leones!.—
2 Piedad de mí, oh Dios, piedad de mí, pues en ti se refugia el alma mía; a la sombra de tus alas me cobijo hasta que haya pasado la tormenta.
3 Yo clamo al Dios Altísimo, al Dios que de mí cuida.
4 Que del cielo mande alguien a salvarme de las manos de aquellos que me acosan; envíe Dios su gracia y su verdad.
5 Yo duermo rodeado de leones, que devoran a los hijos de los hombres; sus dientes son lanzas y flechas, su lengua es una espada acerada.
6 Muéstrate, oh Dios, por encima de los cielos, y que brille tu luz en toda la tierra.
7 Habían tendido un lazo en mi camino, allí querían que cayera; ante mí cavaron una trampa, pero ellos cayeron dentro.
8 Oh Dios, mi corazón está dispuesto, mi corazón está atento, quiero cantar y tocar para ti.
9 Despiértate, corazón mío, despiértense arpas y cítaras, que quiero a la aurora despertar.
10 Te alabaré, Señor, entre los pueblos, te cantaré en todas las provincias,
11 pues tu amor está a la altura de los cielos y tu verdad se eleva hasta las nubes.
12 Muéstrate, oh Dios, por encima de los cielos, y que brille tu gloria en toda la tierra.
Salmos (Sal) Capítulo 58
1 Del maestro de coro. “No destruyas”. De David. A media voz.

Dios juzga a los gobernantes.—Dios reprende a los jefes que, en vez de ser instrumentos de su justicia, establecen y mantienen un orden corrompido.
2 Dioses, ¿será verdad que hacen justicia y gobiernan como es justo a los hijos de los hombres?
3 Pero no, de adrede cometen injusticia y sus manos imponen al país la violencia.
4 Desde el seno materno andan descarriados los impíos; desde el vientre de su madre se desvían los que dicen la mentira.
5 Su veneno es veneno de serpiente, son sordos como el áspid que se tapa el oído
6 para no oír la voz del encantador, del que doma a las serpientes.
7 Oh Dios, rompe los dientes de su boca; quiebra, Señor, sus colmillos de leones.
8 Que se escurran como agua de un vaso roto, que se sequen como hierba pisoteada.
9 Que sean cual babosa que se va deshaciendo, o como el aborto que no ha visto el sol,
10 como zarza quemada antes de que claven sus espinas: ¡que los arrebate un torbellino!
11 ¡Qué alegría la del justo al ver la venganza! Lavará sus pies en la sangre del impío.
12 Y dirán: «¡Sí, se gana con ser justo; sí, hay un Dios para juzgar al mundo!»
Salmos (Sal) Capítulo 59
1 Del maestro de coro. “No destruyas”. De David. A media voz. Cuando Saúl mando vigilar su casa con el fin de matarle.

2 ¡Dios mío, líbrame de mis enemigos, protégeme de mis agresores;
3 líbrame de los que hacen la maldad, sálvame de los hombres criminales!
4 Mira cómo acechan a mi vida, cuántos poderosos se juntan contra mí.
Señor, en mí no hay crimen ni pecado,
5 pero sin falta mía acuden y se aprestan.
Despiértate, ven a mi encuentro y mira.
6 Señor, Dios Sabaot, Dios de Israel, despiértate, castiga a esos paganos, sé inclemente con todos esos renegados.
7 Vuelven de tarde, ladran como perros, andan dando vueltas por la ciudad.
8 A toda boca dicen barbaridades, de sus labios salen como espadas: «¡Escuche Dios, si puede!»
9 Pero tú, Señor, te burlas de ellos, te ríes de esos incrédulos.
10 Oh tú, mi fuerza, hacia ti miro, pues Dios es mi ciudadela.
11 Si mi Dios viene a mí en su bondad, me hará ver la pérdida de los que me espían.
12 Oh Dios, ordena su masacre, pues tu pueblo no debe olvidarlo.
Tú, tan valiente, persíguelos y mátalos, oh Señor, nuestro escudo.
13 No hay palabra de sus labios que en su boca no sea pecado.
Quedarán atrapados en su orgullo, en los insultos y mentiras que pronuncian.
14 En tu furor aplástalos, destrúyelos y que ya no existan más.
Entonces se sabrá que Dios reina en Jacob y hasta los confines de la tierra.
15 Que a la tarde regresen, que ladren como perros, que anden dando vueltas por la ciudad
16 a la caza de algo que comer y que gruñan si no se repletan.
17 Pero yo cantaré tu poder, y desde la mañana contaré tus bondades; porque tú has sido para mí una ciudadela y mi refugio en el día de la angustia.
18 Oh fuerza mía, yo quiero cantarte; mi Bastión es un Dios siempre bueno conmigo.
Salmos (Sal) Capítulo 60
1 Del maestro de coro. Según “El lirio del testimonio”. A media voz. De David. Para enseñar.

2 Cuando lucho contra Aram de Naharáin y Abram de Sobá, y Joab, de vuelta, derrotó en el valle de la Sal: doce mil hombres.
Súplica después de una derrota.—
3 Oh Dios, nos rechazaste, nos hiciste pedazos, tú estabas enojado, pero vuelve a nosotros.
4 Sacudiste la tierra, la partiste; repara sus grietas, pues se hunde.
5 Impusiste a tu pueblo duras pruebas, nos diste a beber vino embriagante.
6 Portabas la bandera de los que te temen, pero la pusiste detrás para que huyeran del arco.
7 Libera ahora a los que tú amas, sálvanos con tu diestra y respóndenos.
8 Dios ha hablado en su santuario: «Salto de gozo, voy a repartir Siquem y a lotear el valle de Sucot.
9 Míos serán Galaad y Manasés, Efraín será el casco de mi cabeza, Judá será mi bastón de mando.
10 Moab será la vasija en que me lavo; a Edom le lanzo mi sandalia, y oyen mi grito de guerra los filis teos.»
11 ¿Quién me guiará hasta la ciudad fuerte? ¿quién me conducirá hasta Edom?
12 ¿Quién sino tú, oh Dios, que nos rechazaste y que no sales más con nuestras tropas?
13 Danos tu ayuda contra el enemigo, pues de nada sirve la ayuda del hombre.
14 Junto con Dios haremos maravillas, él pisoteará a nuestros adversarios.
Salmos (Sal) Capítulo 61
1 Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda. De David.

2 Oh Dios, escucha mi clamor,
atiende a mi plegaria.
3 Desde el confín de la tierra yo te grito, mientras el corazón me desfallece.
4 Llévame a la roca muy alta para mí, pues tú eres mi refugio, una torre poderosa ante el enemigo.
5 Quiero compartir tu tienda para siempre, cobijarme en el repliegue de tus alas.
6 Pues tú, oh Dios, escuchaste mis votos; cumples el deseo de los que temen tu nombre.
7 Prolonga los días del rey, multiplícalos, que vea transcurrir generaciones.
8 Que reine y sirva a Dios eternamente, que lo guarden tu gracia y fidelidad.
9 Entonces cantaré por siempre a tu nombre y cumpliré mis promesas día tras día.
Salmos (Sal) Capítulo 62
1 Del maestro de coro…Yelutún. Salmo. De David.

En Dios solo descansa el alma mia.—He aquí otra vez un salmo que parecerá muy ajeno a los creyentes de los países en paz. Los salmos son la oración de un pueblo siempre en lucha y roído por la violencia. Fijémonos en las noticias de la televisión, incluso en las de un noticiario manejado, y veremos que la violencia aflora lo suficiente como para que hagamos esa noche la oración del verdadero mundo, del que lucha por sobrevivir.
2 En Dios sólo descansa el alma mía,
de él espero mi salvación.
3 Sólo él es mi roca y mi salvador,
si es mi fortaleza, no he de vacilar.
4 ¿Hasta cuándo se lanzan todos contra uno,
para juntos demolerlo
como se echa abajo un muro,
como se derriba una cerca?
5 Todos sus proyectos son sólo engaños,
su placer es mentir;
con lo falso en la boca ellos bendicen,
y en su interior maldicen.
6 Sólo en Dios tendrás tu descanso, alma mía,
pues de él me viene mi esperanza.
7 Sólo él es mi roca y mi salvador,
si es mi fortaleza, no he de vacilar.
8 En Dios están mi salvación y mi gloria,
él es mi roca y mi fuerza, en él me abrigo.
9 Pueblo mío, confíen siempre en él,
abran su corazón delante de él,
Dios es nuestro refugio.
10 El vulgo no es más que una pelusa,
y de los de arriba no se puede fiar.
Si en la balanza se pusieran todos,
ni un soplo pesarían
11 No vayan a contar con la violencia
ni se hagan ilusiones con la rapiña;
el corazón no apeguen
a las riquezas cuando se acrecientan.
12 Una vez Dios habló,
dos cosas yo entendí:
Que de Dios es la fuerza,
y tuya es, oh Señor, también la gracia.
Que eres tú quien retribuye
a cada cual según sus obras.
Salmos (Sal) Capítulo 63
1 Salmo. De David. Cuando estaba en el desierto de Judá.

De ti tiene sed mi alma.—Contraste entre la vida diaria que a menudo sólo seca el alma, y la experiencia que se tiene de Dios en la soledad.
2 Oh Dios, tú eres mi Dios, a ti te busco,
mi alma tiene sed de ti;
en pos de ti mi carne languidece
cual tierra seca, sedienta, sin agua.
3 Por eso vine a verte en el santuario
para admirar tu gloria y tu poder.
4 Pues tu amor es mejor que la vida,
mis labios tu gloria cantarán.
5 Quiero bendecirte mientras viva
y con las manos en alto invocar tu Nombre.
6 Mi alma está repleta, saciada y blanda,
y te alaba mi boca con labios jubilosos.
7 Cuando estoy en mi cama pienso en ti,
y durante la noche en ti medito,
8 pues tú fuiste un refugio para mí
y salto de gozo a la sombra de tus alas.
9 Mi alma se estrecha a ti con fuerte abrazo
y tu diestra me toma de la mano.
10 Los que en vano quieren perderme
irán a parar debajo de tierra.
11 Serán muertos al filo de la espada,
servirán de festín a los chacales.
12 El rey se sentirá feliz en Dios,
y cuantos juran por él se gloriarán:
«Por fin se acalló a los mentirosos».
Salmos (Sal) Capítulo 64
1 Del maestro de coro. Salmo. De David.

Los calumniadores serán castigados.—
2 Escucha, oh Dios, mi voz cuando me quejo; me amenaza el enemigo, guarda mi vida;
3 escóndeme del complot de los malvados y de las maniobras de los criminales.
4 Afilaron sus lenguas como espada, tienen sus flechas, palabras de amenaza,
5 que tiran a ocultas contra el inocente, las lanzan de improviso y sin miedo.
6 Se animan entre sí para hacer el mal, estudian cómo disimular la trampa y dicen: «¿Quién verá
7 o quién descubrirá nuestros secretos?»
Los sacará a la luz el que escudriña el fondo del hombre, lo profundo del ser.
8 Pero Dios les lanza sus flechas, y se ven heridos de repente.
9 Sus propias palabras los hicieron caer y los que los ven los miran sin piedad.
10 Cada cual entonces empieza a temer, dice en voz alta que es obra de Dios, y comprende su acción.
11 El justo se alegrará en el Señor y en él confiará; se congratularán todos los de recto corazón.
Salmos (Sal) Capítulo 65
1 Del maestro de coro. Salmo. De David. Cántico.

Visitas la tierra y la colmas de riquezas.—Acción de gracias por las ricas cosechas de un año fértil.
2 En Sión, oh Dios, conviene alabarte
y en Jerusalén cumplir nuestras promesas,
3 pues tú has oído la súplica.
Todo mortal viene a ti con sus culpas a cuestas;
nuestros pecados nos abruman
pero tú los perdonas.
5 Feliz tu invitado, tu elegido
para hospedarse en tus atrios.
Sácianos con los bienes de tu casa,
con las cosas sagradas de tu Templo.
6 Tú nos responderás, como es debido,
con maravillas, Dios Salvador nuestro,
esperanza de las tierras lejanas
y de las islas de ultramar,
7 tú que fijas los montes con tu fuerza
y que te revistes de poder.
8 Tú calmas el bramido de los mares
y el fragor de sus olas;
tú calmas el tumulto de los pueblos.
9 Tus prodigios espantan a los pueblos lejanos,
pero alegran las puertas
por donde el sol nace y se pone.
10 Tú visitas la tierra y le das agua,
tú haces que dé sus riquezas.
Los arroyos de Dios rebosan de agua
para preparar el trigo de los hombres.
Preparas la tierra,
11 regando sus surcos,
rompiendo sus terrones,
las lluvias la ablandan, y bendices sus siembras.
12 Coronas el año de tus bondades,
por tus senderos corre la abundancia;
13 las praderas del desierto reverdecen,
las colinas se revisten de alegría;
14 sus praderas se visten de rebaños
y los valles se cubren de trigales,
¡ellos aclaman, o mejor, ellos cantan!
Salmos (Sal) Capítulo 66
1 Del maestro de coro. Cántico. Salmo.

Acción de gracias al terminar la lucha.—El jefe de la comunidad da gracias, en nombre de todos, a Dios, que libró al pueblo de sus pruebas.
2 Aclamen a Dios en toda la tierra,
canten salmos a su glorioso nombre,
hagan alarde de sus alabanzas.
3 Digan a Dios: ¡Qué terribles son tus obras!
Tu fuerza es tal que tus enemigos
se convierten en tus aduladores.
4 Toda la tierra ante ti se inclina,
te canta y celebra tu Nombre.
5 Vengan a ver las obras de Dios:
sus milagros que a los hombres espantan.
6 Transforma el mar en tierra firme,
por el río pasaron caminando;
¡Que para él sean nuestros festejos,
para el Valiente, siempre vencedor!
7 Con sus ojos vigila a las naciones
no sea que se alcen los rebeldes.
8 Bendigan, pueblos, a nuestro Dios,
que se escuchen sus voces, que lo alaban,
9 porque él nos ha devuelto a la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.
10 ¿Oh Dios, por qué nos examinaste
y nos pusiste en el crisol como la plata?
11 Nos hiciste caer en la trampa
y la angustia nos apretó el estómago.
12 Dejaste que un cualquiera
cabalgara sobre nuestras cabezas,
por el fuego y por el agua hemos pasado
pero, al fin, nos has hecho respirar.
13 Llegaré hasta tu Casa con holocaustos,
y te cumpliré mis votos,
14 que en mi angustia mis labios pronunciaron
y ratificó mi boca.
15 Te ofreceré animales bien cebados,
hacia ti subirá el humo de los corderos,
te inmolaré bueyes y chivos.
16 Vengan a oírme los que temen a Dios,
les contaré lo que hizo por mí.
17 Mi boca le gritaba alabanzas
pues estaban debajo de mi lengua.
18 Si hubiere visto maldad en mi corazón,
el Señor no me habría escuchado.
19 Pero Dios me escuchó
y atendió a la voz de mi plegaria.
20 ¡Bendito sea Dios,
que no desvió mi súplica
ni apartó de mi su amor!
Salmos (Sal) Capítulo 67
1 Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda. Salmo. Cántico.

Todos los pueblos te conocerán.—
2 ¡Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
nos ponga bajo la luz de su rostro!
3 Para que conozcan en la tierra tu camino,
tu salvación en todas la naciones.
4 Que los pueblos te den gracias, oh Dios,
que todos los pueblos te den gracias.
5 Que los poblados se alegren y te canten.
Pues tú juzgas los pueblos con justicia,
tú riges a los pueblos de la tierra.
6 Que los pueblos te den gracias, oh Dios,
que todos los pueblos te den gracias.
7 Ha entregado la tierra su cosecha,
Dios, nuestro Dios, nos dio su bendición;
8 que nos bendiga Dios, y sea temido
hasta los confines de la tierra.
Salmos (Sal) Capítulo 68
1 Del maestro de coro. De David. Salmo. Cántico.

Marcha triunfal del Dios vencedor.—La historia de la Iglesia aparece al creyente como una nueva marcha victoriosa. Cristo resucitado, presente en ella por su Espíritu, la conduce hasta el cielo, donde le preparó su lugar.
2 Que Dios se pare y sus enemigos se dispersen, que huyan ante él los que lo odian.
3 Como humo al viento, así tú los disipas, como cera en el fuego se deshacen.
4 En presencia de Dios los malos perecen, mientras que los justos se regocijan, y ante Dios saltan y gritan de alegría.
5 Canten a Dios y toquen a su Nombre, abran camino al que cabalga en las nubes, alégrense en Dios y bailen ante él.
6 Padre del huérfano, defensor de las viudas, ese es Dios en su santa morada.
7 Al solitario le da el calor de hogar, deja libre al preso encadenado, a los rebeldes los deja en calabozos.
8 Oh Dios, cuando saliste al frente de tu pueblo, para tomar el camino del desierto,
9 la tierra tembló y los cielos destilaron en presencia de Dios, el Dios de Israel.
10 Esparciste una lluvia generosa para reanimar a los tuyos extenuados,
11 tu familia encontró una morada, la que en tu bondad destinabas a los pobres.
12 El Señor ha mandado una palabra, y es buena noticia para el gran ejército:
13 ¡Huyen, huyen los reyes con sus tropas! Una sirvienta reparte el botín:
14 alas de paloma cubiertas de plata, con sus plumas color de oro.
15 Mientras el Omnipotente vencía a los reyes, caía nieve en el monte Salmón.
16 Montes de Dios, montes de Basán, montes escarpados, montes de Basán:
17 ¿por qué miran celosos, montes escarpados, al monte que Dios quiso habitar?
Sepan que el Señor lo habita para siempre.
18 Los carros de Dios son miles y miles, en ellos vino del Sinaí al Santuario.
19 Subiste a las alturas, tomaste cautivos, y recibiste hombres en tributo.
Hasta los rebeldes se quedarán a tu lado.
20 ¡Bendito sea el Señor día tras día! El Dios que salva se encarga de nosotros.
21 Se hizo para nosotros un Dios que libera, con Yahvé, el Señor, escapamos a la muerte.
22 Dios aplasta la cabeza de sus enemigos, el cráneo de los habituados al crimen.
23 El Señor lo dijo: «Los traeré de Basán y de las profundidades del mar,
24 para que hundas los pies en su sangre y hasta la lengua de tus perros reciba su parte de los enemigos.»
25 He visto, oh Dios, tus procesiones, las procesiones de mi Dios, de mi rey, en el santuario.
26 Los cantores van delante, los músicos detrás, en medio van las niñas tocando tamboriles.
27 ¡Bendigan a Dios con coros, bendigan al Señor en las fiestas de Israel!
28 Benjamín, el menor, abre el cortejo, los príncipes de Judá con ropas bordadas, los príncipes de Zabulón, los de Neftalí.
29 Oh Dios, habla con fuerza, con la fuerza que manifestaste con nos otros.
30 Desde tu templo que domina Jerusalén, donde los reyes te aportan sus ofrendas,
31 amenaza al monstruo de los cañaverales, al tropel de toros, a los dueños de los pueblos para que se sometan y te ofrezcan oro y plata.
Dispersa a los pueblos que aman la guerra.
32 Desde Egipto vendrán los más ricos, Etiopía tenderá a Dios sus manos.
33 Reinos de la tierra, canten a Dios, toquen para el Señor,
34 que cabalga por los cielos seculares.
¡Oigan su voz, su voz que es poderosa!
35 Reconozcan el poder de Dios, él es grande en Israel, y en lo alto, poderoso.
36 Dios es terrible desde su santuario, él, el Dios de Israel, él da a su pueblo fuerza y poder.
Salmos (Sal) Capítulo 69
1 Del maestro de coro. Según la melodía: “Lirios…” De David.

Las aguas me llegan hasta el cuello.—El servidor de Dios, poco menos que hundido en las aguas del sufrimiento y de la muerte, pide el socorro del Señor. Cristo se aplicó a sí mismo varias palabras de esta oración. El es el que, después de liberado de la muerte, será alegría para todos los que buscan a Dios.
2 Oh Dios, sálvame, que las aguas me llegan hasta el cuello.
3 Me estoy hundiendo en un cieno profundo, y no hay dónde apoyarme.
Me vi arrastrado a profundas aguas y las olas me cubren.
4 Me agoto de gritar, me arde la garganta, y mis ojos se cansan de esperar a mi Dios.
5 Más que los cabellos de mi cabeza son los que me odian sin motivo.
Son más fuertes que yo los que con calumnias me persiguen.
¿Cómo devolveré lo que no he robado?
6 Tú sabes, oh Dios, si me he extraviado, pues no te están escondidos mis errores.
7 No avergüences por mí a los que en ti esperan, Señor, Dios Sabaot, ni humilles por causa mía a los que te buscan, oh Dios de Israel.
8 Por ti fue que soporté el insulto, y la vergüenza me cubrió la cara;
9 me volví como un extraño a mis hermanos, un desconocido para los hijos de mi madre.
10 El celo por tu casa me devora, los insultos de los que te insultan recaen sobre mí.
11 Si me aflijo con ayunos, eso me vale insultos;
12 si me visto de saco, ellos se burlan de mí.
13 Se ríen de mí los que se sientan en la plaza, y a los bebedores doy un tema de canción.
14 Pero a ti, oh Dios, sube mi oración, sea ése el día de tu favor.
Según tu gran bondad, oh Dios, respóndeme, sálvame tú que eres fiel.
15 Sácame del barro, que no me hunda; líbrame del vértigo del agua profunda.
16 Que las olas no me sumerjan, ni me trague el torbellino ni el pozo cierre sobre mí su boca.
17 Respóndeme, Señor, pues tu amor es bondad, vuélvete hacia mí por tu gran misericordia.
18 No escondas a tu siervo tu rostro, me siento angustiado, respóndeme pronto.
19 Ven, acércate a mí y rescátame, líbrame de tantos enemigos.
20 Tú conoces mi humillación, mis adversarios están todos a tu vista.
21 Tanta ofensa me ha partido el corazón, mi vergüenza y confusión son irremediables.
Esperé compasión, pero fue en vano, alguien que me consolara, y no lo hallé.
22 En mi comida me echaron veneno, y para la sed me dieron vinagre.
23 Que un traidor los invite a cenar, y se vuelva una trampa su banquete.
24 Que pierdan la vista y queden a ciegas, que siempre caminen encorvados.
25 Arroja sobre ellos tu furor, que los alcance el fuego de tu ira.
26 Que su propiedad quede devastada y sus carpas sin habitantes,
27 porque persiguieron al que tú heriste y aumentaron los dolores de tu víctima.
28 Impútales falta tras falta y que de ellas nunca se libren;
29 sean borrados del libro de los vivos, no sean inscritos en la lista de los justos.
30 ¡Pero a mí, humillado y afligido, que me levante, oh Dios, tu ayuda!
31 Celebraré con un canto el nombre de Dios, proclamaré sus grandezas, le daré gracias.
32 Esto le agradará al Señor más que una víctima, más que un ternero con cuernos y pezuñas.
33 Vean esto, los humildes, y regocíjense.
¡Reanímense, los que buscan al Señor!
34 Pues el Señor escucha a los pobres, no desdeña a los suyos prisioneros.
35 Que lo aclamen los cielos y la tierra, los mares y cuanto bulle en su interior.
36 Pues Dios salvará a Sión y reconstruirá las ciudades de Judá: allí habrá de nuevo casas y propiedades.
37 Los hijos de sus siervos serán los herederos, y allí morarán los que aman su Nombre.
Salmos (Sal) Capítulo 70
1 Del maestro de coro. De David. En memoria.

Clamor del perseguido.—
2 Dígnate, oh Dios, librarme; apresúrate, Señor, en socorrerme.
3 Queden avergonzados y humillados los que buscan mi muerte.
Que retrocedan, confundidos, los que se alegran con mi desgracia.
4 Que se escondan de vergüenza los que dicen: «¡Esta vez lo pillamos!»
5 Pero que en ti se alegren y regocijen todos los que te buscan; y los que esperan tu salvación repetirán: «¡El Señor ha sido grande!»
6 Tú ves cuán pobre soy y desdichado, oh Dios, ven a salvarme.
¡Tú eres mi socorro, mi liberador, Señor, no tardes más!
Salmos (Sal) Capítulo 71
Oración de un anciano.—Al fin de la vida conoceremos mejor la misericordia de Dios, y nos será fácil recordar todas las maravillas que hizo para nosotros. Supliquémosle que, al terminarse nuestra vida presente, nos otorgue el verdadero consuelo.
1 En ti, Señor, confío, que no quede decepcionado.
2 En tu justicia tú querrás defenderme, inclina a mí tu oído y sálvame.
3 Sé para mí una roca de refugio, una ciudad fortificada en que me salve, pues tú eres mi roca, mi fortaleza.
4 Líbrame, oh Dios, de la mano del impío, de las garras del malvado y del violento,
5 pues tú eres, Señor, mi esperanza, y en ti he confiado desde mi juventud.
6 En ti me apoyé desde mis primeros pasos, tú me atrajiste desde el seno de mi madre, y para ti va siempre mi alabanza.
7 Pero ahora para muchos soy un escándalo, y sólo me quedas tú, mi amparo seguro.
8 Llena de tu alabanza está mi boca, de tu esplendor, el día entero.
9 No me despidas ahora que soy viejo, no te alejes cuando mis fuerzas me abandonan.
10 Pues mis enemigos hablan contra mí y los que esperan mi muerte hacen sus planes.
11 Dicen: «Dios lo ha abandonado; persíganlo y agárrenlo, nadie lo ayudará».
12 Oh Dios, no te alejes de mí, Dios mío, ven pronto a socorrerme.
13 Que queden humillados, cubiertos de vergüenza, los que me ponen asechanzas.
Que el insulto y la infamia envuelvan a los que quieren mi desgracia.
14 Yo entonces, siempre en ti esperaré, y te alabaré como no se ha hecho nunca.
15 Mi boca contará tus obras justas y tu salvación a lo largo del día, pues son más de lo que podría decir.
16 Ahondaré las hazañas del Señor, recordaré tu justicia que es sólo tuya.
17 Oh Dios, me has enseñado desde joven, y hasta ahora anuncié tus maravillas;
18 si ahora estoy viejo y decrépito, oh Dios, no me abandones.
A esta generación anunciaré tu poder, y a los que vengan después, tu valentía
19 y tu justicia, oh Dios, que llega al cielo.
Pues, ¿quién como tú, oh Dios, que has hecho grandes cosas?
20 Tú que me hiciste pasar tantas penas y miserias, volverás para hacerme revivir, y me harás subir de nuevo del abismo.
21 Volverás a ponerme de pie y tendré de nuevo tu consuelo.
22 Entonces te daré gracias al son del arpa por tu fidelidad, oh Dios.
Con la cítara te entonaré salmos, oh Santo de Israel.
23 Te aclamarán mis labios y mi alma que tú redimiste.
24 Tarareará mi lengua todo el día: «Es cierto que él es justo, pues están confundidos y humillados los que querían mi desgracia».
Salmos (Sal) Capítulo 72
El Rey de la paz.—La espera del Rey de la Paz, del que hará justicia a los humildes. La espera de la paz universal después de tanto empecinamiento en masacrarse los unos a los otros.
1 Oh Dios, comunica al rey tu juicio,
y tu justicia a ese hijo de rey,
2 para que juzgue a tu pueblo con justicia
y a tus pobres en los juicios que reclaman.
3 Que montes y colinas traigan al pueblo
la paz y la justicia.
4 Juzgará con justicia al bajo pueblo,
salvará a los hijos de los pobres,
pues al opresor aplastará.
5 Durará tanto tiempo como el sol,
como la luna a lo largo de los siglos.
6 Bajará como la lluvia sobre el césped,
como el chubasco que moja la tierra.
7 Florecerá en sus días la justicia,
y una gran paz hasta el fin de las lunas.
8 Pues domina del uno al otro Mar,
del Río hasta el confín de las tierras.
9 Ante él se arrodillará su adversario,
y el polvo morderán sus enemigos.
10 Los reyes de Tarsis y de las islas
le pagarán tributo;
los reyes de Arabia y de Etiopía
le harán llegar sus cuotas.
11 Ante él se postrarán todos los reyes,
y le servirán todas las naciones.
12 Pues librará al mendigo que a él clama,
al pequeño que de nadie tiene apoyo;
13 él se apiada del débil y del pobre,
él salvará la vida de los pobres;
14 de la opresión violenta rescata su vida,
y su sangre que es preciosa ante sus ojos.
15 Que él viva, que le den oro de Arabia,
y que sin tregua rueguen por él;
lo bendecirán el día entero.
16 ¡Abundancia de trigo habrá en la tierra,
que cubrirá la cima de los montes;
que abunde en fruto como el Líbano,
se multiplicarán como hierba de la tierra!
17 Que su nombre permanezca para siempre,
y perdure por siempre bajo el sol.
En él serán benditas
todas las razas de la tierra,
le desearán felicidad todas las naciones.
18 Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
pues sólo él hace maravillas.
19 Bendito sea por siempre su nombre de gloria,
que su gloria llene la tierra entera.
¡Amén, amén!
20 Aquí terminan las plegarias
de David, hijo de Jesé.
Salmos (Sal) Capítulo 73
¿Por qué les va bien a los malos?—Se escandaliza el creyente al ver el éxito de los malos en todos los sectores de la vida: los violentos, los inescrupulosos, los que tienen dinero para corromper, los que saben engañar. «Espera el fin», dice el salmista.
1 «Dios se porta muy bien con Israel
con los que tienen puro el corazón».
2 Pero yo, por poco mi pie no tropieza
y mis pasos casi se resbalan;
3 yo sentía envidia de los malos,
viendo lo bien que le va a los impíos.
4 Para ellos no existe el sufrimiento,
su cuerpo está gordo y lleno de salud.
5 No comparten las penurias de los hombres
ni les tocan pruebas como a los demás.
6 Por eso como un collar lucen su orgullo,
por ropa llevan puesta la violencia,
7 transpiran por sus poros la maldad,
su corazón desborda de planes ambiciosos.
8 Se burlan mientras traman sus maldades,
con soberbia profieren amenazas;
9 hablan como dueños del cielo
y pretenden guiar a todo el país.
10 Por eso mi pueblo va tras ellos,
porque en ellos sólo brilla el éxito;
11 y dicen: «¿Dios lo verá?
¿Tendrá de esto idea el Altísimo?
12 Miren, pues, cómo son los impíos
y sin problemas amasan sus fortunas.
13 ¿De qué me sirve tener un corazón puro
y mantener mis manos inocentes,
14 cuando todos los días me apalean
y no hay mañana en que no me castiguen?»
15 Si hubiera dicho: «Voy a hablar como ellos»,
habría traicionado la raza de tus hijos.
16 Traté, pues, de poderlo comprender,
pero era para mí cosa difícil.
17 Pero un día penetré en los secretos de Dios,
y me di cuenta de cuál será su fin.
18 Pues los pones en un lugar resbaladizo
y luego los empujas al abismo.
19 ¿Cómo? ¿Están en la ruina en un momento?
Ya no están, trágico fue su fin.
20 Señor, como de un sueño al despertar,
te levantas y disipas su imagen.
21 Cuando se exasperó mi corazón
y punzadas sentía en mis entrañas,
22 era estupidez, no cordura
y no comprendía más que las bestias.
23 ¿No he estado yo contigo todo el tiempo?
Me tomaste de mi mano derecha,
24 me guías conforme a tus designios
y me llevas de la mano tras de ti.
25 ¿A quién tengo en los cielos sino a ti?
y fuera de ti nada más quiero en la tierra.
26 Mi carne y mi corazón se consumen por ti,
mi Roca, mi Dios, que es mío para siempre.
27 Los que se alejan de ti se pierden,
tú aniquilas a los que te son infieles.
28 Para mí lo mejor es estar junto a Dios,
he puesto mi refugio en el Señor;
proclamaré tus obras en las puertas de Sión.
Salmos (Sal) Capítulo 74
Oh Dios, levántate y defiende tu causa.—¡Qué cosa tan misteriosa para nuestra fe es el silencio de Dios frente a nuestras locuras!
1 ¿Por qué, oh Dios, esos continuos rechazos, y esa ira contra el rebaño de tu redil?
2 Acuérdate de tu comunidad, que antiguamente adquiriste y rescataste para que fuera tu tribu y heredad con el monte Sión donde tú moras.
3 Dirige tus pasos a esas ruinas sin remedio; saqueó todo el enemigo en el santuario.
Lanzaron alaridos en tu tienda, a la entrada pusieron la bandera extranjera.
5 Lo derribaron todo con el hacha como leñadores en el bosque;
6 el enmaderado y sus esculturas los demolieron a machete y azuela.
7 Prendieron fuego a tu santuario y profanaron la morada de tu Nombre.
8 Dijeron: «¡Acabemos con ellos de una vez!» y en el país incendiaron todos los santuarios.
9 Ya no vemos signos de ti, ya no hay profetas, y nadie entre nosotros que nos diga hasta cuando.
10 ¿Hasta cuándo, oh Dios, blasfemará el opresor y seguirá el enemigo ultrajando tu nombre?
11 ¿Por qué retiras tu mano? ¿O la tienes tomada de la cintura?
12 ¿No eres acaso desde siempre mi Dios, mi rey, tú, el autor de las liberaciones del país?
13 Tú con tu poder, dividiste el mar y aplastaste las cabezas de monstruos marinos.
14 Rompiste las cabezas de Leviatán y lo diste por comida a las tortugas de mar.
15 Tú hiciste brotar fuentes y torrentes, tú secaste ríos inagotables.
16 Tuyo es el día y tuya es la noche, tú ajustas la luz y el sol.
17 Pusiste todos los límites de la tierra, y formaste el invierno y el verano.
18 No lo olvides: el enemigo insultó al Señor, un pueblo de locos ultrajó tu nombre.
19 No entregues a las fieras el alma que te da gracias, no olvides para siempre la vida de tus pobres.
20 Mira cómo han guardado tu alianza, en las cuevas del país, lugares de resistencia.
21 Que el oprimido no vuelva avergonzado, que el pobre y el pequeño puedan alabar tu nombre.
22 Levántate, oh Dios, y defiende tu causa, te insultan todo el día, no olvides a esos locos.
23 No olvides el alboroto de tus adversarios y el clamor siempre creciente de tus agresores.
Salmos (Sal) Capítulo 75
1 Del maestro de coro. “No destruyas”. Salmo. De Asaf. Cántico.

Te damos gracias; Señor, porque tú vas a juzgar.—Ya juzgó Dios al mundo por la cruz y la resurrección de Cristo, y dio a los justos la certeza de que triunfarán.
2 Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, cuenten tus prodigios los que invocan tu nombre.
3 «Déjenme fijar la fecha y yo haré el juicio, yo impondré la justicia.»
4 Se derrumba la tierra con sus habitantes, mas yo soy quien afianzó sus columnas.
5 Digo a los arrogantes: «¡Ya basta de violencias!» y a los incrédulos: «No alcen los cuernos,
6 no levanten tanto su cornamenta ni lancen desafíos contra la Roca».
7 Pues, he aquí que viene, no del oriente ni del occidente, ni del desierto ni de las montañas,
8 pero sí viene Dios, que es el juez, para humillar a unos y ensalzar a otros.
9 En su mano el Señor tiene la copa de vino espumante y embriagador. La escancia y la vacian hasta la borra al beberla todos los malos de la tierra.
10 Yo podría alargarme, no terminaría, cantaré salmos al Dios de Jacob:
11 aserruchará los cuernos de los malvados, y se alzarán los cuernos de los justos.
Salmos (Sal) Capítulo 76
1 Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda. Salmo. De Asaf. Cántico.

Después de una liberación.—Dios ha derrotado a los reyes que atacaban Jerusalén, la Ciudad Santa; su victoria anuncia otra definitiva en que salvará a los humildes.
2 En Judá Dios se ha dado a conocer,
grande es su nombre en Israel,
3 pues en Salem está su tienda
y su morada en Sión.
4 Allí rompió las flechas del arco,
el escudo, la espada, las armas de la guerra.
5 Allí estás radiante, majestuoso,
triunfante sobre montañas de trofeos:
6 ¡todo se les quitó!
Los valientes no despertaban de su sueño,
el ejército entero, todos desfallecieron.
7 Al oír tu amenaza, Dios de Jacob,
carro y caballo quedaron petrificados.
8 ¡Qué terrible eres tú!
¿Quién te resistirá el día de tu ira?
9 Si en los cielos dictas la sentencia,
la tierra se asusta y queda sin palabras.
10 Dios entonces se levanta, hace justicia
y salva a todos los humildes de la tierra.
11 El furor del hombre redundará en tu gloria,
los que escapen de tu cólera te alabarán.
12 ¡Hagan votos al Señor, al Dios de ustedes,
y vengan de todas partes a cumplirlos,
traigan ofrendas para el Dios terrible!
13 El apaga el coraje de los príncipes
y es terrible para los reyes de la tierra.
Salmos (Sal) Capítulo 77
1 Del maestro de coro…Yelutún. De Asaf. Salmo.

Recuerdo las hazañas del Señor.—Con facilidad vemos el pasado más maravilloso de lo que fue; también, con el correr del tiempo, veremos mejor que Dios estuvo presente y activo en el momento actual.
2 En voz alta clamo a Dios, en voz alta para que me escuche.
3 Busqué al Señor en el momento de la prueba, de noche sin descanso hacia él tendí mi mano y mi alma se negó a ser consolada.
4 No me acuerdo de Dios sin que no gima, si medito, una duda acosa mi espíritu.
5 No me permite dormir, me perturbo y me faltan las palabras.
6 Es que pienso en los días de otrora, en los tiempos antiguos...
7 Y me acuerdo y por la noche mi corazón se atormenta, medito y mi espíritu se interroga:
8 ¿Nos rechazará Dios para siempre y no reabrirá el tiempo de sus favores?
9 ¿Ha clausurado su gracia para siempre y encerrado su palabra para el futuro?
10 ¿Se ha olvidado Dios de su compasión o la cólera ha cerrado sus entrañas?
11 Y me dije: «Lo que me traspasa es que ha cambiado la diestra del Altísimo».
12 Recuerdo las hazañas del Señor, recuerdo tus milagros de otros tiempos.
13 En tus obras medito, una a una, y pienso en tus hazañas.
14 ¡Oh Dios, en tus obras todo es santo! ¿Qué dios es tan grande como nuestro Dios?
15 Tú eres el Dios que hace maravillas, tú demuestras tu fuerza entre los pueblos.
16 Por tu brazo a tu pueblo rescataste, a los hijos de Jacob y de José.
17 Oh Dios, las aguas te vieron, te vieron y se estremecieron, y hasta sus honduras enmudecieron.
18 Las nubes descargaron aguaceros, las nubes hicieron oír su voz, mientras tus flechas se arremolinaban.
19 Se oía de tu trueno el retumbar, tus relámpagos el mundo iluminaban, la tierra se asombraba y estremecía.
20 Tu camino cruzaba por el mar, por aguas profundas corrían tus senderos, y nadie supo dar cuenta de tus huellas.
21 Tú guiabas a tu pueblo, a tu rebaño, por la mano de Moisés y de Aarón.
Salmos (Sal) Capítulo 78
¡Cuántas veces tentaron a Dios!—Este salmo saca una lección de la historia de Israel: las gracias de Dios y la ingratitud de su pueblo.
1 Atiende, pueblo mío, a mi enseñanza, toma en serio estas palabras de mi boca.
2 En parábolas voy a abrir mi boca, evocaré los enigmas del pasado.
3 Las cosas que escuchamos y sabemos, que nos fueron contando nuestros padres,
4 no deben ignorarlas nuestros hijos.
A la futura generación le contaremos la fama del Señor y su poder, las maravillas que él ha realizado.
5 En Jacob arraigó sus declaraciones, a Israel le dio una Ley.
Luego ordenó a nuestros padres que se las enseñaran a sus hijos,
6 para que las conozcan sus sucesores, los hijos que nacerán después.
Que éstos se encarguen de instruir a sus hijos
7 para que éstos confíen sólo en Dios, no olviden las hazañas de su Dios y observen sus mandatos.
8 Para que no sean, a ejemplo de sus padres, una generación rebelde y obstinada, incapaz de mantener su decisión y cuyo espíritu no era fiel a Dios.
9 Los hijos de Efraín, diestros arqueros, volvieron las espaldas el día del combate.
10 Es que no respetaban la alianza de Dios, se habían negado a seguir su Ley.
11 Habían olvidado sus hazañas, los prodigios que había hecho ante sus ojos.
12 ¡Qué milagros no hizo ante sus padres, en la tierra de Egipto, en los campos de Tanis!
13 Hendió el mar y los hizo pasar deteniendo las aguas como un dique.
14 De día los guió con una nube y cada noche con una luz de fuego.
15 Partió en medio las rocas del desierto y les dio de beber agua a torrentes.
16 Hizo brotar arroyos de la piedra y las aguas corrieron como ríos.
17 Mas de nuevo pecaron contra él, desafiaron al Altísimo en el desierto.
18 Tentaron a Dios en sus corazones, pidiendo de comer para sobrevivir;
19 insultaron a Dios, diciendo: «¿Será Dios capaz de prepararnos la mesa en el desierto?
20 Es cierto que, cuando él golpeó la roca, corrió el agua y los torrentes desbordaron, pero, ¿será capaz de darnos pan, o de proporcionar carne a su pueblo?»
21 Al oírlo el Señor se encolerizó, un fuego se encendió contra Jacob y la cólera subió contra Israel,
22 porque no habían creído en Dios ni habían confiado en que los salvaría.
23 Dio orden a las nubes en lo alto, abrió las compuertas de los cielos,
24 les envió como lluvia maná para comida, les dio trigo del cielo.
25 Y el hombre comió el pan de los Fuertes, y El les envió de sobra provisiones.
26 Hizo soplar en los cielos viento del este, y trajo con su poder el viento sur.
27 Hizo llover sobre ellos la carne como polvo, aves innumerables como arena del mar.
28 Hizo que cayeran dentro del campamento, en todo el derredor de sus carpas.
29 Comieron hasta ya no poder más, él les sirvió de cuanto deseaban.
30 Pero aún sus ansias no calmaban y todavía en su boca tenían su comida,
31 cuando estalló contra ellos la cólera de Dios: dio muerte a los más fuertes de los suyos, derribó a la flor y nata de Israel.
32 A pesar de esto, pecaron nuevamente, no creían aún en sus maravillas.
33 De un soplo, entonces, apagó sus días, trágicamente se acabaron sus años.
34 Cuando él los masacraba, lo buscaban, se volvían y le hacían la corte;
35 se acordaban que Dios era su Roca y el Dios altísimo, su redentor.
36 Pero todo se quedaba en palabras, y con su lengua sólo le men tían;
37 pues su corazón no se dio a fondo, ni tampoco tenían fe en su alianza.
38 El, empero, siempre bueno y compasivo, perdonaba su culpa en vez de destruirlos, ¡cuántas veces no refrenó su cólera en vez de desatar toda su ira!
39 «Son seres de carne, se decía, soplo que se va y no volverá».
40 ¡Cuántas veces lo desafiaron en el desierto y lo enervaron en esa soledad!
41 Nuevamente tentaron a su Dios y enojaron al Santo de Israel.
42 No se acordaron más de su poder, del día en que los libró del adversario,
43 cuando hizo milagros en Egipto, prodigios en los campos de Tanis,
44 convirtió en sangre sus ríos, para que no bebieran de sus arroyos.
45 Luego vinieron mosquitos que se los comían y ranas que les hicieron gran perjuicio.
46 Entregó sus cosechas al pulgón y el fruto de su trabajo a las langostas.
47 Echó a perder sus viñas con granizo y sus sicomoros con la helada.
48 Dejó sus rebaños a merced del granizo y el rayo tumbó sus ganados.
49 Lanzó sobre ellos el ardor de su cólera, ira, furor, angustia: ¡un buen envío de ángeles de desdichas!
50 Le dio rienda suelta a su cólera, no preservó sus vidas de la muerte y los entregó a la peste.
51 Mató a los primogénitos de Egipto, a todo hijo mayor en las carpas de Cam.
52 Luego sacó a su pueblo como ovejas, los guió, como rebaño, en el desierto;
53 los condujo seguros, sin temor, mientras que el mar cubría a sus enemigos.
54 Los introdujo en su santo territorio, la montaña que su diestra conquistó.
55 Expulsó en su presencia a las naciones, les asignó a cordel una heredad y en carpas ajenas instaló a las tribus de Israel.
56 Mas tentaron a Dios, el Altísimo, se rebelaron contra él, no hicieron caso de sus advertencias.
57 Se corrían y traicionaban como sus padres, le fallaban como arco que no apunta.
58 Lo irritaron con sus sitios de culto y con sus ídolos lo pusieron celoso.
59 Dios los oía, y se indignó, y rechazó totalmente a Israel;
60 abandonó su morada de Silo, que era su tienda, plantada entre los hombres.
61 Permitió que se llevaran cautivo su poder y en manos enemigas cayera su gloria.
62 Tanto era su enojo con los suyos que entregó su pueblo a la espada;
63 el fuego devoró a su juventud y sus niñas solteras se quedaron;
64 sus sacerdotes cayeron por la espada y sus viudas no se lamentaron.
65 Pero se despertó el Señor como de un sueño, como un valiente que ha dormido la mona,
66 hirió a sus enemigos por la espalda, los dejó humillados para siempre.
67 Descartó luego a la tienda de José y no eligió a la tribu de Efraín,
68 mas escogió a la tribu de Judá, a ese monte Sión al que amaba.
69 Construyó su santuario como las alturas, como la tierra, firme para siempre.
70 Eligió a David, su servidor, lo sacó del redil de los corderos,
71 lo llamó cuando cuidaba a las ovejas para pastorear a Jacob, su pueblo.
72 Fue su pastor con un corazón perfecto y con mano prudente los condujo.
Salmos (Sal) Capítulo 79
¿Hasta cuándo estarás enojado?—Que Dios haga justicia a su pueblo. El Señor no nos debe nada, ya que somos pecadores.
1 Oh Dios, los paganos han entrado en tu heredad, han profanado tu santuario, y a Jerusalén la han dejado en ruinas.
2 Arrojaron los cuerpos de tus siervos como carroña a las aves de rapiña y la carne de tus fieles a las fieras.
3 Derramaron la sangre como el agua en torno a Jerusalén y no había ningún sepulturero.
4 Somos una vergüenza ante nuestros vecinos, objeto de risa y burla a nuestro derredor.
5 ¿Hasta cuándo, Señor, durará tu cólera? ¿Tus celos quemarán siempre como fuego?
6 Descarga tu furor sobre los paganos, sobre la gente que no te conoce, sobre los reinos que no invocan tu nombre.
7 Pues devoraron a Jacob y asolaron tu dominio.
8 No nos tengas rencor por faltas de nuestros padres, que tu misericordia corra a nuestro encuentro, pues ya no podemos más.
9 Ayúdanos, oh Dios, salvador nuestro, en atención a la gloria de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados en honor a tu nombre.
10 ¿Quieres que digan los paganos: «¿Dónde está su Dios?»
Que bajo nuestros ojos conozcan los paganos cómo cobras venganza de la sangre derramada de tus siervos.
11 Que hasta ti llegue la queja del prisionero; con tu potente brazo salva a los condenados a muerte.
12 Paga a nuestros vecinos siete veces los insultos que te lanzaron, Señor.
13 Y nosotros, tu pueblo, el rebaño de tu redil, te daremos gracias para siempre; de edad en edad diremos tu alabanza.
Salmos (Sal) Capítulo 80
1 Del maestro de coro. Según la melodía: “Lirios es el dictamen”. De Asaf. Salmo.

Oh Dios, manifiéstate.—Dios es nuestro pastor. ¿Ha olvidado a su pueblo y a su Iglesia? Cuando la Iglesia aparece desprestigiada, es la salvación de Cristo la que parece haber fracasado. Señor, «¡haz que volvamos y conviértenos!»
2 Escucha, pastor de Israel, que guías a José como un rebaño, tú que te sientas en los querubines
3 resplandece delante de Efraín, Benjamín y Manasés.
¡Despierta tu valentía, ven y sálvanos!
4 ¡Oh Dios, retómanos en tus manos, haz brillar tu faz y sálvanos!
5 ¿Hasta cuándo, Señor, Dios de los ejércitos, vas a desconsiderar las oraciones de tu pueblo?
6 Le diste por comida un pan de lágrimas, han bebido sus lágrimas hasta saciarse.
7 Somos la presa que se arrebatan nuestros vecinos, y nuestros enemigos se burlan de nosotros.
8 ¡Oh Dios de los ejércitos, restablécenos, haz brillar tu faz y sálvanos!
9 Tenías una viña que arrancaste de Egipto, para plantarla expulsaste naciones.
10 Delante de ella despejaste el terreno, echó raíces y repletó el país.
11 De su sombra se cubrieron las montañas y de sus pámpanos, los cedros divinos.
12 Extendía sus sarmientos hasta el mar y sus brotes llegaban hasta el río.
13 ¿Por qué has destrozado sus cercos?
Cualquier transeúnte saca racimos,
14 el jabalí de los bosques la devasta y los animales salvajes la devoran.
15 ¡Oh Dios Sabaot, es hora de que regreses; mira de lo alto del cielo y contempla, visita esa viña
16 y protégela, ya que tu derecha la plantó!
17 Los que le prendieron fuego como basura, que perezcan al reproche de tu mirada.
18 Que tu mano apoye al hombre que hace tus obras, al hijo de hombre que has hecho fuerte para ti.
19 Ya no nos apartaremos más de ti, nos harás revivir y tu nombre invocaremos.
20 ¡Señor, Dios Sabaot, restablécenos, haz brillar tu faz y sálvanos!
Salmos (Sal) Capítulo 81
1 Del maestro de coro. Según la…de Gat. De Asaf.

Abre la boca y te la llenaré.—«Si mi pueblo me oyera, yo sometería luego a sus enemigos.» Somos débiles y nos falta el dinamismo para evangelizar y cambiar el mundo: es que no abandonamos totalmente a nuestros falsos dioses.
2 ¡Aviven a Dios, nuestra fuerza,
aclamen al Dios de Jacob.
3 Entonen los salmos y toquen los tambores,
la melodiosa cítara y la lira!
4 Que suene el cuerno para el primero del mes,
para la luna llena, el día de nuestra fiesta.
5 Pues es una ley en Israel,
una ordenanza del Dios de Jacob;
6 un decreto que impuso a José,
cuando salió de la tierra de Egipto.
Oyó, entonces, una voz desconocida:
7 «Yo quité la carga de su espalda,
sus manos han dejado la canasta.»
8 En la angustia gritaste y te salvé,
te respondí en el secreto de la nube,
te puse a prueba en las aguas de Meribá:
9 «Escucha, pueblo mío, te lo advierto,
ojalá me escucharas, Israel:
10 No tengas en tu casa un dios extraño,
ni te prosternes ante un dios de afuera:
11 Yo soy Yavé, tu Dios,
que te hice subir de la tierra de Egipto.
Abre tu boca y te la llenaré».
12 Pero mi pueblo no me quiso oír,
e Israel no me obedeció.
13 Los dejé, pues, que siguieran sus caprichos
y caminaran según su parecer.
14 «Ah, si mi pueblo me escuchara,
si Israel fuera por mis caminos,
15 sometería en un instante a sus enemigos,
volvería mi mano contra sus opresores.
16 Los enemigos del Señor le adularían
y su espanto jamás terminaría.
17 Pero a él, con flor de trigo lo alimentaría
y con miel de la roca lo saciaría».
Salmos (Sal) Capítulo 82
Dios juzga a los jueces.—Dios convoca a los gobernantes del mundo, llamados «dioses» del mundo, es decir a los que, teniendo autoridad sobre las naciones, comparten la tarea del Juez Supremo y deben hacerlo en nombre de Dios. Dios recuerda los derechos sagrados del pueblo. Los gobernantes también son mortales y rendirán cuentas.
1 Se ha puesto Dios de pie en la asamblea divina
para dictar sentencia en medio de los dioses:
2 «¿Hasta cuándo juzgarán inicuamente
y tendrán miramientos con los malos?
3 Denle el favor al débil y al huérfano,
hagan justicia al que sufre y al pobre;
4 si los ven tan débiles e indigentes,
sálvenlos de la mano de los impíos».
5 Esta gente no sabe ni comprende,
no dan más que vueltas en sus tinieblas,
y las bases de la tierra se conmueven.
6 Había dicho: «Ustedes serán dioses,
serán todos hijos del Altísimo».
7 Pero ahora como hombres morirán
y como seres de carne caerán».
8 Oh Dios, ponte de pie, juzga la tierra,
pues tú dominas todas las naciones.
Salmos (Sal) Capítulo 83
1 Cántico. Salmo. De Asaf.

Todos están contra nosotros.—
2 Oh Dios, no descanses, no te calles; oh Dios, no te quedes impasible
3 cuando tus enemigos hacen estruendo y los que te odian levantan la cabeza.
4 Traman un complot contra tu pueblo, conspiran contra tus protegidos.
5 «Vengan, dicen, no sean más nación, y que nadie recuerde el nombre de Israel».
6 Se pusieron todos de acuerdo, sellaron una alianza contra ti:
7 los clanes de Edom y de Ismael, los de Moab y los hijos de Agar,
8 los de Guebal, Amón y de Amalec, los filisteos y la gente de Tiro;
9 hasta los de Asur se unieron a ellos y prestaron su fuerza a los hijos de Lot.
10 Haz que corran la suerte de Madián, de Sísera y Jabín en el valle de Cisón,
11 que fueron exterminados junto a Endor, y de abono sirvieron a la tierra.
12 Trata a sus príncipes como a Oreb y a Zeeb, y como a Zebaj y Salmuna a sus capitanes,
13 que habían dicho: «Nosotros conquistaremos los dominios de Dios».
14 Dios mío, trátalos como un torbellino, como paja llevada por el viento;
15 como incendio que arrasa con el bosque, como fuego que corre por los montes;
16 así persíguelos con tu tormenta y llénalos de terror con tu huracán.
17 Cúbreles la cara de vergüenza, tal vez así, Señor, busquen tu nombre.
18 Que se confundan y espanten para siempre, que sean humillados y perezcan.
19 Sepan que sólo tú te llamas Señor, y eres Altísimo en toda la tierra.
Salmos (Sal) Capítulo 84
1 Del maestro de coro. Según la…de Gat. De los hijos de Coré. Salmo.

Quiero ver al Dios viviente.—Las alegrías de la peregrinación y de la subida al Templo.
2 ¡Qué amables son tus moradas, Señor Sabaot!
3 Mi alma suspira y hasta languidece
por los atrios del Señor;
mi corazón y mi carne
gritan de alegría al Dios que vive.
4 Hasta el pajarillo encuentra casa,
y la alondra un nido, donde dejar sus polluelos:
cerca de tus altares, Señor Sabaot,
¡oh mi Rey y mi Dios!
5 Felices los que habitan en tu casa,
se quedarán allí para alabarte.
6 Dichosos los hombres cuya fuerza eres tú
y que gustan de subir hasta ti.
7 Al pasar por el valle de los Sauces,
beben allí de la fuente
ya bendecida por las primeras lluvias;
8 pasan por las murallas una a una,
hasta presentarse a Dios en Sión.
9 ¡Oh Señor, Dios Sabaot, escucha mi plegaria,
oye con atención, Dios de Jacob!
10 Mira, oh Dios, nuestro escudo,
contempla la cara de tu ungido.
11 Vale por mil un día en tus atrios,
y prefiero quedarme en el umbral,
delante de la casa de mi Dios
antes que compartir la casa del malvado.
12 El Señor es un baluarte y un escudo,
el Señor dará la gracia y la gloria
a los que marchan rectamente:
ninguna bendición les negará.
13 ¡Oh Señor Sabaot,
feliz el que confía en ti!
Salmos (Sal) Capítulo 85
1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Salmo. Del maestro de coro.

La justicia y la paz se han abrazado.—La salvación que Dios nos trae es como un enlace entre cielo y tierra, una obra común de Dios y de los humanos. Cristo es la plenitud de Dios y el fruto de nuestra tierra.
2 Señor, has sido bueno con tu tierra:
hiciste volver a los cautivos de Jacob.
3 Suprimiste la deuda de tu pueblo,
perdonaste totalmente su pecado.
4 Depusiste todo tu furor,
y volviste del ardor de tu cólera.
5 Restablécenos, Dios, salvador nuestro,
pon fin a tu resentimiento con nosotros.
6 ¿Estarás siempre irritado con nosotros,
de edad en edad proseguirá tu cólera?
7 ¿No volverás, acaso, a darnos vida
para que tu pueblo en ti se regocije?
8 ¡Haz, Señor, que veamos tu bondad
y danos tu salvación!
9 Quiero escuchar lo que dice el Señor,
pues Dios habla de paz
a su pueblo y a sus servidores,
con tal que en su locura no recaigan.
10 «Cerca está su salvación de los que le temen
y habitará su Gloria en nuestra tierra.
11 La Gracia y la Verdad se han encontrado,
la Justicia y la Paz se han abrazado;
12 de la tierra está brotando la verdad,
y del cielo se asoma la justicia.
13 El Señor mismo dará la felicidad,
y dará sus frutos nuestra tierra.
14 La rectitud andará delante de él,
la paz irá siguiendo sus pisadas.»
Salmos (Sal) Capítulo 86
Oración en tiempo de aflicción.—El servidor de Dios, oprimido por el pecado y angustiado por la muerte, pide la ayuda a aquel que es todo bondad.
1 Escúchame, Señor, y respóndeme, pues soy pobre y desamparado;
2 si soy tu fiel, vela por mi vida, salva a tu servidor que en ti confía.
3 Tú eres mi Dios; piedad de mí, Señor, que a ti clamo todo el día.
4 Regocija el alma de tu siervo, pues a ti, Señor, elevo mi alma.
5 Tú eres, Señor, bueno e indulgente, lleno de amor con los que te invocan.
6 Señor, escucha mi plegaria, pon atención a la voz de mis súplicas.
7 A ti clamo en el día de mi angustia, y tú me responderás.
8 Nadie hay como tú, Señor, entre los dioses y nada que a tus obras se asemeje.
9 Todos los paganos vendrán para adorarte y darán, Señor, gloria a tu nombre.
10 Porque eres grande y haces maravillas, tú solo eres Dios.
11 Tus caminos enséñame, Señor, para que así ande en tu verdad; unifica mi corazón con el temor a tu nombre.
12 Señor, mi Dios, de todo corazón te daré gracias y por siempre a tu nombre daré gloria,
13 por el favor tan grande que me has hecho: pues libraste mi vida del abismo.
14 Oh Dios, me echan la culpa los soberbios, una banda de locos busca mi muerte, y son gente que no piensan en ti.
15 Mas tú, Señor, Dios tierno y compasivo, lento para enojarte, lleno de amor y lealtad,
16 vuélvete a mí y ten piedad de mí, otórgale tu fuerza a tu servidor y salva al hijo de tu sierva,
17 y para mi bien haz un milagro.
Humillados verán mis enemigos que tú, Señor, me has ayudado y consolado.
Salmos (Sal) Capítulo 87
Mi Dios ama las puertas de Sión.—El salmista recuerda que Dios ha elegido a Jerusalén-Sión, o sea a la Iglesia, como capital de su pueblo y madre de todas las naciones.
1 La ciudad que fundó en los montes santos,
2 las puertas de Sión, ama el Señor
más que todas las moradas de Jacob.
3 De ti se dicen cosas admirables,
ciudad de Dios.
4 Hablamos entre amigos de Egipto y Babilonia,
luego, de Tiro, Filistea y Etiopía:
tal y cual han nacido aquí o allá.
5 Mas de Sión se dirá: «Es la madre,
porque en ella todos han nacido
y quien la fundó es el Altísimo».
6 El Señor inscribe a los pueblos en el registro:
«Este en ella nació, éste también».
7 Mientras tanto en ti todos se alegran
con cantos y con bailes.
Salmos (Sal) Capítulo 88
1 Cántico. Salmo. De los hijos de Coré. Del maestro de coro. Para la enfermedad. Para la aflicción. Poema. De Hemán el indígena.

Oración del enfermo que se acerca a la muerte.—Parece que los que conocemos a Cristo nunca deberíamos hundirnos en la desesperación. Sin embargo, hay días en que para nosotros el cielo está tapado, como lo estuvo para Cristo en su agonía.
2 Señor, mi Dios, te clamo a ti de día, y de noche me quejo en tu presencia.
3 Que hasta ti llegue mi oración, presta atención a mi clamor.
4 Pues de pruebas mi alma está saturada y mi vida está al borde del abismo.
5 Me cuentan entre los que bajan a la fosa, soy un hombre acabado,
6 que ya tiene su cama entre los muertos, parecido a los cuerpos tirados en la tumba, de los cuales ya no te acuerdas, y que se han sustraído de tu mano.
7 Me arrojaste a las cavernas inferiores, a las tinieblas, a los abismos;
8 tu cólera ha pesado sobre mí y me han arrollado todas tus olas.
9 Alejaste de mí a mis conocidos, hiciste que me miraran con horror.
Estoy encerrado y no puedo salir,
10 el sufrimiento mis ojos ha gastado.
Señor, a ti clamo todo el día, y mis manos extiendo hacia ti.
11 ¿Harás milagros para los difuntos, se levantarán sus sombras para alabarte?
12 ¿Se hablará de tu bondad entre los muertos, de tu lealtad donde todo está perdido?
13 ¿Admirarán tus maravillas en lo oscuro, y tu justicia en la tierra del olvido?
14 Yo, por mi parte, clamo a ti, Señor, y de mañana sube a ti mi oración.
15 ¿Por qué, Señor, entonces, me rechazas y me escondes tu cara?
16 Soy pobre y enfermizo desde niño, sufrí tus golpes y me quedo sin fuerzas;
17 tus cóleras han pasado sobre mí, tus espantos me han aniquilado.
18 Como las aguas me arrollan todo el día, y me cercan todos a la vez.
19 De mí alejaste amigos y compañeros, y son mi compañía las tinieblas.
Salmos (Sal) Capítulo 89
1 Poema. De Etán el indígena.

Tu favor y tu fidelidad.—Dios es fiel; construye la historia y dirige nuestra vida conforme a sus promesas, que nunca fallan.
2 El amor del Señor por siempre cantaré, tu fidelidad proclamaré de siglo en siglo;
3 yo digo: tu favor es eterno, al hacer el cielo, pusiste en él tu fidelidad.
4 Una alianza hiciste con tu preferido, le juraste a David, tu servidor:
5 «Establecí tu linaje para siempre, asenté tu trono de siglo en siglo.»
6 Señor, los cielos celebran tus maravillas, y tu fidelidad, la asamblea de los santos.
7 Pues, en las nubes, ¿quién es igual al Señor? ¿Quién se le parece entre los hijos de los dioses?
8 Dios terrible en la asamblea de los santos, grande y temible para toda su corte.
9 Señor, Dios Sabaot, ¿quién como tú? ¡Poderoso Señor, tu fidelidad te envuelve!
10 Tú dominas el orgullo de la mar; si levanta sus olas, tú las calmas.
11 Tú aplastaste al Monstruo, y quedó tendido; tu brazo dispersó a tus enemigos.
12 Tuyos son los cielos, tuya es la tierra; el mundo y su contenido tú lo fundaste.
13 El norte y el sur tú los creaste, el Tabor y el Hermón celebran tu nombre.
14 Tuyo es el poder y tuyas las hazañas, potente es tu mano, rápida tu derecha.
15 Justicia y derecho son la base de tu trono, Amor y Fidelidad van delante de ti.
16 Dichoso el pueblo que sabe aclamarte, y que avanza a la luz de tu faz, Señor;
17 tu Nombre es su alegría todo el día y lo ensalza tu justicia.
18 Tú eres el brillo de su poder, de tu bondad nos viene la victoria.
19 Nuestro escudo está en la mano del Señor nuestro rey, en manos del Santo de Israel.
20 En una visión tú hablaste en otro tiempo refiriéndote a tu amigo, tú dijiste: «He prestado mi apoyo a un valiente, lo he sacado del pueblo y exaltado.
21 Encontré a David mi servidor, y lo ungí con óleo santo,
22 lo sostendrá mi mano y mi brazo lo fortalecerá.
23 El enemigo no podrá sorprenderlo ni podrá el malvado oprimirlo.
24 Aplastaré delante de él a sus agresores, les pegaré a los que lo odian.
25 Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán, mi Nombre le asegurará la victoria.
26 Extenderé su mano sobre el mar, y sobre los ríos su derecha.
27 El me podrá invocar: «¡Tú eres mi Padre, mi Dios y la roca donde me refugio!»
28 Haré de él mi primogénito, el más famoso de los reyes de la tierra.
29 Para siempre mi amor le mantendré, y seré fiel a mi alianza con él.
30 Estableceré su descendencia para siempre, y haré que su trono dure como los cielos.
31 Si sus hijos abandonan mi ley y no andan según mis decisiones,
32 si profanan mis preceptos y no guardan mis mandamientos,
33 castigaré a varillazos su pecado y con golpes su falta;
34 pero mi amor no se lo quitaré ni renegaré de mi fidelidad.
35 No romperé mi alianza ni cambiaré lo que salió de mis labios.
36 Lo juré una vez por mi santidad: ¡Yo no le mentiría a David!
37 Su descendencia durará para siempre, su trono como el sol se mantendrá ante mí.
38 Está allí para siempre como la luna, ese testigo fiel más allá de las nubes».
39 Pero tú lo rechazaste y repudiaste, te enojaste con tu ungido.
40 Renegaste de la alianza con tu siervo y arrojaste por tierra su corona.
41 Hiciste huecos en todos sus cercos, arruinaste sus fortificaciones.
42 Los que pasan por el camino la saquean, y sus vecinos le faltan el respeto.
43 Levantaste la diestra de sus adversarios y alegraste a sus enemigos.
44 Sus armas se volvieron atrás, y no lo sostuviste en el combate.
45 Hiciste caer el cetro de su mano y por tierra su trono derribaste.
46 Acortaste los días de su juventud, y lo cubriste de vergüenza.
47 ¿Hasta cuándo, Señor, vas a ocultarte?
¿Arderá siempre como fuego tu enojo?
48 Recuerda, Señor, lo que es nuestra existencia, y para qué nada hiciste a los humanos.
49 ¿Quién vivirá y no verá la muerte? ¿Quién salvará su vida de las garras del abismo?
50 ¿Dónde están, Señor, tus favores de antes, tus juramentos a David, tu fidelidad?
51 Recuerda, Señor, las afrentas a tus siervos, (llevo en mi seno todos esos ultrajes).
52 ¡Cuántos insultos de tus enemigos, Señor, cómo insultan las huellas de tu ungido!
53 ¡Bendito sea el Señor eternamente, Amén, amén!
Salmos (Sal) Capítulo 90
Nuestros días pasan como suspiros.—Nuestra vida terrenal es corta y frágil ante Dios eterno, que no padece cambios. El es nuestro refugio y puede dar algún valor a nuestra existencia. Pidámosle que la llene con su sabiduría, que es amarlo, alabarlo y servirlo.
1 Señor, tú has sido para nosotros
un refugio a lo largo de los siglos.
2 Antes que nacieran las montañas
y aparecieran la tierra y el mundo,
tú ya eras Dios y lo eres para siempre,
3 tú que devuelves al polvo a los mortales,
y les dices:»¡Váyanse, hijos de Adán!».
4 Mil años para ti son como un día,
un ayer, un momento de la noche.
5 Tú los siembras, cada cual a su turno,
y al amanecer despunta la hierba;
6 en la mañana viene la flor y se abre
y en la tarde se marchita y se seca.
7 Por tu cólera somos consumidos,
tu furor nos deja anonadados.
8 Pusiste nuestras culpas frente a ti,
nuestros secretos bajo la luz de tu rostro.
9 Hizo correr tu cólera nuestros días,
y en un suspiro se fueron nuestros años.
10 El tiempo de nuestros años es de setenta,
y de ochenta si somos robustos.
La mayoría son de pena y decepción,
transcurren muy pronto y nos llevan volando.
11 ¿Quién conoce la fuerza de tu cólera
y quién ha sondeado el fondo de tu furor?
12 Enséñanos lo que valen nuestros días,
para que adquiramos un corazón sensato.
13 Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?...
Compadécete de tus servidores.
14 Cólmanos de tus favores por la mañana,
que tengamos siempre risa y alegría.
15 Haz que nuestra alegría dure lo que la prueba
y los años en que vimos la desdicha.
16 Muestra tu acción a tus servidores
y a sus hijos, tu esplendor.
17 Que la dulzura del Señor nos cubra
y que él confirme la obra de nuestras manos.
Salmos (Sal) Capítulo 91
Oración de la noche.—Oración del creyente que repite su certeza: Dios protege al que confía en él.
1 Tú que habitas al amparo del Altísimo
y resides a la sombra del Omnipotente,
2 dile al Señor: «Mi amparo, mi refugio,
mi Dios, en quien yo pongo mi confianza».
3 El te librará del lazo del cazador
y del azote de la desgracia;
4 te cubrirá con sus plumas
y hallarás bajo sus alas un refugio.
5 No temerás los miedos de la noche
ni la flecha disparada de día,
6 ni la peste que avanza en las tinieblas,
ni la plaga que azota a pleno sol.
7 Aunque caigan mil hombres a tu lado
y diez mil, a tu derecha,
tú estarás fuera de peligro:
su lealtad será tu escudo y armadura.
8 Basta que mires con tus ojos
y verás cómo se le paga al impío.
9 Pero tú dices: «Mi amparo es el Señor»,
tú has hecho del Altísimo tu asilo.
10 La desgracia no te alcanzará
ni la plaga se acercará a tu tienda:
11 pues a los ángeles les ha ordenado
que te escolten en todos tus caminos.
12 En sus manos te habrán de sostener
para que no tropiece tu pie en alguna piedra;
13 andarás sobre víboras y leones
y pisarás cachorros y dragones.
14 «Pues a mí se acogió, lo libraré,
lo protegeré, pues mi Nombre conoció.
15 Si me invoca, yo le responderé,
y en la angustia estaré junto a él,
lo salvaré, le rendiré honores.
16 Alargaré sus días como lo desea
y haré que pueda ver mi salvación».
Salmos (Sal) Capítulo 92
1 Salmo. Cántico. Para el día de sábado.

El hombre santo crecerá como palmera.—Entusiasmo de aquel cuya vida se ha construido en la fidelidad. Ha visto caer muchas fortunas y glorias. El mártir San Policarpo decía a sus jueces: ¨¿Cómo podría maldecir a Cristo? ¡Si desde hace 80 años sólo me ha hecho bien! Los santos son quienes dejan su huella imborrable en la historia humana.
2 Es bueno alabar al Señor
y celebrar tu nombre, Dios Altísimo,
3 proclamar tu amor por la mañana
y tu fidelidad durante la noche,
4 con liras de diez cuerdas y cítara
y un suave acompañamiento de arpa.
5 Pues me alegras, Señor, con tus acciones;
yo exclamo al ver las obras de tus manos:
6 «¡Cuán grandes son tus obras, oh Señor,
y cuán profundos son tus pensamientos!»
7 El de corazón torpe de esto nada sabe
y el insensato nada de esto entiende.
8 Si brotan como hierba los impíos
o florecen aquellos que obran mal,
es para que sean por siempre destruidos.
9 Mas tú, Señor, dominas para siempre.
10 ¡Mira cómo perecen tus contrarios,
cómo mueren, Señor, tus enemigos,
y se dispersan todos los que hacen el mal!
11 Levantas mi cornamenta
como levanta el búfalo la suya,
me haces masajes con aceite fresco;
12 miro con desprecio a los que me espían
y oigo, sin temor, a esos criminales.
13 «El justo crecerá como palmera,
se alzará como cedro del Líbano.
14 Los plantados en la casa del Señor
darán flores en los patios de nuestro Dios.
15 Aún en la vejez tendrán sus frutos
pues aún están verdes y floridos,
para anunciar cuán justo es el Señor:
El es mi Roca, en él no existe falla».
Salmos (Sal) Capítulo 93
El Señor reina vestido de grandeza.—Dios, el creador del Universo, es dueño de él. Dios reina en la persona de Cristo resucitado que ya está dirigiendo las fuerzas de la historia.
1 Reina el Señor, vestido de grandeza,
el Señor se revistió de poder,
lo ciñó a su cintura,
el mundo está ahora firme e inamovible.
2 Tu trono está erigido desde siempre,
pues tú eres, Señor, desde la eternidad.
3 Los ríos levantan, Señor,
los ríos levantan su voz,
los ríos levantan su fragor.
4 Pero más que el fragor de las aguas,
más grandioso que el oleaje de la mar
es el Señor, grandioso en las alturas.
5 Nada hay más seguro que tus palabras,
tu casa es el lugar de la santidad,
oh Señor, día tras día y para siempre.
Salmos (Sal) Capítulo 94
Contra los malos gobernantes.—
1 ¡Dios vengador, Señor, Dios vengador, manifiéstate!
2 Imponte tú, que juzgas a la tierra, dales su merecido a los soberbios.
3 ¿Hasta cuándo, Señor, esos malvados, hasta cuándo los malvados triunfarán?
4 Hablan mal, dicen insolencias, se jactan todos esos malhechores.
5 Señor, aplastan a tu pueblo, oprimen a tu familia.
6 Asesinan a la viuda y al forastero, masacran a los huérfanos,
7 y dicen: «El Señor no ve nada, el Dios de Jacob no se enterará».
8 ¡Cuidado, más estúpidos que cualquiera! ¡Tontos, ¿cuándo van a comprender?
9 Así que quien hace la oreja, no oirá y quien ha formado el ojo, no verá?
10 ¿No castigará el que reprende a las naciones, y que enseña a los hombres el saber?
11 El Señor conoce los planes de los hombres y sabe que sólo viento son.
12 ¡Feliz el hombre que corriges, Señor, y al que tú enseñas tu Ley!
13 Le das calma en los días de desgracia, mientras cavan la tumba del malvado.
14 Pues el Señor no rechaza a su pueblo, ni abandona a los suyos.
15 Retornará el poder al que es Justo y con él, a los de recto corazón.
16 ¿Quién por mí se alzará contra los malos, quién por mí enfrentará a los malhechores?
17 Si el Señor no me hubiera socorrido, por poco no habría acabado entre los muertos.
18 Apenas dije: «¡Vacilan mis pies!» tu bondad, Señor, me reafirmó.
19 Cuando las preocupaciones me asediaban, tus consuelos me alegraban el alma.
20 ¿Tendrás por aliado a un poder inicuo, autor de leyes opresivas?
21 Conspiran contra la vida del justo y condenan la sangre inocente.
22 Pero el Señor es para mí una ciudadela, mi Dios es la roca donde me refugio.
23 Hará que sobre ellos recaiga su maldad y los aniquilará su propia malicia: el Señor, nuestro Dios, los aniquilará.
Salmos (Sal) Capítulo 95
Vengan, cantemos al Señor.—Los que venimos a alabar a Dios preparémonos a escuchar sus palabras y procuremos obedecer su voluntad en la vida diaria.
1 Vengan, alegres demos vivas al Señor,
aclamemos a la Roca que nos salva;
2 partamos a su encuentro dando gracias;
aclamémosle con cánticos.
3 Pues el Señor es un Dios grande,
un rey grande por encima de todos los dioses.
4 En su mano están las bases de la tierra
y son suyas las cumbres de los montes.
5 Suyo es el mar, él fue quien lo creó,
y la tierra firme, que formaron sus manos.
6 ¡Entremos, agachémonos, postrémonos;
de rodillas ante el Señor que nos creó!
7 Pues él es nuestro Dios
y nosotros el pueblo que él pastorea,
el rebaño bajo su mano.
Ojalá pudieran hoy oír su voz.
8 «No endurezcan sus corazones como en Meribá,
como en el día de Masá en el desierto,
9 allí me desafiaron sus padres
y me tentaron, aunque veían mis obras.
10 Cuarenta años me disgustó esa gente
y yo dije: «Son un pueblo que siempre se escapa,
que no han conocido mis caminos».
11 Por eso, en mi cólera juré:
«Jamás entrarán en mi reposo».
Salmos (Sal) Capítulo 96
Dios ama la justicia.—Lo que da gloria a Dios, más que la grandeza y la hermosura del universo, es la sociedad humana basada sobre la justicia. Por eso se alegra la creación entera cuando Dios establece su reino entre los hombres: alegría del universo que hasta aquí fue echado a perder por la ambición desmedida del hombre, alegría de las naciones que descubren su razón de ser en Dios.
1 ¡Canten al Señor un canto nuevo,
cante al Señor toda la tierra!
2 Canten al Señor, bendigan su nombre,
su salvación anuncien día a día.
3 Cuenten su gloria a las naciones
y a todos los pueblos sus maravillas.
4 Porque el Señor es grande
y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
5 Pues son nada esos dioses de los pueblos,
mas el Señor es quien hizo los cielos.
6 Honor y Majestad van precediéndole,
y en su santuario están Fuerza y Esplendor.
7 Ríndanle al Señor tribus y pueblos,
ríndanle al Señor gloria y poder.
8 Ríndanle al Señor la gloria de su nombre.
traigan la ofrenda y entren en su templo.
9 Adoren al Señor en el atrio sagrado,
tiemblen ante él, pueblos de toda la tierra.
10 «El Señor reina», anuncien a los pueblos,
él fijó el universo inamovible,
él juzgará a los pueblos con justicia.
11 ¡Gozo en los cielos, júbilo en la tierra,
bramido del mar y del mundo marino!
12 Muestren su júbilo el campo y todos sus frutos,
lancen vivas los árboles del bosque
13 delante del Señor, porque ya viene,
porque ya viene a juzgar a la tierra.
Al mundo con justicia juzgará,
y a los pueblos, según su verdad.
Salmos (Sal) Capítulo 97
Dios reina y desaparecen los ídolos.—«Ya asoma la luz para el justo». Ya reina en la persona de Cristo resucitado.
1 ¡El Señor reina, alégrese la tierra, regocíjense las islas numerosas!
2 Lo rodea una nube tenebrosa, justicia y derecho son la base de su trono.
3 Va avanzando un fuego delante de él, que alrededor devora a sus contrarios.
4 Sus relámpagos iluminan el mundo, la tierra lo contempla y se estremece.
5 Los montes se derriten como cera ante el que es Amo de toda la tierra;
6 los cielos proclaman su justicia y todos los pueblos ven su gloria.
7 Se avergüenzan los que adoran ídolos, los que se jactan de cosas estúpidas. ¡Todos los dioses se postran ante él!
8 Sión lo ha oído y se regocija, se festejan los pueblos de Judá a la espera, Señor, de tus sentencias.
9 Porque tú eres Señor Altísimo en toda la tierra, que destaca muy por encima de los dioses.
10 Amados del Señor, odien el mal, pues él cuida las almas de sus fieles y los libra de manos de malvados.
11 La luz ya asoma para el justo y la alegría, para los de recto corazón.
12 Alégrense, justos en el Señor, y den gracias a su santo nombre.
Salmos (Sal) Capítulo 98
Entonen al Señor un canto nuevo.—La humanidad ha conocido el camino de su liberación y salvación:
— en la venida de Cristo, Dios hecho hombre, — en su resurrección.
1 Entonen al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas, la salvación provino de su diestra, de su brazo de santidad.
2 El Señor dio a conocer su salvación, hizo ver a los paganos su justicia,
3 se acordó de su amor y fidelidad en favor de la casa de Is rael.
Todos, hasta los confines del mundo, han visto la salvación de nuestro Dios.
4 ¡Aclamen al Señor, toda la tierra, estallen en gritos de alegría!
5 ¡Canten con la cítara al Señor, con la cítara y al son de la salmodia,
6 al son de la trompeta y del cuerno aclamen el paso del Rey, el Señor!
7 ¡Rujan el mar y todo lo que contiene, el mundo y todos los que lo habitan!
8 Aplaudan los ríos y los montes griten de alegría delante del Señor, porque ya viene, porque ya viene a juzgar la tierra.
Juzgará al mundo con justicia y a los pueblos según su derecho.
Salmos (Sal) Capítulo 99
Santo es el Señor.—
1 El Señor reina, tiemblan los pueblos; monta en querubines, la tierra se estremece.
2 En Sión el Señor es muy grande, exaltado por encima de todos los pueblos.
3 Que celebran tu nombre grande y terrible: «¡El es Santo!»
4 Rey poderoso, amante de la justicia, tú has establecido la rectitud, tú ejerces en Jacob el derecho y la sentencia justa.
5 Ensalcen al Señor, nuestro Dios, póstrense ante la tarima de sus pies: ¡El es Santo!
6 Moisés y Aarón eran sus sacerdotes, Samuel también invocaba su nombre: invocaban al Señor y él les respondía.
7 De la columna de nube les hablaba, guardaban sus órdenes, las leyes que les dio.
8 Oh Señor, nuestro Dios, tú les respondías, tú eras para ellos un Dios tolerante, pero no les dejabas pasar nada.
9 Ensalcen al Señor, nuestro Dios, póstrense ante su santo monte: ¡Santo es el Señor nuestro Dios!
Salmos (Sal) Capítulo 100
Aclamen al Señor, tierra entera.—¡Que toda la tierra cante al Señor! «Sírvanlo con alegría».
1 ¡Aclame al Señor la tierra entera,
2 sirvan al Señor con alegría, lleguen a él, con cánticos de gozo!
3 Sepan que el Señor es Dios, él nos hizo y nosotros somos suyos, su pueblo y el rebaño de su pradera.
4 ¡Entren por sus puertas dando gracias, en sus atrios canten su alabanza.
Denle gracias y bendigan su nombre!
5 «Sí, el Señor es bueno, su amor dura por siempre, y su fidelidad por todas las edades».
Salmos (Sal) Capítulo 101
Un rey examina su conciencia.—«Me entrenaré en el camino perfecto, pero tú, ¿vendrás a mí?»
1 Quiero cantar lo que es bueno y justo; para ti, Señor, será mi salmo.
2 Me entrenaré en el camino perfecto; pero tú, ¿vendrás a mí?
No tendré más que rectas intenciones para actuar en mi casa.
3 Nada tendré en vista que pueda ser malvado.
Odio el proceder de los extraviados, no permitiré que se me pegue.
4 Lejos de mí el corazón perverso, desconozco al malvado.
5 Al que denigra en secreto a su prójimo yo lo haré callar; al de ojos altaneros y corazón engreído no lo soportaré.
6 Buscaré a los leales del país para que vivan conmigo; al que sigue el camino perfecto lo pondré a mi servicio.
7 No morará en mi casa el que trama el engaño; el que anda con mentiras no comparezca en mi presencia.
8 Cada mañana acabaré con todos los malvados del país, para suprimir de la ciudad del Señor a todos los que hacen el mal.
Salmos (Sal) Capítulo 102
1 Oración del afligido que, en su angustia, derrama su llanto ante Yahvé.

Oración de un afligido.—
2 Señor, escucha mi plegaria, que mis gritos lleguen hasta ti.
3 No me escondas tu cara en el día de mi desgracia, vuelve tus oídos hacia mí el día que te invoco, apresúrate en responderme.
4 Pues mis días se esfuman, mis huesos se consumen como brasas;
5 como hierba segada, mi corazón se seca y hasta me olvido de comer mi pan;
6 con lo fuerte de mis sollozos, a través de la piel se ven mis huesos.
7 Me parezco al pelícano del desierto, soy como la lechuza de las ruinas.
8 Paso en vela gimiendo como un pájaro solo en un tejado.
9 Todo el día me insultan mis enemigos, los que me adulan maldicen de mí.
10 El pan que como es la ceniza, mezclo mi bebida con mis lágrimas,
11 debido a tu cólera y a tu furor pues me arrancaste y me tiraste al suelo.
12 Mis días son como la sombra que declina, y yo me voy secando como el pasto.
13 Mas tú, Señor, reinas para siempre, y te invocan por todas las edades.
14 Tú te levantarás, enternecido por Sión, pues ya es tiempo que de ella te apiades, ya ha llegado la hora;
15 tus siervos se encariñan con sus piedras y sienten pena al ver sus escombros.
16 Entonces los pueblos respetarán tu nombre, y todos los reyes de la tierra, tu gloria;
17 cuando el Señor reconstruya a Sión y se manifieste en su gloria,
18 cuando atienda la oración del despojado y no se haga sordo a su plegaria.
19 Escríbanlo para la nueva generación: un pueblo recreado alabará al Señor.
20 Pues se inclinó de lo alto de su santuario, desde los cielos miró el Señor a la tierra
21 para escuchar el gemido del cautivo y liberar a los condenados a muerte,
22 para que resuene en Sión el nombre del Señor y su alabanza, en Jerusalén.
23 Se reunirán entonces los pueblos y los reinos para adorar al Señor.
24 Agotó mi fuerza en el camino, y ha abreviado mis días,
25 pero yo digo: Dios mío, no me arranques a mitad de mis días, siendo que tus años corren de edad en edad.
26 Hace tiempo que fundaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos;
27 ellos perecerán, pero tú permaneces, todos se gastan como la ropa, los cambias como un vestido, y se mudan,
28 pero tú eres el mismo, tus años no se acaban.
29 Los hijos de tus siervos vivirán en ella y su raza siempre te servirá.
Salmos (Sal) Capítulo 103
El Señor nos colma de sus bendiciones.—El presente salmo mira a Dios, al hombre, a la misericordia de Dios para el hombre; de estas tres miradas nace la alabanza.
1 Bendice al Señor, alma mía, alabe todo mi ser su santo Nombre.
2 Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios.
3 El perdona todas tus ofensas y te cura de todas tus dolencias.
4 El rescata tu vida de la tumba, te corona de amor y de ternura.
5 El colma de dicha tu existencia y como el águila se renueva tu juventud.
6 El Señor obra en justicia y a los oprimidos les da lo que es debido.
7 Reveló sus caminos a Moisés y a los hijos de Israel sus proezas.
8 El Señor es ternura y compasión, lento a la cólera y lleno de amor;
9 si se querella, no es para siempre, si guarda rencor, es sólo por un rato.
10 No nos trata según nuestros pecados ni nos paga según nuestras ofensas.
11 Cuanto se alzan los cielos sobre la tierra tan alto es su amor con los que le temen.
12 Como el oriente está lejos del occidente así aleja de nosotros nuestras culpas.
13 Como la ternura de un padre con sus hijos es la ternura del Señor con los que le temen.
14 El sabe de qué fuimos formados, se recuerda que sólo somos polvo.
15 El hombre: sus días son como la hierba, él florece como la flor del campo;
16 un soplo pasa sobre él y ya no existe y nunca más se sabrá dónde estuvo.
17 Pero el amor del Señor con los que le temen es desde siempre y para siempre; defenderá a los hijos de sus hijos,
18 de aquellos que guardan su alianza y se acuerdan de cumplir sus ordenanzas.
19 El Señor ha fijado su trono en los cielos y su realeza todo lo domina.
20 Bendigan al Señor todos sus ángeles, héroes poderosos, que ejecutan sus órdenes apenas oyen el sonido de su palabra.
21 Bendigan al Señor todos sus ejércitos, sus servidores, para hacer su voluntad.
22 Bendigan al Señor todas sus obras, en todos los lugares de su dominio.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
Salmos (Sal) Capítulo 104
El universo alaba a su Creador.—El creyente contempla el universo, obra de Dios, y se llena de admiración y de optimismo. Todo viene de Dios, pero también todo existe para el hombre y Dios ahora está acabando su creación por el trabajo de los hombres y la irradiación de sus testigos. «Envía tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra.»
1 ¡Bendice al Señor, alma mía!
¡Eres muy grande, oh Señor, mi Dios,
vestido de gloria y majestad,
2 envuelto de luz como en un manto!
Tú despliegas los cielos como un toldo,
3 construyes sobre las aguas tu piso alto.
Tú haces tu carro de las nubes
y avanzas en alas de los vientos.
4 Tomas de mensajeros a los vientos
y como servidores un fuego en llamas.
5 Pusiste la tierra sobre sus bases,
por siempre jamás es inamovible.
6 La cubres con el manto de los océanos,
las aguas se han detenido en las montañas.
7 Ante tu amenaza emprenden la fuga,
se precipitan a la voz de tu trueno;
8 suben los montes, bajan por los valles
hasta el lugar que tú les señalaste;
9 pusiste un límite que no franquearán,
para que no vuelvan a cubrir la tierra.
10 Haces brotar vertientes en las quebradas,
que corren por en medio de los montes,
11 calman la sed de todos los animales;
allí extinguen su sed los burros salvajes.
12 Aves del cielo moran cerca de ellas,
entremedio del follaje alzan sus trinos.
13 De lo alto de tus moradas riegas los montes,
sacias la tierra del fruto de tus obras;
14 haces brotar el pasto para el ganado
y las plantas que el hombre ha de cultivar,
para que de la tierra saque el pan
15 y el vino que alegra el corazón del hombre.
El aceite le dará brillo a su rostro
y el pan fortificará su corazón.
16 Los árboles del Señor están colmados,
los cedros del Líbano que plantó.
17 Allí hacen sus nidos los pajaritos,
en su copa tiene su casa la cigüeña;
18 para las cabras son los altos montes,
las rocas son escondrijo de los conejos.
19 Pusiste la luna para el calendario
y el sol que sabe a qué hora ha de ponerse.
20 Tú traes las tinieblas y es de noche,
en que rondan todas las fieras de la selva;
21 rugen los leoncitos por su presa
reclamando a Dios su alimento.
22 Cuando el sol aparece se retiran
y vuelven a acostarse en sus guaridas;
23 el hombre entonces sale a su trabajo,
a su labor, hasta que entre la noche.
24 ¡Señor, qué numerosas son tus obras!
Todas las has hecho con sabiduría,
de tus criaturas la tierra está repleta!
25 Mira el gran mar, vasto en todo sentido,
allí bullen en número incontable
pequeños y grandes animales;
26 por allí circulan los navíos
y Leviatán que hiciste para entretenerte.
27 Todas esas criaturas de ti esperan
que les des a su tiempo el alimento;
28 apenas se lo das, ellos lo toman,
abres tu mano, y sacian su apetito.
29 Si escondes tu cara, quedan anonadados,
recoges su espíritu, expiran
y retornan a su polvo.
30 Si envías tu espíritu, son creados
y así renuevas la faz de la tierra.
31 ¡Que la gloria del Señor dure por siempre
y en sus obras el Señor se regocije!
32 él, que mira a la tierra y ésta tiembla,
y si toca a los montes, echan humo.
33 Al Señor quiero cantar toda mi vida,
salmodiar para mi Dios mientras yo exista.
34 Ojalá que le agrade mi poema,
yo, como sea, me alegro en el Señor.
35 ¡Desaparezcan de la tierra los pecadores
y que no existan más los malvados!
¡Alma mía, bendice al Señor!
Salmos (Sal) Capítulo 105
Los comienzos de la Historia Sagrada.—Recordar el pasado puede ser una oración cuando procuramos reconocer la obra de Dios y darle gracias. Aquí se habla de los comienzos de Israel, de Abraham a Moisés; todos los acontecimientos eran proféticos, es decir, anunciaban otros favores de Dios de que hoy gozamos.
1 ¡Den gracias al Señor, su nombre invoquen, entre los pueblos anuncien sus hazañas!
2 Cántenle y toquen para él, y mediten todos sus prodigios.
3 Siéntanse orgullosos de su santo nombre, y alégrense los que buscan al Señor.
4 ¡Busquen al Señor, esto será su fuerza, busquen su cara sin cesar!
5 ¡Recuerden las maravillas que realizó, sus prodigios, las sentencias que pronunció,
6 raza de Abrahán, su servidor, hijos de Jacob, su elegido!
7 El es el Señor, es nuestro Dios, sus decisiones tocan a toda la tierra.
8 Se acuerda para siempre de su alianza, de la palabra impuesta a mil generaciones,
9 del pacto que con Abrahán concluyó, y de su juramento a Isaac.
10 Lo erigió como ley para Jacob, como alianza eterna para Israel.
11 Dijo: «Te daré la tierra de Ca naán, esa será tu parte de la herencia».
12 Aunque eran gente fácil de numerar, bien poca cosa y extraños en ese país,
13 e iban errantes de una nación a otra, de un reino a otro pueblo,
14 a nadie permitió que los oprimiera, y a reyes, por su causa, reprendió:
15 «No toquen a los que me he consagrado, a mis profetas no les hagan daño.»
16 Dejó caer la hambruna en el país, les cortó el alimento;
17 pero delante de ellos envió a un hombre, a José, vendido como esclavo.
18 Fue humillado con grillos en sus pies, y su cuello pusieron entre fierros;
19 hasta el día en que se cumplió su predicción: la palabra del Señor le dio la razón.
20 El rey ordenó que lo soltaran, el amo de los pueblos lo dejó libre;
21 lo estableció como señor de su casa, gobernador de todos sus dominios,
22 para instruir a los príncipes en su nombre y enseñar sabiduría a sus ancianos.
23 Entonces Israel entró en Egipto, Jacob se instaló en tierra de Cam.
24 Dios quiso que su pueblo creciera mucho, lo hizo más fuerte que sus adversarios,
25 les cambió el corazón y odiaron a su pueblo, y trataron de dañar a sus servidores.
26 Envió, entonces, a Moisés, su servidor, a Aarón, al que había elegido;
27 por su medio realizó las señales predichas y sus prodigios en la tierra de Cam.
28 Les envió tinieblas y todo se oscureció, pero no tomaron en cuenta su palabra.
29 Cambió sus aguas en sangre e hizo que sus peces perecieran.
30 Pululó de ranas su país hasta en las habitaciones de los reyes.
31 Habló y llegaron los mosquitos, plaga de insectos en todo su territorio.
32 En vez de lluvia les envió el granizo y rayos en todo su país.
33 Azotó sus viñas y sus higueras, rompió los árboles de su territorio.
34 Habló y llegaron las langostas y saltamontes, que eran incontables,
35 se comieron toda la hierba en su país, devoraron el fruto de su suelo.
36 Golpeó a todo primogénito, en su país, a todas las primicias de su virilidad.
37 Hizo salir a los suyos con oro y plata, y en sus tribus ninguno iba cojeando.
38 Egipto se alegró de su salida, pues el terror lo había dominado;
39 desplegó una nube como un velo, y un fuego para alumbrarlos de noche.
40 A su pedido, les envió codornices, y con pan de los cielos los sació.
41 Abrió la roca y las aguas brotaron, y por la tierra seca corrían como ríos.
42 Es que se acordó de su santa palabra que le dio a Abrahán, su servidor;
43 hizo salir a su pueblo alegremente, a sus elegidos entre gritos de gozo.
44 Les dio las tierras de otras naciones y heredaron el trabajo de otros pueblos,
45 para que así guardaran sus preceptos y observaran sus leyes.
Salmos (Sal) Capítulo 106
Otra mirada a la historia de Israel.—Como el 78, este salmo contrapone la misericordia de Dios y las rebeldías de Israel. Dios castiga, pero siempre vuelve a dar su gracia.
1 ¡Aleluya! Den gracias al Señor porque él es bueno, porque su amor perdura para siempre.
2 ¿Quién contará las hazañas del Señor y hará que oigamos toda su alabanza?
3 ¡Felices los que respetan el derecho y practican la justicia en todo tiempo!
4 Acuérdate de mí, Señor, tú que amas a tu pueblo, que tu visita traiga tu salvación.
5 ¡Que veamos la dicha de tus elegidos, nos alegremos con el gozo de tu pueblo y nuestro orgullo sea el de tu familia!
6 Junto con nuestros padres hemos pecado, cometimos una falta, somos culpables.
7 Nuestros padres en Egipto no entendieron nada de tus milagros, se olvidaron de tus favores sin cuento, se rebelaron contra el Altísimo junto al Mar Rojo.
8 Pero en virtud de su nombre los salvó, para que su valentía fuera conocida.
9 Increpó al Mar Rojo y se secó, los condujo por el fondo como en el desierto.
10 Los salvó de las manos del que los odiaba y los libró de las manos del enemigo.
11 Las aguas cubrieron a sus adversarios, ni uno solo de entre ellos escapó.
12 Entonces creyeron en sus palabras y cantaron su alabanza.
13 Pero pronto se olvidaron de sus obras y no contaron con su providencia.
14 Se despertó su gula en el desierto y en la estepa pusieron a Dios a prueba.
15 El les concedió lo que pedían, se lo dio hasta que tuvieran asco.
16 Envidiaron a Moisés, en el campamento, y a Aarón, el santo del Señor.
17 Se abrió la tierra y se tragó a Datán, se cerró sobre la banda de Abirón.
18 Un fuego se encendió contra su grupo, una llama devoró a esos malvados.
19 Luego, en Horeb se hicieron un ternero y se postraron ante un metal fundido,
20 cambiaron su Gloria por la imagen de un buey que come pasto.
21 ¡Se olvidaron de Dios que los había salvado, del que hizo grandes cosas en Egipto,
22 milagros en el país de Cam, y un prodigio asombroso en el Mar Rojo!
23 Entonces habló de exterminarlos, a no ser porque su elegido Moisés se puso en la brecha frente a El para impedir que su ira los destruyera.
24 Despreciaron una tierra de delicias, no creyeron en su palabra;
25 se quedaron en sus tiendas criticando en vez de escuchar la voz del Señor.
26 Alzó su mano sobre ellos y juró que los haría caer en el desierto,
27 dispersaría su raza entre los paganos y los esparcería entre los países.
28 Se sometieron a Baal-Peor, comieron de los sacrificios a los muertos;
29 tanto lo irritaron con esas prácticas que una plaga se des ató contra ellos.
30 Entonces surgió Finjás e intervino y el flagelo se detuvo.
31 Ese fue su mérito, se lo reconoce por generaciones, para siempre.
32 Lo irritaron en las aguas de Meribá, por su culpa le fue mal a Moisés,
33 pues agriaron su espíritu y sus labios hablaron lo indebido.
34 No acabaron con los pueblos que el Señor les había ordenado;
35 se mezclaron con los paganos y aprendieron sus modos de comportarse.
36 Sirvieron a los ídolos, que fueron una trampa para ellos;
37 sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios
38 Derramaron la sangre inocente, la sangre de sus hijos y de sus hijas, sacrificados a los ídolos de Canaán, y el país quedó manchado de sangre.
39 Se mancharon con esas acciones, se prostituyeron con tales prácticas.
40 La cólera del Señor se encendió contra su pueblo y tuvo horror de su propia gente.
41 Los entregó en manos de los paganos y los que los odiaban los dominaron.
42 Los oprimieron sus enemigos, a su yugo debieron doblegarse.
43 ¡Cuántas veces no los liberó! Pero ellos, rebeldes a sus consejos, se sumían en su culpa.
44 Mas apenas los veía en la miseria y escuchaba sus clamores,
45 se acordaba de su alianza con ellos y se compadecía según su gran amor.
46 Así hizo que de ellos se apiadaran todos los que los habían capturado.
47 Oh Señor y Dios nuestro, sálvanos, júntanos de entre las naciones, para que demos gracias a tu santo nombre y sea nuestra gloria tu alabanza.
48 ¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, desde siempre y para siempre!
Que todo el pueblo diga: ¡Amén, Aleluya!
Salmos (Sal) Capítulo 107
Tercera mirada a la historia de Israel.—Como los dos anteriores, este salmo recuerda el pasado. De él saca otra enseñanza: cada vez que clamaron al Señor, él los escuchó. «Que den gracias por su amor hacia los hijos de los hombres.»
1 ¡Den gracias al Señor porque él es bueno, porque es eterna su misericordia!
2 Que lo digan los que el Señor rescató, que rescató de manos del adversario,
3 que reunió de todos los países del oriente y poniente, del norte y del sur.
4 Erraban por el desierto, por la estepa, sin hallar el camino de una ciudad poblada.
5 Tenían hambre, pero más tenían sed, su alma en ellos ya desfallecía.
6 Pero al Señor clamaron en su angustia y él los libró de su aflicción,
7 los encaminó por una ruta recta para que llegaran a una ciudad poblada.
8 Den gracias al Señor por su bondad, sus maravillas con los hijos de los hombres.
9 Dio de beber a la garganta seca y a los hambrientos los colmó de bienes.
10 Habitaban en la sombra y en tinieblas, atenazados por la miseria y los hierros,
11 por no haber escuchado las palabras de Dios y despreciado los consejos del Altísimo.
12 En la pena él sumió su corazón, sucumbían y nadie los socorría.
13 En su angustia clamaron al Señor y él los liberó de su aflicción,
14 los sacó de la sombra, de las tinieblas y rompió sus cadenas.
15 ¡Den gracias al Señor por su bondad, sus maravillas con los hijos de los hombres!
16 Pues él rompió las puertas de bronce y destrozó los cerrojos de fierro.
17 Vueltos locos en su mal camino, y desdichados a causa de sus faltas,
18 sentían asco de cualquier alimento y estaban a las puertas de la muerte.
19 Pero en su angustia clamaron al Señor y él los liberó de su aflicción.
20 Les envió su palabra, los sanó y salvó sus vidas de la tumba.
21 ¡Den gracias al Señor por su bondad, sus maravillas con los hijos de los hombres!
22 Ofrezcan sacrificios de acción de gracias, cuenten sus obras con cánticos de júbilo.
23 Los que bajan al mar en sus navíos y negocian entre las grandes aguas,
24 estos han visto las obras del Señor, sus maravillas en las profundidades.
25 A su orden surgió un viento huracanado, que levantaba las olas;
26 subían a los cielos, bajaban a los abismos, su alma se consumía en el mareo;
27 por el vértigo, titubeaban como un ebrio, toda su pericia había sido tragada.
28 Pero al Señor clamaron en su angustia y él los hizo salir de su aflicción.
29 Hizo que amainara la tormenta y las olas del mar enmudecieron.
30 Se alegraron al ver calmado todo, y los llevó al puerto deseado.
31 ¡Den gracias al Señor por su bondad, sus maravillas con los hijos de los hombres!
32 Que lo exalten en la asamblea del pueblo y lo alaben en el consejo de ancianos.
33 El convierte los ríos en desierto y en tierra seca las vertientes de agua;
34 la tierra fértil se cubre de sal debido a la maldad de sus habitantes.
35 Pero cambia el desierto en capa de agua y la tierra árida en fuente de agua;
36 allí hace que habiten los hambrientos y funden una ciudad habitable.
37 Siembran sus campos y plantan viñedos, recolectan sus frutos.
38 Los bendice, se multiplican mucho, y su ganado no se les reduce.
39 Luego disminuyeron y se vieron abatidos bajo el peso de males y desgracias,
40 pero él, que derrama el desprecio sobre los grandes y los hace errar en un desierto sin caminos,
41 levanta al pobre de su miseria y multiplica las familias como el rebaño.
42 Los hombres rectos véanlo y alégrense, pero todo lo que es vil cierre la boca.
43 ¡El que sea sabio, que medite estas cosas y reconozca las bondades del Señor!
Salmos (Sal) Capítulo 108
1 Cántico. Salmo. De David.

Canto de victoria.—Este salmo reúne parte de los Salmos 57 y 60.
2 ¡Oh Dios, listo está mi corazón, quiero cantar, quiero tocar para ti con todo mi corazón!
3 Despierten, arpa y cítara, despertaré a la aurora.
4 Te alabaré, Señor, entre los pueblos, tocaré para ti en las provincias,
5 pues tu amor va más allá de los cielos y tu verdad alcanza hasta las nubes.
6 Oh Dios, muéstrate por encima de los cielos, que brille tu gloria sobre toda la tierra.
7 ¡Que sean liberados tus muy amados. Sálvanos con tu diestra y respóndenos!
8 Dios habló desde su santuario: «Estoy en forma, repartiré Siquem y lotearé el valle de Sucot.
9 Mío es Galaad, mío Manasés, Efraín es el casco para mi cabeza, y Judá, mi bastón de mando.
10 Moab es la vasija en que me lavo, sobre Edom arrojo mi sandalia, contra Filistea lanzo el grito de victoria».
11 ¿Quién me llevará a la ciudad fuerte, quién me guiará hasta Edom?
12 Sólo tú, oh Dios; pero nos has rechazado y ya no sales más con nuestras tropas.
13 Danos tu ayuda contra el opresor, pues la ayuda humana es ilusoria.
14 ¡Con Dios maravillas obtendremos y él pisoteará a nuestros adversarios!
Salmos (Sal) Capítulo 109
No tengas piedad de ellos.—El que tenía solamente palabras de amistad ha sido acusado y calumniado. Pide justicia a Dios, que permanece al lado del pobre. Dios se mostrará sin piedad con los corazones despiadados.
1 Oh Dios a quien alabo, no guardes silencio,
2 pues la boca maligna y la boca impostora se abren contra mí.
Me hablan con lengua mentirosa,
3 me rodean palabras de odio, me atacan sin motivo.
4 ¡En pago a mi amistad me acusan y yo tan solo oro!
5 Me devuelven mal por bien, y odio por mi amistad.
6 Haz que un hombre malo le pida cuentas, que el acusador se pare a su derecha.
7 ¡Que en el juicio resulte culpable, que consideren pecado su apelación!
8 ¡Que sus días le sean acortados y que otro se apodere de su cargo!
9 ¡Que sus hijos queden huérfanos y su mujer viuda!
10 ¡Que sus hijos anden vagabundos y mendiguen, y los echen de sus casas destruidas!
11 ¡Que un acreedor le quite todo y extraños se apoderen de lo que le ha costado!
12 ¡Que nadie le haga un favor, y nadie se compadezca de sus huérfanos!
13 ¡Que sea su descendencia exterminada y se borre su nombre en una generación!
14 ¡Que recuerde el Señor la culpa de sus padres, que no se borre el pecado de su madre,
15 que estén siempre presentes ante el Señor, que borre de la tierra su memoria!
16 Pues nunca se acordó de ser amable, persiguió al pobre y al desvalido, y hasta la muerte al hombre de triste corazón.
17 ¡Ya que amó la maldición, que con él se quede; no quiso la bendición, que lo abandone!
18 Se puso la maldición como su ropa: que le penetre hasta el fondo como el agua y le cale como aceite hasta sus huesos.
19 Que sea como un manto que lo envuelva, un cinturón que lo apriete sin cesar.
20 Así pague el Señor a mis acusadores y a los que hablan mal de mi persona.
21 Pero tú, Señor Adonai, actúa para mí en honor a tu nombre, sálvame, pues es tan bueno tu amor.
22 Porque soy pobre y desdichado, herido está mi corazón dentro de mí,
23 me voy como la sombra que declina, como langosta arrastrada por el viento.
24 De tanto ayuno flaquean mis rodillas, y mi cuerpo, sin grasa, ha enflaquecido;
25 soy un pretexto para sus insultos, cuando me ven, menean la cabeza.
26 Señor, mi Dios, ayúdame, sálvame, tú que eres bueno:
27 y que sepan que allí está tu mano, que eres tú, Señor, quien hizo eso.
28 Si ellos maldicen, tu bendecirás: mis adversarios serán confundidos y tu servidor se alegrará.
29 ¡Que se cubran de infamia mis acusadores, envueltos en su vergüenza como en un manto!
30 Por mi boca al Señor doy muchas gracias y alabanzas en medio de la muchedumbre,
31 pues se puso a la derecha del pobre para salvar su vida de sus jueces.
Salmos (Sal) Capítulo 110
Palabra del Señor a mi Señor.—La fuerza fundamental que rige el destino de la humanidad, del mundo y de la historia, es la victoria de Jesucristo, Hijo de Dios, hecho hombre, para tomarnos junto a él y asociarnos a su gloria eterna.
1 Palabra del Señor a mi señor:
«¡Siéntate a mi derecha
y ve cómo hago de tus enemigos
la tarima de tus pies!»
2 Desde Sión extenderá el Señor
el cetro de tu mando:
domina en medio de tus enemigos.
3 «Tuyo es el principado
desde el día de tu nacimiento;
de mí en el monte sagrado tú has nacido,
como nace el rocío de la aurora».
4 Juró el Señor y no ha de retractarse:
«Tú eres para siempre sacerdote
a la manera de Melquisedec».
5 A tu diestra está el Señor,
aplasta a los reyes en el día de su cólera;
6 juzga a las naciones; está lleno de cadáveres,
y de cabezas rotas a lo ancho de la tierra.
7 El bebe del torrente, en el camino,
por eso levanta su cabeza.
Salmos (Sal) Capítulo 111
Dios nos crea, salva y dirige
1 ¡Aleluya!
Doy gracias al Señor de todo corazón
en la reunión de los justos y en la asamblea.
2 Grandiosas son las obras del Señor,
las profundizan los que en ellas se complacen.
3 Toda su obra es grandeza y esplendor
y su justicia dura para siempre.
4 Quiso que se recordaran sus milagros,
¿no es el Señor clemente y compasivo?
5 Dio el alimento a aquellos que le temen,
se acuerda para siempre de su alianza.
6 Mostró a su pueblo la fuerza de sus obras
al darle la tierra de los paganos.
7 Verdad y justicia son obra de sus manos,
todos sus decretos son seguros,
8 apoyados en una base inamovible,
portadores de verdad y rectitud.
9 Envió a su pueblo la liberación,
fijó con él una alianza para siempre;
santo y temible es su Nombre.
10 El principio del saber es temer al Señor,
es sabio de verdad el que así vive,
su alabanza perdura para siempre.
Salmos (Sal) Capítulo 112
Así es el «justo».—Este salmo es alfabético, como el anterior. Usa las mismas palabras, pero esta vez para elogiar al hombre justo, imagen de Dios.
1 ¡Aleluya!
¡Feliz el hombre que teme al Señor
y valora mucho sus mandamientos!
2 Su semilla será pujante en el país,
los retoños del hombre bueno serán benditos.
3 Habrá en su casa bienes y riquezas,
y su honradez, que durará para siempre.
4 Brilla como luz en las tinieblas
para los de recto corazón;
él comprende, es clemente y justo.
5 Le va bien al compasivo y que presta,
y lleva sus negocios en conciencia,
6 pues nada logrará perturbarlo:
el recuerdo del justo será eterno.
7 No tiene miedo a las malas noticias,
pues en su corazón confía en el Señor;
8 su corazón está firme, nada teme,
al final, despreciará a sus adversarios.
9 Es generoso en dar a los pobres,
su honradez permanece para siempre,
su cuerno aumenta en gloria.
10 El malvado lo ve y se irrita,
le rechinan los dientes, se debilita;
nada queda del deseo de los malos.
Salmos (Sal) Capítulo 113
¡Pobres y humildes, alaben al Señor!.—Lo que distingue a Dios de los hombres, no es solamente la obra inmensa de su creación, sino su manera de actuar con nosotros, su preferencia por lo que los hombres desprecian. Le gusta elegir, para realizar sus obras de gracia, a instrumentos débiles.
1 ¡Aleluya!
¡Alaben, servidores del Señor,
alaben el nombre del Señor!
2 ¡Bendito sea el nombre del Señor
ahora y para siempre!
3 ¡Desde donde sale el sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor!
4 ¡El Señor domina a todas las naciones,
su gloria está por encima de los cielos!
5 ¿Quién es como el Señor, nuestro Dios,
que se sienta en las alturas,
6 pero que se inclina para ver
los cielos y la tierra?
7 Al pobre lo recoge desde el polvo,
de la mugre retira al desvalido,
8 para darle un asiento entre los nobles,
con los grandes de su pueblo.
9 Da un hogar a la mujer estéril,
ahora feliz madre de sus hijos.
Salmos (Sal) Capítulo 114
La salida de Egipto.—
1 Cuando Israel salió de Egipto,
la casa de Jacob, de un pueblo bárbaro,
2 Judá pasó a ser su santuario,
Israel se convirtió en su dominio.
3 El mar lo vio y huyó,
el Jordán debió retroceder,
4 las montañas saltaron como carneros
y como corderos las colinas.
5 ¿Qué te pasa, mar, que huyes?
Y tú, Jordán, ¿por qué retrocedes?
6 Montañas, ¿por qué saltan como carneros
y ustedes, colinas, como corderos?
7 Tiembla, tierra, en presencia del Señor,
en presencia del Dios de Jacob,
del que cambia la roca en manantial,
y la piedra, en fontana.
Salmos (Sal) Capítulo 115
El pueblo de Dios no tiene ídolos.—Ya que recibimos el conocimiento del único y verdadero Dios, dejemos todo lo que no es de él.
1 ¡No a nosotros, Señor, nos des la gloria,
no a nosotros, sino a tu nombre,
llevado por tu amor, tu lealtad!
2 ¿Quieres que digan los paganos:
«¿Dónde está, pues, su Dios?»
3 Nuestro Dios está en los cielos,
él realiza todo lo que quiere.
4 Sus ídolos no son más que oro y plata,
una obra de la mano del hombre.
5 Tienen boca pero no hablan,
Ojos, pero no ven.
6 Tienen orejas, pero no oyen,
Nariz, pero no huelen.  
7 Tienen manos, mas no palpan,
pies, pero no andan,
ni un susurro sale de su garganta.
8 ¡Que sean como ellos los que los fabrican
y todos los que en ellos tienen confianza!
9 ¡Casa de Israel, confíen en el Señor,
él es su socorro y su escudo!
10 ¡Casa de Aarón, confíen en el Señor,
él es su socorro y su escudo!
11 ¡Los que temen al Señor, confíen en el Señor,
él es su socorro y su escudo!
12 El Señor no nos olvida, nos bendecirá:
bendecirá a la casa de Israel,
bendecirá a la casa de Aarón,
13 bendecirá a los que temen al Señor,
tanto a los pequeños como a los grandes.
14 Que el Señor los haga crecer
a ustedes y a sus hijos.
15 ¡Que el Señor los bendiga,
el que hizo los cielos y la tierra!
16 Los cielos son la morada del Señor,
mas dio la tierra a los hijos de Adán.
17 No son los muertos los que alaban al Señor,
ni todos los que bajan al Silencio,
18 mas nosotros, los vivos, bendecimos al Señor
desde ahora y para siempre.
Salmos (Sal) Capítulo 116
Tú me has librado de la muerte.—«Andaré en presencia del Señor en la tierra de los vivientes». Con todos los que Dios salvó de la muerte, con Jesús nuestro Salvador, expresamos nuestra gratitud.
1 ¡Aleluya!
1 Amo al Señor porque escucha
el clamor de mi plegaria;
2 Inclinó hacia mí su oído
el día en que lo llamé.
3 Me envolvían los lazos de la muerte,
estaba preso en las redes fatales,
me ahogaban la angustia y el pesar,
4 pero invoqué el nombre del Señor:
«¡Ay, Señor, salva mi vida!»
5 El Señor es muy bueno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
6 El Señor cuida de los pequeños,
estaba débil y me salvó.
7 Alma mía, vuelve a tu descanso,
que el Señor cuida de ti.
8 Ha librado mi alma de la muerte,
de lágrimas mis ojos
y mis pies de dar un paso en falso.
9 Caminaré en presencia del Señor
en la tierra de los vivos.
10 Tenía fe, aun cuando me decía:
«Realmente yo soy un desdichado».
11 Pensaba en medio de mi confusión:
«¡Todo hombre decepciona!»
12 ¿Cómo le devolveré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
13 Alzaré la copa por una salvación
e invocaré el nombre del Señor;
14 cumpliré mis promesas al Señor
en presencia de todo su pueblo.
15 Tiene un precio a los ojos del Señor
la muerte de sus fieles:
16 «¡Mira, Señor, que soy tu servidor,
tu servidor y el hijo de tu esclava:
tú has roto mis cadenas!»
17 Te ofreceré el sacrificio de acción de gracias
e invocaré el nombre del Señor.
18 Cumpliré mis promesas al Señor
en presencia de todo su pueblo,
19 en los atrios de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.
Salmos (Sal) Capítulo 117
1 ¡Alaben al Señor en todas las naciones,
y festéjenlo todos los pueblos!
2 Pues su amor hacia nosotros es muy grande,
y la lealtad del Señor es para siempre.
Salmos (Sal) Capítulo 118
No moriré, ¡viviré!.—«La piedra que los constructores rechazaron llegó a ser la piedra angular.» Jesús se aplicó a sí mismo lo de la piedra rechazada (Mt 21,42; 1 Pedro 2,4). Y cuando entra en el Templo, los niños cantan: «Bendito sea el que viene en nombre del Señor.»
1 Den gracias al Señor, pues él es bueno,
pues su bondad perdura para siempre.
2 Que lo diga Israel:
¡su bondad es para siempre!
3 Que lo diga la casa de Aarón:
¡su bondad es para siempre!
4 Que lo digan los que temen al Señor:
¡su bondad es para siempre!
5 Al Señor, en mi angustia, yo clamé,
y me respondió sacándome de apuros.
6 Si el Señor está conmigo, no temo,
¿qué podrá hacerme el hombre?
7 Cuento al Señor entre los que me ayudan,
y veré a mis enemigos a mis pies.
8 Más vale refugiarse en el Señor
que confiar en los poderosos.
9 Mejor refugiarse en Yahvé que poner la confianza en los nobles.
10 Todos los paganos me rodeaban,
pero en el nombre del Señor los humillé.
11 Me rodeaban, me tenían cercado,
pero en el nombre del Señor los humillé.
12 Me rodeaban como avispas,
cayeron como zarza que se quema,
pues en nombre del Señor los humillé.
13 Me empujaron con fuerza para botarme,
pero acudió el Señor a socorrerme.
14 El Señor es mi fuerza, el motivo de mi canto,
ha sido para mí la salvación.
15 Clamores de alegría y de triunfo
resuenan en las tiendas de los justos:
«¡La diestra del Señor hizo proezas,
16 la diestra del Señor lo ha enaltecido,
la diestra del Señor hizo proezas!»
17 No, no moriré sino que viviré
y contaré las obras del Señor.
18 El Señor me corrigió mucho,
pero no me entregó a la muerte.
19 «¡Abranme las puertas de justicia
para entrar a dar gracias al Señor!»
20 «Esta es la puerta que lleva al Señor,
por ella entran los justos».
21 ¡Te agradezco que me hayas escuchado,
tú has sido para mí la salvación!
22 La piedra rechazada por los maestros
pasó a ser la piedra principal;
23 ésta fue la obra del Señor,
no podían creerlo nuestros ojos.
24 ¡Este es el día que ha hecho el Señor,
gocemos y alegrémonos en él!
25 ¡Danos, oh Señor, la salvación,
danos, oh Señor, la victoria!
26 «¡Bendito sea el que viene
en el nombre del Señor!
Desde la casa del Señor los bendecimos:
27 el Señor es Dios, él nos ilumina».
Formen la procesión con ramos en la mano
hasta los cuernos del altar.
28 Tú eres mi Dios, te doy gracias;
¡Dios mío, te digo que eres grande!
29 Den gracias al Señor, pues él es bueno,
pues su bondad perdura para siempre.
Salmos (Sal) Capítulo 119
Salmo de la Ley.—El salmo más largo de la Biblia dice y repite sin cesar que observar las palabras de Dios es vida y felicidad.
1 Dichosos los que sin yerro andan el camino y caminan según la Ley del Señor.
2 Dichosos los que observan sus testimonios y lo buscan de todo corazón,
3 que sin cometer injusticia caminan por sus sendas.
4 Tú eres quien promulgó tus ordenanzas para que las observen totalmente.
5 Ojalá sea firme mi conducta en cumplir tus preceptos.
6 Entonces no tendré vergüenza alguna en respetar todos tus mandamientos.
7 Te daré gracias con rectitud de corazón cuando vaya aprendiendo tus juicios justos.
8 Tus preceptos, yo los quiero guardar, no me abandones, pues, completamente.
9 ¿Cómo un joven purifica su camino? Basta con que observe tus palabras.
10 ¡Con todo mi corazón te he buscado, no me desvíes de tus mandamientos!
11 En mi corazón escondí tu palabra para no pecar contra ti.
12 ¡Bendito seas, Señor, enséñame tus preceptos!
13 Con mis labios he enumerado todos los juicios de tu boca.
14 Me he complacido en seguir tus testimonios más que en tener toda una fortuna.
15 Quiero meditar tus ordenanzas y tener ante mis ojos tus senderos.
16 En tus preceptos me deleitaré, jamás me olvidaré de tus palabras.
17 Sé bueno con tu servidor y viviré, pues yo quisiera guardar tu palabra.
18 Abre mis ojos para que yo vea las maravillas de tu Ley.
19 En la tierra soy sólo un pasajero, no me ocultes, pues, tus mandamientos.
20 Mi alma se consume deseando tus juicios en todo tiempo.
21 Tú amenazas a los arrogantes malditos, que desertan de tus mandamientos.
22 Ahórrame el desprecio y la vergüenza, pues tus testimonios he guardado.
23 Aunque príncipes sesionen en mi contra, tu servidor meditará en tus maravillas.
24 Tus testimonios son también mis delicias, tus preceptos son mis consejeros.
25 Mi alma está adherida al polvo, vivifícame conforme a tu palabra.
26 Te expuse mis proyectos y me respondiste: enséñame tus preceptos.
27 Haz que tome el camino de tus ordenanzas para que medite tus maravillas.
28 Mi alma está deprimida de pesar, levántame de acuerdo a tu palabra.
29 Aleja de mí el camino engañador, y dame la gracia de tu Ley.
30 He elegido el camino de la verdad, y tus juicios he deseado.
31 Me he apegado, Señor, a tus testimonios, que no me decepcione.
32 Corro por el camino de tus mandamientos, ahí me ensanchas el corazón.
33 Señor, enséñame el camino de tus preceptos, que los quiero seguir hasta el final.
34 Dame inteligencia para guardar tu Ley, y que la observe de todo corazón.
35 Guíame por la senda de tus mandamientos, pues en ella me complazco.
36 Inclina mi corazón hacia tus testimonios y no hacia la ganancia.
37 Guarda mis ojos de mirar cosas vanas, me darás vida en tus caminos.
38 Cumple con tu siervo tu promesa, dirigida a aquellos que te temen.
39 Aparta de mí el desprecio que temo, pues tus juicios son para mi bien.
40 Mira cómo deseo tus ordenanzas, tú que eres justo, vivifícame.
41 Que vengan a mí, Señor, tu gracia y tu salvación, conforme a tu palabra.
42 Entonces responderé a los que se burlan, que puedo confiar en tus palabras.
43 Que no se me olvide la palabra de verdad, pues espero en tus juicios.
44 Quiero observar tu Ley constantemente, por siempre jamás.
45 Estaré a mis anchas en todos mis caminos, pues tus ordenanzas he buscado.
46 Ante reyes hablaré de tus testimonios y no tendré vergüenza.
47 Me he deleitado en tus mandamientos, a los que amaba mucho.
48 Alzaré mis manos hacia ti y meditaré en tus preceptos.
49 Recuerda tu palabra a tu servidor, ella ha mantenido mi esperanza.
50 Este es mi consuelo en mi miseria, que tu palabra me vivificará.
51 Los soberbios se burlaban mucho de mí, pero no me he movido de tu Ley.
52 Me acuerdo de tus juicios de otros tiempos y eso, Señor, me da aliento.
53 Al ver a los impíos me da rabia: ¿por qué abandonan tu Ley?
54 Tus preceptos son salmodias para mí en la casa donde me reciben.
55 Por la noche me acuerdo de tu nombre, oh Señor, y observo tu Ley.
56 Por lo menos esto me quedará, haber guardado tus ordenanzas.
57 Lo que escojo, Señor, yo lo he dicho, es observar tus palabras.
58 Con todo mi corazón he procurado que tu rostro se enternezca, ten piedad de mí según tu palabra.
59 He reflexionado en mis caminos, a tus testimonios readecuaré mis pasos.
60 Me he apresurado, no me he retardado en obedecer tus mandamientos.
61 Las pecadores intentaron seducirme, pero no me he olvidado de tu Ley.
62 A medianoche me levanto, te doy gracias por tus justos juicios.
63 Me he aliado con todos los que te temen y que observan tus ordenanzas.
64 De tu bondad, Señor, está llena la tierra, enséñame tus preceptos.
65 Has sido bueno con tu servidor, Señor, de acuerdo a tu palabra.
66 Enséñame el buen sentido y el saber, pues tengo fe en tus mandamientos.
67 Antes de ser humillado me había alejado, pero ahora yo observo tu palabra.
68 Tú que eres bueno y bienhechor, enséñame tus preceptos.
69 Los soberbios me recubren de mentira, mas, con todo el corazón, guardo tus ordenanzas.
70 Su corazón está paralizado y ciego, pero para mí tu Ley es mi delicia.
71 Fue bueno para mí que me humillaras, para que así aprendiera tus preceptos.
72 La ley de tu boca vale más para mí que millones de oro y plata.
73 Tus manos me han hecho y organizado, dame inteligencia para aprender tus mandatos.
74 Se alegrarán los que te temen, al ver que he esperado en tu palabra.
75 Sé, Señor, que tus juicios son justos y que con razón me has afligido.
76 Que tu gracia me asista y me consuele, conforme a tu palabra dada a tu siervo.
77 Que venga a mí tu ternura y me dé vida, porque mis delicias son tu Ley.
78 Confunde a los soberbios que me calumnian, mientras yo medito en tus ordenanzas.
79 Que se vuelvan a mí los que te temen y que saben de tus testimonios.
80 Que cumpla mi corazón sin falla tus preceptos, para que no quede avergonzado.
81 Mi alma se desgastó anhelando tu salvación, espero en tu palabra.
82 Mis ojos se cansaron por tu palabra, ¿cuándo vendrás a confortarme?
83 Aunque parezco un cuero ahumado, no he olvidado tus preceptos.
84 ¿Qual será la suerte de tu servidor? ¿cuándo harás justicia con mis perseguidores?
85 Los soberbios me han cavado trampas, lo que estaba en contra de tu Ley.
86 Todos tus mandamientos son verdad: me persiguen sin razón, ¡ayúdame!
87 Por poco no me dejaban en el suelo, pero yo no abandoné tus ordenanzas.
88 Por tu bondad dame vida, para que observe el testimonio de tu boca.
89 Tu palabra, Señor, es para siempre, inmutable en los cielos.
90 De generación en generación tu verdad; igual que la tierra que tú fundaste
91 y que se mantiene por tu decisión, pues el universo es tu servidor.
92 Si en tu Ley no hubiera puesto mis delicias habría perecido en mi miseria.
93 Jamás olvidaré tus ordenanzas pues por ellas me haces revivir.
94 Tuyo soy, sálvame, ya que he buscado tus ordenanzas.
95 Los malvados me espían para perderme, pero estoy atento a tus testimonios.
96 He visto el fin de todo lo perfecto, ¡cuánto más amplio es tu mandamiento!
97 ¡Cuánto amo tu Ley! En ella medito todo el día.
98 Me haces más sabio que mis enemigos por tu mandamiento que es siempre mío.
99 Soy más agudo que todos mis maestros, merced a tus testimonios que medito.
100 Superé a los ancianos en saber, pues guardo tus ordenanzas.
101 Aparté mis pasos de todo mal camino, pues quería ser fiel a tu palabra.
102 De tus juicios no me he apartado, pues tú me los enseñas.
103 ¡A mi paladar son dulces tus palabras, más que la miel para mi boca!
104 Tus ordenanzas me han dado la inteligencia, por eso odio cualquier ruta mentirosa.
105 Para mis pasos tu palabra es una lámpara, una luz en mi sendero.
106 He hecho un juramento y lo mantendré, de guardar tus justos juicios.
107 He sido hasta el colmo afligido, vivifícame, Señor, según tu palabra.
108 Acepta, Señor, la ofrenda de mi boca, y enséñame tus juicios.
109 Expongo mi vida a cada instante, pero jamás me olvido de tu ley.
110 Los malvados me han tendido una celada, pero no me alejé de tus ordenanzas.
111 Tus testimonios han sido siempre mi herencia, son la alegría de mi corazón.
112 Incliné mi corazón a cumplir tus preceptos, siempre y totalmente.
113 Odio los corazones repartidos y amo tu Ley.
114 Tú eres mi refugio y mi escudo, he puesto en tu palabra mi esperanza.
115 Apártense de mi, agentes del mal, para que guarde los mandamientos de mi Dios.
116 Sostenme según tu palabra y viviré, que no sea en vano mi esperanza.
117 Sé mi apoyo y estaré salvado, que tus preceptos sean siempre mis delicias.
118 Desprecias a los que abandonan tus preceptos, sus proyectos no son más que mentira.
119 Los malos del país son para ti la escoria, por eso yo amo tus testimonios.
120 Ante ti mi carne tiembla de miedo, tus juicios me llenan de temor.
121 He actuado con derecho y con justicia, no me entregues a mis opresores.
122 Defiende la causa de tu servidor, no dejes que me opriman los soberbios.
123 Por tu salvación mis ojos languidecen, y por tu justa palabra.
124 Según tu amor actúa con tu siervo, y enséñame tus preceptos.
125 Soy tu servidor, dame inteligencia para que conozca tus testimonios.
126 Señor, es tiempo de que actúes, pues se viola tu Ley;
127 al verlo amo más tus mandamientos, los aprecio más que el oro fino.
128 Me regulo por todos tus preceptos y odio cualquier camino de mentira.
129 Maravillosos son tus testimonios por eso mi alma los guarda.
130 Exponer tus palabras es dar luz y abrir la inteligencia de los sencillos.
131 Abro una boca grande para aspirar, pues estoy ávido de tus mandamientos.
132 Vuélvete a mí y ten de mí piedad, como los que aman tu nombre lo merecen.
133 Afirma con tu palabra mis pasos, no dejes que me domine algún mal.
134 Líbrame de la opresión del hombre, para que pueda observar tus ordenanzas.
135 Haz brillar tu faz sobre tu siervo y enséñame tus preceptos.
136 De mis ojos han brotado ríos de lágrimas, al ver que no se observa tu Ley.
137 Tú eres justo, Señor, y rectos son tus juicios.
138 Has dictado tus testimonios con justicia y con toda verdad.
139 Me consumo de indignación, pues mis adversarios olvidan tus palabras.
140 Tu palabra está totalmente comprobada, por eso tu servidor la ama.
141 Aunque soy poca cosa y despreciable, no me olvido de tus ordenanzas.
142 Tu justicia es justicia eternamente y tu Ley es verdad.
143 Si me asaltan la angustia y la ansiedad, tus mandamientos aún son mis delicias.
144 Tus testimonios son justicia eterna, dame inteligencia y viviré.
145 Te invoco, Señor, con todo el corazón, respóndeme, pues quiero observar tus preceptos.
146 Yo a ti clamo, sálvame, pues quiero guardar tus testimonios.
147 Me adelanto a la aurora para clamarte, espero en tus palabras.
148 Mis ojos se adelantaron a las horas y volví a meditar tu palabra.
149 Por tu amor, Señor, oye mi voz, hazme vivir según tus juicios.
150 Mis perseguidores se adhieren al crimen, pero se alejan de tu Ley.
151 Tú estás cerca, Señor, y todos tus mandamientos son verdad.
152 Lo que hace tiempo sé de tus testimonios, es que los fundaste para siempre.
153 Mira mi miseria y líbrame, pues no me he olvidado de tu Ley.
154 Defiende mi causa y líbrame, que me vivifique tu palabra.
155 La salvación está lejos de los impíos, pues no se interesan en tus preceptos.
156 Frecuentes son, Señor, tus misericordias, hazme vivir según tus juicios.
157 Mis perseguidores y mis enemigos son sin cuento, pero no me aparté de tus testimonios.
158 Vi a los traidores y me dieron asco, pues no respetan tu palabra.
159 Mira cuánto amo tus ordenanzas, Señor, hazme vivir según tu gracia.
160 El principio de tu palabra es la verdad, tus juicios son justos para siempre.
161 Si bien los príncipes me perseguían sin razón, mi corazón temía más a tus palabras.
162 Tu palabra me llena de gozo como quien encuentra un gran tesoro.
163 Detesto la mentira, la aborrezco, pero eso sí que amo tu Ley.
164 Siete veces al día yo te alabo por tus juicios que son justos.
165 Una paz grande para los que aman tu Ley, nada podrá hacerlos tropezar.
166 Espero, Señor, tu salvación, y pongo en práctica tus mandamientos.
167 Mi alma toma en cuenta tus testimonios, los amo totalmente.
168 Observo tus ordenanzas, tus testimonios, a tu vista están todos mis caminos.
169 ¡Que mi grito se acerque a tu faz, Señor, según tu palabra, dame inteligencia!
170 ¡Que mi súplica llegue hasta tu presencia, líbrame de acuerdo a tu palabra!
171 ¡Que mis labios publiquen tu alabanza, pues tú me enseñas tus preceptos!
172 ¡Que mi lengua celebre tu palabra, pues son justos todos tus mandamientos!
173 ¡Que tu mano venga a socorrerme, pues yo elegí tus ordenanzas!
174 He ansiado, Señor, tu salvación, y tu Ley ha sido mi delicia.
175 ¡Que mi alma viva para alabarte, y tus juicios vendrán en mi ayuda!
176 Iba errante como oveja perdida, ven a buscar a tu servidor, pues bien sabes que no olvidé tus mandamientos.
Salmos (Sal) Capítulo 120
Frecuentemente los peregrinos venían al Templo con muchas preocupaciones: unos no estaban en paz con sus vecinos, otros se quejaban de no vivir entre creyentes sino entre paganos. Anhelaban la paz que Dios da a los que se acercan a él.
1 Al Señor en medio de mi angustia
yo clamé y él me respondió.
2 Salva mi alma, Señor, de los labios mentirosos,
de la lengua calumniadora.
3 ¿Qué se te dará o que se te agregará,
oh lengua calumniadora?
4 Flechas muy puntiagudas de guerrero,
endurecidas en brasas de retama.
5 ¡Ay de mí que en Mesec debo vivir
y habitar en las tiendas de Quedar!
6 Mi alma halló muy larga su permanencia
entre aquellos que detestan la paz.
7 Estoy por la paz, pero apenas de eso hablo,
ellos no piensan más que en guerra.
Salmos (Sal) Capítulo 121
Dios no te faltará.—El peregrino hacia Jerusalén está pensando en las dificultades del viaje: el camino difícil, el calor del día, quizá en los peligros de parte de ladrones. Pero sabe que Dios ya está con él y que lo acompaña en el viaje.
1 Dirijo la mirada hacia los montes:
¿de dónde me llegará ayuda?
2 Mi socorro me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
3 No deja que tu pie dé un paso en falso,
no duerme tu guardián;
4 jamás lo rinde el sueño o cabecea
el guardián de Israel.
5 El Señor es tu guardián y tu sombra,
el Señor está a tu diestra.
6 Durante el día el sol no te maltratará,
ni la luna de noche.
7 Te preserva el Señor de todo mal,
él guarda tu alma.
8 El te guarda al salir y al regresar,
ahora y para siempre.
Salmos (Sal) Capítulo 122
Iremos a la casa del Señor.—Himno de entusiasmo y alegría del peregrino al llegar al Templo de Jerusalén. Admiración del edificio. Orgullo al ver acudir las muchedumbres. Y algo todavía más profundo: una experiencia de convivencia con otros creyentes.
1 Me puse alegre cuando me dijeron:
«¡Vamos a la casa del Señor!»
2 Ahora nuestros pasos se detienen
delante de tus puertas, Jerusalén.
3 Jerusalén, edificada cual ciudad
en que todo se funde en la unidad.
4 Allá suben las tribus,
las tribus del Señor, la asamblea de Israel,
para alabar el Nombre del Señor.
5 Pues allí están las cortes de justicia,
los ministerios de la casa de David.
6 Para Jerusalén pidan la paz:
«¡Que vivan tranquilos los que te aman!
7 ¡Que la paz guarde tus muros
y haya seguridad en tus palacios!»
8 Por mis hermanos y por mis amigos
quiero decir: «¡La paz esté contigo!»
9 Por la casa del Señor nuestro Dios,
pido para ti la felicidad.
Salmos (Sal) Capítulo 123
Oración de los que están esperando.—Sabemos que nuestro buen Padre siempre nos escucha. Sin cansarse, hay que mantener los ojos fijos en el Señor, hasta que nos diga: «Vé, tu fe te ha salvado.»
1 A ti he elevado mis ojos,
a ti que habitas en los cielos.
2 Como los ojos de los siervos
se fijan en la mano de su dueño,
como miran los ojos de una esclava
la mano de su dueña,
así miran nuestros ojos al Señor,
nuestro Dios, ¿cuándo tendrá piedad de nosotros?
3 Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad,
porque estamos saturados de desprecios.
4 Nuestra alma está colmada
de las burlas de la gente acomodada,
del desprecio de los engreídos.
Salmos (Sal) Capítulo 124
Escapamos de la trampa del cazador.—«Hasta los cabellos de su cabeza están contados, ustedes valen más que los pajaritos.»
1 De no estar el Señor en favor nuestro,
que lo diga Israel,
2 de no estar el Señor en favor nuestro,
cuando el mundo se lanzó contra nosotros,
3 nos habrían devorado vivos
en el fuego de su cólera.
4 Entonces las aguas nos habrían arrollado
y el torrente pasado por encima,
5 entonces habrían pasado sobre nuestra alma
las aguas impetuosas.
6 Bendito sea el Señor que no nos dio
por presa de sus dientes.
7 Nuestra alma como pájaro escapó
de la red que puso el cazador.
La malla se rompió
y nosotros escapamos.
8 Nuestro auxilio está en el Nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
Salmos (Sal) Capítulo 125
Confianza en el Señor.—El peregrino podía admirar las murallas de Jerusalén, casi inaccesibles para los enemigos. Es una imagen de la protección de Dios.
1 Los que buscan apoyo en el Señor
se parecen al monte Sión:
inconmovible y estable para siempre.
2 Jerusalén, los montes la rodean,
así el Señor está en torno a su pueblo
desde ahora y para siempre.
3 Jamás el cetro impío se impondrá
sobre la parcela de los justos,
no sea que los justos
ensangrienten sus manos en el crimen.
4 Con los buenos, Señor, pórtate bien,
con los que tienen rectitud de corazón.
5 Mas a los que son dobles y traidores,
los eche el Señor con los malhechores.
6 ¡Tenga paz Israel!
Salmos (Sal) Capítulo 126
Se van llorando y vuelven con las gavillas.—Misterio de la vida que brota de la muerte. Mensaje de esperanza para los afligidos y los que por poco se desanima rían al no ver el fruto de su labor.
1 Cuando el Señor hizo volver
a los cautivos de Sión,
nos parecía estar soñando;
2 nuestra boca se llenaba de risa
y nuestra lengua de gritos de alegría.
Entonces entre los paganos se decía:
«¡Qué grandes cosas no ha hecho el Señor por ellos!»
3 Sí, grandes cosas ha hecho el Señor por nosotros,
rebosábamos de gozo.
4 Haz que vuelvan, Señor, nuestros cautivos,
como riachuelos en tierras áridas.
5 Los que siembran entre lágrimas
cosecharán entre gritos de alegría.
6 Se van, se van llorando
los que siembran la semilla,
pero regresarán cantando
trayendo sus gavillas.
Salmos (Sal) Capítulo 127
Lo que se construye sin Dios, fracasará.—Y de nada sirve gastar nuestros días y nuestros años en busca de mil cosas, adelantos y comodidades, si con esto pasamos ciegos e insensibles entre tantos hallazgos y alegrías que nos reservaba el momento presente.
1 Si el Señor no construye la casa
en vano trabajan los albañiles;
si el Señor no protege la ciudad,
en vano vigila el centinela.
2 En vano te levantas tan temprano
y te acuestas tan tarde,
y con tanto sudor comes tu pan:
él lo da a sus amigos mientras duermen.
3 Un regalo del Señor son los hijos,
recompensa, el fruto de las entrañas.
4 Como flechas en manos del guerrero
son los hijos de la juventud.
5 Feliz el hombre que con tales flechas
ha llenado su aljaba,
cuando a la puerta vayan a litigar,
sus contrarios no los harán callar.
Salmos (Sal) Capítulo 128
La bendición del hogar.—Frente a los inquietos e impacientes, el creyente procura ver lo bueno de la vida y del mundo. Reconoce las bendiciones de Dios sobre su hogar y sobre la comunidad cristiana. La familia numerosa es una bendición de Dios para aquellos que la han escogido y asumido.
1 Felices los que temen al Señor
y siguen sus caminos.
2 Comerás del trabajo de tus manos,
esto será tu fortuna y tu dicha.
3 Tu esposa será como vid fecunda
en medio de tu casa,
tus hijos serán como olivos nuevos
alrededor de tu mesa.
4 Así será bendito
el hombre que teme al Señor.
5 ¡Que el Señor te bendiga desde Sión:
puedas ver la dicha de Jerusalén
durante todos los días de tu vida!
¡Que veas a los hijos de tus hijos
y en Israel, la paz!
Salmos (Sal) Capítulo 129
El pueblo de Dios fue perseguido desde su juventud en el desierto.—Al final sus enemigos fueron dispersados, mientras él permanece. Que el Señor nos dé «producir frutos de ser constantes».
1 Me han atacado mucho desde joven,
que lo diga Israel;
2 me han atacado mucho desde joven,
pero no me vencieron.
3 Sobre mi espalda araron labradores,
abrieron largos surcos,
4 pero el Señor, el justo,
cortó las cuerdas de los malos.
5 Que sean humillados y rechazados
todos los que odian a Sión;
6 que sean como la hierba de los techos
que se seca antes de que la arranquen,
7 que no le llena la mano al segador
ni su regazo al que amarra las gavillas.
8 Que tampoco digan los que pasan:
«¡Que el Señor los bendiga!»
En nombre del Señor los bendecimos.
Salmos (Sal) Capítulo 130
Desde el abismo clamo a ti.—Salmo de penitencia, pero más que todo, de confianza en Dios.
1 Desde el abismo clamo a ti, Señor,
2 ¡Señor, escucha mi voz!
que tus oídos pongan atención
al clamor de mis súplicas!
3 Señor, si no te olvidas de las faltas,
Adonai, ¿quién podrá subsistir?
4 Pero de ti procede el perdón,
y así se te venera.
5 Espero, Señor, mi alma espera,
confío en tu palabra;
6 mi alma cuenta con el Señor,
más que con la aurora el centinela.
7 Como confía en la aurora el centinela,
así Israel confíe en el Señor;
porque junto al Señor está su bondad
y la abundancia de sus liberaciones,
8 y él liberará a Israel
de todas sus culpas.
Salmos (Sal) Capítulo 131
Confianza filial en Dios.—Oración sencilla y humilde, llena de confianza, que hace pensar en la tranquilidad de un niño en los brazos de su mamá. ¿No es esa la actitud que alaba Jesús? ¿Acaso Dios no sería tanto madre como es padre?
1 Señor, mi corazón no es engreído
ni mis ojos altaneros:
no he tomado un camino de grandezas
ni de prodigios que me superaran.
2 Al contrario, tranquila y en silencio
he mantenido mi alma,
como un niño saciado que se aprieta a su madre;
mi alma en mí nada reclama.
3 ¡Que Israel cuente con el Señor,
desde ahora y para siempre!
Salmos (Sal) Capítulo 132
No olvides a los descendientes de tu servidor David.—
1 Señor, tenle en cuenta a David
su total disponibilidad,
2 cuando hizo un juramento al Señor, una promesa al Fuerte de Jacob:
3 «No entraré en la tienda, que es mi casa, ni me tenderé en el lecho donde descanso,
4 no concederé el sueño a mis ojos ni descanso a mis párpados
5 hasta que halle un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob».
6 Hemos sabido que el Arca está en Efrata, la encontramos en los campos de Jaar.
7 Entremos, pues, en su morada, postrémonos ante la tarima de sus pies.
8 ¡Levántate, Señor, y ven a tu reposo, tú y el Arca de tu fuerza!
9 ¡Que tus sacerdotes se revistan de justicia y tus fieles griten de alegría!
10 Por amor a David, tu servidor, no apartes la cara de tu ungido.
11 El Señor se lo juró a David, verdad de la que no se desdecirá: «Del fruto de tus entrañas pondré a alguien en tu trono.
12 Si tus hijos guardaren mi alianza y mis testimonios que les he enseñado, también sus hijos para siempre se sentarán en tu trono».
13 Y el Señor escogió a Sión, quiso que fuera su residencia:
14 «Aquí está mi descanso para siempre, en ella moraré, pues yo lo quise.
15 Sus graneros los bendeciré y a sus pobres los saciaré de pan.
16 De gloria revestiré a sus sacerdotes y sus fieles gritarán de júbilo.
17 Allí haré brotar un cuerno para David, allí pondré una lámpara para mi ungido.
18 Cubriré de vergüenza a sus enemigos, mientras sobre él brillará su diadema».
Salmos (Sal) Capítulo 133
¡Qué maravilloso es el amor fraterno!—Nuestra unidad en el servicio de Dios y las amistades cristianas perdurables y profundas son un don del Espíritu Santo infundido en nuestros corazones. «Amense y estén unidos para que el mundo crea».
1 ¡Qué bueno y qué tierno es
ver a esos hermanos vivir juntos!
2 Es como un aceite refinado
que desde su cabeza
desciende hasta la barba,
la barba de Aarón,
hasta el cuello de su túnica.
3 Es como un rocío del Hermón,
que baja sobre las montañas de Sión.
Allí el Señor otorgó su bendición,
la vida para siempre.
Salmos (Sal) Capítulo 134
1 ¡Ea, vamos! Bendigan al Señor
todos los servidores del Señor,
los que sirven en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios.
2 Alcen sus manos al Santuario
por las noches, y bendigan al Señor.
3 Que el Señor desde Sión te bendiga,
el que ha hecho los cielos y la tierra.
Salmos (Sal) Capítulo 135
Alaben al Señor que nos escogió para sí.—
1 Alaben el nombre del Señor, alábenlo servidores del Señor,
2 que sirven en la casa del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios.
3 Alaben al Señor porque él es bueno cántenle a su nombre porque es delicioso.
4 Porque el Señor se escogió a Jacob, a Israel, para que fuera su propiedad.
5 Yo sé que el Señor es grande, que nuestro Señor supera a todos los dioses.
6 Todo lo que quiere lo hace el Señor, en los cielos y en la tierra, en los océanos y en todos los mares.
7 Del confín de la tierra hace subir las nubes, produce con relámpagos la lluvia, saca de sus depósitos el viento.
8 Hirió a los primogénitos de Egipto, a los hombres igual que a los ganados.
9 Envió señales y prodigios en medio de ti, Egipto, en contra del Faraón y de todos sus siervos.
10 A numerosas naciones les pegó y dio muerte a reyes poderosos:
11 a Sijón, rey de los amorreos, a Og, rey de Basán, y a todos los reyes de Canaán.
12 Y su tierra la entregó en herencia, en herencia a su pueblo de Israel.
13 Señor, tu nombre dura para siempre, y tu recuerdo por generaciones.
14 Pues el Señor hará justicia a su pueblo, y se apiadará de sus servidores.
15 De oro y plata son los ídolos de las naciones, obra de las manos de los hombres;
16 tienen boca y no hablan, ojos, pero no ven;
17 tienen orejas, pero no oyen, ni siquiera un suspiro hay en su boca.
18 Que sean como ellos sus autores y todos los que en ellos se confían.
19 Casa de Israel, bendigan al Señor, casa de Aarón, bendigan al Señor,
20 casa de Leví, bendigan al Señor, los que temen al Señor, que lo bendigan.
21 Bendito sea el Señor desde Sión, él, que reside en Jerusalén.
¡Aleluya!
Salmos (Sal) Capítulo 136
Den gracias al Señor.—Himno de acción de gracias, utilizado para la fiesta de la Pascua, fiesta de liberación del pueblo de Dios. «Eterno es su amor» y en la eternidad no terminaremos ni nos cansaremos de descubrirlo.
1 Den gracias al Señor, porque él es bueno,
porque su amor perdura para siempre.
2 Den gracias al que es Dios de los dioses,
porque su amor perdura para siempre.
3 Den gracias al Señor de los señores,
porque su amor perdura para siempre.
4 Al único que ha hecho maravillas,
porque su amor perdura para siempre.
5 Al que con sabiduría hizo los cielos,
porque su amor perdura para siempre.
6 Al que puso la tierra sobre las aguas,
porque su amor perdura para siempre.
7 Al que creó las grandes luminarias,
porque su amor perdura para siempre.
8 Al sol para que gobierne el día,
porque su amor perdura para siempre.
9 La luna y las estrellas para que manden la noche,
porque su amor perdura para siempre.
10 Al que hirió a Egipto en sus primogénitos,
porque su amor perdura para siempre.
11 Y a Israel lo sacó de en medio de ellos,
porque su amor perdura para siempre.
12 Con mano fuerte y brazo levantado,
porque su amor perdura para siempre.
13 Al que separó en dos el Mar de Juncos,
porque su amor perdura para siempre.
14 Y condujo a Israel por medio de él,
porque su amor perdura para siempre.
15 Allí tumbó a Faraón y a su ejército,
porque su amor perdura para siempre.
16 Al que guió a su pueblo en el desierto,
porque su amor perdura para siempre.
17 Al que aplastó a reyes poderosos,
porque su amor perdura para siempre.
18 Y dio muerte a monarcas respetables,
porque su amor perdura para siempre.
19 A Sijón, rey de los Amorreos,
porque su amor perdura para siempre.
20 Y a Og, rey de Basán,
porque su amor perdura para siempre.
21 Y traspasó sus tierras como herencia,
porque su amor perdura para siempre.
22 Como herencia a Israel, su servidor,
porque su amor perdura para siempre.
23 Se acordó de nosotros en nuestro abatimiento,
porque su amor perdura para siempre.
24 Y nos libró de nuestros opresores,
porque su amor perdura para siempre.
25 El da su pan a todo ser carnal,
porque su amor perdura para siempre.
26 Den gracias al que es Dios de los cielos,
porque su amor perdura para siempre.
Salmos (Sal) Capítulo 137
Jerusalén, no te olvidaré.—
1 Al borde de los canales de Babilonia
nos sentábamos y llorábamos
2 al acordarnos de Sión;
en los sauces que por allí se encuentran
habíamos colgado nuestras arpas.
3 Allí los que nos habían deportado
nos pedían palabras de una canción,
y nuestros raptores un canto de alegría:
«¡Cántennos un canto de Sión!»
4 ¿Cómo íbamos a cantar un canto del Señor
en un suelo extranjero?
5 ¡Si me olvido de ti, Jerusalén,
que mi derecha se olvide de mí!
6 Que mi lengua se me pegue al paladar
si de ti no me acuerdo,
si no considero a Jerusalén
como mi máxima alegría.
7 No te olvides, Señor, de los hijos de Edom
que, el día en que cayó Jerusalén,
decían: «¡Arrásenla,
arrásenla hasta los mismos cimientos!»
8 Hija de Babilonia, que serás destruida,
dichoso el que te hiciere
los males que a nosotros nos hiciste.
9 ¡Dichoso aquel que agarre a tus pequeños
y los estrelle contra las rocas!
Salmos (Sal) Capítulo 138
Tu mano lo hace todo bien por mí.—Oración para los momentos en que estamos contentos con Dios y en que quisiéramos que el cielo y la tierra se asociaran a nuestra alegría y a nuestra acción de gracias.
1 Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
pues oíste las palabras de mi boca.
Canto para ti en presencia de los ángeles,
2 y me postro ante tu Templo santo.
Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad,
pues tu palabra ha superado tu renombre.
3 El día en que clamé, me respondiste
y aumentaste la fuerza en mi alma.
4 Te darán gracias, Señor,
todos los reyes de la tierra,
cuando oigan las palabras de tu boca,
5 celebrarán los caminos del Señor:
«¡Es muy grande la gloria del Señor!»
6 Desde arriba el Señor ve a los humildes
y de lejos distingue al orgulloso.
7 Si en medio de angustias caminare,
tú me harías vivir;
con tu mano paras al enemigo
y tu diestra me salva.
8 El Señor lo hará todo por mí,
Señor, tu amor perdura para siempre,
no abandones la obra de tus manos.
Salmos (Sal) Capítulo 139
Dios lo sabe todo.—Oración llena de admiración frente a la sabiduría de Dios; «todo está descubierto y abierto a la vista de aquel a quien tenemos que rendir cuentas» (Hebreos 4,13).
1 Señor, tú me examinas y conoces,
2 sabes si me siento o me levanto,
tú conoces de lejos lo que pienso.
3 Ya esté caminando o en la cama me escudriñas,
eres testigo de todos mis pasos.
4 Aún no está en mi lengua la palabra
cuando ya tú, Señor, la conoces entera.
5 Me aprietas por detrás y por delante
y colocas tu mano sobre mí.
6 Me supera ese prodigio de saber,
son alturas que no puedo alcanzar.
7 ¿A dónde iré lejos de tu espíritu,
a dónde huiré lejos de tu rostro?
8 Si escalo los cielos, tú allí estás,
si me acuesto entre los muertos,
allí también estás.
9 Si le pido las alas a la aurora
para irme a la otra orilla del mar,
10 también allá tu mano me conduce
y me tiene tomado tu derecha.
11 Si digo entonces:
«¡Que me oculten, al menos, las tinieblas
y la luz se haga noche sobre mí!»
12 Mas para ti no son oscuras las tinieblas
y la noche es luminosa como el día.
13 Pues eres tú quien formó mis riñones,
quien me tejió en el seno de mi madre.
14 Te doy gracias por tantas maravillas,
admirables son tus obras
y mi alma bien lo sabe.
15 Mis huesos no te estaban ocultos
cuando yo era formado en el secreto,
o bordado en lo profundo de la tierra.
16 Tus ojos veían todos mis días,
todos ya estaban escritos en tu libro
y contados antes que existiera uno de ellos.
17 ¡Tus pensamientos, Dios, cuanto me superan,
qué impresionante es su conjunto!
18 ¿Pormenorizarlos? Son más que las arenas,
nunca terminaré de estar contigo.
19 ¡Ojalá, oh Dios, mataras al malvado
y se alejaran de mí los sanguinarios;
20 arman maquinaciones en tu contra
y no toman en cuenta tus declaraciones!
21 Señor, ¿no debo odiar a los que te odian
y estar hastiado de los que te atacan?
22 Con un odio perfecto yo los odio
y para mí también son enemigos.
23 Examíname, oh Dios, mira mi corazón,
ponme a prueba y conoce mi inquietud;
24 fíjate si es que voy por mal camino
y condúceme por la antigua senda.
Salmos (Sal) Capítulo 140
1 Del maestro de coro. Salmo. De David.

Líbrame del hombre malvado.—
2 Líbrame, Señor, del hombre malvado, defiéndeme de la gente violenta,
3 de los que en su corazón maquinan males y que provocan riñas cada día;
4 que cual serpiente afilan sus lenguas y veneno de víbora hay en sus labios.
5 Señor, protégeme de las manos del impío, defiéndeme de la gente violenta, que piensan cómo hacerme tropezar.
6 Los soberbios me han puesto un lazo oculto, han tendido redes bajo mis pies y me han puesto trampas junto al sendero.
7 Dije al Señor: «Tú eres mi Dios, presta atención, Señor, a la voz de mi súplica».
8 Señor Dios, poderoso para salvar, tú cubres mi cabeza el día del combate.
9 No consientas, Señor, los de seos del malvado, no dejes que su plan se realice.
10 Que no alcen la cabeza los que me asedian, que la malicia de sus labios los ahogue;
11 que lluevan sobre ellos brasas ardientes, que los eches al abismo y no salgan.
12 Que la tierra rechace al detractor y persiga al violento el mal sin tregua.
13 Sé que el Señor hará justicia al desvalido y dará a los pobres la razón.
14 Los justos darán gracias a tu Nombre, los hombres rectos se quedarán en tu presencia.
Salmos (Sal) Capítulo 141
No nos dejes caer en la tentación.—Que Dios nos conceda resistir a la seducción del mundo que nos rodea, pero también escuchar a los que nos reprenden. «No nos dejes caer en la tentación».
1 Señor, te llamo, ven a mí sin demora, escucha mi voz cuando a ti grito.
2 ¡Suba a ti mi oración como el incienso, mis manos que a ti levanto sean como la ofrenda de la tarde!
3 Pon, Señor, una guardia ante mi boca y vigila la puerta de mis labios.
4 Mi corazón no inclines a obras malas, que en negocios oscuros no me meta con los que hacen el mal.
¡No me dejes probar sus golosinas!
5 Que el justo me golpee y me corrija y el óleo de los malos no luzca en mi cabeza. Mi oración denunciará siempre sus crímenes.
6 Sus jefes fueron echados desde el peñón, comprendieron entonces que hablaba con bondad;
7 cuando la tierra se abrió a sus pies, sus huesos tapizaron la entrada del infierno.
8 Adonai Señor, hacia ti vuelvo mis ojos, en ti me refugio, no expongas mi vida.
9 Protégeme del lazo que me han tendido, de las trampas de los que hacen el mal.
10 Que en sus propias redes caigan los impíos mientras que sólo a mí se me abre paso.
Salmos (Sal) Capítulo 142
1 Poema. De David. Cuando estaba en la cueva. Oración.

En la hora de la prueba.—Oración del que está en la más profunda miseria. Este salmo se adapta a la pasión de Cristo, y San Francisco quiso rezarlo al morir.
2 Al Señor imploro a grandes voces,
al Señor suplico a grandes voces.
3 En su presencia explayo mi lamento
y ante él relato mi aflicción
4 cuando en mí desfallece mi espíritu,
pero tú, ¿no conoces mi sendero?
En el camino por donde pasaba
ocultaron una trampa.
5 Dirige a la derecha tu mirada
y ve cómo ninguno me conoce.
Lejos de mí está cualquier refugio,
nadie se preocupa de mi vida.
6 ¡A ti clamo, Señor, a ti te digo:
«Tú eres mi esperanza,
mi parte en la tierra de los que viven!»
7 Atiende a mi clamor
porque estoy muy decaído.
Ponme a salvo de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.
8 Sácame de la prisión
para que dé gracias a tu Nombre.
Una ronda harán los justos en torno a mí
al saber los favores que me has hecho.
Salmos (Sal) Capítulo 143
1 Señor, escucha mi oración, atiende a mis plegarias, respóndeme, tú que eres fiel y justo.
2 No llames a juicio a tu siervo pues no hay quien sea justo en tu presencia.
3 El enemigo corre tras mi vida, me aplasta contra el suelo y me manda de vuelta a las tinieblas, junto a los muertos sin edad ni tiempo.
4 Mi espíritu en mí desfallece, mi corazón se asusta en mi interior.
5 Me acuerdo de los días de otro tiempo, medito en todas tus acciones, en la obra de tus manos reflexiono.
6 Alargo a ti mis manos, mi alma es una tierra sedienta de ti.
7 Apresúrate, Señor, en responderme, porque me estoy quedando sin resuello; no me escondas tu cara, que no sea de los que bajan a la fosa.
8 Hazme sentir tu amor desde la mañana, pues en ti yo confío; haz que sepa el camino que he de seguir, pues levanto a ti mi alma.
9 Líbrame, Señor, de mis enemigos, pues me escondí cerca de ti.
10 Enséñame a que haga tu voluntad, ya que tú eres mi Dios; que tu buen espíritu me guíe por un terreno plano.
11 Por el honor de tu nombre, Señor, haz que yo viva; tú que eres justo, sácame del aprieto.
12 Por tu amor aniquila a mis contrarios y destruye a mis opresores, pues yo soy tu servidor.
Salmos (Sal) Capítulo 144
1 Bendito sea el Señor, Roca mía, que mis manos adiestra para el combate y mis dedos para la batalla.
2 El es mi refugio y mi baluarte, mi fortaleza y mi libertador, mi escudo en que me amparo, él humilla a los pueblos a mis pies.
3 Señor, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes? ¿Qué es el hijo de Adán para que en él pienses?
4 El hombre es como un soplo, sus días como la sombra que pasa.
5 Señor, inclina tus cielos y desciende, toca los montes para que echen humo.
6 Envía tus relámpagos, dispérsalos, tira tus flechas y cáusales estragos.
7 Desde lo alto tiéndeme tus manos, sálvame sacándome de las aguas profundas y de las manos de los hijos de extranjeros,
8 cuya boca dice falsedades y su diestra es una diestra de perjurio.
9 Oh Dios, quiero cantarte un canto nuevo, y tocar para ti en la lira de diez cuerdas,
10 a ti que das a los reyes la victoria, que salvas a David, tu servidor de la espada que mata (
11).
12 Aquí están nuestros hijos como plantas que van creciendo desde su niñez; nuestras hijas son columnas angulares esculpidas en el frontis de un palacio.
13 Están nuestros graneros muy repletos, rebosantes de toda clase de cosechas; nuestras ovejas se cuentan por miles, por millares se ven en nuestros campos;
14 nuestras bestias viajan muy cargadas.
No hay hoyos en los muros ni rendiciones, ni gritos de lamento en nuestras plazas.
15 Dichoso el pueblo que esta suerte tiene, dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor.
Salmos (Sal) Capítulo 145
1 Te celebro, oh Rey mi Dios,
y bendigo tu nombre para siempre.
2 Deseo bendecirte cada día,
alabaré tu Nombre para siempre.
3 Grande es el Señor, muy digno de alabanza,
y no puede medirse su grandeza.
4 De generación en generación
se celebran tus obras, se cuentan tus proezas.
5 El esplendor, la gloria de tu Nombre,
tus maravillas, los repetiré.
6 De tu poder formidable se hablará,
y tus grandezas yo las contaré.
7 Nos harán recordar tu gran bondad
y se proclamará tu justicia.
8 El Señor es ternura y compasión,
paciente y lleno de amor.
9 El Señor es bondad para con todos,
sus ternuras están en todas sus obras.
10 Te den gracias, Señor, todas tus obras,
te bendigan tus amigos;
11 que hablen de la gloria de tu reino
y anuncien tus hazañas,
12 para que vean los hombres tus proezas,
el brillo y la gloria de tu reino.
13 Tu reino es reino por todos los siglos,
y tu imperio por todas las edades.
Fiel es el Señor en todas sus palabras
y bondadoso en todas sus obras.
14 Sostiene el Señor a todos los que caen,
a los que están encorvados endereza.
15 Los ojos de todos de ti esperan
que les des a su tiempo su alimento.
16 Tú sólo abres tu mano, y satisfaces
de lo que quiera a todo ser viviente.
17 Justo es el Señor en todos sus caminos
y bondadoso en todas sus obras.
18 Cerca está el Señor de los que le invocan,
de todos los que lo invocan de verdad.
19 Les da en el gusto a todos los que lo temen,
escucha su clamor y los salva.
20 El Señor guarda a todos los que lo aman,
y a todos los malvados extermina.
¡Que mi boca proclame la alabanza del Señor
y todo ser carnal bendiga su santo nombre,
por siempre y para siempre!
Salmos (Sal) Capítulo 146
El Señor libera a los oprimidos.—La magnitud de las angustias humanas (los hambrientos, los encarcelados, los oprimidos) ha alcanzado un grado tal que los poderosos de la tierra son incapaces por sí mismos de remediarlas. Sólo Dios puede dar al mundo, con toda verdad, la justicia, la paz y la esperanza.
1 ¡Aleluya!
¡Alaba al Señor, alma mía!
2 Mientras viva yo quiero alabar al Señor,
quiero salmodiar para el Señor mientras exista.
3 No pongas tu confianza en los que mandan,
ni en el mortal, que no puede salvarte;
4 no bien se le va el alma, vuelve al polvo,
y ese día se acaban sus proyectos.
5 Dichoso aquel que al Dios de Jacob
tiene de ayuda
y pone su esperanza en el Señor, su Dios,
6 en el que hizo los cielos y la tierra,
el mar y todo cuanto ellos encierran.
El su lealtad conserva siempre,
7 y su justicia da a los oprimidos,
proporciona su pan a los hambrientos.
El Señor deja libres a los presos.
8 el Señor da la vista a los ciegos,
el Señor endereza a los encorvados,
el Señor ama a los justos;
9 da el Señor protección al forastero,
y reanima al huérfano y a la viuda,
mas desvía el camino de los malvados.
10 El Señor reina para siempre,
tu Dios, Sión, de generación en generación.
¡Aleluya!
Salmos (Sal) Capítulo 147
Alégrate, Jerusalén.—Alégrese la Iglesia, porque su Señor «reforzó los cerrojos de sus puertas». Los poderes del mal y de la muerte no la podrán vencer. Bendijo a sus hijos y les dio «su» paz, no como la del mundo. La alimenta con su palabra y con la flor del trigo: su cuerpo hecho Pan de Vida.
1 Alaben al Señor porque él es bueno,
canten a nuestro Dios porque es amable,
porque a él le conviene la alabanza.
2 Reconstruye el Señor Jerusalén,
reúne a los exiliados de Israel,
3 sana los corazones destrozados
y venda sus heridas.
4 El cuenta las estrellas una a una
y llama a cada una por su nombre.
5 Grande es nuestro Señor, todo lo puede,
no se puede medir su inteligencia.
6 Reanima el Señor a los humildes,
pero humillla hasta el polvo a los malvados.
7 Entonen al Señor la acción de gracias,
para nuestro Dios toquen sus arpas.
8 Porque él cubre de nubes los cielos,
y prepara las lluvias de la tierra,
hace brotar la hierba en las colinas
y las plantas que el hombre ha de cultivar;
9 él entrega a las bestias su alimento
y a las crías del cuervo cuando graznan.
10 No le atraen los bríos del caballo,
ni un hombre por sus músculos le agrada;
11 se complace el Señor en los que le temen,
en los que esperan en su amor.
12 ¡Glorifica al Señor, Jerusalén,
a tu Dios alaba, oh Sión!
13 El refuerza las trancas de tus puertas
y bendice a tus hijos en tu seno;
14 guarda en paz tus fronteras,
te da del mejor trigo en abundancia.
15 Si a la tierra envía su mensaje,
su palabra corre rápidamente;
16 esparce la nieve como lana
y derrama la escarcha cual ceniza.
17 En trocitos arroja su granizo,
¿a su frío quién puede resistir?
18 Envía su palabra y los derrite,
sopla su viento y corren las aguas.
19 A Jacob le revela su palabra,
sus leyes y sus juicios a Israel.
20 Con ningún otro pueblo ha actuado así,
ni les dio a conocer sus decisiones.
¡Aleluya!
Salmos (Sal) Capítulo 148
¡Aleluya!—Una vez más: ¡Alaben al Señor! Las personas más sencillas nunca se cansan de alabarlo. ¿No será que algo anda mal cuando tenemos la seguridad de todo y cuando nuestra vista se deleita constantemente con las maravillas que nos hemos fabricado?
1 ¡Aleluya!
Alaben al Señor desde los cielos,
alábenlo en las alturas,
2 alábenlo todos sus ángeles,
alábenlo todos sus ejércitos.
3 Alábenlo el sol y la luna,
alábenlo todos los astros de luz;
4 alábenlo cielos de los cielos
y las aguas por encima de los cielos.
5 Alaben el nombre del Señor,
pues lo ordenó y fueron creados;
6 los puso por los siglos de los siglos
bajo una ley que nunca cambiará.
7 Alaben al Señor desde la tierra,
monstruos del mar y todos sus abismos,
8 fuego y granizo, nieve y neblina,
huracán que ejecuta su palabra,
9-10 las montañas y todas las colinas,
árboles frutales y todos los cedros,
animales salvajes y domésticos,
reptiles y aves que vuelan,
11 reyes de la tierra, todas las naciones,
príncipes y los que gobiernan la tierra,
12 jóvenes y muchachas,
ancianos con los niños.
13 Alaben el nombre del Señor
pues su Nombre es el único sublime,
su majestad excede tierra y cielo.
14 Levantó la cornamenta de su pueblo,
causa de orgullo para todos sus amigos,
para Israel, el pueblo que a él se acerca.
Salmos (Sal) Capítulo 149
Himno nacional.—El pueblo de Dios sabe que está llamado a la gloria y a la alegría. El será instrumento de la justicia de Dios. Dios se sirve de sus pobres, del pueblo de los humildes, reunidos por Cristo para juzgar al mundo y darle la salvación.
1 ¡Aleluya!
Canten al Señor un canto nuevo: su alabanza en la asamblea de los santos.
2 Alégrese Israel de quien lo hizo, festejen a su rey, hijos de Sión.
3 Su nombre alaben en medio de danzas, el arpa y el tambor toquen para él.
4 Pues el Señor se siente bien con su pueblo, con su salvación reviste a los humildes.
5 De júbilo triunfante rebosan sus fieles, de sus esteras gritan de alegría;
6 en su garganta están los elogios de Dios y en su mano, la espada de dos filos,
7 para ejercer venganza entre los pueblos y dar a las naciones el castigo,
8 para atar con cadenas a sus reyes y con grillos de hierro a sus notables,
9 para aplicarles la sentencia escrita: eso es un honor para todos los suyos.
Salmos (Sal) Capítulo 150
Sinfonía universal.—El libro de los salmos termina con un canto ejecutado por toda la orquesta. Esto tiene valor de símbolo: la alabanza a Dios, para ser total, necesita la participación de todas las naciones y razas, civilizaciones y culturas.
1 ¡Aleluya!
¡Alaben a Dios en su santuario,
alábenlo en el firmamento de su poder!
2 Alábenlo por sus hechos portentosos,
alábenlo por toda su grandeza!
3 ¡Alábenlo con el fragor del cuerno,
alábenlo con arpas y con cítaras,
4 alábenlo con danzas y tamboriles,
alábenlo con mandolinas y flautas,
5 alábenlo con platillos sonoros,
alábenlo con platillos triunfales!
6 ¡Alabe al Señor todo ser que respira!
¡Aleluya!